Una de las discusiones que se da
al interior del oficialismo es cómo encarar estas últimas dos semanas de
campaña. La situación es verdaderamente difícil tomando en cuenta que el que
asoma como favorito ahora es Macri y, como suele suceder en el fútbol, cuando
estás obligado a atacar te descuidas y cometes errores.
La idea del “ataque” no debe
tomarse en sentido literal pero es claro que estamos viendo a un Scioli que ha
dejado el rol de “pared impenetrable” que rebotaba con solvencia todo tipo de
interrogación periodística, para transformarse en el candidato que busca interpelar
a un adversario cuya línea discursiva es la “autoayuda chic”. Será difícil para el gobernador de Buenos Aires porque,
guste o no, el kirchnerismo más duro es el que mejor se mueve en la
confrontación pero, a su vez, se percibe un clima de desgaste de la lógica
confrontativa. Si tal desgaste se produjo por la instalación en la opinión
pública del mantra de la democracia como diálogo y consenso poco importa pero
lo cierto es que existen sectores de la población que es necesario seducir y están
recelosos de los presuntos malos modales k.
Con todo, lo cierto es que
después de la primera vuelta la campaña del oficialismo parece algo desordenada
y la presidente parece ir por su carril, Scioli por el propio, y la militancia
no orgánica, o más o menos orgánica, por otro. A tan pocos días de la elección
el desorden no parece el mejor camino y se cae en lo que, desde mi punto de
vista, son errores, más allá de tener las mejores intenciones. Me refiero a que
identificar a Macri con la dictadura es algo que no solo no trae votos sino que
es falso más allá de que buena parte de ese minoritario sector de argentinos
que defiende las leyes de impunidad apoya al expresidente de Boca y que su plan
económico sea similar al de Martínez de Hoz. Pero Macri no es Videla. Del mismo
modo, tampoco se deben seguir convocando movilizaciones arrogándose la potestad
del amor como si del otro lado solo hubiera odio.
Sin embargo, puede que ese
desorden acabe siendo beneficioso pues, finalmente, CFK dirige sus discursos a
“su tropa”, es decir, encolumna a los convencidos que no han militando como si
lo estuvieran, Scioli busca seducir “por el centro” y la militancia no orgánica
busca traer los votos que se puedan pero, por sobre todo, busca aparecer como
ejemplo del compromiso frente al votante indolentemente progresista de grandes
centro urbanos que susurrando “da lo mismo”, se garantiza la cómoda indignación
de la cacerola que utilizará en el futuro. Todo eso, quizás, pueda confluir. Si
alcanza o no es otra cosa pero si nada de esto se hiciese seguro que no
alcanzaría.
A su vez, cuando usted lea esta
nota se estará a pocos días del debate organizado por una ONG y que, se espera,
esta vez, sea transmitido por varios canales incluida la TV pública. Quien
sigue mis columnas sabe que si el dilema es entre que haya o no debate yo
siempre preferiré que haya pero de ahí a suponer que ese evento es esencial
para la democracia y la república hay un salto (al vacío). De hecho, tanto el
debate en el que participaron 5 de los 6 candidatos como éste, acaban siendo
funcionales a instituciones y símbolos que, desde mi punto de vista, debilitan
nuestro sistema democrático. Me refiero a que el hecho de que el debate se
realice en la Facultad de Derecho abona la idea de que el derecho y los
abogados están por encima del Estado, la política y nuestros representantes; y
el hecho de que sea organizado por varias ONG y moderado por periodistas
legitima a éstos como neutrales guardianes morales de la República y heraldos
de la voz de la sociedad civil. Con todo, la mejor razón frente a mis
argumentos la obtuve de Carlos Zannini cuando en un reportaje tuve la
posibilidad de interrogarlo acerca de las razones por las que Daniel Scioli
había faltado al primer debate. Y su respuesta fue clara: “El debate es una
cuestión táctica. Se concurre o no de acuerdo a la conveniencia”.
Evidentemente, un Scioli ganador en primera vuelta no encontraba razones
tácticas para asistir. Hoy la situación es otra máxime cuando el votante al que
se busca seducir puede ser alguien que cree que en este tipo de debates se
puede dirimir el buen o mal gobierno. Si alguien apresuradamente pudiera decir
que Scioli no tiene convicciones republicanas pues solo asiste si le conviene
cabe aclarar que tampoco parece del todo republicano haber vetado más de 100
leyes como Jefe de Gobierno de la Ciudad y que, hace apenas algunos meses, el
candidato PRO, Horacio Rodrírguez Larreta, se negó a debatir. Y lo hizo,
claramente, porque iba ganando, es decir, por razones tácticas.
Más allá de esto, lo interesante
es que Macri puede alcanzar la presidencia en un contexto de hegemonía cultural
del kirchnerismo o, al menos, de consenso bastante expandido respecto de lo
beneficioso que han resultado algunas políticas. La mejor prueba de ello es que
el candidato del PRO tiene que desdecirse de todo lo que siempre dijo respecto
de planes sociales, soberanía energética, fondos previsionales, Aerolíneas
Argentinas y ampliación de derechos como fertilización asistida o matrimonio
igualitario. ¿Qué es entonces lo que elegiría la ciudadanía? ¿Por qué no se
inclina por el continuador de estas políticas? ¿Fantaseará con que se puede tener
lo mismo pero con los presuntos buenos modales de la “gente bien”? Puede que así
lo crea y, si es así, sería una tontería que el kirchnerismo no revisara sus
modos pues, justamente, los kirchneristas entenderán que lo que importa son las
conquistas obtenidas.
De hecho el último spot de Scioli
va en esta dirección cuando afirma: "Yo sé que algunos están enojados.
Pero no creo que estén enojados con la asignación universal para sus hijos, ni
con las notebooks que recibe cada estudiante en las escuelas, ni con las casas
del PRO.CRE.AR, ni haber recuperado YPF, Aerolíneas, nuestros ferrocarriles, y
muchos logros más. Quizás estén enojados con las peleas, pero conmigo es
distinto, yo soy un hombre de diálogo como ya lo demostré en mi vida. Moderado
y pacífico. Pero decidido. Yo puedo darte a vos el cambio que esperas, pero sin
los riesgos del pasado". Se trata de un texto que expresa un diagnóstico
claro: las conquistas son valoradas incluso por aquellos que no nos votaron y
si no nos eligieron fue por el clima de disputa y tensión que vive la Argentina
al menos desde el conflicto con las patronales del campo. Asimismo, a vos, que
por reflexión o moda crees que hace falta un cambio, te digo, yo, Scioli, que
soy distinto y que si la opción es por el cambio puedo ser tu vehículo.
Por último, claramente, la
referencia al pasado refiere a la relación entre el PRO y el neoliberalismo que
llevó a la crisis del 2001. Como hemos elogiado en esta columna a Durán Barba,
elogiemos ahora a los publicistas del sciolismo porque han logrado sintetizar
en pocas frases el eje principal que puede permitir acercar posiciones con
aquellos electores que se inclinaron por otras opciones.
Sin embargo, algunos dicen que ya
es tarde. Incluso hablan de clima de cambio de época, algo que ha sido bastante
ostensible en varios municipios de la Provincia de Buenos Aires. Yo dejaría
abierta la posibilidad, pero puede ser que tengan razón más allá de que ese
cambio de época no se hubiera trasladado a las urnas si el oficialismo no hubiera
cometido sendos errores de estrategia electoral, en especial, en la mencionada
Provincia de Buenos Aires.
Así, para finalizar, quizás el
kirchnerismo quede preso de una enorme paradoja pues, por un lado, el hecho de
que se hayan naturalizado las conquistas de la última larga década garantiza
que un eventual gobierno de derecha tendrá enormes resistencias sociales si
pretende avanzar sobre el piso alto de reivindicaciones y derechos; pero, por
otro lado, esa misma naturalización, ese pensar que lo que se tiene es algo
dado e inconmovible, generó una autonomización de esas conquistas respecto al
origen histórico de las mismas. Dicho con más simpleza: sectores de la
población pasan por alto que las posibilidades que han obtenido en esta última
década se debieron no solo al esfuerzo personal sino a decisiones políticas y a
políticas públicas llevadas adelante por una presidenta y un gobierno al que,
por supuesto, se le pueden adjudicar caprichos, errores, desgastes y
contradicciones. Es más, hasta se puede decir que ha sido un gobierno que ha
equivocado varias veces sus candidatos y sus armados territoriales
privilegiando inmerecidamente a algunos y maltratando a referentes políticos y
sociales con cercanía ideológica que terminaron patéticamente, eso hay que
decirlo también, “del otro lado”. Entonces, claro que podemos tener un gobierno
mejor pero también podemos tener un gobierno peor que no será el que tenga
peores modales sino el que te hará perder buena parte de las conquistas
alcanzadas en los últimos doce años.