María Eugenia Vidal es un enigma
por varias razones.
En primer lugar porque no
recuerdo de ella una definición política. Tampoco la suscripción a una
tradición o el reconocimiento a figuras o escuelas de pensamiento que pudieran
ubicarla en algún lugar. Se dirá que es un mérito de ella y quizás lo sea, aunque
podría discutirse. Se dirá que es parte de la nueva línea de políticos
posmodernos que no construyen partidos sino espacios que, por definición, son
siempre “de tránsito”, literales “no lugares”. Lo cierto es que sigo
preguntándome: ¿es liberal, Vidal? ¿Es populista? ¿Es peronista? ¿Es
conservadora? ¿Quiénes son sus referentes en la historia argentina y universal?
¿Cuál es su mirada geopolítica? ¿Qué piensa de Estados Unidos? ¿Qué sabe de
China? ¿Cuál debería ser, según ella, la relación que debe tener Argentina con
la región? ¿Con qué escuela económica se identifica, Vidal? Las preguntas
pueden seguir y la respuesta ya la conozco: esos no son los temas que le
interesen a la gente. Es probable, más allá de que quien escribe estas líneas
se considera gente. Con todo, estoy dispuesto a aceptar que una mayoría pueda
tener otros intereses o considera que responder a estos interrogantes no
resulta lo más relevante a la hora de ser candidata a un cargo público.
En segundo lugar, Vidal es un
enigma porque es desacartonada pero no tanto, moderna pero conservadora,
espontánea pero coacheada, dulce pero
también “leona” que pelea contra “las mafias” y “el narcotráfico” sin saber del
todo qué tipo de entes englobamos ahí. Hasta podría decirse que es un enigma en
cuanto a que es una bella mujer pero, a su vez, asexuada, una suerte de belleza
circunscripta al goce estético frente al baronismo bonaerense morocho y obeso,
una belleza “desapasionante”, que no trasunta sexualidad y que naturalmente no
tiene pareja porque ella se presenta, ante la sociedad, antes que como mujer,
como madre. Vidal tiene, además, un actitud cansina, a pesar de ser muy
trabajadora, con exceso de mohines y un discurso que exuda voluntarismo
oenegista.
Como tercer elemento a destacar
podría decirse que Vidal es la candidata perfecta porque es parte de la
construcción de Macri desde prácticamente sus inicios, ocupando lugares de
relevancia y, a su vez, no tiene historia ni prontuario personal o familiar. En
este sentido no es un CEO ni viene de “ese palo”. Así, siendo PRO es “NeoPRO”,
una promesa presente de eterna novedad, una complicidad responsable de lo que
sucede hoy pero que es vista como el recambio del cambio, la retaguardia
amable, la contención necesaria para el momento en que la paciencia social se
agote.
Su discurso, en particular, y a
diferencia de los referentes CEO del PRO, es más social aunque por tal se
entienda una suma de individuos y nunca un colectivo. Pero a su vez, y en esto
coincide con las construcciones políticas que emergieron en Latinoamérica como
respuesta a los gobiernos populares, su discurso referenciado en pequeñas
historias, o en la política como el arte de la resolución de los casos
concretos, trasforma su punto de vista en algo similar a una aplicación de
teléfono celular. Es una “política app” en el sentido de que no interpela, no
relaciona, no genera narrativas ni compromisos. Solo se la descarga para
resolver una situación, sea un paro docente o la falta de cloacas. Resuelto el
problema se la desinstala porque ocupa espacio en la memoria. La “política app”
es efectiva además porque no exige mucho del ciudadano y en eso se distingue de
la lógica sacrificial que impulsa la militancia tradicional que te exige ir a
la marcha, militar en las redes, convencer al vecino, sentirte hermano de la
patria grande, no comprar dólares, pensar que la patria es el otro y, en alguna
época, dar la vida por la causa.
Por último, la forma de hacer
política que resume a Vidal es el timbreo. Por un lado, porque ejemplifica el
momento pospolítico en el que se considera que el ciudadano común ya no tiene
ningún incentivo para movilizarse a un estadio o ganar una calle en apoyo a un
referente, a tal punto que es el propio político el que debe movilizarse casa
por casa. Y, por otro lado, enlazado con esto, hay otro aspecto interesantísimo
que es el desplazamiento del “decir” al “escuchar”. María Eugenia Vidal y el
PRO no “dicen” nada porque, justamente, “escuchan”. De hecho, podría ser un
slogan de campaña, más allá de que alguien podría objetar que escuchan solo
algunas cosas y con sus actos dicen bastante. El político tradicional, o al
menos eso pretendíamos de él, tal como se demuestra haciendo la lista de los
más recordados, tenía un vínculo de escucha con el pueblo o la ciudadanía pero
sobre todo tenían un “decir”, esto es, tenía un plan, un proyecto, una
propuesta y las mayorías se veían representadas o no en este decir. Al gran
líder se lo seguía por lo que decía y no por lo que escuchaba, de aquí que, en
general, fueran grandes oradores.
No faltará oportunidad para
seguir reflexionando sobre el enigma María Eugenia Vidal. Un enigma que en dos
o seis años puede ser presidente de los argentinos.