Una de las corporaciones más monolíticas es la que rodea al mundo del fútbol: jugadores, periodistas, empresarios, dirigentes y árbitros podrán discrepar sobre algunos asuntos menores pero hay determinados límites, muchas veces expresados de manera eufemística como “códigos”, que nunca son sobrepasados. Entre los actores mencionados existe una compleja red de vínculos económicos, negociados y prebendas donde generalmente los más perjudicados son la mayoría de los clubes y de los jugadores. Como suele ocurrir en otras actividades, la gran paradoja es que aquellos actores que son la condición de posibilidad del negocio, esto es, clubes y jugadores, son los que se llevan la menor tajada. En este sentido el irrisorio monto del contrato televisivo firmado por la AFA y la grosera iniquidad con la que se distribuye entre los clubes ese dinero, tiene como consecuencia un fútbol colapsado y pauperizado que no puede mantener a una joven promesa más de 20 partidos en primera. Este proceso no irrumpió de repente en la escena sino que más bien fue gestado a lo largo de la presidencia de Julio Grondona en los 28 años que lleva ya su mandato. La lógica clientelar que Grondona mantiene con los dirigentes de los clubes con favores que se cobran in eternum, el manejo discrecional y despótico de los árbitros a partir del obsecuente SADRA, el sistema de votación de la AFA y una lógica proclive al manejo desaforado del capital empresarial, ha hecho que a lo largo de las casi tres décadas nadie osara poner en tela de juicio la continuidad del reinado. Solamente Raúl Gámez en el ámbito dirigencial y el equipo de Víctor Hugo Morales en la radio parecen ser los únicos que vienen denunciando este entramado cuya consecuencia es el desguace y posterior destrucción del fútbol. Sin embargo, en las últimas semanas entraron a jugar un papel importante y un rol crítico actores impensados que desde dentro de la corporación hacen valer una voz disonante generando algunas fisuras.
De este modo, casi paralelamente y ante la inminente renovación del mandato de Grondona, tanto en el ámbito del referato como en el dirigencial, se dejaron entrever opiniones que, por supuesto, no fueron amplificadas como correspondía por los principales medios. Así, en el medio de una ola terrible de malos arbitrajes y el patético comunicado de denuncia de complot que la dirigencia de San Lorenzo, presionado por el grupo inversor liderado por Tinelli, esbozó, los árbitros salieron al cruce y comenzaron hacer uso y abuso de las cámaras (como lo hace Lunati quien, por cierto, fue “destrozado” por los medios por decir una gran verdad: “la mayoría de los periodistas no conocen el reglamento”). Entre toda la maraña de declaraciones apareció una sorprendente: por primera vez en la historia, un árbitro, Pompei, recusaba a un par, el juez de línea, Rebollo (por si usted no lo recuerda, aquel que hizo patear de nuevo el tiro libre del “Cata” Díaz el día en que Boca, con ese gol, venció a Vélez en Liniers por 3 a 2 y avanzó hacia el campeonato). Pompei envió una carta al colegio de árbitros en la que pide no dirigir más junto a Rebollo. Como si esto fuera poco, el ahora retirado del arbitraje “sargento” Giménez, con la libertad que le da su condición, declaró a Clarín que “que Pompei haya pedido no dirigir más con el asistente Rebollo estuvo bien. Nadie lo quiere, hace muchas macanas y siempre a favor de los mismos clubes” (Clarín, 16/9/07). (El resaltado es mío)
Estas declaraciones me impactaron: por primera vez alguien (y en este caso un ex árbitro) afirma que los malos arbitrajes no son sólo producto de errores humanos. Por primera vez alguien duda de la honestidad moral de un árbitro. Era hora ya. Como comenté en un artículo anterior, siempre me pareció sospechoso que nunca se pusiera en tela de juicio la calidad moral de un árbitro. Estos siempre son presentados como demasiados humanos, nunca corruptos. Ahora, un ex compañero lo afirma.
En el ámbito dirigencial, el presidente de independiente, Julio Comparada, tuvo las agallas que otros no tienen, pegó un portazo y anunció que no votará por la reelección de Grondona. Está claro que Grondona ganará igual porque no hay candidato opositor pero más allá de eso, sentar precedente en contra es un paso importante (la única vez que Grondona tuvo un rival a la presidencia de la AFA fue en 1991. Allí los resultados arrojaron 39 votos para Grondona y 1 para Nitti).
En esta línea, el técnico campeón del mundo, Bilardo, deslizando la posibilidad de presentarse como candidato a la presidencia de la AFA, algo que luego desestimó, también salió al cruce de Grondona y aseveró: “la solución de la AFA es que Grondona (Julio) se vaya de la conducción (…) los clubes están fundidos, no tienen plata ni para comprar pasto (para las canchas). El día que se vaya Grondona se solucionarán muchos problemas del fútbol argentino. Si no hay un cambio pronto, el fútbol se va a la m... Es una vergüenza (…) Los 20 clubes más fuertes apoyan esta conducción. Todos son un voto cantado. Intentar ser presidente (de ese organismo) es como darse contra la pared. (…) Si votarán los 2.800 clubes del país no habría problemas, gano... Pero solamente votan 49. Los de Primera están todos comprometidos con la AFA, porque temen que el Tribunal de Penas los pueda perjudicar; tienen miedo que les pongan los árbitros que no quieren, prefieren cuidar los gerenciamientos. Todo un ’viva la pepa’". (La nación, 26/9/07)
Tal vez yo sea algo ingenuo pero todas estas declaraciones me sorprenden. Es de las pocas veces que tantas voces propias del fútbol coinciden, y desde dentro de la corporación, se animan a decir lo que uno, claro, suponía: hay arreglos con árbitros, una política de favorecimiento de los gerenciamientos, se beneficia a determinadas camisetas y existe una estructura mafiosa que asfixia al fútbol.
Para ser honesto, yo no creo que estemos en un estadio prerrevolucionaro donde el pueblo del fútbol, con una bandera roja de Comparada con una boina y liderado por un ex sargento saque a Grondona de la AFA y lo cuelgue en la plaza, pero, estas fisuras en el bloque homogéneo que protege el negocio del fútbol, al menos son señales de cambio que permiten observar el futuro con una pequeña, pero cuota al fin, de optimismo.
viernes, 28 de septiembre de 2007
domingo, 16 de septiembre de 2007
El Estado, el gasto público y la inflación
Mientras aguardo desde hace ya unos meses el cumplimiento de la, por definición, siempre pasible de ser corroborada profecía de accidente aéreo de Piñeiro y temo que unas valijas voladoras implosionen la tensa calma de nuestro país generando un nuevo 20 de diciembre, previo a mi llegada al kiosco de diarios donde Perfil seguramente señalará un presunto hecho de corrupción del gobierno y antojado como estaba de almorzar una ensalada mixta, caigo en la cuenta del precio del tomate perita: 8 pesos. Para corroborar mi percepción no tuve mejor idea que postergar mi antojo y llegar hasta el kiosco para llevarme la edición dominical del 16/9/07 de Clarín. Ahí me di cuenta que el tema de la semana era la inflación. No hace falta ser muy observador para darse cuenta de ello. Basta simplemente hacer un repaso por el cuerpo principal del diario y sus títulos. Así, en la tapa puede leerse: “También el Estado siente una mayor inflación al comprar”; en la página 8 “La oposición pegó por el alza de precios”; en la 9, unas declaraciones de Lavagna que indican “Hay que desplazar del INDEC a los políticos” y unas de Prat Gay que atacan el desmedido crecimiento del PBI por el riesgo de inflación que éste acarrea ; en la 11, una nota sobre el presupuesto 2008 donde Sarghini, Melconián y otros señalan que el principal problema del presupuesto es que prevé una inflación por debajo de la real; en la 19 una nota cuyo título es “Estatales o privados, los jubilados pierden contra la inflación”; en la 23 otra nota que indirectamente apunta al tema de fondo: “Duro ataque de Greenspan a Bush por su indisciplina fiscal”; en la 28, el editorial cuyo título reza “La inflación y la responsabilidad compartida” y en la 32-33 el desarrollo de la nota de tapa cuyo título resulta sutilmente diferente: ya no se dice que el Estado también gasta más sino que “Al comprar, el Estado sufre más inflación de la que admite”.
Lo que desarrollaré a continuación no tiene como eje principal la forma en que los medios resultan formadores de opinión e instaladores de agenda (especialmente los medios gráficos). Eso resultaría una obviedad. Se trata más bien, simplemente, de hacer algunos comentarios acerca del tema de la semana, simplemente para estar en sintonía con la realidad.
Más allá de la contienda electoral en la cual oficialistas y opositores intentan sacar tajada, existe, claro está, un elemento ideológico conceptual detrás de la discusión sobre la inflación. Al fin de cuentas, tanto en los años previos a la crisis del año 29 como a partir de los 90, la idea libertaria plasmada por Williamson en el “Consenso de Washington” de un Estado mínimo cuya intervención en el mercado es siempre dañina, estuvo a la orden del día. Claro está que las crisis mexicana, la de los tigres asiáticos, la de Rusia y la de Brasil y el aumento de la conflictividad social en los países emergentes produjo un viraje hacia políticas algo menos optimistas respecto de la globalización y con un perfil, presuntamente, más redistributivo. Más allá de ello, ha quedado en el imaginario popular y dirigencial tras las políticas que hicieron eclosión a fines de los 60 (lo cual tal vez sea bueno) la idea de que los Estados deben mantener los superávit gemelos de cuenta corriente y fiscal. Si bien en Argentina las importaciones están creciendo, la ventaja competitiva hace que todavía no se haga hincapié en la cuenta corriente. De aquí que todo recaiga en el gasto fiscal y el aparente riesgo de un ensanchamiento del Estado. Cabe mencionar por cierto, que detrás de esta alarma existe un presupuesto discutible acerca de que el gran causante de inflación es el déficit fiscal. Pero aún concediendo eso, ¿es tan preocupante la inflación como dejó entrever Redrado hace unos días? Tal vez la respuesta sea sí y no. Por un lado, está claro que la inflación es el precio que se debe pagar por un crecimiento fenomenal como el que ostenta nuestra economía. A su vez, si bien la inflación afecta a los ciudadanos deteriorando su poder de compra real, la reactivación ha hecho que, desde la devaluación, al menos los sectores de trabajadores “en blanco”, hayan conseguido aumentos que se encuentran por encima del índice de inflación. Sin embargo, también debería decirse que una inflación que supere el 20 % anual licuaría los aumentos de sueldos (además de afectar a la gran porción de los trabajadores en negro) y las ventajas competitivas de las exportaciones lo cual conllevaría la necesidad de subir el dólar obligando al BCRA a seguir comprando dólares para disminuir la oferta al precio de una mayor emisión de pesos y la creación de bonos. A su vez, como ya sabemos, un elemento que escapa al análisis macroeconómico tiene que ver con la idiosincrasia propia de un pueblo como el argentino que ante cualquier mínima suba del precio del dólar estalla en histeria generalizada y estampida.
Si a este contexto le sumamos el dato de que en el primer semestre de 2007 el gasto público aumentó un 43% y la recaudación sólo un 32%, parece haber razones para preocuparse más allá de que el superávit sigue otorgando un amplio margen de maniobra.
Pero me gustaría traer a colación algunos datos que Roberto Navarro recoge de la CEPAL y que son publicados en el suplemento Cash de este mismo domingo (16/9/07). Estos datos resultan interesantes para, como indica la nota, derribar algunos mitos, a saber: El Estado argentino es un monstruo gigante, amorfo y despilfarrador de recursos. Frente a esto notamos que salvo Chile, un país con una sostenida política neoliberal a lo largo de décadas, el Estado argentino es, en Latinoamérica, el que menos gasta en relación a su PBI. Así, el gasto público en Argentina en 2006 fue de 19,3 del PBI frente al promedio de la región que es de 25,2. Asimismo, si algún malicioso quisiera notar que los países de Latinoamérica no son justamente ejemplos de prosperidad, pongamos el acento en Europa. Allí el promedio del gasto público es de 40% del PBI y en Francia, Italia y Alemania llega al 53%, 50% y 45% respectivamente.
Por otra parte, otro mito que suele esgrimirse y que puede ser derribado por los datos, refiere a la cantidad de empleados públicos. Se dice, a veces con verdad, que al menos en muchas provincias, no hay inversión privada y existe una gran masa de empleados públicos que en tanto tales son dependientes y pasibles de sufrir una relación clientelar con el gobierno de turno. En este sentido, debería decirse que en Argentina sólo el 4,9% de la población es empleado del Estado. Se trata, claramente, de un porcentaje mucho menor en comparación con países como Noruega, Estados Unidos o Brasil que ostentan un 16,7%, un 12,1% y un 7,7% respectivamente.
Lamentablemente, la torpeza del gobierno al intervenir el INDEC y al dar a conocer números que no sólo resultan falsos sino que dan lugar a que cualquier consultora poco seria construya números también falsos acordes al candidato contratante, ha desviado el foco de atención que más que entrar en la batalla técnica acerca de cómo medir un índice, debería estar puesto en el debate en torno a la importancia del rol protagónico del Estado a la hora de la reactivación de la economía y la redistribución de la riqueza.
Lo que desarrollaré a continuación no tiene como eje principal la forma en que los medios resultan formadores de opinión e instaladores de agenda (especialmente los medios gráficos). Eso resultaría una obviedad. Se trata más bien, simplemente, de hacer algunos comentarios acerca del tema de la semana, simplemente para estar en sintonía con la realidad.
Más allá de la contienda electoral en la cual oficialistas y opositores intentan sacar tajada, existe, claro está, un elemento ideológico conceptual detrás de la discusión sobre la inflación. Al fin de cuentas, tanto en los años previos a la crisis del año 29 como a partir de los 90, la idea libertaria plasmada por Williamson en el “Consenso de Washington” de un Estado mínimo cuya intervención en el mercado es siempre dañina, estuvo a la orden del día. Claro está que las crisis mexicana, la de los tigres asiáticos, la de Rusia y la de Brasil y el aumento de la conflictividad social en los países emergentes produjo un viraje hacia políticas algo menos optimistas respecto de la globalización y con un perfil, presuntamente, más redistributivo. Más allá de ello, ha quedado en el imaginario popular y dirigencial tras las políticas que hicieron eclosión a fines de los 60 (lo cual tal vez sea bueno) la idea de que los Estados deben mantener los superávit gemelos de cuenta corriente y fiscal. Si bien en Argentina las importaciones están creciendo, la ventaja competitiva hace que todavía no se haga hincapié en la cuenta corriente. De aquí que todo recaiga en el gasto fiscal y el aparente riesgo de un ensanchamiento del Estado. Cabe mencionar por cierto, que detrás de esta alarma existe un presupuesto discutible acerca de que el gran causante de inflación es el déficit fiscal. Pero aún concediendo eso, ¿es tan preocupante la inflación como dejó entrever Redrado hace unos días? Tal vez la respuesta sea sí y no. Por un lado, está claro que la inflación es el precio que se debe pagar por un crecimiento fenomenal como el que ostenta nuestra economía. A su vez, si bien la inflación afecta a los ciudadanos deteriorando su poder de compra real, la reactivación ha hecho que, desde la devaluación, al menos los sectores de trabajadores “en blanco”, hayan conseguido aumentos que se encuentran por encima del índice de inflación. Sin embargo, también debería decirse que una inflación que supere el 20 % anual licuaría los aumentos de sueldos (además de afectar a la gran porción de los trabajadores en negro) y las ventajas competitivas de las exportaciones lo cual conllevaría la necesidad de subir el dólar obligando al BCRA a seguir comprando dólares para disminuir la oferta al precio de una mayor emisión de pesos y la creación de bonos. A su vez, como ya sabemos, un elemento que escapa al análisis macroeconómico tiene que ver con la idiosincrasia propia de un pueblo como el argentino que ante cualquier mínima suba del precio del dólar estalla en histeria generalizada y estampida.
Si a este contexto le sumamos el dato de que en el primer semestre de 2007 el gasto público aumentó un 43% y la recaudación sólo un 32%, parece haber razones para preocuparse más allá de que el superávit sigue otorgando un amplio margen de maniobra.
Pero me gustaría traer a colación algunos datos que Roberto Navarro recoge de la CEPAL y que son publicados en el suplemento Cash de este mismo domingo (16/9/07). Estos datos resultan interesantes para, como indica la nota, derribar algunos mitos, a saber: El Estado argentino es un monstruo gigante, amorfo y despilfarrador de recursos. Frente a esto notamos que salvo Chile, un país con una sostenida política neoliberal a lo largo de décadas, el Estado argentino es, en Latinoamérica, el que menos gasta en relación a su PBI. Así, el gasto público en Argentina en 2006 fue de 19,3 del PBI frente al promedio de la región que es de 25,2. Asimismo, si algún malicioso quisiera notar que los países de Latinoamérica no son justamente ejemplos de prosperidad, pongamos el acento en Europa. Allí el promedio del gasto público es de 40% del PBI y en Francia, Italia y Alemania llega al 53%, 50% y 45% respectivamente.
Por otra parte, otro mito que suele esgrimirse y que puede ser derribado por los datos, refiere a la cantidad de empleados públicos. Se dice, a veces con verdad, que al menos en muchas provincias, no hay inversión privada y existe una gran masa de empleados públicos que en tanto tales son dependientes y pasibles de sufrir una relación clientelar con el gobierno de turno. En este sentido, debería decirse que en Argentina sólo el 4,9% de la población es empleado del Estado. Se trata, claramente, de un porcentaje mucho menor en comparación con países como Noruega, Estados Unidos o Brasil que ostentan un 16,7%, un 12,1% y un 7,7% respectivamente.
Lamentablemente, la torpeza del gobierno al intervenir el INDEC y al dar a conocer números que no sólo resultan falsos sino que dan lugar a que cualquier consultora poco seria construya números también falsos acordes al candidato contratante, ha desviado el foco de atención que más que entrar en la batalla técnica acerca de cómo medir un índice, debería estar puesto en el debate en torno a la importancia del rol protagónico del Estado a la hora de la reactivación de la economía y la redistribución de la riqueza.
miércoles, 5 de septiembre de 2007
Oposiciones
El domingo 2 de septiembre se eligió gobernador en dos provincias que sumadas representan el 20% del electorado nacional. En este sentido, Córdoba y Santa fe son los distritos más importantes después de la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires. De aquí que el resultado de la elección fuese observado con especial atención por la ciudadanía, los medios y los políticos a menos de dos meses de una elección presidencial.
Tanto en las elecciones de este último fin de semana como en las que se desarrollaron a lo largo del año en las diferentes provincias la ecuación parecía ser “¿gana o pierde Kirchner?” y planteado en esos términos podría decirse que los resultados muestran una leve supremacía del sector kirchnerista y sus aliados: radicalismo k en Catamarca y Río Negro; Kirchnerismo en Entre Ríos, San Juan, La Rioja, Tucumán y Córdoba; Movimiento Popular Neuquino en Neuquén; PRO en Ciudad de Buenos Aires; ARI en Tierra del Fuego; Saáismo en San Luis; Socialismo en Santa fe.
Una lectura optimista de la oposición sería que el Frente para la Victoria (o su sello equivalente) sólo triunfó en 5 provincias y que para ganar otras dos tuvo que aliarse con el radicalismo. De aquí se sigue que en una matemática algo simple se pueda oír a algún comunicador o a algún político decir que “la cosa viene pareja”.
Sobre este punto quiero señalar dos errores bastante obvios: el primero es suponer que los votos obtenidos por candidatos opositores al gobierno en una elección provincial para gobernador se trasladan automáticamente al candidato presidencial de la fuerza en cuestión sea Lavagna, López Murphy o Carrió. El segundo error, por su parte, supone que la oposición es un todo homogéneo y que la elección presidencial se resuelve entre kirchneristas y antikirchneristas.
Resultan casi torpes los errores señalados sin embargo, interesada o ingenuamente, con distintos formatos, se repiten en analistas y políticos (Recordemos, por ejemplo, que el triunfo del “No” a la reforma en Misiones se lo quiso hacer ver como el comienzo de la debacle kirchnerista en manos de una robusta oposición encabezada por un cura).
Respecto del primer error, debemos señalar más que nunca que las últimas elecciones muestran que existe un microclima regional que generalmente se encuentra desvinculado de la elección nacional. De hecho incluso en las elecciones en los territorios más grandes y, por ello, aparentemente más comprometidos con la elección nacional, resultó claro el modo en que, por ejemplo, tanto Binner como Macri apuntaron a “no nacionalizar la elección”. En esta línea no debe sorprender la aparición, en la retórica discursiva de los candidatos en la Ciudad de Buenos Aires, del término “vecino” cuyo particularismo parece profundamente contradictorio con la idea de ciudad cosmopolita y anónima con la que comúnmente se señala a Buenos Aires.
Este acento en la particularidad de la región y la imposibilidad de traccionar votos es la que permite entender por qué López Murphy, el candidato apoyado por PRO tras obtener 61% en el ballotage de Capital, apenas tiene el 3% de intención de voto (por cierto llama la atención la exposición mediática que posee un candidato con tan poco apoyo de la ciudadanía).
Si bien, como indiqué antes, resulta demasiado claro este fenómeno, los candidatos parecen disputarse el capital simbólico de los triunfadores. Así, Cristina ha apoyado a más de uno de los candidatos en una estrategia pocas veces vista y los opositores se encuentran deseosos de ser “los padres de la criatura” de cualquier buen desempeño electoral . Así resulta que ahora el triunfo de Binner en realidad le corresponde a Carrió a pesar de que hasta hace poco realizó un infructuoso intento de alianza con López Murphy (personaje que está dentro de los “límites morales” de la Coalición, algo que no sucede con Macri quien aparentemente estaría del otro lado del límite a pesar de haber formado alianza con el ex Jefe de FIEL) y a pesar de las vinculaciones con el cardenal Bergoglio cuyo pensamiento se encuentra reñido con el socialismo en varios aspectos. De nada parece haber servido las excelentes administraciones del socialismo en la Ciudad de Rosario ni el trabajo de años llevado a cabo por el partido en la provincia que sólo pudo ser neutralizado por las injusticias que reinaban con el antiguo sistema electoral santafesino reformado para esta ocasión. Incluso Lavagna, algún radical y hasta la defensora de los intereses del campo, Alarcón, quisieron subirse y adjudicarse parte del triunfo socialista en Santa Fe. Así ha sucedido con el resto de las provincias: cualquier migaja es bienvenida especialmente en un contexto donde la oposición hace un papel patético en que desfilan candidatos que no superan el 5% y luego buscan aliarse y negociar un espacio en las listas de diputados y senadores.
En cuanto al segundo error, esto es, la suposición de que la oposición es un todo homogéneo que permite interpretar los resultados eleccionarios en clave “kirchneristas vs antikirchneristas” algunas cosas ya se han dicho en el párrafo anterior pero podemos profundizar algo más. Por lo pronto, afirmar que, como indican todas las encuestas, la candidata oficialista ganará en las elecciones apoyada también, evidentemente, por sectores que en la elección provincial votaron por un candidato no oficialista. Esto muestra que no sólo desde algunos sectores políticos sino desde la propia ciudadanía se impulsa y se ejerce una transversalidad de hecho lo cual resulta positivo. Esto abre un espacio interesante porque, sea desde la ciudadanía sea desde el plano de la dirigencia política, se comienza a entender que ser oposición no significa ser anti oficialista recalcitrante al estilo de ciertos sectores de una derecha rezongona que aglutina sectores tan diversos como la iglesia, el campo, varios multimedios, cierta clase alta, algunos profetas de la mano dura y desangelados revolucionarios trasnochados. En este sentido celebro la actitud del socialismo de buscar transformarse en una oposición crítica y reflexiva que en algunos casos se acerca al gobierno como es el ejemplo de la estratégica posición cercana al Jefe de Gabinete que ocupa el recién asumido Rivas. En esa línea también es para rescatar el discurso de Binner que sin decir “eso no es PRO” se opuso a los silbidos que sus partidarios le profesaban a Obeid y a Kirchner.
El triunfo de Binner, entonces, muestra que más que “oposición” existen “oposiciones” que, por suerte, no son lo mismo. En este sentido, frente a la mezquindad de los opositores que buscan sacar rédito político de cualquier hecho, parece haber otros que prefieren mantener una actitud crítica basada en convicciones, algo que, a veces, supone, a pesar de tener un costo político, acompañar las políticas o decisiones del gobierno que se considere acertadas.
Tanto en las elecciones de este último fin de semana como en las que se desarrollaron a lo largo del año en las diferentes provincias la ecuación parecía ser “¿gana o pierde Kirchner?” y planteado en esos términos podría decirse que los resultados muestran una leve supremacía del sector kirchnerista y sus aliados: radicalismo k en Catamarca y Río Negro; Kirchnerismo en Entre Ríos, San Juan, La Rioja, Tucumán y Córdoba; Movimiento Popular Neuquino en Neuquén; PRO en Ciudad de Buenos Aires; ARI en Tierra del Fuego; Saáismo en San Luis; Socialismo en Santa fe.
Una lectura optimista de la oposición sería que el Frente para la Victoria (o su sello equivalente) sólo triunfó en 5 provincias y que para ganar otras dos tuvo que aliarse con el radicalismo. De aquí se sigue que en una matemática algo simple se pueda oír a algún comunicador o a algún político decir que “la cosa viene pareja”.
Sobre este punto quiero señalar dos errores bastante obvios: el primero es suponer que los votos obtenidos por candidatos opositores al gobierno en una elección provincial para gobernador se trasladan automáticamente al candidato presidencial de la fuerza en cuestión sea Lavagna, López Murphy o Carrió. El segundo error, por su parte, supone que la oposición es un todo homogéneo y que la elección presidencial se resuelve entre kirchneristas y antikirchneristas.
Resultan casi torpes los errores señalados sin embargo, interesada o ingenuamente, con distintos formatos, se repiten en analistas y políticos (Recordemos, por ejemplo, que el triunfo del “No” a la reforma en Misiones se lo quiso hacer ver como el comienzo de la debacle kirchnerista en manos de una robusta oposición encabezada por un cura).
Respecto del primer error, debemos señalar más que nunca que las últimas elecciones muestran que existe un microclima regional que generalmente se encuentra desvinculado de la elección nacional. De hecho incluso en las elecciones en los territorios más grandes y, por ello, aparentemente más comprometidos con la elección nacional, resultó claro el modo en que, por ejemplo, tanto Binner como Macri apuntaron a “no nacionalizar la elección”. En esta línea no debe sorprender la aparición, en la retórica discursiva de los candidatos en la Ciudad de Buenos Aires, del término “vecino” cuyo particularismo parece profundamente contradictorio con la idea de ciudad cosmopolita y anónima con la que comúnmente se señala a Buenos Aires.
Este acento en la particularidad de la región y la imposibilidad de traccionar votos es la que permite entender por qué López Murphy, el candidato apoyado por PRO tras obtener 61% en el ballotage de Capital, apenas tiene el 3% de intención de voto (por cierto llama la atención la exposición mediática que posee un candidato con tan poco apoyo de la ciudadanía).
Si bien, como indiqué antes, resulta demasiado claro este fenómeno, los candidatos parecen disputarse el capital simbólico de los triunfadores. Así, Cristina ha apoyado a más de uno de los candidatos en una estrategia pocas veces vista y los opositores se encuentran deseosos de ser “los padres de la criatura” de cualquier buen desempeño electoral . Así resulta que ahora el triunfo de Binner en realidad le corresponde a Carrió a pesar de que hasta hace poco realizó un infructuoso intento de alianza con López Murphy (personaje que está dentro de los “límites morales” de la Coalición, algo que no sucede con Macri quien aparentemente estaría del otro lado del límite a pesar de haber formado alianza con el ex Jefe de FIEL) y a pesar de las vinculaciones con el cardenal Bergoglio cuyo pensamiento se encuentra reñido con el socialismo en varios aspectos. De nada parece haber servido las excelentes administraciones del socialismo en la Ciudad de Rosario ni el trabajo de años llevado a cabo por el partido en la provincia que sólo pudo ser neutralizado por las injusticias que reinaban con el antiguo sistema electoral santafesino reformado para esta ocasión. Incluso Lavagna, algún radical y hasta la defensora de los intereses del campo, Alarcón, quisieron subirse y adjudicarse parte del triunfo socialista en Santa Fe. Así ha sucedido con el resto de las provincias: cualquier migaja es bienvenida especialmente en un contexto donde la oposición hace un papel patético en que desfilan candidatos que no superan el 5% y luego buscan aliarse y negociar un espacio en las listas de diputados y senadores.
En cuanto al segundo error, esto es, la suposición de que la oposición es un todo homogéneo que permite interpretar los resultados eleccionarios en clave “kirchneristas vs antikirchneristas” algunas cosas ya se han dicho en el párrafo anterior pero podemos profundizar algo más. Por lo pronto, afirmar que, como indican todas las encuestas, la candidata oficialista ganará en las elecciones apoyada también, evidentemente, por sectores que en la elección provincial votaron por un candidato no oficialista. Esto muestra que no sólo desde algunos sectores políticos sino desde la propia ciudadanía se impulsa y se ejerce una transversalidad de hecho lo cual resulta positivo. Esto abre un espacio interesante porque, sea desde la ciudadanía sea desde el plano de la dirigencia política, se comienza a entender que ser oposición no significa ser anti oficialista recalcitrante al estilo de ciertos sectores de una derecha rezongona que aglutina sectores tan diversos como la iglesia, el campo, varios multimedios, cierta clase alta, algunos profetas de la mano dura y desangelados revolucionarios trasnochados. En este sentido celebro la actitud del socialismo de buscar transformarse en una oposición crítica y reflexiva que en algunos casos se acerca al gobierno como es el ejemplo de la estratégica posición cercana al Jefe de Gabinete que ocupa el recién asumido Rivas. En esa línea también es para rescatar el discurso de Binner que sin decir “eso no es PRO” se opuso a los silbidos que sus partidarios le profesaban a Obeid y a Kirchner.
El triunfo de Binner, entonces, muestra que más que “oposición” existen “oposiciones” que, por suerte, no son lo mismo. En este sentido, frente a la mezquindad de los opositores que buscan sacar rédito político de cualquier hecho, parece haber otros que prefieren mantener una actitud crítica basada en convicciones, algo que, a veces, supone, a pesar de tener un costo político, acompañar las políticas o decisiones del gobierno que se considere acertadas.
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