El cinismo actual, esto es, la mentira a
sabiendas y la defensa de lo indefendible con pleno descaro, dista mucho de la
actitud cínica originaria que tuvo en Diógenes a su máximo exponente, allá por
la época de apogeo del imperio de Alejandro Magno. Diógenes, apodado “el
perro”, utilizaba la burla, la ironía y la insolencia como un desafío a la
cultura imperante y al poderoso. Hoy, en cambio, es esa cultura imperante y ese
poder el que se burla, ironiza y se muestra insolente frente al que está en una
posición de debilidad. Desarrollar este camino de transformación es el motivo
de estas líneas.
Comencemos
aclarando que referirse a los cínicos es difícil porque algunos los llaman
filósofos pero, sin duda, se comportan de manera muy distinta a los filósofos
que conocemos a través de los manuales, más allá de que hay quienes emparentan
a los cínicos con Sócrates y establecen allí una continuidad, especialmente en
lo que refiere a la afirmación de la necesidad de vincular teoría y práctica,
lo que se piensa y lo que se hace. A su vez, el cinismo tampoco es una Escuela,
pues (también como Sócrates) no tenía una doctrina que enseñar. Por último, no
es del todo feliz llamarlos “secta” por las connotaciones negativas que ese
término tiene hoy día.
Lo
cierto es que en el contexto de crisis de valores en el que Atenas acabó
sumiéndose, Diógenes propone, frente a la circulación de la palabra como
herramienta democrática y transmisora de valores civilizacionales, ladrar, orinar
y masturbarse. Efectivamente, y tal como leyó, Diógenes denunció la decadente
sociedad de su tiempo mediante acciones disruptivas y no a partir de discursos
o doctrinas morales. Si la palabra era el vehículo a través del cual se
desarrolló una civilización que acabó desnaturalizando al Hombre, entonces
habrá que ladrar y habrá que mostrar que el verdadero Hombre podrá saciar sus
necesidades vitales y fisiológicas dónde y cómo le dé la gana.
Si
tuviéramos que resumir algunos principios de la actitud cínica, más allá de
este desprecio por la palabra en tanto emblema de la cultura de la época, habrá
que señalar, en primer lugar, la concepción individualista de la libertad que
pregonaba Diógenes y que estaba presente anteriormente en Antístenes. En
segundo lugar, una fuerte carga antipolítica expresada en el rechazo de
Diógenes a la participación política, la democracia y los derechos ciudadanos.
Por último, como tercer aspecto, cabe señalar la reivindicación de la parresía,
esto es, el hablar franco, el decir las verdades asumiendo los riesgos que eso
implica. Ser un parresiasta para los cínicos no era una simple actitud
temeraria, sino que formaba parte de una estética de la existencia, de la
conformación de un modo de vivir y, por tanto, resultaba central para lo que en
lenguaje moderno denominamos “constitución de la subjetividad”.
Expuestas
las características del cinismo original resulta difícil comprender cómo una
actitud contestataria y rebelde en el pasado se transforma, hoy en día, en el
perfil común de cualquier defensor del statu
quo. ¿Qué pasó, entonces, entre el cínico Diógenes y el cínico actual?
¿Dónde se perdió esa potencia del cinismo clásico? ¿Cómo esa autosuficiencia
rebelde y ácrata, esa burla despiadada y desafiante acabó diluida en manos del
adversario?
La
respuesta la da un filósofo alemán llamado Peter Sloterdijk, quien siendo muy
joven logró reconocimiento por escribir un extenso libro llamado, justamente, Crítica de la razón cínica. Y es allí
donde expone cómo el cinismo pasó de ser una insolencia plebeya a una
prepotencia señorial, algo que se expresa en múltiples aspectos pero que
resulta ostensible cuando observamos cómo la ironía dejó de ser un desafío al
poder para ser el síntoma de la prepotencia de quien ya no le alcanza con tenerlo
todo sino que ha decidido mostrarlo y humillar al que nada tiene. El camino de
esta transformación ya posee, según Sloterdijk, antecedentes en la Antigüedad
(por ejemplo, en Luciano de Samosata) pero lo cierto es que desde la Modernidad
hasta la actualidad notamos que una de las características de las sociedades en
las que vivimos es estar atravesadas por el cinismo de los poderosos, aquellos
que saben el lugar que ocupan, que reconocen para sí defender mentiras o
acciones inmorales y, sin embargo, lo siguen haciendo con absoluto desparpajo.
Cínicos son los grandes empresarios dueños de corporaciones, el establishment periodístico, los
economistas mediáticos al servicio de las profecías autocumplidas, buena parte
de la clase política, un Poder Judicial que parece, cada vez más, un sistema de
castas heredero de Dios y una opinión pública hipócrita cooptada por la
corrección política que dice apoyarse en principios liberales y progresistas
pero devino moralista y autoritaria.
La
ruptura entre el cinismo de Diógenes y el de la actualidad es tan grande que
Sloterdijk utiliza el vocablo “quinismo” para referirse al cinismo de la
Antigüedad y distinguirlo del actual. Así lo expresa el propio autor en las
páginas 189-190 del libro mencionado:
El quinismo antiguo, el primario,
el agresivo, fue una antítesis plebeya contra el idealismo. El cinismo moderno,
por el contrario, es la antítesis contra el idealismo propio como ideología y
como mascarada. El señor cínico alza ligeramente la máscara, sonríe a su débil
contrincante y le oprime. C´est la vie.
Nobleza obliga. Tiene que haber orden. […] El cinismo señorial es una
insolencia que ha cambiado de lado. Ahí no es David quien provoca a Goliat,
sino que los Goliats de todos los tiempos […] enseñan a los Davides, valientes
pero sin perspectiva, dónde es arriba y dónde es abajo.
¿Qué
hacer frente a este nuevo cinismo? Sloterdijk no nos permite ser demasiado
optimistas. ¿Por qué? Porque advierte que una vez que el cinismo se
desenmascara o se deja ver y pierde la potencia de la insolencia original para
transformarse en una antipotencia o una prepotencia al servicio del poderoso,
se va expandiendo cada vez más, intoxicando las relaciones y los intersticios
en los que éstas se dan. Es probable, entonces, que una de las claves del
cinismo actual sea que la lucha contra él supone, sobre todo, también, la lucha
contra uno mismo.