“Hay que
asegurar los propios”. Ese podría ser el resumen del lineamiento principal de
la campaña de Cambiemos. Efectivamente, ante un escenario en el que todas las
fuerzas se van desgajando, será ganador aquel capaz de ponerle un dique de
contención a la fragmentación continua. Al fin de cuentas, el macrismo duro
nunca fue más que ese 24% obtenido por el candidato Macri en las PASO 2015.
Todo lo demás es una mezcla de voto tibio, voto útil y voto espanto ante lo que
hay enfrente. Y el voto tibio, el voto útil y el voto espanto son demasiado
fluctuantes, carentes de arraigo e imprevisibles. Pero la cuenta que hace el
oficialismo es más o menos así: garantizado ese cuarto del electorado más una
porción del electorado antikirchnerista furioso, es posible llegar a un tercio
de los votos, cantidad que, si no alcanzara para ganar al menos nos daría una
derrota digna y por pocos puntos frente a una CFK que difícilmente supere el
40%.
Además, el
oficialismo apunta a que las PASO funcionen como una primera vuelta de hecho y
que la elección de octubre se asemeje a un balotaje en el que habría una
polarización entre Cambiemos y el kirchnerismo en detrimento de Massa y
Randazzo. Si eso ocurriese, el oficialismo podría ganar porque mucha gente
volvería a votarlos como forma de castigo a CFK.
Asegurar los
propios, o garantizarse el apoyo de una minoría intensa, es lo que explica la
radicalización de acciones, políticas y discursos del gobierno, a contramano
del intento de confusión que inundó la campaña y los primeros meses de la
administración. Ahora, si la minoría intensa pide palos contra los trabajadores
y los sindicatos no adictos, se le dará palos; si pide “cárcel” para los
kirchneristas tendrá cárcel para los kirchneristas; si pide ausencia de
piquetes se acabarán los piquetes como sea; y si los amigos piden favores, con
fusiones incluidas, negocios varios y flexibilización laboral, también se les
dará independientemente de lo que diga ese restito de prensa opositora. En este
sentido, se trata de un “gobierno on
demand”: usted (votante de la minoría intensa PRO) lo demanda…usted lo
tiene, tanto como se puede acceder a un servicio específico en el cable, por
ejemplo, una película, pagando un extra. Los servicios on demand del gobierno suponen una suerte de “populismo para
pocos”, lo que es claramente un oxímoron, de manera tal que quizás sea mejor
denominarlo “demagogia para clases altas y sentidos comunes indignados”.
Asimismo, es
curioso, pero el oficialismo, en la elección más importante, que es la de la
Provincia de Buenos Aires, ha decidido “no tener candidatos”. Es decir, ante la
evidencia objetiva de carecer de referentes de peso para disputarle a CFK,
Massa y Randazzo, ha resuelto utilizar candidatos -con todo respeto- que hoy en
día son de segunda línea. Por cierto, creo que la estrategia es correcta pues
la campaña se la pondrá al hombro Macri y Vidal de modo tal que si ganan será
un triunfo del gobierno y si pierden será una derrota de los candidatos ignotos
ante “los tanques opositores”. Es cruel pero es política.
En cuanto al
kirchnerismo, el desafío parece exactamente el opuesto y se expresa en el
interrogante acerca de cómo pescar en la pecera ajena, cómo poder interpelar,
justamente, más allá de la minoría intensa. En este sentido ha habido
claramente un cambio de estética por el cual hasta se puede dejar de lado el
atril por el escenario 360° como se hizo en Arsenal, y se pueden abandonar los
grandes discursos en pos de los microrelatos. El diagnóstico, según se observa,
es que si se quiere ir más allá de la minoría intensa, el discurso épico y la
ideología no parecen un buen camino y para eso hay que centrarse en las
pequeñas historias de vida. En todo caso, si ya no es posible comprometer a un
sector de la ciudadanía con la política o con un liderazgo (nótese que Cristina
no llamó a votar por ella sino en defensa propia y por uno mismo), al menos que
se identifiquen con la historia del ciudadano común que es “como uno”.
En lo que
respecta a la identidad kirchnerista quedará para otra ocasión analizar una
nueva mutación hacia posiciones que, según la temática, oscilan entre la
socialdemocracia y algunos coqueteos con el troskismo, especialmente de ciertos
sectores de la militancia, tal como se pudo observar en los comentarios que
circularon en las redes y en los periodistas afines al kirchnerismo tras la
represión en Pepsico, como si no existiera un modo no troskista de mediar
privilegiando a los trabajadores.
Vendrán semanas difíciles, y un
gobierno volcado a responder las demandas de una minoría intensa que va
radicalizando su conservadurismo, no puede más que generar preocupación. Es
más, estoy tentado a decir que el gran interrogante respecto del futuro de la
Argentina está en cuál es el costo que está dispuesto a pagar el oficialismo
por satisfacer la demanda de esa minoría intensa que representa, especialmente,
si el resultado de estas elecciones no es el que el oficialismo desea.