sábado, 28 de febrero de 2015

2016: ¿hacia un gobierno de los idiotas? (publicado en Veintitrés)

Protágoras, el pensador contemporáneo de Sócrates que rivalizaba con sus ideas y pasó a la historia como perteneciente a la tradición de “los malos”, esto es, de los sofistas, decía que solo a través de la educación y las instituciones democráticas el Hombre podía dejar de pensar en sí mismo para pensar en términos colectivos. De esta manera decía que pasar del “yo” al “nosotros” es la clave no solo para que nuestras parejas dejen de decirnos “egoístas” sino, por sobre todas las cosas, para que exista la política.
En la antigüedad existía un término muy preciso para quienes se encerraban en su propia particularidad, en sus propios asuntos, en su “yo”. Se los llamaba “idiotas”. Con el correr de los siglos el término fue variando su significado y hoy cuando decimos “idiota” pensamos en un sinónimo de “tonto” o de alguien “con pocas luces”. Pero en su origen, el “idiota”, era el que se abocaba a la esfera de privada delegando su rol en la discusión pública, aquella en la que la comunidad decidía sus leyes y su vida como tal. Claro que entre la antigüedad y nuestros tiempos pasaron muchos siglos y cambiaron varias cosas. Así, desde la modernidad parece normal desentenderse de los temas públicos e interpretarlos como asuntos de meros administradores de un Estado que debe entrometerse lo menos posible en el goce y la persecución de nuestro plan de vida. Pero en aquel siglo V AC, en pleno florecimiento de la democracia directa ateniense en la que los asuntos públicos ya dejaban de ser asuntos exclusivos inherentes al título de nobleza, replegarse en el ámbito privado era ser un idiota.      
En palabras que se le adjudican al propio Pericles: “Un ciudadano de Atenas no abandona los asuntos públicos para ocuparse solo de su casa, y hasta aquellos de entre nosotros que tienen grandes negocios están también al corriente de las cosas de gobierno. Miramos al que rehúye el ocuparse de política, no como una persona indiferente, sino como un ciudadano peligroso (…) Es opinión nuestra que el peligro no está en la discusión, sino en la ignorancia; porque nosotros tenemos como facultad especial la de pensar antes de obrar”.
Como se puede observar en aquel pasaje representativo de una cosmovisión y una época, el choque de paradigmas es enorme más allá de que nos consideremos parte de la misma tradición occidental. Mientras en la antigüedad el peligro era el indiferente, el que delegaba, justamente, porque en ese accionar perdía la oportunidad de ser libre y afectaba a la comunidad, en la actualidad se habla de peligro cuando hay intromisión del Estado. Como muestra Hannah Arendt, libertad y política parecen separarse, o, en todo caso, el concepto de libertad se transforma y pasa a ser la antítesis del accionar político y colectivo. Así, libertad y política (como vinculada a lo Estatal) pasan a ser, desde la modernidad, conceptos en tensión. De aquí que hoy, vaya paradoja, pareciera que cuanto más alejado se está de los asuntos públicos más se cree que crece el campo (privado) de la libertad; y mientras en la antigüedad, aquel que no participaba era considerado un ignorante, en la actualidad, aquel que se desliga de las responsabilidades políticas y mira con desconfianza todo lo que atañe a “lo político” sea esto lo que sea, se cree “el más vivo del barrio”. Como ven, entre el idiota visto como ignorante y el idiota visto como aquel afectado de idiocia, hay una cierta línea que puede hacernos comprender los cambios de significado del término.        
Hecha esta breve introducción cabe interrogarse: ¿El próximo será un gobierno de los idiotas? Dicho de otra manera: ¿hay una buena parte de la sociedad argentina que es idiota y que, en tanto tal, va a elegir al idiota que mejor los represente?
Para avanzar en este aspecto hay que decir que en la Argentina hay una enorme tradición idiota que incluye a dirigentes y a individuos de distintos sectores sociales, tradiciones y pertenencias políticas. Hay idiotas de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. En los 90, por ejemplo, el peronismo se llenó de idiotas y en la actualidad los idiotas parecen haber copado el radicalismo.   A su vez, la idiotez en el sentido clásico, no solo en la Argentina, se ha naturalizado e instalado como verdad natural. En la marcha del 18F, por ejemplo, ha habido muchos idiotas, muchos que detrás del significante Nisman incluían su enojo por la reivindicación de la política, por la maximalización del Estado, por pagar impuestos para que luego se redistribuya el dinero entre los que menos tienen. La dirigencia política que asistió a la marcha es idiota también, lo cual plantea por momentos un verdadero contrasentido pues han elegido, presuntamente, la política pero pretenden ser gobierno y estar al frente de un Estado que sea mínimo; pretenden ganar la calle, ocupar el espacio público pero solo para decir que hay que despolitizarlo todo, quedarse  “adentro” y “seguros”.
Curiosa ambición la de ser los líderes de la impotencia estatal, los administradores de la profundización de la desigualdad que el mercado produce. Serán los dueños de un poder formal delegado por una mayoría idiota que quiere llevar al paroxismo su goce individual desvinculado de la esfera pública pero se enoja cuando en algún momento le tocan el culo, sea porque los bancos se quedan con su dinero, sea porque se queda sin trabajo, o privatizaron su jubilación. Son los mismos que se indignan cuando el Estado, ese que es visto como sinónimo de corrupción, no les da la cobertura que pretenden los que no quieren comprometerse con él. Particular posición la del idiota: no quiere que el Estado se entrometa pero quiere que aparezca con eficiencia cuando lo necesita; no quiere pagar impuestos pero quiere educación pública de calidad y no ver pobres en la calle; quiere cada vez obtener más ganancia pero no quiere inflación; quiere estar más seguro pero defiende las políticas que conllevan desigualdad y se queja de los planes sociales pero prefiere gastar en la militarización del barrio.         

Al actual gobierno se le podrán listar varios errores pero lo cierto es que defiende una concepción de la política distinta, más cercana a la tradición clásica, aquella que, por ejemplo Perón reivindicaba en aquel antológico discurso de 1949 que llevó el título de La Comunidad organizada. El hombre como animal político supone un nosotros esencial que choca contra el atomismo moderno y el repliegue del hombre hacia la esfera de lo privado. Esta década extendida fue entonces un quiebre en muchos sentidos y enfrentó formas de entender la política y el Estado caros a la tradición occidental. Por suerte, como pocas veces en nuestra historia, existe la posibilidad de dirimir estas miradas antagónicas en las urnas pero a contramano de lo que indicaba Protágoras, los ciclos de los gobiernos populares que traen enormes mejoras a sectores de la población castigados permitiendo la inclusión de aquellos que habían sido arrojados del sistema, paradójicamente, no tienen como consecuencia la profundización del “nosotros” en lugar del “yo”. Más bien todo lo contrario: cuanto más se mejora, más crecen los idiotas, más avanzan los “yo” en detrimento del “nosotros”, y más se abandonan los asuntos públicos en pos de la esfera privada. Parece una rueda fatal, del yo al nosotros y del nosotros al yo, casi un determinismo histórico más allá de que el gobierno todavía tiene en sus manos, sin margen de error, mostrar que eso no es así. Pero el riesgo cierto de un futuro gobierno de idiotas está a allí agazapado, deseoso, violento y, por sobre todo, interpelante.       

viernes, 20 de febrero de 2015

Sin palabras (publicado el 19/2/15 en Veintitrés)

En los tiempos en los que dicen que la globalización comunicacional ha construido un ágora virtual de igualdad en la que cualquiera puede hablar y opinar y, por tanto, todo parece ser materia digna de ser hablada y opinada, la ruptura, el quiebre profundo, la famosa grieta, es la de la palabra. No es casual pues seguramente el tiempo recordará la presidencia de Cristina Kirchner como aquella en la que se decidió encarar la disputa por la palabra con el actor emblemático y representativo de las corporaciones económicas: el grupo Clarín. De aquí que sea hasta natural que en 2015 la disputa pueda disfrazarse y hasta alternativamente dé lugar a actores corporativos nuevos, pero, en el fondo, sigue siendo la misma porque la palabra es la condición de posibilidad de la política.
Cuando se decidió avanzar con la Ley de Medios, aun hoy trabada por artilugios y complicidades entre empresarios y sectores de la justicia, se dejó en claro que la posesión de una desproporcionada cantidad de licencias tenía consecuencias evidentes para la libertad de expresión. Pero desde aquel momento, el debate fue adoptando todo tipo de aristas hasta  transformar el mapa político y cultural de la Argentina. Tomando como eje, entonces, el tema de la palabra, preguntemos ¿qué tienen en común los cacerolazos con la marcha de silencio del 18F? Tal interrogación nos muestra que lo que tienen en común no es solamente que son manifestaciones opositoras sino que, por sobre todas las cosas, son formas de renunciar a la palabra. Una lo hace a través de un repetido sonido estridente y otra a través de la ausencia de sonido. Ambas manifestaciones han decidido no hablar, es decir, hacer una manifestación (que siempre es política) renunciando a lo propio de la política. Hay, así, una ocupación del espacio público, del ámbito de lo común, en nombre del rechazo de aquello que nos permite tejer ese entramado común. No será, por cierto, ni la primera ni la última paradoja de una sociedad como la nuestra.
Pero quiero volver a ese quiebre que se da en 2008, ese quiebre que generó una intensidad única capaz de poner de manifiesto la siempre existente división de la sociedad argentina. Ese “clímax” de lo político dejó en evidencia que Laclau y Gramsci podían servir para entender algunas de las cosas que estaban pasando y que el adversario político comprendía y actuaba con eficacia sin quizás haber leído ni entendido a Laclau ni a Gramsci. Y allí conocimos la cara más obscena del poder, que es la del poder acorralado. Se trata del momento en que, de tan expuesto, el poder está vulnerable pero, a su vez, juega sus armas más letales actuando en el nivel macro pero también azuzando las violencias en el nivel micro, aquel que se presenta en cada interacción pequeña de nuestra cotidianeidades. El formato “golpe” dejó lugar al formato “desestabilización” y la batalla cultural se trasladó al fango en el que las elecciones pretenden ser el paso tan necesario como intrascendente para determinar los dueños de un poder que es meramente formal, y cualquier institución no “política” (la prensa, la economía y la “justicia”) se transformará en la encargada de legitimar gobiernos independientemente de una voluntad popular que es vista simplemente como “electorado”.     
Ese electorado, para ser funcional a su condición de invitado esporádico de la puesta en escena de la selección de autoridades que no deciden ni gobiernan, es un electorado constituido de manera tal que su función es no hablar ni realizar la otra cara de la misma moneda del hablar, esto es, el escuchar. Se trata de un electorado degradado (como lector de diario), que cuando la fiscal dice que hasta ahora no habría pruebas de la existencia de una tercera persona en la escena de la muerte de Nisman, se convence de lo contrario cuando lee una nota de tapa de Clarín que se pregunta si no es posible, entonces, que hubiera una “segunda persona” (SIC). (Ver “Caso Nisman: un informe forense descartaría que haya sido un suicidio”, Clarín, 16/2/15).
Usted se ríe, pero puede que otros hayan salido corriendo a reclamarle al seguro de su auto que no solo le cubra contra “terceros” sino también contra “segundas”. Estamos, entonces, frente al mismo electorado degradado (tan degradado como lector de diario), que no se dio cuenta que aquel mensaje de Twitter de la presidenta que se preguntaba si los chinos habían venido por el “aloz y el petlóleo”, era una ironía no dirigida a los chinos sino a aquellos que consideran que toda movilización pro gobierno la realiza gente venal, sin escrúpulos y tan barata como para ser comprada por un choripán y una coca.
Se trata de un elector/lector al que quieren confinar al estadio evolutivo del operatorio concreto, esto es, un elector/lector que no pueda salirse del aquí y del ahora, que crea que todo discurso se opone al hacer y que sea incapaz de abstracciones, de pensar, de utilizar metáforas y de hacer lecturas entrelíneas. ¿Con esto estoy diciendo que todo aquel que se oponga a este gobierno sufre de tal degradación? No, y quien haga esa lectura supurante de literalidad y vacía de matices no hará más que ubicarse inmediatamente en aquel grupo que no nuclea a todo aquel que se opone al gobierno pero es generoso en la recepción de nuevos adherentes, la mayoría, con importante espacio en medios de comunicación.
Se trata del mismo sector que ingresa en el terreno de la irritabilidad histérica y casquivana cuando de vez en cuando hay un mensaje por cadena nacional. Pues no quiere escuchar ni siquiera las razones del gobierno al que se opone. Entonces lo resuelve todo diciendo que palabra del gobierno es igual a relato y que, por lo tanto, no vale la pena escucharla pues es literatura y “nosotros queremos las cosas reales”.
Es el elector/lector que necesita que le aclaren si el que habla es K pues no sea cosa que, en una distracción, un kirchnerista lo convenza hasta poseerlo diabólicamente. Es el mismo que en una red social interpela a quien piensa distinto a él y ante alguna respuesta acaba inmediatamente en una referencia a Hitler o al fascismo cumpliendo con esa ley de Godwin que indica que en la medida en que una discusión se estira crece exponencialmente la posibilidad de una referencia al Führer que, esto lo agrego yo, lleva inmediatamente a un final de la conversación.  ¿Esto quiere decir que todo aquel que vota al oficialismo es un ser reflexivo, dispuesto al diálogo y a poner la otra mejilla siempre? No, pero lo aclaro pues ante semejante degradación de los electores/lectores, todo hay que aclararlo.  
El plan es, entonces, generar un 70% de electores que griten y no escuchen, blindar ese porcentaje para garantizarse que el oficialismo, con el candidato que sea, quede imposibilitado de arrebatarle la elección. Cualquiera de ese 70% que ose tratar de dar razones, hacer una lectura compleja, incluir un matiz, será atacado hasta el aturdimiento tanto como aquel otro 30% que parece mantenerse fiel al oficialismo.
Alcanzado este clima, lo único que queda es la unidad de la oposición, esto es, cómo encontrar cargos para que todos los opositores queden satisfechos. La parte ideológica está resuelta. No hay diferencias en ese sentido. Quién va a gobernar también es algo ya resuelto. Incluso el enemigo está clarísimo y es el kirchnerismo. Lo que resta, entonces, es la disputa por los egos y los lugares para todas las primeras líneas y las segundas y terceras que acompañaron. Ese es el lugar que se le tiene asignado a una dirigencia política opositora que ha renunciado a la política y luego se pregunta por qué tiene una profunda incapacidad para movilizar al punto de tener que decir que va a marchar pero sin bandería política. Es decir, tiene que renunciar a lo que es para poder sumarse a una marcha que supuestamente representa un clamor popular. Paradojas y otras tantas contradicciones que, como no podía ser de otro modo, nos dejan sin palabras.      


         

sábado, 14 de febrero de 2015

Lecciones de capitalismo terrenal (publicado el 12/2/15)

Ante tanta vorágine de inmediatez, vorágine que no busca otra cosa que la parálisis en el tiempo presente, me permitiré hablar de modo algo más abstracto tomando como eje algunas líneas de una obra de teatro que serán excusa para las reflexiones políticas y filosóficas que desde aquí se suelen dar. Y no voy a recurrir a las tragedias griegas tan contemporáneas que dan escalofríos o, al menos, nos llevan a pensar que existen una serie de pasiones inherentes a los hombres más allá de todo tiempo y espacio. Me voy a referir, puntualmente, a una obra de Mauricio Kartun recientemente reestrenada en Buenos Aires y que lleva como título Terrenal. No invadiré secciones de la revista ni pretendo de repente aparecer como un eximio crítico de arte así que respecto de la obra solo diré que me gustó y que, incluso, me gustó más que el ya de por sí excelente tríptico patronal (integrado por El niño argentino, Ala de criados y Salomé de chacra) que el autor había puesto en escena los últimos años. 
Como breve marco, eso sí, déjeme decir que en esta obra Kartun retoma esa especie de juego de intertexto con, en este caso, la Biblia, y Terrenal no es otra cosa que una reedición de la disputa entre Caín y Abel pero ambientada aproximadamente en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX y con la participación de un tercer personaje, Dios, con acento santiagueño e inspirado (juro que no es una broma) en Horacio Guarany.
Más allá del deseo del autor, la clásica disputa entre los dos hermanos da lugar y herramientas para problematizar varias de las principales discusiones que existen hoy en Argentina. Sobre todo la mirada acerca del capitalismo, aunque, para decirlo más preciso, refiere más al capitalista de carne y hueso que al capitalismo. Dicho de otro modo, Caín, el que, como ustedes saben, acabará matando a su hermano Abel (que en la obra aparece como un vago que trabaja los días de descanso vendiendo isoca, esto es, la larva de esos escarabajos que tienen un cuerno que los hace parecer “minirinocerontes” o “toritos”) es el arquetipo del capitalista. Y en tal descripción el capitalista no aparece, precisamente, como un astuto y ventajero hombre de negocios. Más bien todo lo contrario: es casi un “pobre” tipo que trabaja todos los días sembrando morrones y tiene bien internalizadas una serie de máximas como el respeto a la propiedad y la necesidad de ley. Así es que Caín dice cosas como “Yo no violo propiedad. Hay que respetar medianera. Sagrada privacidad” o “Padrecito patronal. Hacer capitalito y hacer familia que lo herede para que no se desparrame”. Caín se compró “un chumbo” (no se lo pidió a ningún amigo) y vive aterrorizado por la inseguridad. A su vez se jacta de ser un experto en cuantificar, como buen capitalista, y está obsesionado con que le marquen límites. La obra no ahonda en aspectos psicoanalíticos pero, todo el tiempo, el Caín capitalista le exige, a Dios, límites, como los límites de una propiedad. El capitalista necesita ley para estar seguro y hasta cuando mata a Abel implora que Dios lo castigue más por la necesidad de ley que por la culpa. Incluso podría decirse que el capitalista aparece casi como un inimputable o más bien, alguien cuya naturaleza lo lleva al destino inexorable del asesinato ante la imposibilidad de poder tolerar un hermano con un actitud distinta respecto al trabajo y enormemente flexible frente a las imposiciones de una sociedad “como Dios manda”. Mientras tanto, algunas frases disparan reflexiones interesantes como aquella en la que el capitalista establece claramente su relación con la tierra y el medio que lo rodea al afirmar que “la tengo cortita a la naturaleza”. Toda una definición moderna del afán de dominio que describe bien la relación entre el Hombre y su entorno. Otra frase muy interesante de la obra pronunciada por Caín es “No tengo muertos yo. No tengo historia. La historia comienza conmigo. Me hago a mí mismo yo”. Se trata de una suerte de síntesis perfecta del ciudadano medio o “medio pelo” que ni siquiera por maldad postula un egoísmo inconsciente desvinculado de todo lo que lo rodea y al que le faltaría agregar “yo en política no me meto”. Es el mismo que cuando le va bien manejando el taxi cree que es mérito propio y cuando le va mal cree que es culpa del gobierno. Con todo, su vida termina y empieza en él. Como el diario de todos los días que no tiene vínculo con el pasado ni conexiones: puro presente descontextualizado.
Del mismo modo que el Caín capitalista mata a Abel, en la escena anterior había matado a los escarabajos que llama “toritos” por el simple hecho de que invadían su propiedad y ponían en riesgo sus morrones, metáfora cara al pensamiento antiperonista que recuerda “Casa Tomada” de Cortázar. Una vez más: lo hace por susto y por estupidez pero actúa con la eficiencia y la banalidad de un burócrata.  
Pero lo más jugoso es la intervención de Dios. Se trata de un Dios imperfecto, jocoso, y versero que aquí se llama Tata, y deja definiciones políticas como éstas: “¿Y quién te dijo que pelear estaba mal, idiota? Pelear es ser par. El bofetón es vida. Sin choque no hay chispa. Nada se mueve sin riña”.
Frente a ello, el capitalista, que prefiere la paz en tanto es el mejor contexto para hacer negocios, replica “¿Violencia, tatita?” Y este responde: “No. Dialéctica, infeliz. La miseria no es pelear. Miseria es matar al par. El uno crece de a dos. El dos peleando es armonía. Es vuelo. El uno solo, crece monstruo. Pájaro de un ala sola”.
Ante la idea pasteurizada de democracia como diálogo y acuerdo, Dios le explica a Caín que el problema no es pelear, el problema es exactamente el contrario, esto es, la eliminación de la disputa. Sin adversario no hay mayor tranquilidad ni progreso. Hay una paz de los cementerios, autoritarismo y, como se indica en la obra, una vez más con guiños a la Biblia (y por qué no a la historia argentina reciente), un genocidio.  
Para finalizar, un Caín desconsolado le pregunta a Dios por máximas tales como “ganarás el pan con el sudor de tu frente” pero Dios se desentiende de esa autoría para afirmar: “[Es] un eslogan de ustedes. Simios… [ustedes] los hacen y [ustedes] se [los] venden. (…) Yo solo escribo las músicas, pelele. Notas para hacer bailar. ¡Pulsos! ¡Latidos! ¿Para qué mierda sirve la letra? Para distraer el baile (…) Yo música pura. La música del universo. Yo concierto. Las letras las encajan los monos”.

Tata le enseña a Caín que los monos (los hombres), creyendo dar contenido al plan de Dios no hacen más que tergiversarlo y separar la unidad original, lo común. Pero Caín no logra comprender y sigue exigiendo ley, un límite, seguridad jurídica, para decirlo en los términos de moda. Frente a tal exigencia Dios responde de una manera que bien vale un cierre de esta nota: “Amarás más a los inmuebles que a los hombres. Y llevarás adentro el peor de los castigos que alguien pueda llevar. Pero el peor de todos: no querrás que te vaya mejor. Querrás que a los otros les vaya peor”.

sábado, 7 de febrero de 2015

Syriza, Podemos y el faro latinoamericano (publicado el 5/2/15 en Veintitrés)

Les podría hablar del triunfo de Syriza en Grecia y la multitudinaria marcha de Podemos en La Puerta del Sol y sin embargo, simplemente, tomaré esos dos hechos como excusa para otro tipo de reflexión. Claro está que se trata de una decisión subjetiva, hasta, quizás, caprichosa, que no busca minimizar lo ocurrido. Es más, déjeme comenzar diciendo que lo que ha sucedido en Grecia puede transformarse en el principio de un cambio que acabe poniendo en tela de juicio el camino que ha llevado adelante la Unión Europea. No será fácil pues Grecia no es “de los grandes” pero en la convicción y la capacidad negociadora de sus dirigentes estará la clave. Syriza, como partido, ha dejado en claro que no pretende abandonar la zona Euro pero para seguir perteneciendo pondrá límites. La situación es paradójica pero es parecida a la de la Argentina post default ya que en ese preciso momento nuestro país pasó de ser el que negociaba en condiciones de debilidad a ser el que, al grito de “los muertos no pagan”, logró una quita de dos tercios de la deuda que fue aceptada por todos los acreedores salvo los fondos buitre. Es que la soga aprieta solo para el que está vivo.
En el terreno de las comparaciones, la relación entre deuda y PBI de Grecia es similar a la que tenía Argentina antes del 2001 pero las diferencias son importantes pues Grecia no tiene el potencial de recursos que sí tenía la Argentina y porque la decisión de romper con la, llamada eufemísticamente, política de “austeridad”, choca contra las restricciones que la Troika impone a cualquier plan económico mínimamente autónomo. Pues recuérdese que los países europeos no tienen estrictamente un plan de convertibilidad sino algo bastante peor: están presos de una serie de decisiones económicas que los trasciende y que es tomada por el FMI, el Banco Europeo y la Comisión Europea al servicio del principal beneficiario, esto es, Alemania. Por ello es que pese a las enormes presiones del capital transnacional y los organismos de crédito, en Argentina, acabar con la convertibilidad era una decisión propia que, en principio, solo afectaba a los argentinos. En Grecia, en cambio, la situación es distinta y solo puede ser efectivizada abandonando la Zona, decisión que no estará exenta de dificultades y que tendrá a los ajusticiadores del neoliberalismo dispuestos a un castigo ejemplificador. Mientras tanto, a días de asumir, Syriza paró el avance de la privatización del sector eléctrico y brindó el servicio gratuito a más de 300.000 hogares. Además, comenzó con el proceso de reapertura de la TV pública insólitamente cerrada por el gobierno saliente en tanto mero “gasto”, y subió el salario mínimo tal como había prometido en campaña.  
Pero el triunfo de Syriza envalentonó al pujante movimiento español Podemos, con amplio crecimiento en las encuestas en detrimento del bipartidismo tradicional. Surgidos del “15 M”, aunque habiendo comprendido que la lógica asamblearia y antipolítica no conducía a nada, Podemos llenó la Puerta del Sol y replicó su convocatoria en distintos países, incluso Argentina. Las cabezas visibles de este movimiento distan mucho del perfil dirigencial de, por ejemplo, un referente peronista del conurbano. Más bien se trata de jóvenes universitarios que están tratando de surfear un fenómeno cuyo crecimiento exponencial implica, sin duda, un enorme desafío para ellos y que será cada vez más grande en la medida en que las posibilidades de triunfo sean ciertas. Los referentes de Podemos han seguido de cerca lo hecho en la última década en Argentina y en el resto de Latinoamérica al punto de que la derecha casquivana les ha cargado el mote de “populistas chavistas” para escándalo de las empresas españolas que vinieron a Latinoamérica a hacerse su agosto en plena euforia del populismo neoliberal. Y, en tanto académicos, les endilgan haber leído (y hasta, incluso, entendido) a Ernesto Laclau. Asimismo, Alexis Tsipras, el flamante presidente de Grecia también visitó nuestro país y declaró estar interesado especialmente en las políticas que llevó adelante la Argentina y el modo en que se renegoció la deuda soberana. De hecho, habló de ir hacia una latinoamericanización del sur de Europa en lo que respecta a las políticas a adoptar pues, claro, de lo que se trata es de recuperar la autoridad del Estado y la autonomía.   
Ahora bien, al principio le indicaba que quería tomar estos dos hechos para una reflexión que los trascienda, una reflexión dirigida a ciertos sectores que ven con simpatía lo que pasa allí, en estos países de Europa. Me refiero a cierto progresismo argentino kirchnerista de “baja intensidad” o “portador sano” que se siente interpelado por algunas de las transformaciones culturales que se han dado en los últimos años. Sí, ese progresismo que habla de Tomás Piketty no solo porque pueda decir cosas interesantes sino, antes que nada, porque es francés y porque leyó a Marx. Gozan de cierta afectación, leen los diarios que hay que leer, y están excitadísimos con lo que sucede en Grecia y en España sobre todo porque sucede en Europa y porque a pesar de sentirse vanguardia cultural siguen creyendo que las nuevas ideas vienen del viejo continente. Se trata del progresismo bienpensante al que cuando se le hace una crítica como ésta rápidamente activa el alerta de un desliz nacionalista y sigue sin comprender que, como nunca antes en la historia, intelectuales y referentes políticos progresistas y de izquierda europeos, están mirando con entusiasmo lo que viene sucediendo en Latinoamérica, simplemente, porque  consideran que Europa es hoy la balsa sin rumbo o, para peor, la balsa con un rumbo otrora harto transitado por nuestra región, esto es, el del ajuste y el de la destrucción del Estado de Bienestar. Por ello es que Latinoamérica, en tiempos políticos, está 15 años adelante que Europa y hoy es un faro intelectual y la referencia donde ir a buscar al menos algunas respuestas que planteen una alternativa a un rumbo que es presentado como inexorable y es solo una decisión política y económica realizada por actores de carne y hueso detrás de la virtualidad de la especulación financiera.
Por nuestra historia cultural, es entendible que a los Latinoamericanos nos cueste darnos cuenta del rol que ocupamos hoy, política e intelectualmente hablando, pero no deja de causar desasosiego e indignación que las antiguas y las nuevas camadas de pensadores, no solo mediáticos sino, especialmente, universitarios, transiten obedientes su rol de colonizados culturales postrándose ante cualquier publicación sajona firmada por un apellido sajón o ante la posibilidad de poder pronunciar en francés o alemán el título de un posgrado obtenido gracias al apoyo económico del Estado argentino. De tanto leer arriba de la balsa no se dieron cuenta que hace ya algunos años que están sentados en el faro que está lejos de estar quieto y tiene todo tipo de turbulencias, pero que no deja de alumbrar. Debe ser porque pensar desde allí es incómodo, implica responsabilidad y se hace a la intemperie, sin citas y con una nueva bibliografía que, en la mayoría de los casos, está escrita en nuestro idioma.         

            

lunes, 2 de febrero de 2015

Encuesta para tesis sobre incidencia política de blogs

Amigos: como parte de su tesis de doctorado, un compañero de Valencia, España, está estudiando la incidencia política de los blogs en países como Argentina y éste ha sido uno de los espacios elegidos. Lo que me pidió es que los lectores que lo deseen contesten una breve encuesta anónima que llevará unos 8 minutos aproximadamente.
Aquí les dejo el link para la encuesta.

Quienes tengan un rato y pudieran contestar le serán de ayuda.