Un fantasma recorre Latinoamérica pero no es el del comunismo
sino el fantasma de la reacción. Sucedió hace algunos años con Bolsonaro en
Brasil y empieza a suceder en el resto de los países tal como había sucedido en
Estados Unidos con Trump y en buena parte de Europa. Hay una reacción y se la
suele catalogar de “conservadora”, “ultraconservadora”, “populista”, “populista
de derecha”, “fascista”, etc. para de esa manera abonar el pánico moral
biempensante. Cada caso merecería un análisis particular pero en general se
trata de irrupciones de personajes carismáticos, outsiders de la política, moralmente conservadores, que emergen
meteóricamente por la crisis de representación y el hartazgo frente a partidos
tradicionales que no dan respuestas, si bien su enemigo predilecto es una
izquierda arcoíris e identitaria que ha sepultado a su sujeto histórico para
intentar abrazar una suma infinita de reivindicaciones minoritarias.
Sin ir más lejos, días atrás se celebró la primera vuelta de
las elecciones en Chile cuyo resultado determinó que el conservador José
Antonio Kast con el 28%, y el izquierdista Gabriel Boric con el 26% resuelvan
la elección en un balotaje. Quienes hasta hace unos meses querían hacernos
creer que un “Nuevo Chile” se había establecido a partir de las protestas
sociales de 2019 originadas por el aumento del boleto de metro, no revisan sus
pronósticos sino que se dedican a asustar diciendo que viene el Cuco. Y
efectivamente vino. Pero antes que el susto y la indignación siempre es mejor
tratar de comprender “la reacción”. No se trata de “la irrupción del mal” en sí
sino de una respuesta a, en el caso de Chile, propuestas de centro derecha y
centro izquierda que en general se parecen demasiado. Así, aun cuando los
sistemas presidencialistas con balotaje estén diseñados de modo tal que sea
prácticamente imposible que una opción radical alcance la presidencia, lo
cierto es que el caso Bolsonaro y el caso Trump (donde el balotaje se da de
hecho porque compiten solo dos fuerzas importantes) ha demostrado que el diseño
institucional no alcanza. De repente entonces el cuento que mostraba una
continuidad entre el conflicto social de 2019 y la creación de una asamblea
constitucional presidida por una líder mapuche, choca con una elección en la
que se eligió a Kast, un hijo de inmigrantes alemanes que se afincaron en la
zona de Paine, padre de nueve hijos e hijo de un soldado alemán que fue
convocado para formar parte del ejército nazi. Kast defiende “valores de la
familia” frente al “lobby LGBT y los pro-aborto”, políticas restrictivas frente
al ingreso de la inmigración ilegal (especialmente contra bolivianos y
venezolanos), un programa liberal en lo económico y sobre todo el
restablecimiento del orden social hacia dentro y en las fronteras. En este
último punto, Kast, el candidato que afirma que a diferencia de lo que sucede
en Cuba, Venezuela o Nicaragua, de la dictadura en Chile se salió con
elecciones democráticas, sienta posición en el conflicto por las tierras con la
comunidad indígena mapuche. De hecho, donde está el eje del conflicto, en la
región de la Araucanía, sur de Chile, Kast se hizo enormemente fuerte y obtuvo el
42% de los votos. También estuvo por encima de su promedio (que baja en la
capital Santiago) en la región de Tarapacá, zona norte del país, donde hay
conflictos por la inmigración de ciudadanos de países vecinos.
Con mucho menor peso político, al menos por ahora, un caso
análogo se registró en las elecciones realizadas en Argentina el último 14 de
noviembre. Allí no fueron presidenciales sino legislativas pero irrumpió desde
la nada la figura del economista Javier Milei quien ingresó como diputado
nacional tras obtener el 17% de los votos en la Ciudad de Buenos Aires. Si bien
quedó tercero detrás de la coalición de centro derecha que obtuvo un 48% y la
coalición de centro izquierda que obtuvo un 25%, lo curioso es que Milei llegó
a ese porcentaje sin ningún tipo de estructura política y haciéndose conocido
por un estilo confrontativo, radicalizado y extravagante: por momentos parece
una estrella de rock, se reivindica anarcocapitalista defendiendo un
libertarismo a ultranza que entre otras cosas llama a quemar el Banco Central
para que los populistas dejen de emitir billetes, y, amenaza acabar con la “casta
política”.
¿Es Milei un fenómeno de viejos avinagrados pertenecientes a
clases altas de los grandes centros urbanos? No. De hecho, su mayor caudal de
votos lo obtuvo gracias al voto joven y es sorprendente cómo muchos de quienes
lo circundan son influencers e youtubers que suben videos que tienen
millones de visualizaciones donde su principal adversario es la cultura
progresista. Si la experiencia del peronismo kirchnerista entre 2003 y 2015
había encolumnado a miles de jóvenes detrás de la idea de que la salida era
comunitaria y que el héroe debía ser colectivo, hoy buena parte de la juventud
argentina, harta de la crisis y del “No
future”, se pone la careta del Joker,
y encuentra en el discurso individualista y anticasta política una bandera de
rebeldía frente al progresismo de la corrección política que pretende
establecer cambios de arriba hacia abajo de la mano de tecnócratas sociales. Es
más, Milei estuvo por encima de su promedio en las comunas más pobres de la
ciudad de Buenos Aires y por debajo de su promedio en las comunas de “clase
media ilustrada”. Esto significa que, como ha sucedido en otras partes del
mundo, hay un discurso de derecha que está interpelando a las mayorías,
especialmente sectores de trabajadores precarizados, que observan que la agenda
de la izquierda ya no los tiene en cuenta porque ante el reclamo de progreso,
seguridad, futuro y mejores condiciones laborales la única respuesta que se
ofrece es mayor deconstrucción.
Si bien el caso de Milei en particular es asombrosamente popular
entre los más jóvenes, a tal punto que es capaz de convocar cientos de ellos en
encuentros en plazas para hablar de los principios económicos de la Escuela
económica austríaca, me permitiría decir que la sociedad argentina no ha
devenido anarcocapitalista o minarquista (como le gusta calificarse al propio
Milei en todas sus intervenciones) sino que es su discurso anticasta política y
sus características personales las que resultan más atractivas para una porción
del electorado. Con todo, es verdad que, al menos en Argentina, el episodio
pandémico fue el caldo de cultivo para que ese tipo de discurso se esparciese. Es
que en un país que no crece hace 10 años y que continúa con la inflación del
50% anual que legó el gobierno de centro derecha liberal de Macri, las medidas
de restricción de la circulación hicieron que la economía cayera 10% en 2020
pero, sobre todo, crearon una sensación de que los empleados públicos que
podían quedarse en casa eran privilegiados. A esto cabe agregar que el actual gobierno
socialdemócrata con un núcleo duro peronista como centro, no hizo lo suficiente
para ayudar a quienes más padecieron y sobre todo a aquellos sectores medios
formales e informales que tuvieron que salir a trabajar poniendo en riesgo la
vida.
En un clima político tan cambiante, es imposible pronosticar.
En el caso de Chile, la elección está cabeza a cabeza y entre los perdedores
hay candidatos de derecha y de izquierda cuyos votos pueden ir hacia un lado o
hacia el otro. Será un final cerrado. En el caso de Argentina, el futuro de
Milei, tercero en la ciudad capital que cuenta con 3 millones de habitantes
sobre un total de 45 millones, resulta todavía mucho más difuso de cara a las
elecciones presidenciales de 2023. En todo caso, la única vía posible para que
Milei tenga posibilidades ciertas de hacerse con un cargo de peso en dos años
está atada a la interna de la coalición de centro derecha que hasta hace dos
años lideraba Mauricio Macri y que tiene sectores de una derecha que va más
hacia el centro y una derecha que comienza a radicalizarse. Pero hablar de esto
ahora es pura especulación. Lo importante es que, más allá de una elección o un
resultado circunstancial, cada sociedad, casi de manera calcada, está girando
hacia posiciones reaccionarias en el sentido estricto del término, esto es,
está reaccionando contra algo. Que la reacción sea monstruosa y por momentos
asuste, antes que generar pánico o indignación, debería hacernos replantear la
magnitud de la monstruosidad contra la que se está reaccionando. Algo se debe
estar haciendo mal para que las mayorías hoy se sientan representadas por estas
perspectivas. En vez de enojarse, cancelar, subestimar o catalogar como
“fascismo”, aun cuando muchas veces anide en estas opciones algún germen de
aquéllo, más bien cabría preguntarse qué es lo que está haciendo que las
opciones que van desde la centro derecha a la centro izquierda carezcan de
programas que representen a las mayorías. Si la vieja máxima marxiana decía que
había que dejar de interpretar el mundo y transformarlo de una vez, hoy no
vendría mal hacer lo contrario y pedirle a las elites que imponen sus
transformaciones, en muchos casos detrás de buenas causas pero de manera
fuertemente autoritaria, una mínima reflexión que les permita, antes, entender
e interpretar correctamente el mundo que pretenden transformar. De lo
contrario, quien se sorprenda ante las reacciones habidas y por haber será, en
el mejor de los casos, cándido, y, en el peor de los casos, cómplice.