domingo, 31 de octubre de 2010

El legado más profundo (publicado originalmente el 31/10/10 en Miradas al Sur)

Cuando referentes de la derecha vernácula culposa y psicoanalizada describen a Kirchner como un simple “hombre que luchó por sus ideales”, realizan una exposición tan vacua que el elogio deviene manipulación insidiosa. No se trata más que de un nuevo capítulo de la disputa discursiva de aquellos que intentan imponer el reino de las formas por sobre lo concreto. Presentado así, lo importante es que Kirchner hizo siempre lo mismo, lo cual lo deja en una zona gris entre la coherencia y la obstinación además de no reposar en el elemento central, esto es, cuáles eran, concretamente, esos ideales por los que luchó.
Pero ¿por qué hacernos esta pregunta? ¿Por qué, en el momento en el que se trata de repensar las transformaciones puntuales de un gobierno partimos de la cuestión discursiva de “cómo presentan los opositores acongojados el legado de Kirchner”? Justamente creo que ahí está el punto central pues además de la importante cantidad de cambios estructurales que introdujo Kirchner, lo que deja es un legado más difuso pero también profundo, esto es, la transformación cultural que se expresa en arremeter críticamente y más allá de los bemoles, frente al status quo y el pensamiento hegemónico.
Esta transformación se ha librado especialmente en el plano de lo discursivo, lo cual no equivale a una pura cosmética retórica disociada de las transformaciones concretas pues como se verá, van de la mano. Enumeremos: puso en tela de juicio que se tome a la protesta social como un problema de tránsito y/o seguridad y se enfrentó con sobrados argumentos a aquellos que consideran que la reconciliación de la Argentina se logra amnistiando a represores; dio un debate necesario respecto a la justicia denunciando su pretendida asepsia y su compromiso con poderes fácticos. También cargó contra el manual de la ortodoxia económica y promovió un modelo neokeynesiano y una política de desendeudamiento además de denunciar la ideología liberal que sustenta la Carta Magna del BCRA. Por si esto fuera poco, también ofreció una visión alternativa de la identidad argentina estableciendo un relato que nos enmarca en el horizonte común de Latinoamericana. Por último, ya en el Gobierno de Cristina, tras gozar de un relativo idilio con las corporaciones de la comunicación, en particular con Clarín, decide dar la batalla final, esta es, la de la palabra. Lo hizo después de la derrota de la 125 y tras la evidencia de que se estaba “comunicando mal“. En este contexto, un humildísimo programa de la TV Pública, algunos medios gráficos de irrisorio poder frente a la potencia de los Medios dominantes, y la irrupción de algunas voces contra-hegemónicas en medios digitales y redes sociales, coadyuvaron para que en torno a la discusión sobre la Ley de Medios, se amplificara la voz de una importante porción de la ciudadanía que se sentía identificada con el modelo. Esta batalla contra los Medios dominantes, esta disputa por el contenido de los significantes, cargada con la épica heroica del peronismo de los 70, acercó, asimismo, a los jóvenes, aquellos que este miércoles 27 lloraron por primera vez ante la muerte de un político.
Probablemente los libros de historia recuerden las transformaciones concretas impulsadas por Néstor Kirchner pero no deberían olvidar que, además, estos cambios fueron posibles gracias a una batalla cultural que instituyó que es posible interpelar lo dado. Tal triunfo del espíritu transformador, a pesar de ser deudor del ciclo kirchnerista, posee una penetración transversal y tan profunda que, seguramente, de aquí en más, sea el legado más hermoso y constitutivo de una sociedad que se siente viva.

jueves, 21 de octubre de 2010

Cobos y la aristocracia del representante (publicado originalmente el 21/10/10 en Veintitrés)

Siempre resulta difícil escribir sobre temas que prácticamente saturan durante varios días los espacios periodísticos, pues al fin de cuentas, se trata de decir algo que no esté trillado y que pueda escabullírsele a reflexiones del sentido común, algo abundante en análisis cada vez más pobres e interesados. Pero es ineludible retomar el voto del Vicepresidente de la Nación que, en tanto Presidente del Senado, fue decisivo en la sanción de una ley que, al no detallar las formas de financiamiento, no tenía otro destino que un veto presidencial.
Se apresuran los que con más deseo que rigor analítico encuentran en esta decisión de Cobos una suerte de remake de aquella madrugada en la que el desempate en torno a la 125 lo catapultó a la fama como una suerte de Gardiner (aquél maravilloso personaje que fue llevado al cine por Peter Sellers en Desde el Jardín) que, en este caso, antes que caminar sobre las aguas, decidió transitar las hectáreas de siembra de soja ungido por la gratitud del multiclasista significante “gente”, que apareció para marcar una distancia con los “malos”, esto es, el “pueblo”, la masa aluvional de “negros” que sólo son movilizados clientelísticamente por aparatos y prebendas. Cobos tuvo la desgracia de que todo esto sucediera a más de tres años de una nueva elección presidencial, con lo cual su desfile triunfal expuesto en clave épica se fue apagando y tiene hoy como desenlace, más que el tono festivo de quienes se abrazaban aquella noche a su camioneta, el tono melancólico de un tango donde abundan traiciones y amores perdidos. De la 4 x 4 al ritmo del 2 X 4. Aquel paseo triunfal no sería más que un tango al cuadrado.
Por todo esto es que a la hora de comparar aquel voto en contra de la 125 y éste, a favor del 82% móvil sin financiamiento, más que nunca podemos expresar aquel adagio de “nunca segundas partes fueron buenas” pues las condiciones son otras, la reivindicación es otra y la sociedad es otra. De hecho, no sería descabellado pensar que tras aquella decisión, en la hipotética situación de elecciones inmediatas, Cobos hubiera sido elegido Presidente de la República. Hoy, en cambio, probablemente ni una saga de votos “no positivos” pueda permitir que Cobos gane la interna de su partido.
Pero hay un elemento que me interesa transitar y tiene que ver con uno de los términos más escuchados en la última semana casi a la altura de “mineros” y “milagro”. Se trata de “traición” que, en el contexto de una administración justicialista y en la semana del día de la Lealtad, cobra una significación particular.
La pregunta es si hay algo para decir al respecto, algo que no se haya dicho. Creo que sí pues no se trata simplemente de interpretar en qué sentido la actitud de Cobos puede o no encuadrarse en la categoría “traición” para así llevar esto a una discusión filológica “marianogrondonista”. Con todo, cabe aclarar que habiendo o no traición e independientemente de si la decisión particular de Cobos ha sido la mejor para el país, ni el más acérrimo de los antikirchneristas puede sostener en foro interno y frente al espejo, la anomalía institucional de un Vicepresidente opositor. Quien interprete que esta situación es la panacea del control de poderes probablemente no conozca los diseños institucionales de una República Presidencialista.
Ahora bien, si dejamos de lado estas vicisitudes de la realpolitik para depositarnos en cuestiones teóricas de la política, el caso Cobos parece ser la manifestación de un problema tan viejo como cualquier organización humana: el problema de la representación.
Dicho en otros términos, la cuestión es cómo garantizar que el representante “re-presente”, es decir funcione como alguien que “vuelve a presentar”, en la instancia que corresponda, a quienes lo eligieron. Recordemos que es posible reconocer dos tipos de participación: la representativa, en la cual, para decirlo de algún modo impreciso, el pueblo gobierna a través de sus representantes y la directa, donde los ciudadanos no delegan en otro sujeto su participación en lo público y se auto-representan. La primera es la elegida en las Repúblicas occidentales modernas y la segunda tiene como máxima referencia aquel ideal asambleario y participativo de la democracia ateniense en el “Siglo de Pericles”. Resulta evidente que ambas formas tienen pro y contra. La democracia representativa parece la forma natural para Estados con importante cantidad de población y vasto territorio pues está claro que sería absurdo movilizar constantemente a las poblaciones para realizar una Mega Asamblea con, por ejemplo, 40 millones de asistentes. Parece más fácil, aunque quizás sólo sea una apariencia, hacer una asamblea y tomar decisiones directamente sin representantes en una Asamblea estudiantil o en un Consorcio, salvo, claro está, el Consorcio donde uno vive. Asimismo, en algo sobre lo que se volverá, pues es el eje de esta nota, pareciera razonable que los ciudadanos ocupados en actividades privadas depositen su confianza en hombres y mujeres que tienen una vocación por lo público y que poseen la capacidad que algunos no tenemos, para tomar decisiones que involucran a todo un país.
En cuanto a la democracia directa, el punto a favor sería que el hecho de ser uno mismo quien levanta la mano, garantiza que el voto sea el deseado y no quede expuesto a la posibilidad de que el representante elegido finalmente acabe tomando una decisión con la cual no se acuerde. El ejemplo flagrante de este peligro es el que quedó inmortalizado en la honestidad brutal del ex Presidente Carlos Menem quien afirmó “si hubiera dicho realmente lo que iba a hacer nadie me hubiera votado”. Detengámonos en este punto porque aquí aparece la problemática del caso Cobos, el cual puede ser expresado en el siguiente dilema: ¿debe el representante tomar decisiones de conciencia o seguir a rajatabla el mandato que le otorgaron los ciudadanos que lo votaron? Recuérdese la justificación de aquella noche de 2008 por la cual Cobos consideró que la mejor decisión era la que él podía tomar en soledad o, en todo caso, en el marco del círculo íntimo familiar. No importaba el Programa de Gobierno, importaba la decisión de ese hombre, el cual elige independientemente del deseo de la gente que lo votó. Este es un problema de Cobos pero lo es también de la democracia representativa incluso tal como está expuesta en la tan mencionada Constitución de los Estados Unidos. Allí los “Padres Fundadores” justifican la idea de representatividad casi desde un punto de vista que bien podría ser juzgado de aristocrático. Se trata de la idea de que el pueblo no puede darse cuenta de lo que es mejor para él y por ello elige a un representante cuya decisión, aun cuando parezca contrariar los intereses inmediatos de la masa, resultará acertada. Dicho en otras palabras: el representante sabe mejor que el propio pueblo lo que es bueno para el pueblo. Desde este punto de vista, la ciudadanía no vota un programa el cual imperativamente debe ser llevado adelante por el representante sino que simplemente deposita confianza en un hombre que sabrá decidir lo mejor en las circunstancias que correspondan. Para concluir y lejos de exigir desde este espacio un regreso al espíritu asambleario, ese que fracasó en los meses posteriores al 2001, creo que cabe pensar si el particular caso Cobos, antes que una anomalía encarnada en un hombre timorato favorecido por las vicisitudes de la historia, manifiesta, en ese desoír del voto popular que con ideas equivocadas o no, lo depositó en el cargo, mucho más que una traición: manifiesta la versión dañina de un punto de vista aristocrático de la representación que ha regado de desconfianza a una ciudadanía que naturalmente busca el antídoto para tanta impotencia en el ensimismamiento, el desinterés por lo público y el alejamiento de la política.

lunes, 18 de octubre de 2010

Las razones de cierto magnetismo (publicado originalmente el 17/10/10 en Miradas al Sur)

¿Hay una relación constitutiva entre peronismo y juventud? La respuesta es compleja pero está claro que hablar sin matices de una continuidad entre la juventud sindical del peronismo del 45, la juventud armada de los 70 y la juventud militante de hoy día sería impropio. Evidentemente ni el peronismo ni las juventudes son las mismas. Sin embargo, también es posible encontrar puntos en común pues aquella juventud que no dudó en tomar las armas y la actual, provienen de una clase media bien educada. Sin embargo, quizás por el clima de época posmoderno, a diferencia de aquellos, los actuales poseen una serie de demandas heterogéneas que pueden ir desde el reclamo de gas en el colegio hasta la reivindicación de la Ley de Medios y el Matrimonio igualitario. La comparación con aquellos jóvenes del 45, en cambio, es más difícil, pues se trata de una extracción social distinta en el marco de una cultura y una estructura productiva del país inconmensurable.
Pero quizás sea útil una pequeña ayuda conceptual de Ernesto Laclau, este últimamente denostado intelectual de izquierda que ha teorizado sobre la constitución de las identidades populares, algo evidentemente caro al peronismo. Laclau afirma que el pueblo no es una entidad preexistente sino una construcción que se va gestando a partir de la unión de demandas particulares insatisfechas. Esta insatisfacción supone un otro, el poder, el cual funciona como límite constitutivo para la formación de un “nosotros” bajo el paraguas del significante “pueblo” y ayudado por el surgimiento de personalidades carismáticas. Tal visión binaria de la sociedad, que tanto escozor trae a los defensores de la democracia del consenso, parece capaz de poder explicar por qué el apoyo de la juventud hacia el kirchnerismo apareció con tanta fuerza en el marco del conflicto con las patronales del campo pues la violencia con que los multimedios trataron el tema operó como un efecto unificador de lo popular, quizás tan importante como el que generó en el 45 ese “otro”, la oligarquía, que explotaba a los trabajadores. En este marco se evidenció que lo que consideramos “el poder” ya no está estrictamente en el Estado, sino en los intereses económicos que atraviesan la sociedad.
La juventud de hoy es distinta de la de ayer y el kirchnerismo, más allá de la liturgia, debe hacer frente a contextos y problemáticas que no son los de otrora. Sin embargo, se mantiene un relato en el cual existe un poder al cual reclamarle por las demandas insatisfechas. Ciertas imposturas, exageraciones o tonos épicos que no se condicen con el tamaño de la gesta, poco importan a la juventud en la medida en que se genere una mística transformadora. De todo esto podrá ser acusado el peronismo, pero cuando se levanta la cabeza y se observa quiénes están nerviosos, es posible entender el magnetismo de un espacio que aun siendo contradictorio y complejo, encara batallas por la justicia social contra los sectores mezquinos que nunca quieren soltar el cetro.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Orlando Barone presenta el nuevo libro de Dante Palma



Amigas y amigos: el lunes 18/10 a las 19hs, estaré junto a Orlando Barone presentando mi nuevo libro "Borges.com, la ficción de la filosofía, la política y los medios". La cita es en la Biblioteca Nacional, Sala Juan L. Ortíz, Agüero 2502, Buenos Aires, Argentina. Me gustaría que vengan. La entrada es libre y gratuita. Dante

































viernes, 1 de octubre de 2010

Tomas, piquetes y dos libertades distintas (publicado originalmente el 1/10/10 en Tiempo Argentino)

La toma de una gran cantidad de colegios secundarios de la Capital Federal, protesta a la que se sumaron algunas facultades de la UBA en las que la medida todavía persiste y donde se impide el dictado normal de clases, dio lugar a una serie de debates que pueden agruparse en aquellos en torno a ciertas condiciones objetivas de la educación y aquellos de naturaleza político-filosófica donde lo que parece estar en juego son cosmovisiones profundamente arraigadas que trascienden la disputa coyuntural acerca de vidrios rotos o la falta de pupitres.
En lo que tiene que ver con los debates acerca de las condiciones objetivas de la educación, resulta claro que más allá de la forma de la protesta, no debe sorprender que si a la situación edilicia heredada se le agrega el afán inoperante y la compulsión sub-ejecutoria del macrismo, es probable que los chicos que cursan sus estudios secundarios en tales escuelas, tengan motivos para protestar. Pero algo distinto parece ser el caso de algunas de las facultades de la UBA, institución cuyo presupuesto depende del Gobierno Nacional. Quienes han visitado tales dependencias, habrán notado edificios deteriorados, ausencia de calefacción, anomia, apropiación de los espacios públicos y hacinamiento en los horarios de la noche pero no es menos real que las condiciones generales han mejorado ostensiblemente desde el 2003 a la fecha. Por mencionar algunas: ley de financiamiento educativo que establece un piso del 6% del PBI para inversión educativa; aumento promedio de más del 400% en los sueldos docentes; eliminación de todas las sumas no remunerativas logrando que los medios aguinaldos se transformen, por fin, en un sueldo entero más; rentas para una importante porción de los ad honorem; 82% móvil para los docentes universitarios; paritarias cuyo resultado siempre le gana a la inflación real; plan de repatriación de científicos cuyo éxito notorio redunda en el regreso al país de 783 investigadores; ampliación del presupuesto del Conicet lo cual implica mayor cantidad de becarios que podrán finalizar sus posgrados y mayor dedicación de los investigadores ya formados, etc.
Pero si dejamos de lado estos aspectos objetivos, como se indicaba más arriba, encontraremos una discusión de índole algo más abstracta en la que entran en juego cuestiones en torno a la legitimidad y a la forma de la protesta.
Como suele ocurrir últimamente, los debates no tienen demasiados matices: la variante liberal se opone a todo acto de interrupción del paso sea en forma de toma, sea en forma de piquete, siempre y cuando no se trate de una protesta por inseguridad pues éste es el único caso en el que resulta legítimo postergar el derecho al libre tránsito.
La pregunta que quisiera hacerme es: ¿cuál es la razón por la que se ha extendido esta visión liberal a punto tal de transformarse en un atributo del sentido común? La respuesta está en el desarrollo de la cultura occidental y en una forma de entender la libertad que irrumpió en el siglo XVII y es lo que en un texto clásico Benjamin Constant llamó “libertad de los modernos”. Esta forma de libertad es acompañada por la gran revolución en la Física y afirma que el individuo es libre en la medida en que nada se interpone en su camino. Esta libertad como “ausencia de impedimento” es la que legitima el ideario liberal que observa al Estado como aquello que viene a inmiscuirse en el libre desarrollo de las decisiones individuales.
Tan enraizada está esta concepción en todos nosotros que muchas veces solemos olvidar que existe otra manera de entender la libertad y que, como contrapartida de la anterior, Constant llama “libertad de los antiguos”.
Se trata de la característica distintiva de la democracia ateniense. Ser libre no tenía que ver con la libertad individual sino con que el ciudadano pueda ser autónomo, esto es, darse su propia ley como participante de las decisiones de la Asamblea. Era clave en este sentido, la idea de que la identidad y la naturaleza humana sólo podía hacerse efectiva como perteneciendo a un colectivo social lo cual explica por qué el mayor castigo para un ateniense era el destierro, pena que, paradójicamente, muchos argentinos asustados por el cierre de Fibertel y por el cambio en la grilla de la televisión por Cable, verían con beneplácito.
Buena parte de la literatura de la Filosofía Política sigue girando en torno a estas dos formas de entender la libertad y a si existe alguna forma de poder complementarlas generando una suerte de híbrido entre las virtudes de la libertad moderna-liberal, útil para la defensa de las minorías y las virtudes de la libertad antigua-democrática, centrales para pensar una ciudadanía activa y empoderada.
Pero, claro está, los conflictos reales se parecen poco a los tecnicismos librescos o, en todo caso, suponen la introducción de una serie de variables que ninguna teoría podría sopesar. En este sentido, sin intención de soluciones fáciles ni salidas intermedias, sería bueno recordar a comunicadores y a representantes de cierto liberalismo conservador, por un lado, que es posible pensar una libertad distinta a la estrictamente individual y que no puede haber robusta democracia sin la participación activa de la ciudadanía en ámbitos donde circule la palabra, el debate, el conflicto y la inevitable imposición de mayorías. Por otro lado, también sería deseable advertir a aquellos que hacen de la lógica asamblearia y de la agudización de los conflictos un estilo de vida, que un rasgo distintivo de las democracias modernas es el respeto por las minorías y que la crisis de representación los afecta también a ellos especialmente en contextos donde la gran mayoría de los alumnos son indiferentes al resultado de asambleas cuya convocatoria muchas veces no alcanza a ser mínimamente significativa.