Cuando referentes de la derecha vernácula culposa y psicoanalizada describen a Kirchner como un simple “hombre que luchó por sus ideales”, realizan una exposición tan vacua que el elogio deviene manipulación insidiosa. No se trata más que de un nuevo capítulo de la disputa discursiva de aquellos que intentan imponer el reino de las formas por sobre lo concreto. Presentado así, lo importante es que Kirchner hizo siempre lo mismo, lo cual lo deja en una zona gris entre la coherencia y la obstinación además de no reposar en el elemento central, esto es, cuáles eran, concretamente, esos ideales por los que luchó.
Pero ¿por qué hacernos esta pregunta? ¿Por qué, en el momento en el que se trata de repensar las transformaciones puntuales de un gobierno partimos de la cuestión discursiva de “cómo presentan los opositores acongojados el legado de Kirchner”? Justamente creo que ahí está el punto central pues además de la importante cantidad de cambios estructurales que introdujo Kirchner, lo que deja es un legado más difuso pero también profundo, esto es, la transformación cultural que se expresa en arremeter críticamente y más allá de los bemoles, frente al status quo y el pensamiento hegemónico.
Esta transformación se ha librado especialmente en el plano de lo discursivo, lo cual no equivale a una pura cosmética retórica disociada de las transformaciones concretas pues como se verá, van de la mano. Enumeremos: puso en tela de juicio que se tome a la protesta social como un problema de tránsito y/o seguridad y se enfrentó con sobrados argumentos a aquellos que consideran que la reconciliación de la Argentina se logra amnistiando a represores; dio un debate necesario respecto a la justicia denunciando su pretendida asepsia y su compromiso con poderes fácticos. También cargó contra el manual de la ortodoxia económica y promovió un modelo neokeynesiano y una política de desendeudamiento además de denunciar la ideología liberal que sustenta la Carta Magna del BCRA. Por si esto fuera poco, también ofreció una visión alternativa de la identidad argentina estableciendo un relato que nos enmarca en el horizonte común de Latinoamericana. Por último, ya en el Gobierno de Cristina, tras gozar de un relativo idilio con las corporaciones de la comunicación, en particular con Clarín, decide dar la batalla final, esta es, la de la palabra. Lo hizo después de la derrota de la 125 y tras la evidencia de que se estaba “comunicando mal“. En este contexto, un humildísimo programa de la TV Pública, algunos medios gráficos de irrisorio poder frente a la potencia de los Medios dominantes, y la irrupción de algunas voces contra-hegemónicas en medios digitales y redes sociales, coadyuvaron para que en torno a la discusión sobre la Ley de Medios, se amplificara la voz de una importante porción de la ciudadanía que se sentía identificada con el modelo. Esta batalla contra los Medios dominantes, esta disputa por el contenido de los significantes, cargada con la épica heroica del peronismo de los 70, acercó, asimismo, a los jóvenes, aquellos que este miércoles 27 lloraron por primera vez ante la muerte de un político.
Probablemente los libros de historia recuerden las transformaciones concretas impulsadas por Néstor Kirchner pero no deberían olvidar que, además, estos cambios fueron posibles gracias a una batalla cultural que instituyó que es posible interpelar lo dado. Tal triunfo del espíritu transformador, a pesar de ser deudor del ciclo kirchnerista, posee una penetración transversal y tan profunda que, seguramente, de aquí en más, sea el legado más hermoso y constitutivo de una sociedad que se siente viva.
Pero ¿por qué hacernos esta pregunta? ¿Por qué, en el momento en el que se trata de repensar las transformaciones puntuales de un gobierno partimos de la cuestión discursiva de “cómo presentan los opositores acongojados el legado de Kirchner”? Justamente creo que ahí está el punto central pues además de la importante cantidad de cambios estructurales que introdujo Kirchner, lo que deja es un legado más difuso pero también profundo, esto es, la transformación cultural que se expresa en arremeter críticamente y más allá de los bemoles, frente al status quo y el pensamiento hegemónico.
Esta transformación se ha librado especialmente en el plano de lo discursivo, lo cual no equivale a una pura cosmética retórica disociada de las transformaciones concretas pues como se verá, van de la mano. Enumeremos: puso en tela de juicio que se tome a la protesta social como un problema de tránsito y/o seguridad y se enfrentó con sobrados argumentos a aquellos que consideran que la reconciliación de la Argentina se logra amnistiando a represores; dio un debate necesario respecto a la justicia denunciando su pretendida asepsia y su compromiso con poderes fácticos. También cargó contra el manual de la ortodoxia económica y promovió un modelo neokeynesiano y una política de desendeudamiento además de denunciar la ideología liberal que sustenta la Carta Magna del BCRA. Por si esto fuera poco, también ofreció una visión alternativa de la identidad argentina estableciendo un relato que nos enmarca en el horizonte común de Latinoamericana. Por último, ya en el Gobierno de Cristina, tras gozar de un relativo idilio con las corporaciones de la comunicación, en particular con Clarín, decide dar la batalla final, esta es, la de la palabra. Lo hizo después de la derrota de la 125 y tras la evidencia de que se estaba “comunicando mal“. En este contexto, un humildísimo programa de la TV Pública, algunos medios gráficos de irrisorio poder frente a la potencia de los Medios dominantes, y la irrupción de algunas voces contra-hegemónicas en medios digitales y redes sociales, coadyuvaron para que en torno a la discusión sobre la Ley de Medios, se amplificara la voz de una importante porción de la ciudadanía que se sentía identificada con el modelo. Esta batalla contra los Medios dominantes, esta disputa por el contenido de los significantes, cargada con la épica heroica del peronismo de los 70, acercó, asimismo, a los jóvenes, aquellos que este miércoles 27 lloraron por primera vez ante la muerte de un político.
Probablemente los libros de historia recuerden las transformaciones concretas impulsadas por Néstor Kirchner pero no deberían olvidar que, además, estos cambios fueron posibles gracias a una batalla cultural que instituyó que es posible interpelar lo dado. Tal triunfo del espíritu transformador, a pesar de ser deudor del ciclo kirchnerista, posee una penetración transversal y tan profunda que, seguramente, de aquí en más, sea el legado más hermoso y constitutivo de una sociedad que se siente viva.