El triunfo de Macri marca un giro
abrupto en relación con la administración que gobernó el país los últimos 12
años. Evidentemente, el intento del gobierno de instalar que aquí se jugaban
dos modelos de país no penetró lo suficiente y primó la propuesta macrista de una
política new age, sin conflicto. ¿Ha
sido el triunfo de las formas por sobre el contenido? En un sentido sí y prueba
de ello podría estar en ese 24% que votó a Macri en la primera vuelta pues ese
parece ser el número del electorado ideologizado que se opone fervientemente al
modelo nacional y popular (a tal punto que 24% también había sido el porcentaje
obtenido por Menem en 2003). El otro 27% que sumó Macri desde aquel agosto a
este noviembre parece más bien un voto volátil que en buena parte está de
acuerdo con las conquistas del kirchnerismo pero le molestan algunos aspectos
puntuales y las formas. Decir eso no implica ningún juicio de valor, por cierto.
Solo intento marcar que los ideólogos lograron ganar gracias a un voto
desideologizado (que también existe en un porcentaje de los que apoyan al FPV,
claro) entendible, en buena medida, por la campaña del terror que se impuso en
la opinión pública, desde 2008, hacia todo lo que sea kirchnerista. Y cuando se
logra instalar una negatividad, que en muchos casos, hasta es inexplicable para
el propio sujeto, es muy difícil torcer la voluntad. Algo parecido había
sucedido con Menem: en 2003 el riojano ganó la primera vuelta pero sabía que el
70% lo rechazaría en una segunda. ¿El rechazo era hacia él o hacia su modelo? Era
hacía él porque si López Murphy hubiera desplazado a Kirchner del segundo
puesto, habría obtenido el 70% de los votos defendiendo el mismo modelo económico
que Menem. Aquí sucede algo parecido: si tuviéramos una votación en abstracto
entre “el modelo nacional y popular” y “el modelo neoliberal”, hoy en día, una
mayoría amplia se inclinaría por el primero. No hay por qué vanagloriarse de
ello pues el recibir el apoyo de más o menos gente no acerca a ese modelo a la
verdad ni pertenecer circunstancialmente a una mayoría debe ser motivo de
orgullo necesariamente. Se trata simplemente de describir un clima de época.
Sin embargo, los ideólogos que
instalaron que lo importante eran las formas (cuando lo que les importaba era
realmente el contenido), ahora van por la sustancia del asunto, tal como lo
demuestra el editorial de La Nación
del lunes 23/11 instando al próximo gobierno a acabar con los juicios de lesa
humanidad contra los genocidas. Porque como estrategia política entendieron que
había ganar como fuera pero a nadie le gusta ganar mostrándose como lo que no
es ya que las ideas forman parte de nuestra identidad y en política eso juega
un rol central. En otras palabras, hay tipos que gracias a su cinismo pueden
hacer cualquier cosa para triunfar pero no quieren llegar al poder y ejercerlo
disfrazados; tienen la necesidad existencial de demostrar que han triunfado sus
ideas por más que no haya sido el caso. Es un tema personal y como sabemos, lo
personal es político, a tal punto que van a intentar convencernos de que lo que
triunfó fueron las ideas conservadoras que siempre han defendido cuando lo que
sucedió fue la confluencia de un sinfín de elementos entre los que se encuentra
el voto ideológico pero también aciertos electorales, errores del rival,
blindajes mediáticos y una serie de casualidades que siempre juegan. Decir que
para ganar tuvieron que ocultar lo que eran puede ser un consuelo de tontos
pero estas breves líneas no buscan consolar sino advertir que ahora, sin
máscara, estos tipos, van por lo que siempre les molestó del kirchnerismo. ¿Y
qué es lo que siempre les molestó? ¿Acaso las cosas que el kirchnerismo hizo
mal? No. Lo que siempre les molestó es, precisamente, todo aquello que el
kirchnerismo hizo bien.
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