martes, 28 de noviembre de 2023

Todos fascistas (menos uno) [publicado el 23/11/23 en www.theobjective.com]

 

En un famoso pasaje de Alicia a través del espejo, Lewis Carroll se mete de lleno en una clásica discusión acerca del origen del lenguaje. Así hace decir al personaje Humpty Dumpty que el significado de las palabras es arbitrario puesto que éstas significan lo que él quiere. Frente a ello, interviene Alicia quien advierte que, de ser así, muchas palabras significarían cosas distintas y sería imposible comunicarse. Entonces, ¿quién tiene razón? La respuesta la da Carroll en la línea que sigue pues Humpty Dumpty desliza una teoría del significado asociada al poder y afirma que, a la hora de conocer el significado de una palabra, “la cuestión es, simplemente, [saber] quién manda aquí”.

En tiempos de posestructuralismo para Dummies, donde se nos dice que todo es una construcción del lenguaje, el pasaje viene a cuento porque en diversas partes del mundo observamos que quien manda ha determinado que todo aquel que se oponga a la hegemonía cultural imperante sea un fascista. Así notamos que la lista de fascistas aumenta y que curiosamente reúne a todos los críticos del poderoso, esto es, a todos los críticos del que nombra.

Sin ir más lejos, en España son fascistas los ultras representados en el trasnochado que aquella noche gritó “Viva Franco” para que sea reproducido ad nauseam; pero de repente pasan a ser fascistas también los que defienden la Constitución y el Estado de Derecho; incluso caben dentro del término “fascismo” los liberales, los conservadores, los nacionalistas (siempre y cuando defiendan a la nación española), los soberanistas, la izquierda que no está en el gobierno, y cualquiera que critique la amnistía. Así, el fascista siempre es el otro.

Algo similar sucedió y sucede con los trumpistas en Estados Unidos o con los votantes de Milei en Argentina. En este último caso, y ya que está bien fresco, cabe decir que seguramente hay fascistas, autoritarios y hasta nostálgicos de la dictadura entre sus votantes, pero, afortunadamente, son solo una mínima expresión de ese casi 56% de electores que, equivocadamente o no, creen que el libertario es una opción de cambio para mejor.          

A propósito del uso generalizado del término “fascista”, recordé un artículo de Pier Paolo Pasolini que se lo puede encontrar en una compilación llamada El fascismo de los antifascistas. El artículo es de diciembre del 74, meses antes de que Pasolini fuera asesinado, se llama, justamente, “Fascista”, y comienza así:

“Existe hoy una forma de antifascismo arqueológico que es además un buen pretexto para procurarse una patente de antifascismo real. Se trata de un antifascismo fácil que tiene por sujeto y objetivo un fascismo arcaico que no existe más y que no existirá más”.

Aclaré la fecha porque sorprende la vigencia que tiene. Los sectores progresistas de la actualidad dicen disputar contra un enemigo que es un fantasma, lo cual hace que la disputa carezca de riesgo alguno. Así, si Pasolini viviera, probablemente adscribiría a esa máxima del filósofo italiano de izquierdas, Diego Fusaro, quien indica que esta izquierda progresista a la que él llama “fucsia” es “antifascista en ausencia del fascismo para no ser anticapitalista en presencia del capitalismo”.   

Pero además del beneficio de aparecer como víctima de un victimario imaginario, reducir toda diferencia a “fascismo” o “ultra derecha” conlleva el silenciamiento del adversario en el debate público puesto que con el fascista no hay diálogo posible. Nótese lo grave del fenómeno que ni siquiera se da aquella dinámica de la interacción social que se conoce como Ley de Godwin y que indica que cuanto más se alarga una conversación más posibilidades hay que alguno de los interlocutores mencione a Hitler. Más allá de que la ley es risueña, lo central es que cuando Hitler aparece en la conversación, ésta automáticamente se cancela. Pero lo que se está dando ahora es peor porque observamos que ya no hay ni siquiera una voluntad de conversación: ¿Usted está en contra de la decisión del que manda? Usted es facha. Punto. Fin del debate.      

Dicho esto, claro está, hay un lado B del asunto que se va construyendo en paralelo como una lenta pero inexorable sedimentación que un día acaba siendo incontenible. Es que como suele suceder con aquellas dinámicas que devienen cada vez más solipsistas y endogámicas, la incapacidad para escuchar y aceptar la crítica genera un proceso de aceleración de las purgas hasta que el colectivo finalmente tiende a parecerse demasiado a su líder. Y en ese proceso las voces críticas van aumentando hasta que son demasiadas, fenómeno que incluso los líderes más inteligentes suelen reconocer tarde. Pasó en Estados Unidos cuando de repente triunfó Trump; acaba de pasar en Argentina con el triunfo de Milei. Dicho de manera simple: son tantos los acusados de fascistas que un día se agrupan y son mayoría.  

Por último, el efecto más pernicioso de la banalización que supone acusar de fascista a quien no lo es, es que muchos jóvenes acabarán considerando que el viejo fascismo, al fin de cuentas, no eran tan malo. Como en aquel cuento de Borges en el que un individuo del futuro, miembro de una comunidad que despreciaba la memoria, considera que la cámara de gas donde decide ir a quitarse la vida es obra de un filántropo llamado Adolf Hitler.

Nos dirigimos, entonces, hacia sociedades donde todos aquellos que tengamos una voz crítica seremos acusados de fascistas. Y de tanto repetirlo puede que hasta terminen convenciéndonos. Así todos seremos fascistas menos uno. ¿Y quién creen ustedes que será ese uno? Por supuesto, será el que nombra, esto es, el que tiene el poder, el que manda.           

 

 

Jokers, antiestatismo popular y clases magistrales (editorial de No estoy solo publicado en Canal Extra el 25/11/23)

 

Lo veníamos diciendo hace años: algo se estaba gestando subterráneamente. Mientras la política hablaba el lenguaje de “los derechos” había un cambio “socio-antropológico” de base. Esa transformación, acelerada por la pandemia, era una transformación de la subjetividad. Mientras consumíamos perones y evitas andiwarholeados y nos trepábamos a las modas de los sobreescolarizados, la épica del héroe colectivo era reemplazada por la del “individuo roto”. Esa romantización de la marginalidad y la lumpenización se fue de las manos. Se acababa la era del Eternauta. Llegaba el momento del Joker. Cuando unos pocos tienen derechos, los derechos devienen un privilegio.  

Se cumplen 40 años de una democracia en la que muchos no tienen para comer y en la que se educa y se cura mal. Así, los aspectos sustantivos se diluyen para que la democracia sea solo un sistema de reglas, a veces, incluso, menos que eso: un sistema de selección de representantes. De aquí que no sea casual que lleguemos a las cuatro décadas cumpliendo el último paso de la crisis de la representación iniciada en 2001. En este espacio lo habíamos llamado el paso del “que se vayan todos” al “que venga cualquiera”; el cambio como significante vacío; el dientudo del video que corriendo la picada dice “si nos matamos, nos matamos”.    

A propósito, si lograr imponer el clivaje “casta vs anticasta” fue la clave para que Milei llegara al balotaje, evidentemente el clivaje “cambio vs continuidad” resultó central para que se alzara con el triunfo. Se trata, por cierto, de un fenómeno que ha devenido la regla del último lustro en Latinoamérica, ya que desde 2018 a la fecha, de las 23 elecciones que tuvo la región, en 20 triunfó la oposición. Algunos lo llaman “insatisfacción democrática”. Yo prefiero llamarlo “mayorías que viven como el culo”.

En esta línea, el triunfo de Milei sorprende menos que el hecho de que el oficialismo fuera competitivo. No olvidemos todo lo que ocurrió desde aquel representativo retroceso que implicó Vicentin hasta la fecha. Un gobierno articulado para satisfacer a los compartimentos estancos que se unieron “para que no gobierne la derecha”, donde los funcionarios que no funcionaban eran premiados con embajadas; un gobierno que gobernó “para que nadie se enoje” y logró que se enojaran todos; un gobierno liderado por un presidente alérgico a tomar decisiones que estructuró la gestión para que nadie tenga mucho poder; un “Frente de todos débiles” donde cada unidad ejecutora se trababa por las disputas intestinas: el ministro del espacio A trabado por el secretario del espacio B que a su vez era trabado por el subsecretario del espacio C que a su vez era trabado por la ineficacia de los empleados que responden a A a B y a C. Esta fue una de las razones por las que aquí consideráramos que “el albertismo” nunca existió porque fue una destrucción antes que una construcción política. De hecho, a juzgar por las últimas declaraciones, se confirman algunas presunciones: la presidencia de la nación como un trampolín para vivir de dar clases en España, dar conferencias en foros internacionales sobre desigualdad y cambio climático, y retirarse de la política; la presidencia como una línea de CV en una historia laboral; un presidente que aspira a ser recordado como un presidente que tuvo mala suerte. 

Con distintos niveles de responsabilidad, las otras patas de la coalición han hecho sus aportes a todo esto. Massa, cuya última imagen no lo deja tan mal parado, fue mejor candidato que ministro. Gracias a la tregua en los egos de sus socios, aptitudes personales y una campaña profesional abrumadoramente mejor que la de sus rivales, estuvo cerca del milagro con la agenda propia, aquella que adoptó allá cuando rompió con el kirchnerismo en 2013. Pero en materia económica su gestión fue mala.    

El caso de CFK es incomprensible: demiurgo del triunfo electoral y con la suficiente responsabilidad política e institucional como para no abandonar un barco atado al ego y al solipsismo de su comandante, hizo su aporte para un pimpinelismo de gobierno fundando el oficialismo opositor y ensimismada en una agenda demasiado personal. El mejor ejemplo es el inútil impulso del juicio a la Corte, iniciativa alejada completamente de las necesidades del ciudadano de a pie. A dónde quiere ir es un misterio como fue un misterio el modo en que el kirchnerismo torpedeó el acuerdo de Guzmán. Más allá de si ese acuerdo fue bueno o malo, el kirchnerismo corrió por izquierda al ministro para luego darle en bandeja el puesto y el rol protagónico a Massa, la figura más de derecha que ofrecía el espacio y quien estuvo a punto de alcanzar la presidencia. Lo más curioso y paradojal es que si Massa hubiera llegado a la Casa Rosada, las horas del kirchnerismo estarían contadas. Detrás de una figura como CFK uno supone que todo tiene una razón de ser. Lo doloroso es darse cuenta que esa razón no existía. De “lo personal es político” pasamos a “lo personal es política”. Un error demasiado importante.      

Pero lo más preocupante es la incomprensión del momento histórico en los referentes y seguidores del espacio, algo que atraviesa al peronismo y especialmente a esta variante progresista que ha hegemonizado el peronismo del siglo XXI.

Efectivamente, si el antiperonismo demuestra ser más estable y menos mítico que el propio peronismo, ahora aparece un “antiestatismo popular” que no estaba presente cuando ganó Macri. Hordas de pretendidos Self-Made-Man, (cansados del paternalismo de los CEOs de la pobreza), a los cuales el peronismo actual solo responde “Más Estado” como un acto reflejo, incluso cuando en muchos casos lo que hace falta es lo contrario, tal como se sigue ya no de la escuela austriaca sino de Perón.

Este conato de libertarismo intuitivo penetró en los sectores populares donde nunca pudo llegar el macrismo, más allá de que, como hemos dicho aquí también, sería un gran error de diagnóstico de las autoridades entrantes imaginar que la sociedad argentina se ha vuelto libertaria.     

En cuanto a la variante progresista que ha hegemonizado ideológicamente al peronismo siglo XXI, uno de los síntomas más evidentes de la transformación es el reemplazo de los actos por las clases magistrales. La política como evento universitario. Gente que se dedica a explicar y no a transformar; gente que prefiere hacer papers antes que cloacas.

Más que nunca se vio ese cambio en la composición del apoyo mayoritario al oficialismo. ¿Dónde lo encontramos ahora con más fuerza? En las capas medias de profesionales de mediana edad, sobreideologizados y con pánico moral (piensen si no en Massa cerrando la campaña en el Pellegrini, el colegio de los hijos de esas capas medias sobreideologizadas, cantando “el jingle”); vanguardias que subestiman y exponen las contradicciones de los votantes de Milei sin explicar cómo podría ser racional votar un gobierno que, con la inflación, dio el segundo paso de la “desorganización de la vida” iniciado por el experimento frustrado del neoliberalismo de Macri.

Los mismos que disfrutaron de las mieles del Estado de Bienestar y lo defienden frente a quien quiere exterminarlo, pero mandan a los pibes a escuela públicas de elite o a escuelas privadas porque al oído confiesan que están podridos de los paros y de los compañeritos “marrones” que “atrasan al nene”; los mismos que se atienden en OSDE porque “el hospital se cae a pedazos”.  

Son los que cantaban “Alberto presidenta” (SIC) y “Compañero de piquete cuando quieras sale un pete; compañera piquetera, cuando quieras hay tijera”, para luego hacer micromilitancia en trenes y redes llamando a votar “al normal” con esposa y dos hijos. Estaban deconstruidos pero les resultó sospechoso que el presidente electo no tuviera hijos, no se le conocieran novias y prefiriera los perros a los humanos.

Son los que primero acusaron de fascista a los fascistas pero luego acusaron de fascista a todo aquel que se opusiera a la agenda: fascista el que no se compromete, fascista el que no cancela, fascista el Estado de Derecho, fascista el que no abraza la patria latinoamericana, fascista el que come carne, fascista el heterosexual, fascista el que cree en el mérito, fascista la presunción de inocencia, fascista la O, fascista el que no es víctima, fascista Massa antes de ser el candidato, fascista el que quiere comprar dólares, fascista el que cree en Dios, fascista el youtuber fascista, fascista el que no alquila, fascista el que está en contra del aborto, fascista el que no recicla, fascista el que hace chistes, fascista la bandera, fascista el kioskero que aumenta, fascista el de Rapi… y así hasta lograr que, de repente, los supuestos fascistas sean mayoría y acaben creyendo que ser fascista es lo más normal del mundo. Si a esto le sumamos que también dicen que es fascista uno de los candidatos, lo más natural es que esa larga lista de presuntos fascistas “vote a uno de los propios”.         

En tanto hiperincluidos, están en el mejor de los mundos posibles porque arriesgan poco y tienen en Milei a esa suerte de caricatura provocadora de todo lo que está mal en el mundo, contra la cual es fácil indignarse, firmar un Change.org y viralizar un tiktok porque, además, no faltará oportunidad para hacerlo y con razón. Incluso muchos de los que habían dejado de ser progres por ser antiperonistas, podrán volver a ese rictus de indignación del ciudadano comprometido con el progreso de la sociedad porque en frente está Milei. Así podremos volver a ver en A dos Voces a todo un amplio arco ideológico que irá desde Nelson “Hubris” Castro hasta Bregman, la neutral.

Con su vida material más o menos resulta, los hiperincluidos alternarán mofa y enojo sobre las hordas de presuntos ignorantes que se dieron el tiro en el pie porque votaron “al fascista”. Viralizarán cada arrepentimiento de voto mileista para que funcione como lección, para que el arrepentido sea humillado y aun cuando seguramente tengan razón, fomentarán más odio, más Jokers.  

Y van a querer resistir con aguante porque no resisten escuchar; y van a decir que el pueblo se equivoca. ¿Saben por qué? Porque antes que gobernar, prefieren tener razón.  

 

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Milei: el triunfo y las incógnitas (publicado el 20/11/23 en www.theobjective.com)

 

Finalmente, tras un agotador proceso electoral, Javier Milei es el nuevo presidente de la Argentina. Luego de haber alcanzado 30% de los votos en la primera vuelta, el candidato libertario trepó a casi 56% en el balotaje. De este modo venció al actual ministro de economía, Sergio Massa, que con 44% apenas pudo sumar 7% a su performance de octubre.

Si bien la gran mayoría de las encuestas hablaba de “empate técnico”, resulta evidente que los rápidos reflejos de Mauricio Macri fueron determinantes. Es que el líder del espacio conservador que había quedado relegado en octubre tras el pobre accionar de su candidata, Patricia Bullrich, salió a pedir públicamente el voto a Milei y logró que sus 24 puntos se trasladaran al candidato libertario.

Para quien no esté demasiado empapado de la actualidad argentina, digamos que esta elección tuvo una enorme cantidad de particularidades. La más importante, claro está, tiene que ver con que Javier Milei, un economista outsider de la política, se transforma en un líder popular con un discurso anarcocapitalista o, como él mismo indica, paleolibertario, en un brevísimo lapso de tiempo y sin ningún tipo de estructura. Si ya esto de por sí era sorprendente, al discurso economicista radicalizado que junto a sus características físicas y su irascibilidad lo hacían un fenómeno de consumo masivo en medios tradicionales y redes, Milei le agregó algo en el último tiempo: elementos de “batalla cultural” anti woke en línea con el trumpismo, el bolsonarismo y Vox, entre otros. 

Sin embargo, lo que fue determinante ha sido la habilidad de Milei para transformarse en el vehículo por el cual una mayoría de la sociedad argentina pudo canalizar su bronca, algo que fue muy bien explotado por él cuando instaló como eje de campaña la disputa contra “la casta política”. Como dijimos en otras intervenciones en este mismo espacio, Milei fue una suerte de Joker, un representante de una mayoría dispuesta a incendiarlo todo, harta de los privilegios de unos pocos que referenciaba en “El Estado”; un No Future que, especialmente después de la pandemia, fue llevado como bandera en mayor medida por los jóvenes con empleos precarios que otrora hubieran votado peronismo; como así también por aquellos otros de clase media hartos de las imposiciones hipermoralistas de la agenda progresista que los señalaba como victimarios por ser blancos, heterosexuales y amantes del asado argentino. 

El descontento era tal que una campaña errática y con un candidato que generaba mucho miedo, no alcanzó. Efectivamente, Milei, y los referentes de su espacio, han reivindicado a Margaret Thatcher, la “verdugo” de la guerra de Malvinas, pero además han hablado de dolarizar la economía; de prender fuego el Banco Central; de vender órganos como “un mercado más”; de volver al sistema privado de pensiones que en Argentina fue una estafa, como así también de privatizar las calles, el mar, la aerolínea de bandera y la principal empresa de energía; de dar el debate acerca de la venta de niños; de la posibilidad de que los varones puedan renunciar a las obligaciones de la paternidad; de implementar un sistema de vouchers para la educación y hasta han puesto en tela de juicio ciertos consensos básicos de la democracia argentina en torno a lo ocurrido en la última dictadura militar adoptando la terminología castrense. Y sin embargo, no solo nada de eso pareció ser determinante sino que es posible imaginar que, al igual que sucede en otras partes del mundo, es justamente esta actitud de dinamitarlo todo la que hizo que, al menos una parte de la población, votara al libertario. Porque hay que decirlo: Milei ofreció una verdadera revolución y, sobre todo, encontró un lugar en la necesidad de cambio que opera como un significante vacío. De hecho, hay encuestas cualitativas que muestran que muchos de los votantes de Milei están en desacuerdo con gran parte de sus propuestas, pero lo votan porque es “lo nuevo”.     

Luego, naturalmente, está el contexto. Es que Milei solo podía ganar en un escenario: enfrentando al peronismo (es decir, sumando a los antiperonistas). En este punto, bien cabe hacer un comentario: que el actual gobierno peronista haya sido competitivo después de una mala gestión que además padeció la pesada herencia del gobierno de Macri y vicisitudes como la pandemia, la guerra en Ucrania y la sequía, es verdaderamente milagroso. De hecho, no debe haber antecedente en el mundo en el que un oficialismo que llevó la inflación de 55% a 142% anual y tiene casi dos tercios de los menores de edad en condición de pobreza, pueda acaso pretender presentarse a elecciones.

¿Por qué sucedió? Porque el peronismo es, en Argentina, sobre todo, una cultura y una identidad más allá de que cada vez lo sea menos; porque el candidato era el candidato más de centro derecha que podía ofrecer; porque era además un buen candidato, tal como quedó demostrado en un debate en el que vapuleó a Milei; y porque hizo una campaña enormemente profesional al lado del amateurismo y el desorden que demostró la campaña libertaria.

Con el resultado puesto, lo que viene es verdaderamente incierto. Los mercados daban por descontado que ganaba Massa, y con una economía que arroja números de inflación de dos dígitos mensuales, la política de shock que promete Milei podría espiralizarla aún más y generar una tensión social preocupante. Por otra parte, como nunca antes en la historia, el espacio que preside el gobierno nacional no tiene ninguna de las 24 gobernaciones provinciales. Ni siquiera tiene un intendente. Asimismo, su fuerza parlamentaria es escasa e insuficiente para avanzar en las reformas radicales que pretende. De aquí que emerja como una figura de poder en las sombras, el expresidente Macri, el otro gran ganador de la jornada, un estratega frecuentemente subestimado.

Como se indicó anteriormente, el espacio liderado por Macri dio su apoyo públicamente y por estas horas se especula, o bien con la creación formal de una alianza de gobierno con referentes del macrismo ocupando lugares clave, o bien como una coalición de hecho que incluya, naturalmente, la importante representación que el espacio de Macri tiene en el congreso. De lo contrario, la fragilidad del gobierno naciente y un sistema de partidos estallado, deja abierto un escenario de enorme inestabilidad institucional que podría llevar a la Argentina por el camino de Perú aunque, claro está, con una hiperinflación como la que Perú no tiene.

De lo que no hay dudas es de que se abre una etapa completamente novedosa en la política argentina con un reagrupamiento de los partidos tradicionales y las coaliciones. El resto son incógnitas: la primera es alrededor del peronismo. Cómo se articulará en la oposición y cuáles serán los nuevos liderazgos con una Cristina Kirchner que parece hacerse a un costado, no lo sabemos. La segunda incógnita, y la más importante, es cuál será finalmente el plan de gobierno de Milei, cómo podrá sobrellevar socialmente medidas antipáticas cuyos resultados se verían a largo plazo y cómo convivirá con Mauricio Macri, el otro faro de poder que ahora se sabe más determinante que nunca.   

Triunfo de Milei: lo que pasó y lo que vendrá (publicado el 20/11/23 en www.canalextra.com.ar)

 

-El 2023 es el punto cúlmine de un largo proceso que comenzó en 2001 y que, con un paréntesis en los mejores años del gobierno kirchnerista, va del “que se vayan todos” al “que gobierne cualquiera”. El cambio como significante vacío es la clave del triunfo de Milei en el balotaje y, a su vez, su principal lastre en el gobierno pues ese significante no puede permanecer vacío indefinidamente.

-A propósito de ello, quedó en evidencia que los clivajes impuestos por Milei en el debate público fueron los más efectivos: primero el “casta vs anticasta” para llegar al balotaje; luego el “cambio vs continuidad”, con buena dosis de peronismo vs antiperonismo, para definir la elección.

-Otra manera de interpretar el escenario del triunfo en términos de clivajes nos llevaría a decir que la bronca venció al miedo, más allá de que, para la segunda vuelta, el factor Macri, presentado como garantía de racionalidad y templanza, pudo haber ayudado a disipar algunos temores.

-Macri es el otro gran vencedor de la jornada y deviene un poder en las sombras. Si fuera peronista ya estarían hablando de “doble comando”. Naturalmente es todo demasiado reciente pero, a nivel gobernabilidad hacia adentro del espacio ganador, la gran incógnita es cómo acabarán interactuando los egos de Milei y Macri, especialmente cuando el primero tiene la lapicera pero el segundo tiene la tinta, es decir, los equipos, los fierros mediáticos, los gobernadores, los intendentes y la fuerza necesaria para sacar leyes en el congreso.   

-Justamente en este sentido, es evidente que el sistema de partidos argentino ha volado por el aire y ya ni siquiera es posible sostener esa suerte de reagrupación que se había alcanzado a partir de 2015 entre una coalición de centro derecha y una de centro izquierda. Entendemos que formalmente o de hecho habrá una alianza entre Milei y el macrismo pero no sabemos qué ocurrirá con el sector del PRO perdidoso ni con los restos de Juntos por el Cambio: ¿acaso cederán a la jefatura de Macri? ¿Acaso intentarán articularse para crear un nuevo espacio de centro con el radicalismo a la cabeza?

 

-Interrogantes aún peores rodean al peronismo: ¿Massa se retira definitivamente o intentará, también en las sombras, ser quien mantenga unido al peronismo y encuentre puentes con otras fuerzas políticas frente al gobierno? ¿Qué rol jugará CFK y el kirchnerismo, hoy circunscriptos al conurbano en una provincia que gobierna Kicillof y que dependerá en demasía de la bondad del gobierno nacional? ¿Y qué hará el propio gobernador que, en 2027, no tiene reelección? ¿Tiene la espalda y la capacidad para articular un gran frente detrás de su figura?  

-Aunque resulte ahora anecdótico: no hubo fraude y el sistema electoral demostró ser robusto más allá de la ansiedad de los periodistas y las delirantes acusaciones de LLA; el peronismo perdió en todos los distritos excepto PBA, Formosa y Santiago; incluso en PBA, más de 100 de los 135 distritos quedaban en manos de LLA; la gente entendió que debía pronunciarse afirmativamente, de modo que el voto en blanco fue más bajo que lo esperado. 

-Otro elemento anecdótico ya: ganar un debate por paliza no garantiza votos; tampoco pareció ser determinante el apoyo de diversas corporaciones, desde artistas, pasando por deportistas, hasta sectores económicos.  

-El Massa candidato fue mejor que el Massa ministro y la excelente y profesional campaña presidencial de Massa fue todo lo que no fue la gestión de gobierno al que perteneció.

-Habrá tiempo para volver sobre el punto pero fue vergonzoso que ni Alberto Fernández ni Cristina Kirchner estuvieran presentes en el bunker con Massa. Si bien su ausencia durante la campaña podía obedecer, justamente, a intentar separar al candidato de la gestión, con distintos niveles de responsabilidad, este resultado tiene mucho que ver con la pésima gestión de gobierno. Alberto con su narcicismo, su incapacidad para construir y su maestría para disolver el poder, incluso el propio; y Cristina torpedeando desde el inicio un gobierno al que no renunció para posicionarse desde la comodidad de un insólito “oficialismo opositor”.    

 

-Otro punto sobre el que habrá tiempo para volver: si bien a mediano plazo, un eventual fracaso deja el espacio para el regreso estelar de un progresismo recargado, lo cierto es que hoy, buena parte del triunfo de Milei se debe a la deriva de la agenda progresista. Como pasó en Estados Unidos y en Brasil, si bien a priori no son agendas contradictorias, el énfasis en “los derechos” de minorías obturó hacer foco en las necesidades de las mayorías y eso se pagó en las urnas. Frente a un candidato que llegaba con un discurso anti privilegios de la casta política, la militancia solo ofreció pánico moral, un discurso estatista más zonzo que peronista, agitar el fantasma del fascismo y la dictadura, y salir a militar la existencia de ministerios.

-Sin embargo, no solo el progresismo fue vencido, sino que esta elección confirma que al peronismo en sí cada vez le cuesta más hacer pie en una sociedad de cambios vertiginosos. Nada es irreversible, pero el triunfó de Milei expone también la fibra de una nueva subjetividad individualista con la cual, al menos esta versión del peronismo, tiene dificultades para conectar.

 

-En el futuro mediato e inmediato, en línea con lo dicho anteriormente sobre el cambio entendido como “significante vacío”, Milei deberá lidiar con la peor de las expectativas, esto es, la expectativa que se genera cuando nadie sabe qué carajo vas a hacer. Desde el más ignorante que cree que cobrará dólares hasta el más cándido que considera que los problemas macroeconómicos obedecen al gasto político, en breve habrá hordas de votantes desilusionados para los cuales el teorema de la imposibilidad de Arrow o las discusiones teóricas de sectas paleolibertarias no serán suficiente, especialmente cuando se va al supermercado, se sube a un transporte público o se paga una factura de servicios.       

 

 

 

El espejo (publicado el 15/11/23 en www.disidentia.com)

 

Algunas semanas atrás, en la ciudad de Frankfurt, casi en paralelo a la masacre perpetrada por Hamas y al anuncio del inicio de la guerra por parte de Israel, se realizaba la famosa feria del libro de esa ciudad en la cual se premiaría a la escritora palestina Adania Shibli por su novela Un detalle menor. Sin embargo, en solidaridad con el Estado de Israel, la premiación fue suspendida, lo cual generó la reacción de unos 600 escritores de primera línea criticando la medida. Imaginamos que, además de la nacionalidad de la escritora, el conflicto se daba por la trama de la obra. Efectivamente, ambientada en el contexto de la guerra de 1948, una joven palestina se encuentra en las dunas del desierto de Néguev cuando una patrulla israelí la intercepta, la apresa, la encierra, la viola, la mata y la entierra en la arena. A partir de allí, y varios años después, una joven de Ramala da de casualidad con un elemento que le permite comenzar a desentrañar el macabro suceso y no cesará hasta exponerlo y dar con los responsables.

Más allá del posicionamiento personal y de nuestra opinión sobre el conflicto y la decisión de la Feria, lo que aquí cabe destacar es que en realidad a nadie parece importarle la calidad de la novela. Es más, podemos sospechar que no solo las razones para quitarle la premiación sino también las razones para premiarla originalmente, tenían que ver con razones políticas y no con su valor literario. Esto no quiere decir que la obra sea descartable. Quizás sea valiosísima y debería ser premiada en sí misma como tal, pero podemos sospechar que ambas decisiones, lamentablemente, no tienen nada que ver con la literatura. Así, seguramente, primero se buscó a través de la novela y de la nacionalidad de su autora, posicionarse políticamente criticando las acciones del Estado de Israel; luego, abrumados por las imágenes y por presiones de otros sectores, las autoridades de la Feria entienden que la veleta de la corrección política indica que los vientos han cambiado, al menos por ahora, y que es momento de posicionarse políticamente del otro lado.      

Vayamos ahora a Florida, donde gobierna el conservador republicano Ron DeSantis. Hasta hace pocos meses, y como parte también de la interna republicana, DeSantis ocupaba las principales noticias de los portales por su disputa sin cuartel contra Disney. Pero, en este caso, la noticia tiene que ver con la decisión de las escuelas públicas del Condado de Collier de censurar más de 300 libros, entre ellos, obras de Stephen King, Arthur C. Clarke, John Grisham y Joyce Carol Oates. La medida se basó en una reglamentación impulsada por el gobernador del Estado que permite a las juntas escolares impugnar contenidos que consideren, de una u otra manera, nocivos para los chicos, especialmente contenidos vinculados a la sexualidad. Sin dudas, se trata de una disputa política y cultural contra el avance de la izquierda woke que tiene una particular predilección por marcar su lineamiento ideológico en los libros escolares.  

La estadística muestra que, a su vez, no se trata de un hecho aislado sino que, en el último año, se ha triplicado la cantidad de libros censurados en Estados Unidos, a tal punto que se habla de más de 5800 libros censurados desde 2021. Si pensábamos que este tipo de noticias solo podían ser parte de un baúl de recuerdos o de novelas distópicas, lo cierto es que está sucediendo en el mundo libre, frente a nuestras narices y siempre en nombre del bien, claro.

Tanto el episodio con la escritora palestina en Frankfurt como la censura en Florida, han sido expuestos por medios de todo el mundo, aunque en especial por aquellos cuya línea editorial tiene una tendencia hacia la izquierda. En el primer caso, porque son críticos de la acción del Estado de Israel; en el segundo, porque se trata de la decisión de un Estado gobernado por la derecha. Son, salvo excepciones, claro, los mismos medios que o bien suelen impulsar las cancelaciones de quienes contradicen el nuevo paradigma, o bien callan cuando la persecución y la censura se realiza “por izquierda”, amparados en el victimismo y el nuevo criterio de minorías ofendidas que ha reemplazado el derecho a ofender, eje central de la libertad de expresión. Es que hoy solo se puede ofender a las mayorías y a la derecha. El resto compite en el mercado de la meritocracia inversa para justificar cuál víctima es más víctima que otra y así poder acallar toda voz crítica.

Como reflexión general, entonces, y en la línea que muchas veces hemos mencionado aquí, digamos que si la valoración del arte va a estar supeditada a los vaivenes acomodaticios que brinden las instituciones, y si el solo hecho de que un sujeto se sienta ofendido va a ser suficiente para limitar nuestra libertad de expresión, es de esperar que este tipo de episodios se multipliquen. De hecho, lejos de abrazar principios liberales, la derecha parece responder al estado policiaco y a las patrullas del escrache y la delación impulsadas por la izquierda, con la lógica del espejo, en una carrera alocada donde prima la sobreactuación y, sobre todo, la fuerza.        

Es como si todos estuvieran incómodos con los principios básicos de las democracias liberales que mínimamente han logrado ciertos marcos de convivencia básica en las últimas décadas. Así, si originalmente se trataba de reivindicaciones liberales/progresistas contra las censuras de las dictaduras por derecha o por izquierda, la nueva agenda adoptada por un progresismo punitivista e hipermoralista le ha servido en bandeja a la derecha la posibilidad de conectar con idearios de centro y liberales con los cuales tradicionalmente tuvo sus conflictos.

Sin embargo, la oportunidad de construir una derecha más o menos democrática donde puedan convivir elementos conservadores y liberales frente a la hegemonía cultural de la izquierda, acaba sucumbiendo en muchas partes del mundo frente al canto de sirena de los exabruptos de unas derechas populistas que canalizan la furia de sociedades insatisfechas pero que ofrecen salidas reñidas con consensos básicos democráticos que tanto costó conseguir. En ese escenario, y con la excusa, a veces real y a veces falsa, de un “regreso de la ultraderecha”, los bloques progresistas tienen vía libre para avanzar en una agenda monolítica indemne a la crítica y que, por oposición, tiene todo permitido.

Si cada vez vemos más replicado en las distintas sociedades del mundo una polarización creciente entre fuerzas que juegan al extremo y que riñen con los principios de las sociedades que les han permitido desarrollarse, es porque ambos polos se parecen cada vez más y porque la dinámica del espejo les resulta tan necesaria como funcional.  

 

 

jueves, 16 de noviembre de 2023

El riesgo de la improvisación permanente (publicado el 13/11/23 en www.canalextra.com.ar)

 

Nadie sabe qué deparará la historia, pero probablemente el de ayer sea recordado como el debate en el que la diferencia entre uno y otro candidato fue abismal. Naturalmente, esto no dice nada acerca de hacer un mejor gobierno ni es la demostración de la superioridad de unas ideas sobre otras; menos aún supone una “traducción” a votos. Pero la diferencia expuesta ayer ha resultado tan evidente que recibió la opinión unánime de todos los periodistas, incluso aquellos que tenían como misión defender a Milei. En todo caso merecerá un análisis más profundo cómo todos los analistas citados por el diario La Nación, por ejemplo, dieron por ganador a Massa, mientras que la encuesta que el diario realizó para el público arrojó un triunfo de Milei con el 90%. Al fin de cuentas, puede que la audiencia creada a imagen y semejanza de los intereses de los propietarios del medio, sea de digestión más lenta ante la evidencia.    

Volviendo a los análisis, todo lo que los periodistas que tenían a cargo la transmisión en La Nación+ pudieron esgrimir a favor de su candidato fueron cosas tales como “Milei logró no enloquecerse” o “el amateurismo de Milei puede acercarlo más a la gente”. Aunque, una vez más, cabe decir que la psicología del voto es insondable, defensas de este tipo resultan patéticas y, sobre todo, innecesarias.

Digamos, entonces, que el debate lo ganó Massa por varios cuerpos y si no fue por KO fue porque, suponemos, cambió la estrategia en el segundo bloque. Si se permite una última metáfora deportiva, ganaba 3 a 0 el primer tiempo y luego administró la pelota controlando el debate desde el minuto 1 hasta el final.

En todo caso, el debate fue el corolario de lo que ha mostrado la campaña al menos desde las PASO hasta ahora: la hiper profesionalidad de la campaña de Massa, la de “los brasileños”, frente a una derecha dividida que desde hace tiempo parece La armada Brancaleone. La diferencia es tan grande que podría decirse que la campaña del oficialismo es casi lo opuesto a lo que fue su gestión, esa que en 4 años brilló por la parálisis de sus luchas intestinas, la incapacidad de los funcionarios que no funcionan y un presidente prescindente.

Y hablamos de corolario porque también parece el punto cúlmine del desastre en que está sumida la derecha después de una serie de errores autodestructivos que llevaron a que JxC quedara fuera del balotaje cuando un año antes tenía la elección ganada. Ahora, los que hablan de hacer un Estado más eficiente, ni siquiera pueden coordinar la logística para repartir las boletas y del sueño obamista de una derecha moderna acaban teniendo que justificar su apoyo a un populista libertario que en cada intervención demuestra, sobre todo, un enorme desconocimiento de lo que supone gobernar un país.     

Si muchas veces se señaló con razón la cantidad de “tiros en los pies” que se dio el oficialismo durante la gestión, es justo indicar que el nivel de improvisación y de ignorancia que maneja el candidato de la derecha quedó en evidencia ayer cuando cayó en errores infantiles y acabó a la defensiva frente al ministro de economía del gobierno que tiene un 150% de inflación anual.   

Como decíamos al principio, ganar un debate es ni más ni menos que eso. Toda extrapolación que pueda hacerse de ese triunfo es hipotética y difícil de confirmar incluso con el diario del lunes. Pero lo ocurrido ayer puede ser el puntapié para instalar un debate público que la Argentina se merece. Me refiero a que en general estamos atravesados por debates ideológicos de uno u otro lado de la grieta sin tomar en cuenta que el Estado necesita representantes capaces, no importa si el ideario que representan nos gusta más o menos. Esto significa que, más allá de las ideas, buena parte de los problemas de la Argentina tienen que ver con la mala praxis de funcionarios que desconocen cómo funciona el Estado y el mundo en el que Argentina puede jugar un rol relevante. Por todo esto, y más allá de las ideas radicales de Milei, esas que tanto le costó defender ayer, si un eventual gobierno del libertario tendrá como impronta el nivel de desconocimiento, improvisación y amateurismo demostrado ayer, habrá una nueva razón para estar preocupados.  

 

 

 

 

martes, 14 de noviembre de 2023

Del “que se vayan todos” al “que venga cualquiera” (editorial de No estoy solo publicado en www.canalextra.com.ar)

 

A días, por fin, de la segunda vuelta, ya se encuentra bien definida la estrategia de La Libertad Avanza después del sacudón que significó el triunfo de Massa y el casi inmediato apoyo posterior de Macri y Bullrich a su candidato.

Por lo pronto, después del amateurismo librepensadoril de las últimas semanas previas a la general, se les prohibió a todos los presuntos piantavotos hacer declaraciones públicas. Así, se centró la comunicación en las versiones clonazepaneadas del candidato junto a periodistas cómplices, y algunos pocos dirigentes: Mondino, Villarruel, Pagano y no mucho más.

En el mientras tanto, es tan evidente el recelo de Milei hacia Macri, sabedor el libertario de que aun llegando a la presidencia será la próxima víctima, que ni siquiera pudieron sacarse una foto juntos. En todo caso, pareciera que el apoyo PRO se circunscribe a algunas intervenciones reñidas con el castellano de Patricia Bullrich y, lo más importante, la fiscalización. Nada más y nada menos. Con el resultado puesto, llegará la factura y como suele ocurrir con las deudas de Macri, promete ser eterna e impagable.

En cuanto a lo discursivo, no hay mucha sorpresa: énfasis en el clivaje cambio vs continuidad e intento de pegar a Massa con el kirchnerismo (algo que no cree nadie en el oficialismo, empezando por el propio kirchnerismo). Igualmente puede que con eso alcance porque parecemos haber llegado al último escalón del “que se vayan todos”. Lo decíamos la semana pasada cuando hablábamos del intento de instalación del “cambio” como significante vacío, esto es, la idea de que hay que cambiar, no importa hacia dónde ni con quién; solo cambiar como un bien en sí mismo, como cuando vamos a la peluquería y pedimos un corte nuevo porque vale más la novedad que el hecho de que el corte sea el adecuado para nuestra fisonomía.

Esta glorificación del cambio en sí mismo como último escalón del “que se vayan todos” es el “que venga cualquiera”. Y nótese que aunque parece lo mismo, o una consecuencia directa, no lo es. De hecho, podría decirse que la crisis de representación de 2001 no fomentaba “que venga cualquiera”. En todo caso, afirmaba que los que estaban eran responsables y que lo que tenía que venir era mejor. Tenía que ser distinto y mejor, no cualquiera. Si el resultado nos gustó más o menos es otra cosa pero mucha gente, al menos hasta el 2015, creyó que lo que vino fue mejor. Ocho años y dos malos gobiernos después, el escenario es otro.

De aquí que podría decirse que hoy hemos trepado, o descendido, según como se lo mire, claro está, un escalón más en la degradación del sistema y la crisis de representación. Como cualquier cosa es mejor que lo que hay, se equivocan quienes consideran que la ruptura del sentido común, la racionalidad y todos los consensos democráticos básicos que realiza Milei y su tropa suponen un costo político para su espacio. Es al revés, justamente: es porque rompen con todo que son votados.

Entonces ni siquiera hace falta una promesa de futuro o una esperanza. Alcanza con prometer que lo que hay ya no va a estar. Lo decía Milei en la entrevista donde él confiesa pretender que estalle todo. Allí, cuando el periodista le responde que eso perjudicaría a mucha gente, especialmente a los que menos tienen, Milei lo acepta pero agrega que, si bien será así, al menos, esta vez, también pagará el estallido la casta privilegiada. Sabemos que esto es falso pero va en línea con el sentir de mucha gente que cree no tener nada que perder, y lo único que quiere es igualdad en el desamparo. No es una promesa de estar mejor sino una certeza de que todos van a estar tan mal como ellos. En este sentido, la “justicia social” de Milei, que no es, claro está, la abrazada por el peronismo, es una revancha contra determinados privilegios. Es un “yo me voy a hacer mierda pero ustedes también”.        

Luego, claro, está la versión algo más matizada que se tiene que dar para convencer a parte de ese 70% que no votó a Milei para que lo apoye. Si como ya indicamos, la metáfora utilizada por Macri de tirarse del auto a 100 km para evitar una muerte segura aun cuando esa acción también pueda generar la muerte, no era la más feliz, lo insólito es que el propio Milei la hizo propia con otro ejemplo. En este caso, habló de alguien que está en una caverna protegido de las alimañas que están afuera pero que, al estar allí sin poder moverse, termina muriendo de inanición. La caverna que nos protege es el Estado y el “afuera lleno de alimañas” es el mundo real, donde, naturalmente, rige el mercado. En este marco, Milei dice: “Al menos por dominancia estocástica [buen nombre para banda de punk rock, por cierto] es mejor [mi proyecto], porque usted sale de la caverna y puede haber bichos peligrosos pero al menos tiene una chance de sobrevivir. Adentro de la caverna se muere”. La metáfora es la misma y en ambas es menos importante la propuesta de salida que la instalación falsa de que con el escenario actual el destino fatal es inexorable. En otras palabras, para que su plan funcione no necesitan que decir cuál es el plan. Les alcanza con imponer que lo que hay lleva al desastre.  

Este aspecto también se ve en una de las razones más frecuentes que esgrimen los que apoyarían a Milei en esta segunda vuelta sin haberlo hecho ni en las PASO ni en las generales. Como no pueden mirarse al espejo y reconocer que apoyan algunas de las peligrosas medidas de Milei ni sus coqueteos al límite del consenso democrático, juegan al politólogo de café y afirman “lo voto porque no va a poder hacer lo que propone”. Si ya existía el voto vergonzante, ese que se oculta y se expresa el día de la elección, acá inauguramos un “argumento vergonzante” por el cual se animan a decir que votan a Milei pero para justificarlo públicamente indican que están en desacuerdo con la mayoría de sus propuestas pero lo votan porque no va a poder cumplir lo que promete. No sé si habrá otro caso en la historia mundial donde un candidato llega a presidente porque sus votantes confían en que, afortunadamente, será incapaz de hacer lo que quiere. Naturalmente no será así en todos los casos, pero en muchos de estos votantes aparece un antiperonismo flagrante que los lleva a otros delirios como afirmar que Massa es bolivariano o que sigue el modelo cubano.  Frente a ello cabe decir, parafraseando al filósofo italiano Diego Fusaro lo siguiente: son antiperonistas en ausencia del peronismo para no ser antiderechistas en presencia de la derecha.

Esta misma idea, con una mínima sofisticación, es la que se ha escuchado de boca de periodistas de gesto adusto que de manera independiente hicieron el mismo giro que hizo JxC desde las elecciones generales hasta aquí: “mejor 4 años de Milei que 20 de Massa”, se les ha escuchado como argumento. Es decir, apoyemos al que no va a poder gobernar porque el otro va a poder hacerlo y se va a quedar. Así, a Massa no hay que votarlo para evitar que haga lo que propone y a Milei hay que votarlo porque no va a poder hacer lo que dice.

Si agregamos que este escenario distópico se da en el marco de un país paralizado, con crisis social y violencia latente que convive ya con una inflación instalada en los dos dígitos mensuales, queda poco lugar para la esperanza.

Si un eventual triunfo de Milei traerá para los analistas políticos la incógnita de cómo se estructurará el nuevo mapa de poder en la Argentina con un Macri estableciendo las condiciones desde las sombras, más preocupante parecería ser el hecho de una Argentina   que el 10 de diciembre no solo será distinta sino bastante peor que la que conocemos.

   

   

  

 

 

Fouché, Sánchez y los tiempos sin convicciones (publicado el 10/11/23 en www.theobjective.com)

 

Francia, enero de 1793. Luis XVI apresado espera la decisión de la Asamblea. El bando jacobino, radicalizado, propone la guillotina. Las posiciones están divididas y Joseph Fouché es, en ese momento, un político moderado que entiende que la muerte del rey puede traer funestas consecuencias para la revolución. Sin embargo, los jacobinos mandan a una turba a presionar y las almas débiles de muchos girondinos ceden, especialmente la de aquellos que, como Fouché, juran lealtad a un solo partido: el victorioso.

Efectivamente, Fouché, quien iba decidido a dar un discurso a favor de la clemencia, hizo una cuenta rápida entre los presentes y notó que los jacobinos eran mayoría. Así, cuando le cedieron la palabra, decidió cambiar su voto para sentenciar a muerte al rey. A raíz de este giro, su biógrafo, Stefan Zweig, define a Fouché como un hombre que “le bastan veinticuatro horas, a menudo solo una, a menudo un minuto, para arrojar sin más la bandera de su convicción y envolverse susurrante en otra”. El final de este episodio ustedes ya lo saben porque conocen qué sucedió con el rey y tienen presente cómo la revolución que había despertado la euforia de los espíritus ilustrados culminó en un baño de sangre. De modo que será mejor centrarnos en la figura de Fouché. 

Para Zweig, Fouché fue el Maquiavelo de la edad contemporánea y una de esas figuras que, por diversas razones, la historia suele pasar por alto injustamente. Pero la mejor definición del personaje parece ofrecerla Napoleón: “Solo he conocido a un auténtico y completo traidor: ¡Fouché! Completo traidor…, no ocasional, una genial naturaleza de la traición, eso es lo único que fue, porque la traición no es tanto su intención, su táctica, como su más auténtica naturaleza”.

Efectivamente, Fouché fue profesor de seminario y saqueador de iglesias; hombre de paz y “carnicero” de Lyon; antimonárquico y realista; protocomunista y aristócrata multimillonario que alcanzó a ser Duque de Otranto. Todo eso y más fue Joseph Fouché quien también fue amigo, funcionario y enemigo del ya mencionado Napoleón como así también de Robespierre. Por cierto, que haya sobrevivido a la ira de ambos es un dato que muestra la habilidad de un hombre pusilánime, de aspecto bastante poco agraciado por la lotería natural, pero con una inmensa capacidad para construir poder en las sombras sin ninguna pretensión de exposición.  

Ahora bien, los insólitos cambios de posición de Fouché a lo largo de su vida hacen que Zweig, muy al pasar, agregue un comentario sobre el que quisiera enfocarme para reflexionar sobre el conflicto político e institucional que atraviesa España y sobre todo por el perfil de liderazgos que transversalmente surgen en distintos espacios políticos a lo largo del mundo.

Así, cuando refiere al modo en que nuestro personaje cambia de posición en cuestión de segundos tras cerciorarse que estaba en minoría, Zweig afirma que Fouché “no va con una idea, sino con el tiempo”. Lamentablemente, Zweig no desarrolló este concepto, pero como definición es esclarecedora pues estamos asistiendo a toda una camada de dirigentes políticos que no ofrecen ni ideas ni convicciones ni valores, sino “tiempos”, esto es, la capacidad de metamorfosearse según el momento; de aquí que puedan hacer campaña contra la amnistía y semanas después ofrecerla como solución política si es que los votos no alcanzan. Son líderes que no tienen ideas sino “decisiones temporales” y que, por ello, no aceptan ser evaluados por la coherencia sino por el éxito en el sostenimiento del poder. Solo circunstancias sin convicciones, capacidad de percibir los momentos en función del autointerés. Todo un arte, por cierto. Un marxismo de Groucho.

Esto explica cómo Fouché puede pasar, en cuestión de semanas, de ser el diplomático timorato que buscaba cambios moderados, a ser el responsable de la masacre de Lyon contra los rebeldes y a afirmar, en palabras de Zweig: “Todo está permitido a quienes actúan en interés de la revolución. El único peligro para los republicanos es quedarse por detrás de las leyes de la República. El que las supera, el que en apariencia dispara más allá del objetivo, aún sigue a menudo sin haber llegado a la meta correcta”.

Pero este “modelo Fouché” que caracteriza muchas de las acciones de líderes políticos tanto en España como en el mundo, tiene un elemento distintivo que resalta particularmente en una época donde los archivos están al alcance de la mano gracias a la tecnología. Porque tránsfugas y mentirosos hay desde el origen de los tiempos, pero la novedad está en un transfuguismo que se hace en frente de nuestras narices y en tiempo récord. Es como si habiendo ya tantos archivos, a nadie le importaran los archivos.

Y aquí, una vez más, la descripción de Zweig viene a cuento porque, sobre todo, lo que caracteriza a Fouché, es que sus traiciones no se hacen a escondidas o de madrugada. Todo lo contrario. De aquí que el biógrafo entienda que lo propio de Fouché es su desfachatez: “Cuando abandona traidoramente un partido, jamás lo hace lenta y cautelosamente, no se escurre saliendo sin ser visto de sus filas, sino que se marcha en línea recta, a plena luz del día, sonriendo fríamente, con una naturalidad asombrosa y aplastante, a las filas del hasta ahora contrario, y se apropia de todas sus palabras y argumentos. (…) Lo único que sigue siendo importante para él es estar siempre con el vencedor, jamás con el vencido. En la velocidad de ese cambio, en el desmesurado cinismo de ese cambio de carácter, mantiene tal medida de descaro que involuntariamente deja estupefacto y fuerza la admiración”.

El cambio de posición, que para cualquiera de nosotros sería una acción vergonzante que siempre es mejor mantener lo más oculto posible, aquí es expuesto ante el público generando esa mezcla de sensaciones que con tanta precisión menciona Zweig y que solo se puede sostener bajo el manto más extenso de la incredulidad.  

Líderes sin ideas ni convicciones que funcionan como máquinas de toma de decisión en función de las circunstancias; líderes sin valores para los cuales la pertenencia a un partido u otro es indiferente porque se definen a través de momentos y no de valores.

Entendidos los partidos como meros instrumentos, cáscaras vacías al servicio de un liderazgo, lo más natural es que los Fouché de la vida no paguen costos políticos y hasta ganen elecciones. El problema es cuando esta misma dinámica de la ausencia de límite se dirige al propio sistema y a los grandes consensos democráticos que a España y a muchos otros países tanto les ha costado conseguir. En este contexto, que haya una crisis de identidades partidarias sería casi lo de menos.          

 

martes, 7 de noviembre de 2023

Lo que esconde el cambio (editorial de No estoy solo publicado en www.canalextra.com.ar el 4/11/23)

 -¿Qué hacemos?

-No sé, necesito un cambio.

Este diálogo tan propio de un estilista con su cliente, refleja bien el modo en que un sector de la dirigencia política argentina ha adoptado la idea de cambio como un significante vacío.

Sin entrar en detalles demasiado técnicos ni revolcarnos por la terminología farragosa de los Lacan o los Laclau, cuando decimos “significante vacío” hablamos de un término, una palabra, un concepto cuyo significado ha perdido su sentido original y puede significar “cualquier cosa”. En la discusión pública actual se da a menudo con conceptos tales como “progresismo”, “pueblo”, “fascismo”, “democracia”… Debajo de ellos cada quien pone lo que quiere a tal punto que su sentido se ha vaciado.

Es verdad que la idea de cambio en sí no es otra cosa que un estado diferenciado de un estado anterior, pero en el caso del uso que originalmente le diera el macrismo, ese cambio no era cualquier cambio, sino aquel que decía identificarse con una serie de valores que podían rastrearse en una tradición liberal y republicana en clara oposición a la línea más popular que identifica al peronismo. En 2015 era cambiar respecto del kirchnerismo y el resultado fue exitoso en las urnas, aunque no en la gestión. Ese fracaso fue tal que 8 años después, la idea de cambio siguió vigente en la sociedad, pero fue interpretado en clave casta vs anticasta. El cambio era acabar con los privilegios de la casta, lo cual incluía al macrismo, claro. No era una esperanza sino una revancha: “vamos a joder a los que nos jodieron aun cuando quizás nos volvamos a joder nosotros”.

El macrismo no vio esa transformación y quedó preso del cliché exitoso para esa Argentina del 2015 que ya no existe más salvo en la pesadilla de los que, a diferencia del exministro Pablo Avelluto, siguen consumiendo la droga del antikirchnerismo rabioso.     

Y llegaron las elecciones generales y se consumó el deseo consciente y/o inconsciente de Macri: la destrucción de todos sus adversarios internos más la posterior implosión de su coalición. El segundo tiempo de Mauricio no era con él como protagonista en la cancha sino boicoteando, desde afuera, a sus propios jugadores.

Y ahora se llega al único escenario en el que los dos grandes protagonistas de los últimos 20 años de la Argentina podían jugar una carta: Cristina manteniéndose al margen y sin capacidad de imponer un candidato apuesta a sostener una cuota de poder apoyando a la oferta más de centro que el espacio podía ofrecer; Macri, en cambio, con la pretensión de ser el poder en las sombras detrás de un exabrupto producto del fracaso de las últimas gestiones.         

En ese movimiento que se viene gestando desde hace mucho tiempo pero que en la escena pública ocurrió en el interín que va del domingo de las elecciones al miércoles, quedó como nunca expuesto el vaciamiento de la idea de cambio. El epítome de este giro se dio cuando el ingeniero, intentando ofrecer razones para apoyar a Milei, indicó que apoyar al libertario es como cuando “vas en un auto a 100 km y te vas a chocar con el paredón y sabés que te matás, entonces te tirás del auto. ¿Vas a sobrevivir? Qué se yo, pero tenés una chance".

Del cambio entendido como un camino hacia una Argentina liberal, republicana, moderna, progresista y conectada al mundo, se pasa, en cuestión de horas, a una Argentina cuyo único requisito es que sea antiperonista. Todo lo demás puede esperar incluso la calidad democrática, el fortalecimiento de las instituciones y las soluciones económicas necesarias y racionales. Hasta desapareció la cantinela del populismo porque salvo alguien muy miope o muy cínico, es difícil no observar en Milei rasgos populistas tanto en su mesianismo como en su radicalidad, su promesa de gobernar por decreto y/o a través de plebiscitos, etc.

A su vez, como es difícil aceptar que el cambio hoy no es otra cosa que la propuesta de acabar con el peronismo como si por arte de magia así se pudiera recuperar la Argentina, se recurre a argumentos que recuerdan a conversaciones de amigos y/o, como mencionábamos al principio, de peluquería. En otras palabras, hay expresidentes o exfuncionarios de primera línea que están llamando a votar a Milei porque es “preferible una incógnita a un malo conocido”. Si fuera un consejo para cambiar de pareja o de peinado podríamos aceptarlo, pero está en juego el destino de casi 50 millones de personas.      

Es más, no sabemos si por torpeza, perversidad o desprecio, pero Macri ni siquiera está haciendo una campaña de apoyo mínimamente seria a Milei. Insisto: puede ser su incapacidad o estar preparando el escenario futuro para condicionar al propio Milei, pero Macri ni siquiera se toma el trabajo de mentirnos, tal como queda expuesto en su metáfora del auto que se estrella. De hecho, utiliza como fundamento de su decisión el comentario de su hija de 11 años quien le habría dicho que apoyara al libertario. No sería entonces una decisión “racional” ni informada porque, con todo respeto, ni Antonia ni ningún niño de 11 años tiene la madurez ni cuenta con las herramientas para tomar ese tipo de decisiones. Se trataría más bien de la necesidad de acudir a la supuesta pureza de la decisión de la niña, sostenido en la idea de que un niño elige bien porque no está contaminado del mundo de los adultos. Podría haber dicho que fue una epifanía, o una revelación. Pero eligió utilizar a la nena para abrazarse a algún espacio de pureza y certeza. De dar buenas razones ni hablar.

 

Naturalmente, alguno pensará que eso demuestra que Macri es un buen padre que escucha a su hija, más allá de que alguien podría espetarle que un buen padre escucha a sus hijos pero no toma decisiones “de gobierno” por el comentario de su hija de 11. Sin embargo, aun asumiendo lo primero, otra lectura posible es que se trata de una demostración más del desprecio de Macri hacia la política y sus responsabilidades como figura central de la Argentina de los últimos años. No solo sus continuas vacaciones siendo presidente o su “ausencia” en estos casi 4 años de presidencia de Fernández… El “me lo dijo Antonia” podría inscribirse en la línea del perro Balcarce ocupando el sillón de Rivadavia. Es la idea de la presidencia como “puesto menor” llevada al extremo. Tan puesto menor sería que es lo mismo que esté allí un presidente o un perro, o es lo mismo que quien esté allí tome decisiones informadas y racionales, o impulsado por lo que a la nena de 11 se le canta.            

 

Dicho esto, hacer del cambio un significante vacío no es una operación inocente. Más bien, que la imposición sea cambiar a como dé lugar sin que se explicite la orientación de ese cambio, obedece a que no es posible justificar públicamente hacia dónde se pretende ir. Así, se presenta como vacío porque no se puede reconocer que el proyecto de una derecha democrática está naufragando hasta los márgenes del sistema en nombre del capricho personal de un líder y/o una disputa cultural contra el peronismo.

No habría ni que decirlo, pero no hay justificación posible para abrazar una propuesta que coquetea con ciertas derivas autoritarias y lleva a una incertidumbre inédita en lo económico. Ni siquiera el hecho objetivo de la mala gestión de un gobierno autopercibido peronista.      

 

 

 

sábado, 4 de noviembre de 2023

Argentina: populismo, cambio y antiperonismo (publicada el 1/11/23 en www.disidentia.com)

 

Pese a lo que manifestaban las encuestas y luego del gran resultado obtenido en las internas abiertas, el fenómeno anarcocapitalista de Javier Milei tuvo un freno en las últimas elecciones generales de Argentina. Si bien le alcanzó para llegar al balotaje contra el candidato oficialista de la coalición peronista, Sergio Massa, lo cierto es que con 30% de los votos ha quedado rezagado casi 7% por detrás del actual ministro de economía.

Ahora la ciudadanía deberá elegir entre uno u otro el domingo 19 de noviembre en una elección que será voto en voto, especialmente después de que, el último miércoles, Milei haya recibido el apoyo explícito de Patricia Bullrich, la candidata del espacio de derecha liberal que había quedado tercera y que responde a la jefatura política del expresidente Mauricio Macri. Si la política admitiera las sumas simples, los 30 puntos de Milei sumados a los 23 de Bullrich alcanzarían para ganar pero, claro, las matemáticas simples no se llevan bien con la política.

Ahora bien, es probable que un lector desprevenido que no viva en el país encuentre que este resultado choca con las noticias que recibe asiduamente de Argentina, esto es, una crisis endémica con una inflación de 140% anual, aumento de la pobreza, deudas que no se pagan o se renegocian eternamente, etc. Dicho de otra manera, tomando en cuenta que el candidato oficialista es, como decíamos, el actual ministro de economía, resulta sorprendente que el peronismo sea competitivo y llegue a la instancia final con posibilidades de triunfar. Máxime cuando a estos elementos se le debe agregar que la actual gestión ha sido, en líneas generales, mala, atravesada por las disputas internas entre el presidente Fernández y quien lo puso allí, esto es, su Vice, Cristina Kirchner, y que, como si esto fuera poco, fue el gobierno al que le tocó atravesar la pandemia, la guerra en Ucrania y una sequía histórica que dañó enormemente la economía.    

Sin dudas, desde la elección de agosto, en la que Milei había triunfado, y la votación de días atrás, el oficialismo activó su maquinaria electoral lo cual incluyó la acción deliberada de gobernadores e intendentes que no habían hecho todo lo necesario en la elección de agosto. Además, ordenó discursivamente la campaña apartando de la escena pública tanto al presidente Fernández como a la propia Cristina Kirchner, e impulsó una serie de medidas tendientes a una recomposición salarial directa o indirecta. Gracias a esto se dio un fenómeno que es muy particular pero que ha ocurrido en otros países: el candidato oficialista logró aparecer como parte de la ola de cambio. En otras palabras, tal como sucede en España donde, por ejemplo, en un gobierno de coalición, quienes tienes responsabilidades de gobierno critican al gobierno del cual forman parte pero nunca renuncian, en Argentina todos son opositores al presidente Alberto Fernández. El escenario, entonces, no confronta a oficialistas con opositores sino a opositores opositores contra opositores oficialistas.

La referencia a la “ola de cambio” es relevante porque como también ha sucedido en otros países, el cambio tiene buena prensa y de hecho se ha transformado en un significante vacío como cuando uno va a la peluquería, no sabe qué corte hacerse y le dice al peluquero: “No sé, quiero un cambio”.

El mejor ejemplo en este punto es el que ofrece el expresidente Mauricio Macri, quien salió a brindarle un apoyo incondicional a Javier Milei y de quien se sospecha que tenía un acuerdo con el candidato libertario incluso previo al resultado de octubre. Me refiero a que, en estos últimos días, Macri afirmó que Milei era una incógnita pero que al menos nunca había gobernado; o, lo que es peor, indicó que votar a Milei es como cuando “vas en un auto a 100 km y te vas a chocar con el paredón y sabés que te matás, entonces te tirás del auto. ¿Vas a sobrevivir? Qué se yo, pero tenés una chance". Evidentemente, vamos a convenir que no es la metáfora más feliz, especialmente si se trata de ofrecer tranquilidad al electorado. Pero a su vez, solo puede entenderse en el marco de un clima cultural en el que ya no importa el contenido; lo que importa es cambiar. No importa hacia dónde; cambiar como un fin en sí mismo.

Sin embargo, en su torpeza, Macri también expone lo que es un sentir de los propios mercados: Milei es un salto al vacío. Efectivamente, sus propuestas son tan radicales y de tan dudosa aplicabilidad y éxito que los propios mercados rechazan al candidato más promercado que diera la política argentina en su historia. Así, salvo aquellos sectores cuyas diferencias ideológicas con el gobierno son insalvables, no es descabellado afirmar que la gran mayoría de los denominados “mercados” preferirían un triunfo de Massa, quien es, por cierto, el más liberal de los peronistas y quien supo enfrentarse y vencer al kirchnerismo en 2013 más allá de que hoy se encuentre apoyado por este espacio. De hecho, Massa tiene vínculos estrechos con la Embajada de Estados Unidos, ha afirmado que Venezuela vive una dictadura, se solidarizó sin peros con Israel tras el ataque de Hamas y tiene una agenda en materia de seguridad que sectores del kirchnerismo no dudan en considerar “de derecha”.

Es más, aunque será materia de otro artículo, el gran diferencial de Massa es que no es kirchnerista y hasta hay buenas razones para imaginar que un Massa con poder acabaría definitivamente con un kirchnerismo que en la actualidad ocupa el lugar de minoría intensa y se encuentra refugiado en la frontera más populosa de la provincia de Buenos Aires.

Ahora bien, más allá de las acciones de Massa desde agosto hasta aquí para lograr dar vuelta la elección, no se debe pasar por alto un elemento central para comprender cómo el peronismo, a pesar de que ha perdido muchos votos desde el 2019 hasta aquí, resulta competitivo. Me refiero a la división de la oposición entre una suerte de derecha más o menos liberal/republicana y una propuesta anarcocapitalista, moralmente conservadora y con un líder con aspectos claramente populistas. Es más, se debería afirmar taxativamente que este era el único escenario en el que el gobierno peronista podía ser reelecto, esto es, ofreciendo su candidato más liberal, con una división de la oposición y con el ingreso al balotaje de la versión más radicalizada de la oposición. Así, si algún demiurgo hubiera diseñado idealmente la única posibilidad de triunfo, sin duda se hubiera parecido a ésta (de hecho, hay buenas razones para confirmar que el aparato electoral peronista “cuidó” los votos de Milei en agosto para debilitar al espacio de Macri, y no se debe pasar por alto que tres días antes de pactar con Milei, Bullrich y Macri seguían afirmando que el libertario tenía un pacto con el peronismo).

Dicho esto, la propia dinámica de los balotajes y la enorme división que afecta a la sociedad argentina prometen un final cabeza a cabeza. Si prima el clivaje peronismo vs antiperonismo, incluso más que el de cambio vs continuidad, por las razones antes esgrimidas, Milei corre con buenas chances para imponerse. De hecho, su discurso “casta vs anticasta” ya ha mutado a “kirchnerismo (peronismo) vs antikirchnerismo (antiperonismo)”. Del otro lado, claro está, se ofrecerá la misma receta que ha sido efectiva en España pero también en Brasil y hasta en Estados Unidos: “democracia vs fascismo”.

Cualquiera sea el resultado, habrá una recomposición del mapa político argentino lo cual siempre es determinante para la región: si triunfa el oficialismo, la incógnita es cómo podrán cohabitar el kirchnerismo y el massismo en un mismo espacio sin que esas disputas afecten la gobernabilidad. Si triunfa la oposición, se supone que habrá un clima de tensión constante en las calles ante un eventual avance de las propuestas más radicales de Milei y quedará por ver cómo será la relación entre el presidente y Macri, quien aparecería como el verdadero poder en las sombras.

En este último escenario se demostraría que en la Argentina tanto o más importante que la mitología peronista, es la mitología antiperonista y veríamos el sueño de una derecha moderna liberal y republicana adoradora de Obama sucumbir ante una oferta populista y ultraliberal en lo económico con el único fin de acabar como sea y para siempre con el peronismo.

Decían que eran antipopulistas pero eran, simplemente, antiperonistas.