Probablemente de manera algo apresurada, sectores afines al kirchnerismo dejaron entrever que la Semana de Mayo expuso en una misma escena y casi cuerpo a cuerpo las “dos Argentinas”: la de la 9 de julio y la del Colón. Si bien esto no es del todo falso, esta línea dicotómica presentó de manera algo carente de matices, una disputa entre “el pueblo”, entidad difícilmente definible pero que parece no poder prescindir de características tales como cantidad, pobreza y espontaneidad, y “la gente” entendida como la sociedad civil clasemediera, cuyos principales representantes no están en la Política sino en los Medios de comunicación.
Pero del otro lado también tenemos perspectivas conocidas. Por ello no debió sorprender que la aglomeración de una aristocracia tilinga que, comparativamente con la del centenario, posee fortunas en alza pero glamour devaluado, fuera vista como el espacio armónico de la Argentina de la concordia. Sin embargo, entre estas últimas interpretaciones trilladas creo entrever un sutil cambio en cuanto al tipo de interlocutor al que se dirige el discurso.
En otras palabras, las principales plumas de los Medios hegemónicos dejaron en claro que, de existir la “Argentina de la 9 de julio” y la “Argentina del Colón” tomarían partido por esta última. En efecto, todos sabemos que estos editorialistas, a la hora de elegir entre aquellos que sueñan tener “un techo propio” y aquellos que sueñan “un piso propio” (sobre Libertador), se inclinarán por estos últimos casi como una consecuencia natural, quizás, de clase. Pero como pocas veces le han otorgado al gobierno el beneficio de ser popular para luego esputarle con desparpajo el desprecio hacia todo lo que venga “de abajo”. Curiosamente, esta vez, la polarización, marca característica de los K y que algunos insólitamente atribuyen al influjo del filósofo alemán Carl Schmitt con su lógica amigo-enemigo, provino de los heraldos del consenso y los buenos modales. Polarización que puede costarles el descrédito frente a los sectores moderados de la sociedad.
Para entender este cambio no puede obviarse la variable electoral que muestra a la oposición cayendo estrepitosamente. En este sentido, la línea de los actores políticos de derecha no difiere de la doxa de los editorialistas de Clarín, La Nación o Perfil. En todos los casos, parecen inclinarse ahora hacia el interlocutor radicalizado pues, ¿no es esto lo que hace Macri cuando privilegia a la farándula vernácula y elige a Canal 13 para que transmita la Gala del Colón? En esta misma línea ¿no podrían explicarse los dichos de Sanz acerca de la Asignación Universal como un mensaje dirigido a quienes rechazan visceralmente todo lo que huela a popular? ¿No es esto mismo lo que hace Morales Solá cuando queda preso del odio que exige la tribuna monstruosa que ayudó a construir? ¿O a quién se está dirigiendo Pepe Eliaschev con su arrogancia cuasi lugoniana?
Ahora bien, esta nueva dirección del discurso es una estrategia defensiva: la utilizó Kirchner cuando prefirió cerrar filas al interior del aparato justicialista y ahora la utilizan los opositores recalcitrantes en la medida en que todos “sus” candidatos van cayendo en desgracia por inútiles, por riesgo a ir presos, por ser colombianos o por tener el don de la adivinación pero no el del apoyo popular. Y aquí vuelve la metáfora pues quienes antes peleaban por alcanzar el techo en las encuestas, ahora radicalizan el discurso para granjearse un humilde piso que les permita acceder a un indigno segundo puesto con riesgo de quedar huérfano de ballotage. Distinto parece ser ahora el horizonte K y mucho dependerá de la lectura que haga de los últimos acontecimientos puesto que si bien las millones de personas que desfilaron por la 9 de julio no necesariamente apoyan al gobierno, también es cierto que probablemente ninguno de ellos sea rabiosamente anti kirchnerista. En este sentido, el gobierno se encuentra frente a un fenómeno de movilización en el espacio público que lo trasciende. Quizás el desafío sea, entonces, tomar nota que en el contexto de repliegue de la oposición sobre sus banderas más reaccionarias, el kirchnerismo, si es que apunta a alcanzar un techo que supere el 40 porciento, no tendrá otra alternativa que salir del piso justicialista y buscar apoyo en buena parte de esa ciudadanía que en la semana de Mayo mostró ser una masa heterogénea de subjetividades a la intemperie.
Pero del otro lado también tenemos perspectivas conocidas. Por ello no debió sorprender que la aglomeración de una aristocracia tilinga que, comparativamente con la del centenario, posee fortunas en alza pero glamour devaluado, fuera vista como el espacio armónico de la Argentina de la concordia. Sin embargo, entre estas últimas interpretaciones trilladas creo entrever un sutil cambio en cuanto al tipo de interlocutor al que se dirige el discurso.
En otras palabras, las principales plumas de los Medios hegemónicos dejaron en claro que, de existir la “Argentina de la 9 de julio” y la “Argentina del Colón” tomarían partido por esta última. En efecto, todos sabemos que estos editorialistas, a la hora de elegir entre aquellos que sueñan tener “un techo propio” y aquellos que sueñan “un piso propio” (sobre Libertador), se inclinarán por estos últimos casi como una consecuencia natural, quizás, de clase. Pero como pocas veces le han otorgado al gobierno el beneficio de ser popular para luego esputarle con desparpajo el desprecio hacia todo lo que venga “de abajo”. Curiosamente, esta vez, la polarización, marca característica de los K y que algunos insólitamente atribuyen al influjo del filósofo alemán Carl Schmitt con su lógica amigo-enemigo, provino de los heraldos del consenso y los buenos modales. Polarización que puede costarles el descrédito frente a los sectores moderados de la sociedad.
Para entender este cambio no puede obviarse la variable electoral que muestra a la oposición cayendo estrepitosamente. En este sentido, la línea de los actores políticos de derecha no difiere de la doxa de los editorialistas de Clarín, La Nación o Perfil. En todos los casos, parecen inclinarse ahora hacia el interlocutor radicalizado pues, ¿no es esto lo que hace Macri cuando privilegia a la farándula vernácula y elige a Canal 13 para que transmita la Gala del Colón? En esta misma línea ¿no podrían explicarse los dichos de Sanz acerca de la Asignación Universal como un mensaje dirigido a quienes rechazan visceralmente todo lo que huela a popular? ¿No es esto mismo lo que hace Morales Solá cuando queda preso del odio que exige la tribuna monstruosa que ayudó a construir? ¿O a quién se está dirigiendo Pepe Eliaschev con su arrogancia cuasi lugoniana?
Ahora bien, esta nueva dirección del discurso es una estrategia defensiva: la utilizó Kirchner cuando prefirió cerrar filas al interior del aparato justicialista y ahora la utilizan los opositores recalcitrantes en la medida en que todos “sus” candidatos van cayendo en desgracia por inútiles, por riesgo a ir presos, por ser colombianos o por tener el don de la adivinación pero no el del apoyo popular. Y aquí vuelve la metáfora pues quienes antes peleaban por alcanzar el techo en las encuestas, ahora radicalizan el discurso para granjearse un humilde piso que les permita acceder a un indigno segundo puesto con riesgo de quedar huérfano de ballotage. Distinto parece ser ahora el horizonte K y mucho dependerá de la lectura que haga de los últimos acontecimientos puesto que si bien las millones de personas que desfilaron por la 9 de julio no necesariamente apoyan al gobierno, también es cierto que probablemente ninguno de ellos sea rabiosamente anti kirchnerista. En este sentido, el gobierno se encuentra frente a un fenómeno de movilización en el espacio público que lo trasciende. Quizás el desafío sea, entonces, tomar nota que en el contexto de repliegue de la oposición sobre sus banderas más reaccionarias, el kirchnerismo, si es que apunta a alcanzar un techo que supere el 40 porciento, no tendrá otra alternativa que salir del piso justicialista y buscar apoyo en buena parte de esa ciudadanía que en la semana de Mayo mostró ser una masa heterogénea de subjetividades a la intemperie.