sábado, 22 de noviembre de 2025

No es (solo) la tecnología. Es (también) el progresismo (22.11.25)

 

Estados Unidos, elecciones presidenciales 2012. La campaña que redundaría en la reelección de Obama trae una novedad revolucionaria: ingenieros de Google, Twitter, Facebook y otras empresas de Silicon Valley trabajarían durante meses hasta 14 horas por día para alcanzar un hito en lo que a comunicación política refiere, probablemente, el sueño húmedo de cualquier dictadorzuelo bananero: conocer los nombres de cada uno de los 69.456.897 de estadounidenses que habían votado por el candidato demócrata en la elección anterior. No se trataba, claro está, de violar las normas del cuarto oscuro sino de usar una tecnología con una capacidad predictiva tal que la certeza sería total y permitiría dirigir específicamente un determinado contenido propagandístico para contener a los propios y seducir a los ajenos. Esa segmentación de la que hoy tanto se habla, demostraba su potencialidad. Por cierto, claro está, Obama no era un hombre de derecha.

Este dato, por todos conocido, le sirve a Giuliano Da Empoli en su último libro, La hora de los depredadores, para exponer la hipocresía de los demócratas que no solo nunca le pusieron límites a las grandes tecnológicas, sino que fueron los primeros que se sirvieron de ellas. Y todos sabemos: cuando lo hacía Obama era maravillarse con la posibilidad que la tecnología brindaba para llegar al ciudadano e interpretarlo mejor; cuando lo hace la derecha, es para manipular.  

Varios años después, en Argentina, el progresismo está descubriendo el problema de las redes sociales a partir de un documental de Ofelia Fernández replicado por todos los medios y los usuarios progresistas como una revelación a pesar de basarse punto por punto en el libro La Generación ansiosa de Jonathan Haidt, un psicólogo estadounidense que no es derecha pero que lleva años criticando ferozmente las políticas woke a partir de las cuales tanto la propia Ofelia Fernández, como quienes se cuelgan de ella, tomaron notoriedad pública. 

El progresismo tiene una tara ideológica que no tiene la derecha: no puede afirmar que el pueblo se equivoca porque eso lo ubicaría en un lugar incómodo de superioridad moral que el progresismo ostenta y defiende, pero con culpa y en secreto, casi como susurrándolo. La derecha, en cambio puede decirlo sin empacho. Es más brutal, si bien a veces puede matizar con un “lo hacen engañados” o “por clientelismo”.

Ahora bien, si para el progresismo, el pueblo nunca se equivoca, quedan dos opciones: hacer autocrítica y reconocer que el pueblo elige a la derecha porque hoy interpreta mejor los intereses de las mayorías, incluyendo los de los trabajadores; o afirmar que el pueblo fue manipulado. Así, el progresismo siempre estaría en la correcto y el pueblo no se equivocaría, pero, a diferencia de los líderes progresistas, podría ser engañado por gente mala que odia. Y ya está. Asunto cerrado. 

15 años atrás el eje estaba puesto en los medios tradicionales que reproducían el sentido común neoliberal. En aquel momento las redes sociales eran el espacio de la micromilitancia y de dar la batalla contra el poder real y los fierros. La situación cambió y con la hegemonía progresista en el discurso, las redes se transformaron en el espacio de la reacción de la derecha, en algunos casos incluso contra las grandes tecnológicas que, salvo en el caso de Musk, hasta el último triunfo de Trump, eran los cancerberos del wokismo y la corrección política fomentando censuras e impulsando escraches como parte de su negocio.

Y lo que parecía una reacción extemporánea y marginal, de repente tuvo resultados concretos: el primer triunfo de Trump, el Brexit… allí se instaló definitivamente el nuevo sentido común progre: las redes están fomentando el odio, la polarización y las teorías conspirativas a favor de la derecha; los candidatos impresentables ganaban por la posverdad y las campañas en Whatsapp y Tiktok. Tenemos ansiedad y no sabemos si es por el cambio climático o porque siempre está a punto de venir el fascismo. Tratamos de explicar, siempre explicar, y si es posible, en difícil. El progresismo comenzaba su etapa de contentarse con perder elecciones, pero ser el ganador moral.

Sin embargo, claro, ahora tenemos un problema extra: los triunfos de la derecha solían basarse en los apoyos de las clases altas y las clases medias asustadas, en su mayoría adultos y adultos mayores. Se sostenía empíricamente esto de “jóvenes de izquierda” que con los años se van haciendo conservadores. Y de repente, la novedad: por primera vez en varias décadas, los jóvenes son más conservadores que sus padres. El 68 de Mayo (o El Mayo del 68 inverso): asistimos a una revolución generacional donde los conservadores vuelven a ser los padres pero, esta vez, los padres son conservadores de izquierda.

En Argentina, el peronismo les permitió votar a los jóvenes de 16 suponiendo que ese sector de la población nunca sería de derecha y les salió el tiro por la culata. Mencionemos además la creación de una enorme fractura social entre varones y mujeres que solucionó menos problemas de los que generó para, a la cuestión generacional, agregarle la variante Género como predictor del voto (más progre entre las mujeres, más conservador entre los varones).

Una opción podría ser haber hecho un parate allí y pensar: ¿no estaremos haciendo algo mal, nosotros, los progres? No. Preferible hablar de la reacción masculinista de los incels; de los nenes de mamá sostenidos por sus padres; de pendejos que no entienden nada y son individualistas y solucionistas tecnológicos con solidaridad peneana a diferencia de las mujeres que están politizadas y son sororas para construir el bien común. El voto de las mujeres por el progresismo sería un voto racional pero el voto de los varones por la derecha sería una reacción de odio. Y lo cierto es que es racional que las mujeres voten progresismo, al fin de cuentas, están votando por sus intereses, ya que el progresismo ha hecho de la mujer y las identidades sexuales (salvo la heterosexual), una bandera; como también sería racional que los varones voten a la derecha si entienden que sus problemáticas no son abordadas, a saber, altísimas tasas de suicidios, falta de trabajo, brecha en la edad de jubilación, deserción escolar, menos egresados en las universidades y presión patriarcal del todavía no extinto “macho proveedor” en un contexto donde ya es casi imposible sostener a toda una familia, a lo cual se le agrega la novedad de un clima social en el que el varón aparece como un victimario esencial que no merece ni la presunción de inocencia. Detrás de esa “reacción masculinista” seguramente se esconderán machistas, misóginos, homofóbicos y mucha lacra de ese tenor, pero también gente razonable que puede plantear dudas o debates y que automáticamente acaba siendo desacreditada por su condición de varón gracias a este doble movimiento contradictorio en el que las mujeres son empoderadas y víctimas a la vez. Se empoderan porque el discurso de la igualdad y de la mujer moderna así lo requiere, pero se victimizan para no poder ser cuestionadas y para poder posicionarse en el lugar del acreedor eterno para el cual ningún derecho alcanza. El discurso de la igualdad para ciertos sectores es como el horizonte: siempre se aleja un poco más y su efectividad está en la instalación de su imposible cumplimiento.

Pero en vez de tratar de entender el fenómeno se lo desacredita: el otro nunca puede tener buenas razones. Así que vayamos un poquito atrás en el tiempo y echémosle la culpa al año 2010 y sus alrededores, esto es, el momento en el que aparecieron los móviles con cámara frontal para selfis y los botones de Me Gusta y Compartir. Y ya está de nuevo. Estamos ansiosos porque el capitalismo es malo y porque nos manipula la dopamina. Y como todos sabemos, la biología es de derecha.

A propósito del wokismo, dice Da Empoli quien, por cierto, está muy lejos de ser un hombre de derecha: “Para compensar su falta de valentía frente a los retos decisivos, los abogados [refiriéndose a los miembros del partido demócrata] se lanzaron de inmediato a una batalla por los derechos cada vez más dura que los ha llevado a adoptar posiciones mucho más radicales que la mayoría de sus propios electores”. Lo dice para luego agregar que el wokismo ha sido el combustible ideal para alimentar la máquina del caos del populismo de derecha cuyo único real enemigo sería la moderación y no la radicalización con eje en minorías que se plantea por izquierda.

¿Debemos inferir de esto la salida fácil de cargar sobre el progresismo toda la responsabilidad por el regreso de la derecha? No, o en todo caso, si la respuesta es afirmativa debería incluir el fracaso económico del progresismo. Dicho en otras palabras, si los gobiernos progresistas hubieran gobernado mejor y hubieran creado mayor bienestar para las mayorías, probablemente buena parte de lo aquí expuesto hubiera quedado en un segundo plano, al menos para algún sector del electorado. Pero la combinación de fracaso económico y una nueva casta de burócratas dispuestos a una ingeniería social sin precedentes abrió el camino al ascenso de líderes e idearios que, efectivamente, encontraron en las condiciones objetivas del avance tecnológico, canales adecuados para su prédica y su reacción.

 

No toques mi efectivo: Álvarez Agis fuera de la época (editorial del 15.11.25 en No estoy solo)

 

En una de sus obras más recordadas, el filósofo reaccionario Joseph De Maistre, ferviente opositor a la Revolución Francesa, establece un diálogo donde uno de los personajes le dice a la condesa: “Durante mucho tiempo no hemos entendido nada de la revolución de la que somos testigos; hemos creído que es un mero acontecimiento. Estábamos en un error: es una época”.

La diferencia entre acontecimiento y época en este contexto es la diferencia entre lo que puede ser un evento relevante, pero, al fin de cuentas, pasajero, y un hecho que marca un punto cero e inaugura una nueva realidad con la capacidad para extenderse en el tiempo y determinar el futuro.

Recordaba ese diálogo a propósito de uno de los debates de la semana. Me refiero, en particular, a la propuesta de Emmanuel Álvarez Agis, el exviceministro de Economía de Cristina Kirchner y Axel Kicillof que ha devenido, en la actualidad, un consultor con cierta influencia y presencia mediática.

En una charla extendida de la que solo circularon unos 30 segundos, Álvarez Agis, que es muy bueno comunicando y muy hábil para generar títulos e interacciones, aparece con una propuesta polémica: cobrar un impuesto de 10% al efectivo. La controversia no tardó en viralizarse e hizo que intervenga el propio presidente acusándolo de chorro además de toda la lista de periodistas siempre a medio camino entre la venalidad y las dificultades de lectocomprensión.

El propio implicado tuvo que salir a explicar más allá de que en la entrevista original estaba claro lo que pretendía: cobrar un impuesto para desincentivar la informalidad y así equiparar la recaudación mientras en paralelo se reducían los impuestos (el impuesto “al cheque”, por ejemplo) que incentivan la informalidad. Repetimos: no se trataba de una suba de impuestos con la pretensión de recaudar más en lo inmediato, sino de que el Estado inicie un círculo virtuoso disminuyendo los dramáticos niveles de informalidad recaudando lo mismo o, en todo caso, recaudando más a largo plazo pero solo como consecuencia de una mayor cantidad de gente incluida en el sistema.

El objetivo de estas líneas no es defender a Álvarez Agis si bien lo que plantea tendría sensatez incluso para los ortodoxos, más allá de que podrá discutirse la medida o los modos en que se plantean los inventivos y los desincentivos. Lo que me interesa es entender el rechazo que produjo el comentario más allá de aquellos que lo han recortado con mala fe. Adelantando parte de las conclusiones, es la época lo que estaría jugando un rol principal.

¿Y cuál es el eje de la época? Sin dudas, especialmente después de la pandemia, una libertad entendida como ausencia de restricción cuyo principal enemigo es el Estado, el cual es capaz de aparecer en la forma del gobierno que no me deja salir de casa, o en la forma de Agencia de recaudación: el Estado/gobierno interponiéndose en la libre circulación, sea de mi cuerpo, sea de mi dinero.

Incluso si escarbamos bien, la dinámica y la controversia alrededor del uso de la IA también va en esa línea. Al fin de cuentas, los dueños de las tecnológicas pretenden un avance sin límites aun cuando ellos mismos reconocen los niveles de automatización de los algoritmos y la incertidumbre respecto a las consecuencias, ya no a largo plazo, sino inmediatas. Frente a ello, al menos desde Europa y organismos supranacionales, ha habido intentos de poner algún límite, en primer lugar, implorando un avance más lento con el insólito acuerdo de parar 6 meses los desarrollos; y luego o, en paralelo, hallando algún tipo de sistema de regulaciones. Más allá de que cualquier intento en este sentido esté condenado al fracaso por la propia naturaleza de esa tecnología, el argumento para oponerse es el mismo: la libertad entendida como ausencia de impedimento, que nada se nos interponga en el camino.

Ahora bien, se dirá que esta forma de entender la libertad y esta agenda es propia de la derecha. Puede ser cierto. Sin embargo, una época, aun cuando tenga su hegemonía, trasciende un espectro ideológico. Observemos, si no, la agenda progresista o de izquierda alrededor de la identidad de género: la idea de que mi identidad está determinada por mi autopercepción de un género que es una construcción cultural, es una forma de posicionar la libertad, en este caso, contra el impedimento del Estado y sus expertos que evaluaban quiénes éramos por los datos de la biología. Para el progresismo, el cuerpo es un impedimento para la libertad, algo que también podría inferirse del slogan “mi cuerpo, mi decisión” por el cual yo podría actuar sobre él, en este punto, por ejemplo, para interrumpir un embarazo. Antes que alguien salte a la yugular, cabría aclarar que de lo dicho no necesariamente se sigue una crítica. Se trata solamente de la pretensión de una descripción y si la descripción es correcta, nadie debiera ofenderse. Por cierto, esta agenda estaba presente bastante tiempo antes de la pandemia.

Volviendo al caso que nos convoca, no tiene sentido evaluar racionalmente la propuesta de Álvarez Agis. Aun cuando pueda ser sensata y aun cuando eventualmente pudiera ser el puntapié para una dinámica virtuosa, no hay aclaración que pueda hacerse: está condenada al fracaso en esta época. La razón es que el efectivo, el dinero “crocante”, es una evasión pero que se la justifica frente a quien hoy aparece como el enemigo: el Estado. En otras palabras, para una mayoría de personas, esa recaudación no es vista como la condición de posibilidad de mejoras de infraestructura, salud, educación o redistribución de la riqueza. Así funcionaría si esa mayoría se sintiera consustanciada con la comunidad y con el Estado. Pero no es el caso y si bien todavía queda bastante del Estado de Bienestar en pie, el ciudadano común lo percibe como un derecho adquirido para, en cambio, posarse en la otra pata de aquello que sucede con los impuestos: corrupción, prebendas, empleo público ineficiente, clientelismo, políticas públicas enfocadas en minorías, etc.

Incluso podría decirse que el efectivo, todavía más que todo el discurso protolibertario detrás de las criptomonedas, deviene el último reducto de una vida “por fuera del sistema”, justamente, porque a diferencia de las cripto que circulan en la completa virtualidad, posee una materialidad que viene a encarnar la utopía nostálgica del individuo libre para el cual, ya no solo la bancarización sino la utilización de un celular, es una forma de atadura. El sucedáneo de esto en las nuevas generaciones, que no conocen un billete de papel, son las billeteras virtuales impulsadas por su carácter de nativos digitales y la sobreprotección de sus padres que controlan el gasto de sus hijos a través de esos instrumentos y, a su vez, se garantizan de que “no les falte nada”. Ese es “su efectivo” y su moneda de libertad.

Las épocas cambian. Lo que parece imposible hoy puede ser hegemómico mañana. Preguntemos, si no, al propio Milei, un economista sin trayectoria académica con ideas radicales, marginales y pasadas de moda que, de repente, instala realidad y se posa en el centro de la agenda. Pero hay que saber diferenciar un acontecimiento de una época. En política, saber interpretar el momento justo, lo es todo. No hay idea, por más racional y sensata que sea, que pueda salir airosa si va en contra de la época y esta es una época donde nada puede ir en contra de lo que hoy se entiende por libertad.

 

Mamdani: la nueva esperanza blanca del progresismo (publicado el 12.11.25 en www.disidentia.com)

Socialista, joven, musulmán, nacido en Uganda de padres indios, y propalestina. Las credenciales de Zohran Mamdani no parecían las más adecuadas para ganar la alcaldía de New York apenas un puñado de años atrás. Sin embargo, evidentemente, algunas cosas han cambiado.

Con todo, esto hay que decirlo, Mamdani no es precisamente alguien que haya llegado a Estados Unidos como refugiado y su apariencia física tampoco se asemeja a la de los que suelen llegar en esa condición. De hecho, Mamdani llegó junto a su familia a New York con 7 años, estudió en el Bronx High School of Science y luego se licenció en Estudios Africanos donde cofundó la sección universitaria de Estudiantes por la Justicia en Palestina; además, su madre es una famosa directora de cine graduada en Harvard, al igual que su padre, quien además es profesor en la Universidad de Columbia, y, su mujer, es una joven artista siria. Digamos que no parecen provenir del subsuelo sublevado, lo cual no es una crítica sino solo una descripción que quizás pueda ayudarnos a comprender mejor las razones de su triunfo.

Mamdani alcanzó el 50% de los votos, venciendo por unos 9 puntos a Andrew Cuomo, también demócrata, que, tras perder la interna decidió ir por afuera, como independiente. Cuomo había tenido que renunciar como Gobernador de New York en 2021 tras haber sido objeto de acusaciones de acoso, lo cual permite inferir que Mamdani tenía enfrente un candidato que cargaba sobre sus espaldas el desgaste de las acusaciones y de la gestión.

El flamante alcalde, triunfó en 4 de los 5 distritos, lo cual incluye el Bronx pero también Manhattan, distrito de los ricos si los hay, y su campaña, con la polarización alrededor de su figura, movilizó a casi el doble de los neoyorkinos si lo comparamos con la elección ocurrida cuatro años atrás.

Según una encuesta de AtlasIntel publicada por El País, https://elpais.com/internacional/2025-11-05/quien-ha-votado-a-mamdani-las-elecciones-de-nueva-york-en-seis-graficos.html , lo que para algunos podría ser una paradoja y, para otros, la demostración de un particular giro ideológico de los empresarios hacia perspectivas de izquierda, Mamdani tuvo el apoyo del 44% entre los sectores más pobres y el 48% entre los más ricos, el sector que, discursivamente al menos, fue el objeto de los ataques de Mamdani. ¿Una demostración de que no solo los pobres pueden votar a sus verdugos? ¿Acaso la prueba de que Mamdani no es el verdugo de los ricos a pesar de que se presente como socialista? ¿Quizás la ratificación de que la ideología puede más? No lo sabemos.

Ahora bien, cuando se desmenuzan todavía más los números aparecen otros datos interesantes: por ejemplo, Mamdani solo obtuvo el 60% de los votos de quienes eligieron a Kamala Harris en la última elección presidencial dado que un 36% se inclinó por Cuomo. Es evidente que hay allí una expresión de la interna demócrata entre el ala de izquierda y la perspectiva más centrista.

En cuanto a la distribución racial, no hubo sorpresas: Mamdani triunfó entre los asiáticos (con 59% de apoyo), los negros (48%) y los hispanos (45%), pero perdió entre los blancos, donde alcanzó apenas el 37%.

Sin embargo, donde sí apareció una curiosidad es que con Mamdani se da un fenómeno que creíamos propio de los candidatos de derecha: el 62% de los jóvenes de hasta 30 años se inclinó a votarlo frente al 29% de los mayores de 65; y el 51% de los varones lo apoyó frente al 37% de las mujeres. Habrá que indagar las razones de esta tendencia que, insistimos, va a contramano de lo que sucede en buena parte del mundo pero que, en todo caso, podría darle una esperanza a los demócratas: se puede ser varón joven y ser progresista. 

No es fácil explicar esto aunque podría adelantarse, como hipótesis, que Mamdani utilizó la misma estrategia que han usado muchos de los espacios de derecha, una suerte de discurso antiélites en general, y contra las élites del propio partido demócrata, necesitado de una renovación generacional y de ideas.

A propósito, recuerdo una nota publicada en el New York Times, https://www.nytimes.com/2025/07/06/opinion/zohran-mamdani-democrats-israel.html por Peter Beinart en la semana posterior al triunfo de Mamdani en la interna demócrata, donde el autor indicaba que una de las claves del éxito de Mamdani había estado en explotar la disputa entre las bases y las élites del partido alrededor del tema Gaza.

Mamdani nunca escondió su posición propalestina, ni siquiera ante las continuas acusaciones de Cuomo y no hay razones para dudar de las convicciones del triunfador, pero lo cierto es que, según los datos de la encuesta de Gallup, en 2013, el apoyo de los demócratas a Israel por sobre Palestina obtenía una diferencia de 36 puntos mientras que en la actualidad ese número se ha revertido dramáticamente: 38 puntos a favor de los palestinos. Este cambio fue incluso más profundo entre los mayores de 50 que entre los jóvenes y la consecuencia es que, hoy en día, solo un 33% de los demócratas apoya a Israel en su conflicto con los palestinos.

No sabemos si esto marcará una tendencia al interior del partido, pero Mamdani parece haber sintonizado que la cerrazón del partido demócrata alrededor del discurso identitario de las minorías no alcanza, de modo que buena parte de sus propuestas, apuntan a una agenda económica y concreta: congelamiento del precio de los alquileres, construcción de viviendas, transportes más rápidos y gratuitos, supermercados populares con comida a bajo costo, aumento del salario mínimo…

¿Podría existir un Mamdani sin Trump? Es un contrafáctico pero una interpretación posible es que, al menos en el país del norte, una salida posible sería oponerle a la radicalidad de Trump una opción igualmente radical. Lo opuesto, así, no sería la moderación sino una versión que lleve el péndulo al otro extremo.

En el progresismo de todo el mundo, hay una euforia desproporcionada por una elección en un distrito muy importante pero que es holgadamente demócrata. Pensemos, si no, que solo el 19% de los neoyorkinos se autopercibe republicano y que, en las últimas elecciones presidenciales, Harris obtuvo allí el 68% de los votos. Lejos estaríamos, entonces, de una elección que pudiera funcionar como termómetro de una incipiente nueva tendencia.

Sin embargo, en todo caso, sí podría ser el puntapié inicial de espacios progresistas que, al menos desde lo discursivo, intentan disputarle a la derecha la representación de los trabajadores a través de propuestas concretas y radicales, además de hacerlo desde posturas populistas antiélites. Si no supiéramos cómo Estados Unidos influye y exporta a Occidente no solo sus reglas sino también sus tendencias sociales y políticas, esta elección sería un evento menor. El futuro dirá, entonces, si no ha sido más que eso o se trata del comienzo del reconfiguramiento ideológico y de la reconversión del progresismo en una versión más amplia y radical que marcará el debate público y la orientación del mundo occidental en los próximos lustros.  

 


lunes, 10 de noviembre de 2025

Un nuevo humanismo contra la cultura de la muerte (publicado en www.theobjective.com el 9.11.25)

 

¿Es posible una nueva civilización que recupere el espíritu humanista en este tiempo de fascismos, exhibicionismos y adoración hacia el dios dinero? Esta es la pregunta central que atraviesa el nuevo libro de Rob Riemen, La palabra que vence a la muerte. Cuentos de verdadera grandeza, editado por Taurus.

Fundador y presidente del Nexus Institute, este ensayista nacido en Países Bajos, con formación en Teología y Filosofía, retoma a través de cuatro historias el tópico que impulsó la creación de su instituto y buena parte de sus libros: el humanismo.

La primera es, nada y nada menos, que la historia de los últimos días de Thomas Mann, entre el amor de su esposa y las convicciones que supo forjar especialmente a partir de La montaña mágica; la segunda entrecruza los caminos del pedagogo Janusz Korczak, Antoine de Saint-Exupéry y Robert Oppenheimer, tres personas que, como indica el título del libro y por diferentes razones, supieron pronunciar la palabra que vence a la muerte; la tercera, por su parte, reflexiona sobre el arte de leer a partir de la anécdota del nacionalista chino que leía un libro mientras daba sus últimos pasos hacia la guillotina y, la cuarta, refiere a la importancia de la educación en las artes a partir de la utopía que nos propone George Orwell.

Ya desde la introducción, Riemen deja bien en claro un posicionamiento sin espacio para ambigüedades y afirma que estas cuatro historias son susurradas por Clío, la Musa de la Historia, aquella que le viene a contar que la verdadera grandeza no es la de los nuevos líderes mesiánicos ni la de los banqueros ni los Ceos de las grandes tecnológicas, sino la de resistir la cultura de la muerte y adorar al Hombre en lugar de venerar el poder, las máquinas y la tecnología. Frente a esta cultura que todo lo corrompe y lo destruye, Riemen afirma que solo el lenguaje, el amor y el arte serán capaces de impedir que gobierne Ares, el dios de la guerra. 

En el caso de la historia de Mann, Reimen hace énfasis en la transformación que atravesó al autor de La montaña mágica desde su temprano abrazo a ese romanticismo alemán en el que la metafísica, el arte, la religión y la muerte confluían al son de las óperas de Wagner, hasta la pregunta con la que culmina su gran obra, publicada seis años después del fin de la Primera guerra: ¿de esta fiesta mundial de la muerte surgirá el amor? Los acontecimientos posteriores lo negarían, pero en la dedicatoria al ejemplar del libro que le acerca su médico personal un día antes de morir, Mann seguía sosteniendo que era el amor la palabra que vencería a la muerte. 

El segundo ensayo lo protagoniza Janusz Korczak, el pedagogo y pediatra que el 6 de agosto de 1942, a pesar de haber tenido la posibilidad de escapar, permaneció en el orfanato junto a los casi 200 niños judíos que ese día serían llevados en tren hasta Treblinka para ser asesinados. El amor tuvo allí la forma de la bandera del trébol de cuatro hojas y la estrella de David que los chicos portaban ese día y que para Korczak representaba la bandera de la esperanza; la misma que se dibuja en los rostros de cada uno de los niños que leyeron El Principito, libro que Saint-Exupéry publicara 15 días antes de decidir ir a pelear a favor de los aliados para finalmente fallecer el 31 de julio de 1944 cuando el avión que pilotaba fuera derribado. En ese mismo ensayo, queda todavía lugar para la declaración de principios de Reimen a propósito del caso Oppenheimer: el hombre es libre y si bien es capaz de construir el arma letal para la humanidad, tiene su bandera de la esperanza en el humanismo europeo y su amor por el alma humana.

El tercer ensayo lo protagoniza Hugo von Hofmannsthal, quien oye la historia de un incidente ocurrido en 1900, en China, durante la rebelión del movimiento nacionalista contra las potencias occidentales. Un alemán observa una larga cola de chinos que iban a la guillotina y uno de ellos está leyendo un libro. El alemán le pregunta cómo puede estar leyendo justo ahora, y el chino le dice “Sé que cada renglón leído es un enriquecimiento”. Este ejemplo le permite a Reimen resaltar la importancia de la lectura, práctica que las nuevas tecnologías y la cultura del desprecio hacia el conocimiento estarían echando a perder, para luego agregar, en otro tópico clásico del romanticismo, que solo el poeta a través de la palabra es capaz de alcanzar una verdad vedada a la lógica y la razón.

La última historia la protagoniza Orwell y su 1984 como ejemplo de la distopía que se concreta eliminando el valor de la privacidad al tiempo que es apropiada por la industria del entretenimiento y por el paradigma de la hiperseguridad con cámaras de vigilancia y control por doquier. Esto le da pie a su vez a amonestar a una sociedad que, según él, utiliza diferentes eufemismos para no hablar del regreso real del fascismo en el marco de un capitalismo salvaje y un orden neoliberal que ataca los valores espirituales.

La palabra que vence a la muerte es un libro bello con historias que conmueven y con un mensaje al que resulta imposible oponerse. Con todo, no se puede obviar que es un libro que lleva al paroxismo ciertas miradas binarias y maniqueas presentes por lo menos desde el siglo XVIII: el corazón frente a la razón; el Hombre frente a la máquina; la poesía frente a la lógica; el libro y la educación frente a la barbarie, y todos los lugares comunes de una divisoria que opera en Occidente desde la querella entre la Ilustración y el Romanticismo. Sumemos a esto una lectura simplificada de la actualidad política que ubica cualquier tipo de liderazgo o forma de gobierno alternativa a la de las repúblicas liberales democráticas europeas como parte del eje del mal mesiánico fascista, y el combo es completo.

De aquí que, si se busca un enfoque original donde sobresalgan complejidades y matices, no estamos frente al libro adecuado. Con todo, se puede resaltar el intento de refundar una civilización humanista que reivindique los valores occidentales contra la gran tendencia relativista, oikofóbica y culposa que se ha impuesto en el viejo mundo. En este sentido, hay aquí un texto que deja espacio a cierto optimismo al cual abrazarse y ello, en estos tiempos, no es poco.

 

sábado, 1 de noviembre de 2025

De Twitter a San José. De San José a Twitter (editorial del 1.11.25 en No estoy solo)

 

Comencemos con 3 fotos: una diputada opositora posa con remera argentina al momento de emitir el voto y lleva a su fotógrafo pensando en sus redes sociales. A nadie le importa más que a ella, pero pertenece a la generación de políticos performáticos, esa palabra tan de moda que nadie sabe bien qué significa pero que hay que usar para sonar cool; un candidato opositor acaba de perder en su distrito por más de 20 puntos pero en Twitter nos ofrece su imagen compartiendo el balcón de San José 1111 con CFK. Además de performáticos, la nueva dirigencia es fan de sus conductores. A propósito, la tercera imagen: la expresidente sale al balcón a bailar cuando el resultado ya marcaba una tendencia irreversible y una paliza llevada adelante por un gobierno que hace seis meses está envuelto en un escándalo tras otro. Si no leyéramos a Mayra Mendoza decir que “Cristina tenía razón, no importa cuando leas esto”, uno estaría tentado a pensar que ese gesto no solo es un error, sino la señal de alguien que hace tiempo está más enfocado en retener fragmentos de poder que en construir mayorías.

El albertismo sin Alberto habla de todo menos de lo ocurrido entre 2019 y 2023. El espacio que hace del proyecto colectivo una bandera nos dice que la culpa la tuvo ese señor innombrable que nadie sabe cómo llegó ahí ni cómo gobernó con los ministerios y todas las líneas repletas de la gente que hoy hace albertismo sin Alberto. Disputan con Bregman haciendo del país una inmensa asamblea universitaria en vez de buscar los votos del ausentismo, el gran protagonista de la jornada electoral. Y lo peor: han creado una militancia a imagen y semejanza que cada vez se avergüenza más de ellos y, claro está, acaba votando a Bregman para eludir toda responsabilidad de mayoría. Al fin de cuentas, si de tener razón y de ser minoría intensa se trata, nada mejor que la izquierda.

Entonces llaman a un frente antifascista y hablan difícil porque no buscan gobernar sino escribir un paper sobre las nuevas derechas y las catástrofes siempre por venir. La oposición de hoy en día no quiere gobernar porque tiene culpa. En eso se parecen a Alberto, el innombrable… desprecian el poder, les quema. Prefieren ser víctimas, recibir un subsidio o un contrato y señalar con el dedo al malo que hace. En frente tuvieron un candidato que no hubiera podido ganar nunca en ninguna circunstancia… y les vuelve a ganar… porque del otro lado llevamos más de una larga década de errores y porque está muy fresco el último desastre. A los genios de la estrategia electoral los pasa por encima la experimentada estratega Karina Milei y nos dicen que el problema fue el desdoblamiento con el argumento de que anticipar las elecciones locales “despertó” al antiperonismo. O lo que es peor, el argumento gorila del progresismo: la culpa es de los intendentes, retomando la ya mítica figura de Barones capaces de manipular a las masas a través del clientelismo más vil. Nadie puede explicar cómo puede perder y perder elecciones el peronismo si esa dinámica de los intendentes estuviera tan aceitada pero igual el cliché se repite. Les mostrás los números, les decís que entre septiembre y octubre el peronismo de la Provincia perdió solo 300.000 votos y que al menos la mitad de ellos podría explicarse por el hecho de que en las nacionales no votan los extranjeros… pero no… hay que decir que la culpa es de los intendentes cuando son las autoridades nacionales del partido las que deberían explicar cómo se perdió en dos tercios del país, en algunos casos, frente a candidatos que no los conocía ni la madre ni el propio Milei. Entre 2015 y 2023 el peronismo perdió la misma cantidad de elecciones presidenciales que había perdido en 70 años. Ya sabemos que CFK siempre tiene razón, así que habrá que buscar en otro lado: ¿será la culpa de Magnetto? ¿Será Trump? ¿Será la nueva pedagogía de la crueldad? ¿Será la posverdad y la “nenecha”? ¿Será que la gente es mala y no merece?

Como hemos dicho varias veces aquí, traigan ideas que votos sobran. Incluso visto fríamente, un 40% en elecciones intermedias en la provincia de Buenos Aires es un resultado aceptable, y si se perdió fue porque se compitió contra una coalición que nucleó a toda la derecha. Naturalmente, la sensación de derrota se da por la expectativa generada a partir de los resultados de septiembre, pero 40% en Buenos Aires a dos años del gobierno de Alberto Fernández, no es para despreciar.

En todo caso, victorioso o perdidoso, el problema de Kicillof y de cualquier otro que pretenda disputar el liderazgo y devenir un candidato autónomo de las directivas de San José, será ofrecer algo diferente. Eso no implica defeccionar o resignar principios para adecuarse a los valores de la época, pero sí plantear qué se va a hacer en 2027 a diferencia de lo que se hizo en 2019 y, por lo menos, entre 2011 y 2015. ¿Volver a la “década ganada”? El país del 2003 no existe más. El del 2015 tampoco. Eso no significa que esas experiencias no puedan enseñarnos cosas, pero hoy es otro país aun cuando hay muchos estudios que muestran que a diferencia del voto a Milei en 2023, su base electoral 2025 se parece demasiado a la del PRO, dominada en especial por clases altas y medias. El gran problema es que esas clases bajas que siempre votaron peronismo hasta 2023, hoy no votan a Milei pero tampoco votan al peronismo. A duras penas si votan.

 

Son pocos los dirigentes que al menos plantean un programa, equivocado o no, de cara al futuro. Pero en todo caso, no se trata de los dirigentes con mayor proyección de voto. Kicillof hasta ahora propone kirchnerismo sin Cristina o, al menos, sin la lapicera de ella, como si el problema fuese nada más que la lapicera. Tiene razón Kicillof en salir a dar esa disputa, especialmente cuando los dueños de la lapicera ponen siempre a los mismos expertos en derrotas y malos gobiernos. Pero no es solo un problema de nombres. Y claro que los nombres juegan, pero lo esencial es la carencia de ideas. Que sea un lugar común no significa que sea menos cierto. Milei trajo nuevas ideas o, en todo caso, arropó las ideas que fracasaron largamente en la Argentina detrás de una nueva mascarada en un contexto muy particular y, a caballo del clivaje casta versus anticasta, corrió el eje de la discusión. No se trata de jubilar a nadie. De hecho, Milei no jubiló a nadie, sino que, más bien, acabó subiendo al tren de “las ideas de la libertad” a toda la casta fracasada de liberales, pseudorepublicanos y, sobre todo, antiperonistas. Pero algo hay que hacer si lo que se busca es salir de la indignación y el “comentarismo”. Si quieren indignarse y comentar, armen un programa de radio o televisión. Pero no hagan política.

Por cierto, ¿la oposición ofreció algo nuevo frente a Milei? No se trata de hacer autoayuda, pero una actitud meramente reactiva no es lo que estaría esperando la gente, al menos en este momento. Por ejemplo, ¿alguna alternativa para bajar la inflación a la que ofrece Milei? Porque es muy importante bajar la inflación y la dirigencia opositora actual pareciera no prestarle atención a ello como si la baja de la inflación fuera un tema “de derecha”, como “la seguridad”. Y más allá del antiperonismo, que hoy parece ser mucho más robusto y homogéneo que el peronismo, una parte del electorado votó la baja de la inflación, votó que no hay piquetes, votó que puede comprar dólares, votó que tiene ofertas para alquilar, votó que ante el problema de la inseguridad la respuesta no fue “la culpa es de la desigualdad” y votó, entre otras tantas cosas, advirtiendo que las políticas públicas en torno a la “igualdad” debían repensarse por las severas fracturas sociales que estaban generando. Que las recetas que utilizó Milei para dar cuenta de cada uno de estos puntos pueda ser criticada ampliamente por los “efectos secundarios” y los nuevos problemas que genera, no invalida que la gente valore esas soluciones. Y no está mal que lo haga porque es evidente que, por diversas razones, toda esta lista de puntos había generado un hartazgo en la sociedad.

Y la oposición no tiene aportes novedosos para encarar estos problemas. Más bien, en la lógica de “lo que importa es tener razón”, todo hecho es interpretado como un reforzamiento del paradigma. Nunca aparece una duda, una reflexión, un “quizás nos equivocamos”. Al contrario. O en todo caso, si se habla de error, se dice que el problema fue no haber ido a fondo. Así, la promesa de futuro no es otra que “vamos a volver para hacer lo mismo más profundo”. Lo distinto sería así lo mismo radicalizado.

Con todo, el plan de volver en 2027 por defecto no puede descartarse pues frente al peronismo no hay precisamente un gobierno que brille por su astucia. De hecho, el gobierno tendrá unos días de calma, pero sigue teniendo los mismos problemas que tenía el viernes anterior y ni siquiera el sostenimiento abierto de parte de los Estados Unidos garantiza la estabilidad por los próximos dos años puesto que todos ya sabemos cómo termina. Solo discutimos cuándo.

Y cuando eso suceda, si desde la oposición no aparece una alternativa, se verá que estamos chocando con la última instancia de la crisis de representación. Es que, desde nuestro punto de vista, Milei estaría más cerca de ser el último político más que el primer pospolítico. Y su eventual fracaso no redundará en el regreso del fracaso anterior. En este sentido, la respuesta a la antipolítica no será el retorno de la política sino la apoliticidad y con ello una crisis de legitimidad ya no de la clase política sino del sistema mismo, de la democracia.

En este sentido, si observamos la degradación de las instituciones, no será por el presunto fascismo de Milei sino por el fracaso sucesivo de diversos espacios y coaliciones desde hace más de 10 años. Entonces, la foto que no sale en las redes es la de millones de argentinos viviendo siempre un poco peor desde hace muchos años. Yo no soy de los que cree que el pueblo nunca se equivoca. Pero frente a la ineptitud, el narcisismo, la venalidad y la carencia de ideas de nuestros dirigentes, al momento de buscar responsabilidades, no habría que empezar por quienes cada dos años se toman el trabajo de, encima, ir a votarlos.

 

 

Elecciones en Argentina: triunfo y resurrección de Milei (publicado el 27.10.25 en www.theobjective.com)

 

Finalizado el escrutinio de las elecciones de medio término en Argentina, no hay demasiado espacio para matices: en una jornada marcada por un récord de ausentismo, La Libertad Avanza, el partido que lidera Javier Milei, obtuvo un contundente apoyo alcanzando más del 40% de los votos y superando por 9% al peronismo.

Si bien el resultado no es histórico y más bien suele ser habitual que los oficialismos triunfen en este tipo de elecciones, la sorpresa ha girado en torno a la sorprendente recuperación del gobierno si se lo compara con los resultados adversos conseguidos en las elecciones locales que se desarrollaron en los últimos meses. En especial, es de destacar el resultado en la Provincia de Buenos Aires, el distrito que reúne al 37% del padrón electoral y que ha sido históricamente un bastión del peronismo. En las elecciones locales que allí se celebraron el 7 de septiembre, los candidatos de Milei habían perdido por 14 puntos. Sumemos a esto que el candidato que encabezaba la lista para la votación de ayer debió renunciar algunas semanas antes de la elección por claras sospechas de haber recibido financiamiento narco, con la particularidad de que la renuncia fue tan sobre el filo de la votación que en la boleta seguía figurando su rostro. En ese escenario, contra todo pronóstico y mientras se incendian todos los manuales de Ciencia Política, el mileísmo revirtió el resultado y le ganó al oficialismo provincial por 0,6%.

¿Cómo pudo darse vuelta un resultado así en algo más de 45 días? Se pueden arriesgar varias hipótesis: ¿acaso una reacción del antiperonismo ante el temor de un regreso del kirchnerismo? ¿Quizás una menor movilización de la estructura territorial de los caudillos locales del peronismo que en la elección de septiembre jugaban su gobernabilidad y en octubre no jugaban nada? ¿Tendrá algo que ver el nuevo sistema de votación con boleta única idealmente visto como menos proclive a la manipulación? Quizás algo de cada una de ellas.

Recordemos, además, que aquel resultado de septiembre había profundizado una crisis política con consecuencias económicas marcadas y una atmósfera de inestabilidad de cara al futuro cercano, producto de lo que en la jerga política podrían llamarse “errores no forzados” de parte del gobierno.

A una mala praxis económica que aceleró la devaluación del peso argentino alrededor de un 30% en los últimos tres meses y que implicó un rescate del gobierno de Trump, a través de un SWAP de 20.000 millones de dólares, y la intervención inédita del propio Tesoro estadounidense para sosegar al mercado, se le sumaron escándalos de presunta corrupción alrededor de la Agencia Nacional de Discapacidad que salpicaron a la propia hermana de Milei, su persona de máxima confianza en el gobierno.

Asimismo, a diferencia de lo que había sucedido durante el primer año donde a pesar de tener muy poca presencia en el Congreso (menos del 15% de las bancadas en la Cámara de Diputados y menos del 10% en la Cámara de Senadores), el gobierno había logrado avanzar en un paquete de medidas profundamente ambicioso, una disputa con los gobernadores llevó a la administración de Milei a padecer serios reveses legislativos. Puesto en números, entre febrero y mayo de 2025, el gobierno había ganado el 69,8% de las votaciones en el parlamento. Sin embargo, con la misma composición, entre junio y septiembre, perdió el 82,9% de las mismas.

Por último, si bien Milei logró el milagro de bajar la inflación (desde el heredado 211,4% anual en 2023 al 31,8%), mantuvo el superávit fiscal, contuvo el dólar, disminuyó la pobreza, tras el pico alcanzado en su primer semestre de gestión, aumentó en términos reales la ayuda a los más desaventajados y les dio alguna racionalidad a los precios relativos de la economía, comenzaba a notarse cierta impaciencia en la calle y los mercados. La razón es que la economía se encuentra actualmente estancada; hay un aumento del empleo informal; el consumo de los hogares ha disminuido; los asalariados con empleo público han perdido el 14% del poder adquisitivo; los jubilados que cobran la mínima (más de la mitad) vieron disminuidos sus ingresos en un 5,2% respecto a la inflación, y la capacidad instalada de la industria alcanza números similares a los de la pandemia. Por último, la falta de dólares en las reservas del Banco Central ha aumentado la desconfianza y, con ello, la previsión de un salto inminente en el precio de la divisa estadounidense y la imposibilidad de salir al mercado a obtener nuevo financiamiento para pagar la deuda.

Es en ese marco que las encuestas eran mayoritariamente esquivas para el gobierno y que Milei se contentara con alcanzar un número cercano al 35% que le garantizara un tercio de alguna de las Cámaras para obturar cualquier intento de juicio político y poder sostener los vetos a las leyes que la oposición le venía imponiendo desde el Congreso.

El resultado, claro está, superó sus propias expectativas. Según los últimos cálculos, junto a sus aliados de la centro-derecha liderados por el expresidente Mauricio Macri, el mileísmo alcanzaría unos 107 diputados (sobre 257) y unos 26 senadores (sobre 72). Si bien no alcanza el quorum propio, se encuentra a tiro del número mágico si negocia con los sectores dialoguistas de la oposición. Aun cuando el peronismo continuaría siendo fuerte con unos 28 senadores y unos 97 diputados, el equilibrio de fuerzas será radicalmente diferente.

De cara al futuro inmediato, restan definir algunas incógnitas: en el caso del gobierno, se esperaban cambios inminentes en materia económica frente a un mercado que entiende que el precio del dólar está sostenido artificialmente y, en el plano político, se descontaba la salida de varios ministros para relanzar la administración de cara a los próximos dos años. ¿Modificará el triunfo electoral este escenario?

En cuanto al peronismo, más dudas que certezas: carente de propuestas, con su último fracaso todavía demasiado cercano, sin un liderazgo claro y con Cristina Kirchner en prisión domiciliaria representando una minoría intensa que obtura una nueva camada de dirigentes carentes de originalidad, su futuro parece depender exclusivamente de la capacidad que pueda ofrecer Milei para sostener su gestión.

Por ello, con un peronismo debilitado y una ciudadanía que parece haber refrendado en las urnas algunos de los logros económicos, en particular, la baja de la inflación, de cara al 2027, año de las próximas elecciones presidenciales, toda la responsabilidad recaerá, sin excusas, sobre Milei. Algunos dirán que para bien. Otros dirán que para mal. 

 

 

No hay elecciones, solo interpretaciones (editorial del 19.10.25 en No estoy solo)

 

En las últimas semanas la estabilidad de economía argentina depende de la forma en que interpretemos las palabras del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent y de Donald Trump. Si cuando hablaban de apoyarnos o no apoyarnos se referían al 2025 o al 2027, si el SWAP es un SWAP, si el “los argentinos se están muriendo” suponía echar la responsabilidad al actual gobierno o refería a un proceso de agonía, casi constitutivo, del ser argentino…

Agreguemos a esto un montón de info que ya nadie sabe de dónde sale… si los bancos americanos van a poner otros 20.000 millones, si Sam Altman dijo lo que dijo o él mismo y sus inversiones fueron una invención de la IA…

Que un mercado pegue saltos diarios hacia arriba o hacia abajo habla menos de su perfil especulativo que de su dificultad para la comprensión de texto y contexto. Pero, sobre todo, describe que los fundamentos de nuestra economía son muy frágiles y que el crecimiento con o sin dinero no se efectiviza.

Pero el terreno de las interpretaciones tendrá su lugar estelar el lunes posterior a las elecciones, no solo porque siempre suele ser así sino porque aquí se agregan otros factores relativamente novedosos. Por lo pronto, el que generará mayor controversia es la forma en que se recuenten los votos, más allá de la decisión de la cámara electoral que, con buen tino, indicó que los votos se cuentan por distrito. Expuesto así, el gobierno ganará y perderá, y salvo en algunas provincias donde la elección está reñida, probablemente no haya grandes sorpresas. Pero simbólicamente la clave está en la sumatoria de votos a nivel país donde el gobierno quiere mostrar que es el ganador. Para hacerlo cuenta con una ventaja técnica: LLA está presente en los 24 distritos, sea en solitario, sea en alianza, y el peronismo ha utilizado diferentes sellos en cada distrito siendo el más común el Fuerza Patria, presente en 14.

Es de esperar que, entonces, con los resultados más o menos desarrollándose, ya comience una guerra en redes y medios tradicionales acerca del modo en que se cuentan los votos con la intención de la victoria pírrica de algún titular de diario a favor o de un conjunto de ciudadanos que se van a dormir pensando que el resultado fue distinto al que en realidad fue.

En todo caso, no será demasiado distinto a lo que viene sucediendo en los últimos meses con un gobierno al que cada día hábil se le hace muy largo y donde ya no hay semana en la que pueda mostrar estabilidad. Es que, al fin de cuentas, sumados de una manera o de otra, en las cámaras, los sellos peronistas van a ser parte de la misma bancada. ¿Acaso alguien podría imaginar, por ejemplo, que el peronismo de Formosa que no va con el sello Fuerza Patria piensa formar un bloque aparte? Absurdo.

En este sentido, números más, números menos, no habrá mucha sorpresa y se descuenta que el gobierno con aliados alcance el tercio mágico en diputados, por ejemplo.

A propósito de ello, como para agregar una complejidad al recuento de votos: el debut a nivel nacional de la boleta única puede deparar sorpresas y facilitar la elección de candidatos a distintas fuerzas que el sistema anterior dificultaba. Por citar un ejemplo, las encuestas marcan que la candidata de LLA en Ciudad de Buenos Aires, Patricia Bullrich, obtendría muchísimos votos más que el candidato a diputado por la misma fuerza, Alejandro Fargosi. ¿Allí cuál va a ser el número que tomaremos para sumar a nivel nacional? ¿El de Bullrich o el de Fargosi? La pregunta retórica muestra que, aunque a los fines simbólicos los números se simplifiquen, lo cierto es que cada distrito y, dentro de ellos, cuando correspondiere, cada elección, sea de diputados o de senadores, es distinta y debería analizarse en sí misma.

Dicho esto, el escenario más probable, cuenten como se cuenten los votos a nivel nacional, es desfavorable al gobierno por razones que él mismo creó, en un error estratégico llamativo: me refiero al modo en que nacionalizó la elección de la provincia de Buenos Aires para luego recibir una paliza electoral. En este sentido, salvo un milagro que muy pocos avizoran, esto es, que la lista encabezada por el diputado sospechado de ser apoyado por narcos, sí, la del pelado que ahora es colorado, reduzca drásticamente la desventaja, será difícil que los análisis dejen a un lado que el peronismo está vivo y tiene en Kicillof a un candidato con fortaleza para disputar en 2027. Si la diferencia no solo no se achica, sino que se agranda, ya podríamos estar hablando de una catástrofe. ¿Qué se puede salir a decir el lunes si, pongamos, perdiste por 20 puntos en la Provincia de Buenos Aires?

Pero, como decíamos, ya no hay elecciones, solo interpretaciones, y el lunes se analizará la performance de un gobierno que, tras los escándalos y los errores no forzados de los últimos meses, ha pasado de una pretensión arrasadora a contentarse con una performance digna alrededor del 35% de los votos, resultado mediocre si se lo compara con los resultados que suelen tener los oficialismos en sus elecciones de medio término y más mediocre aún si se toma en cuenta que es un número alcanzado gracias a una alianza con quien hasta hace poco era el espacio de derecha más importante. Naturalmente no sería lo mismo 32% que 38% y no será indiferente lo que sume realmente el peronismo en los 24 distritos, pero en cualquier caso pareciera imponerse un golpe de timón o al menos un golpe de efecto que a la vista del electorado recupere parte de la expectativa que el gobierno supo generar durante su primer año. Y nótese que no hablo de resultados pues allí nos adentraríamos en una cierta realidad concreta. Hablo de expectativas, al fin de cuenta, proyecciones que pueden estar más o manos basadas en condiciones objetivas pero que tienen mucho de valoración personal y subjetiva.

Aun cuando, filosóficamente hablando, el supermercado ofrezca los últimos espasmos de una realidad que se resiste a desaparecer, es natural que una política que solo aspira a sostenerse en expectativas, devenga terreno de disputas donde las únicas batallas son las de las interpretaciones.

Para finalizar, en un país en el que incluso ya sin PASO, los años electorales se hacen larguísimos, el ausentismo crece y buena parte del electorado ya no sabe ni lo que vota, no faltará mucho para que el día de las elecciones sea una simple formalidad a la que nadie asista y cuyos resultados sean números arbitrarios creados por algoritmos.

No está lejos el día en que gobernar sea simplemente interpretar.

 

 

 

 

 

Trump según Dugin: ¿un nuevo orden para el mundo? (publicado el 16.10.25 en www.disidentia.com)

 

Más allá de que estemos recién frente a los primeros pasos y que, ante la desconfianza de los adversarios, la inestabilidad sea la norma, la efectiva intervención de Trump en la crisis de Medio Oriente desatada tras el ataque del 7 de octubre del 23, es un acontecimiento político de enorme envergadura.

Contra los manuales berretas de progresismo, la presunta nueva encarnación del fascismo, aun impredecible y caprichoso como es, deja expuesta la impotencia de los líderes europeos y echa por tierra el avieso intento de los demócratas de endilgarle a los republicanos ser los señores de la guerra.

Por si esto no fuera suficiente, Trump parece estar decidido a terminar con el otro gran conflicto mundial, el que protagonizan Rusia y Ucrania, y aquí también estaría siendo clave en el acercamiento de las partes hacia un acuerdo.

Más allá de que todo esto tiene un final abierto, este segundo mandato de Trump confirma el triunfo del ala, llamemos, “aislacionista” que exige que Estados Unidos no se involucre en nuevas guerras ni en conflictos lejanos a contramano de la dinámica injerencista de los “halcones” cuyos magros resultados han quedado a la vista después de las “aventuras” de las últimas décadas. La discusión ha sido tan fuerte al interior del partido que el sector MAGA ha hecho críticas potentes contra la política de Israel y Netanyahu, algo difícil de imaginar algunos años atrás dentro del partido republicano.

A propósito, en su último libro, Trump Revolution, Aleksandr Dugin, considerado por algunos el “filósofo de Putin” por ser un claro defensor de las políticas del mandatario ruso, entiende que el triunfo de Trump confirma la decadencia del Occidente liberal progresista y de toda la línea atlantista. En este sentido, recoge la división propuesta por Carl Schmitt entre civilizaciones de tierra y mar, para afirmar que estamos ante un triunfo de las primeras por sobre las segundas y que, con Huntington y versus Fukuyama, el mundo ha ingresado en una fase de multipolaridad alrededor de una serie de civilizaciones: Occidente (aunque allí quizás haya que separar a Estados Unidos de Europa), Rusia-Eurasia, India, China, el mundo musulmán, África y Latinoamérica. Lejos del fin de la historia, entraríamos en una nueva fase de la misma donde muchos actores pugnan por escribirla.

En cuanto a la distinción de Schmitt, recordar que las civilizaciones de tierra son aquellas de perfil más soberanista/nacionalista, donde prevalece el orden, los valores conservadores, la religión y cierto carácter estático, siendo Rusia un ejemplo en este sentido; mientras que las civilizaciones de mar son aquellas que, por el contrario, se caracterizan por lo que hoy llamaríamos “globalismo”, van más allá de sus fronteras, son más progresistas, inestables y expansionistas. El ejemplo clásico en este sentido sería Inglaterra. Para Dugin, con Trump, la disputa entre las civilizaciones de tierra y mar se estaría dando no solo a nivel global sino al interior de los Estados Unidos entre las costas (demócratas y liberales asociadas al paradigma expansionista del mar) y el interior (republicano, conservador y soberanista asociado al paradigma de la tierra).

De hecho, según Dugin, la gran diferencia entre Trump y Biden es la política internacional: la del primero enfocada en la defensa de los intereses nacionales (America First); la del segundo, apuntando a la eliminación de las fronteras y la imposición de los valores occidentales a través de la fuerza y/o las instituciones de la gobernanza global.

Ahora bien, a diferencia de su primera presidencia, la novedad de este segundo mandato es el giro que los CEO de las compañías tecnológicas han dado a favor de Trump tras varios años de alto nivel de wokismo en sangre. Cómo se procesará la tensión entre este sector desregulador y anarcocapitalista, con Musk, Thiel y Altman a la cabeza, entre otros, con el sector más conservador, populista, nacionalista y fuertemente religioso representado por el movimiento MAGA de Steve Bannon, es una incógnita, pero para muestra baste la entrevista que Tucker Carlson le hiciera hace apenas algunas semanas atrás al fundador de OpenAI. 

¿Hay conciliación posible entre el aceleracionismo propuesto por los grandes Tech y el aislacionismo conservador del populismo MAGA? Si, como indica Giuliano Da Empoli en Los ingenieros del caos y refuerza en su flamante La hora de los depredadores, Musk y otros eventuales “aliados” de Trump como Putin o Milei serían agentes del caos cuyo avance depende de la fractura del orden establecido más que de su conservación, ¿es de esperar una inminente división en el trumpismo o se hallará un punto de conciliación?

A propósito de Milei, un día después de su viaje para decretar la paz en Medio Oriente, Trump recibió al presidente argentino para demostrar que el aislacionismo y la defensa de los intereses nacionales está lejos de la neutralidad, máxime cuando se trata de figuras como Milei que, esto hay que reconocerlo, apostaron por el triunfo del republicano cuando muy pocos se atrevían a manifestarlo en público. Pensado geopolíticamente, el anuncio de un SWAP de 20.000 millones de dólares, además de la inédita e histórica intervención directa del Tesoro estadounidense en el mercado argentino para evitar una devaluación del peso, es la demostración de que Trump está jugando todas las batallas y que observa a Milei como el único actor de relevancia en Latinoamérica con el cual puede contar, al menos por ahora. 

Por último, será central observar el futuro de la OTAN con Trump en la presidencia de los Estados Unidos, como así también el conjunto de instituciones del orden globalista. ¿Podrá Trump reconfigurar, literalmente, el mundo?

En su discurso en el mítico Valdai Club, en 2024, Putin defendió un ideal de democracia que siga la regla de la mayoría y no la imposición de las minorías como, según el líder ruso, ha reinterpretado el Occidente globalista. Asimismo, aseguró que el nuevo orden es aquel que regresa a los valores tradicionales contra el intento de acabar con la familia, el borrado de las distinciones de género y el proyecto deshumanizador del transhumanismo. Además, agregó que, antes que Occidente, el enemigo de Rusia es un neoliberalismo que habría degenerado, según sus palabras, en un régimen autoritario, intolerante y liderado por una élite global fanática de la ingeniería social.

Dugin pareciera ser bastante optimista respecto a que el triunfo de Trump confirma un cambio de época y ha asestado el tiro de gracia a un modelo de destrucción de las fronteras nacionales que estaba agotado.

Aun aceptando lo que pareciera ser una tendencia, desde aquí nos permitimos ser un poquito más cautelosos al respecto.

 

 

Vergüenza ajena (editorial del 10.10.25 en En estoy solo)

 

Muchas veces en este espacio hemos mencionado, como una de las variables para entender el triunfo de Milei, el modo en que la “gente rota” se identificó con su figura. No se trataba, por cierto, de una estigmatización, sino de la simple descripción enfocada en un sector de la población a la que sucesivas crisis económicas y sociales había destruido en todo sentido, también en lo que respecta a su subjetividad.

Muy conectado a esto, estaba una sed de revancha, una necesidad de castigo guiado por una bien fundamentada ira por el malestar padecido: había que acabar con los privilegiados y el privilegio era la casta, una categoría que tenía como referente principal a la política y a todo lo vinculado con el Estado pero que también se podía extender a sectores empresariales, periodistas, universidades, etc., es decir, los creadores de sentido común hegemónico. Por supuesto que detrás de esa necesidad de castigo había una esperanza, falsa, mentirosa y tramposa, pero esperanza al fin, al menos para los que no se daban cuenta de que era falsa, mentirosa y tramposa: me refiero a la idea de que el fin de los privilegios beneficiaría al conjunto de la población. El ejemplo más evidente era la zoncera de suponer que reducir el gasto político era la solución al problema de los argentinos. Se trata de una afirmación que no resiste el menor análisis, más allá de que, por supuesto, hacía falta reducir el gasto político y Milei tenía razón en apuntar a todos los privilegios de la casta. Lo que no era verdad es que de la eliminación de esos privilegios se siguiese el bienestar general.

Los que me leen hace años, saben que suelo emparentar la figura de Milei con el de la película Joker 1, cuando esa violencia generalizada explota y no busca ninguna otra finalidad que la violencia misma. Es una generalización y, por tanto, es injusta, pero podemos decir que una buena parte de los votos que recibió Milei provinieron de un montón de gente que, con razón, harta de gobiernos de distinto color que le jodieron la vida, decide votar al “loco”, al “roto”, al “desequilibrado” que estaban tan loco, roto y desequilibrado como la mayoría de los argentinos… y que rompa todo, porque peor de lo que estábamos no se puede estar. Esta última afirmación es falsa pero no importa: la sensación era esa y la posmodernidad nos dice que lo único que no se puede contradecir son las autopercepciones.

Ahora bien, más allá de algunas decisiones y de mucha gestualidad en torno a algunas disputas de la “batalla cultural”, en el ámbito económico el gobierno de Milei solo puede mostrar la baja de la inflación. No es poco. De hecho, es mucho. Mi intuición era que ese logro alcanzaría para validar al gobierno en estas elecciones de medio término, pero quizás no sea así, especialmente a partir de la infinita cantidad de errores y escándalos que envuelve a la administración desde hace unos meses. La Argentina ha tenido gobiernos horribles, pero llama la atención tantos errores, uno detrás de otro, en tan poco tiempo y especialmente después de haber sorteado con holgura un primer año en el que tenía todo en contra y en el que los más optimistas auguraban helicóptero antes de cumplir el semestre. Incompetencia, soberbia, egos y un plan para un país que no existe, de repente confluyen en ese momento trágico de la política que es impredecible pero que, cuando aparece, se hace evidente: el momento en el que, metafóricamente, empiezan a entrar todas las balas, el inicio de un fin que puede extenderse más o menos pero que es inexorable. Incluso el contraejemplo de la reacción kirchnerista a la derrota de 2009, con un triunfo arrasador en 2011, podría ajustarse a este vaticinio: tras aquel conflicto con las patronales del campo y con los medios, algo se rompió y la sutura fue solo provisional. Tardó bastante en explotar, pero explotó.

Todo puede pasar pero cuesta imaginar cómo el gobierno podría acortar esos casi 14 puntos de desventaja en la provincia de Buenos Aires, tras el escándalo Espert, de lo cual se seguiría que es más que probable que el gobierno pierda, al menos por un voto, la elección nacional o que, en todo caso, si la magia de la contabilidad de los sellos arrojara un número distinto, aun así tuviera que cargar con la derrota simbólica por paliza en el distrito más importante y contra quien pretende sucederlo en el cargo. Sumemos a esto que el lunes posterior a la elección, todo esperamos cambios drásticos en la economía, de esos que no van a favorecer a las mayorías, por cierto.

Tras 2009 el kirchnerismo se relanza con una serie de medidas audaces, radicales y profundas. ¿Tiene margen Milei para algo así? ¿Qué tipo de medidas podría tener en la manga más que más guita de algún lado para extender el atraso del dólar? Si el peronismo no alcanza para ganar una elección, tampoco parece alcanzar con el antiperonismo, de modo que el roto debería poder ofrecer algo más que su cualidad de roto, especialmente cuando del otro lado la principal referente está presa y el “riesgo kuka” es un hombre de paja.

Por otra parte, lo que sirve para ganar una elección no necesariamente alcanza para gobernar. El “¡Viva la libertad, Carajo!” se parece demasiado a aquel capítulo de los Simpsons en el que Bart repite una frase estúpida una y otra vez y todos sus amigos le dicen “haz lo tuyo, Bart”, repite esa frase estúpida, ya nadie espera otra cosa de vos. Lo que al inicio pretendía crear una mística, hoy es un meme con la cara de ALF. Es que los que tenían esperanza, la están perdiendo, y aquellos Jokers que solo querían incendiarlo todo, empiezan a darse cuenta que su Joker quizás sea parte del problema o, dicho de otra manera, observan que, quizás, antes que una novedad, están frente el último y decadente paso de la descomposición de la política, aquella contra la cual reaccionaban incendiándolo todo. Porque, o bien asistimos al modo en que Milei se ha rodeado de la casta, o bien cabe preguntarse hasta qué punto estamos frente a un escenario superador después de los escándalos LIBRA, ANDIS, y del presunto narcodiputado que pedía “Cárcel o Bala” para ahora abrazarse al Estado de derecho que, eventualmente, podría brindarle el beneficio de la primera opción.

Por último, especialmente a partir de 2010, aquel kirchnerismo había sabido conectar e interpretar lo que estaba pasando, del mismo modo que Milei lo entendió previo a la elección 2023. El punto es que ahora parece desconectado de la realidad, envuelto en conspiranoias y la repetición de su fórmula muestra que aquel aprovechamiento fue menos una estrategia que una carambola, un ejemplo más del “momento justo en el lugar justo”. Nada más. La disrupción constante puede ser efectiva fuera del poder y, en la administración, puede funcionar un tiempo. Pero hay un momento en el que un sector de la población, al menos, pide soluciones y, sobre todo, aunque no esté tanto de moda, en un contexto en el que queda expuesto cómo mintió “El Profe” que firmaba acuerdos por 1 millón de dólares para asesorar presuntos narcos, todavía hay algunos conservadores que valoraríamos cierto sentido del pudor, ese que estuvo ausente en el concierto que brindó el presidente en el Movistar Arena. A propósito, permítaseme cerrar con algo de mitología griega.

Según el catedrático español Carlos García Gual, en la Antigüedad se consideraba que el pudor, el respeto y el sentido moral (aidós, en griego) eran esenciales para la convivencia humana.

De hecho, el mito cuenta que cuando los dioses dieron forma a las distintas especies encomendaron a dos de los titanes, Prometeo y Epimeteo, la tarea de distribuir características a cada uno de los seres vivos, de modo tal que todos tuvieran fortalezas y debilidades, para de ese modo lograr un equilibrio. El problema es que Epimeteo, cuyo nombre significa “el que reflexiona tarde” o “el que piensa después de actuar”, repartió todo y se olvidó del Hombre. De aquí que Prometeo (“el que piensa antes de actuar”), robara el fuego a los dioses y se lo ofreciera a los hombres que, gracias a ello, fueron también los únicos seres capaces de reconocer y venerar a las divinidades.

Sin embargo, de la posesión del fuego no se sigue la sabiduría política, y la mejor prueba de ello es que cuando los hombres se unieron y vivieron juntos comenzaron a tener conflictos entre sí al punto de poner en riesgo la continuidad de la especie. Fue por eso que Zeus envió al Dios Hermes a que repartiera a todos los seres humanos la mencionada “aidós” y la “díke” (sentido de la justicia), porque sin ellas no habría posibilidad de vida en sociedad. Platón resume este pasaje, en su diálogo Protágoras, del siguiente modo:

 

A todos, dijo Zeus, y que todos participen. Pues no existirían las ciudades si tan sólo unos pocos de ellos lo tuvieran, como sucede con los saberes técnicos. Es más, dales de mi parte una ley: que a quien no sea capaz de participar de la moralidad y de la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad

 

A propósito del término “aidós”, Pedro Olalla, un especialista en cultura griega, nos recuerda que proviene de “aitho”, esto es, un fuego interior que aflora, en ocasiones, sobre nuestro rostro en forma de rubor.

Si los argentinos hemos perdido ya el sentido de justicia y con ello la posibilidad de una convivencia pacífica, no permitamos que se lleven también ese otro don: el de ponernos colorados sea por vergüenza propia, sea por vergüenza ajena.