En un país como Argentina todo editorial está condenado a
quedar antiguo y cualquier afirmación es válida para el aquí y ahora. Pero estoy
tomando notas de algunas ideas a horas del anuncio de un “reperfilamiento” de
la deuda, aspecto que, como reconoció el propio ministro de Hacienda, es
meramente semántico. En otras palabras, el gobierno acaba de aceptar que no
puede pagar la deuda que asumió y lo llama “reperfilamiento” porque la nueva
negociación no incluye ni quita de intereses ni de capital: solo un
aplazamiento de los pagos. Suena lindo, suena mejor. Y ya que suena bien me
gustaría contarles que estamos ante la posibilidad de dos reperfilamientos, es
decir, dos acciones que suponen una alteración de los plazos. El primer
reperfilamiento es económico y está confirmado; el segundo es, por ahora,
hipotético, y sería un reperfilamiento político y electoral.
Podría decirse que ambos reperfilamientos obedecen a los
pilares del relato gubernamental. El económico se basa en la idea de que el
mercado, más específicamente, el sector financiero, es el termómetro objetivo y
representativo del bienestar de la economía. Pero no solo eso: el mercado sería
también el termómetro de la sociedad y de la salud de las instituciones porque
cuando el mercado no reacciona bien siempre nos dicen que es por falta de
seguridad jurídica o por dudas en torno a la calidad democrática. Entonces hay
que tranquilizar al mercado y cada acción que realice el gobierno tiene que
pasar por el escrutinio del mercado.
Ingenuo yo que siempre pensé que al sector financiero que
viene a hacer carry trade o a
carroñar bonos de países que van al abismo le interesaba más hacer plata fácil
y rápido que promover instituciones robustas y democráticas en el largo plazo. Ingenuo
yo también que siempre pensé que el mercado no es un termómetro sino un jugador
con enorme poder de fuego capaz de esmerilar gobiernos en todo el mundo y que
lejos de funcionar como un espejo objetivo es nada más y nada menos que una
parte minoritaria pero enormemente poderosa que tiene determinados intereses. Y
no está mal que así sea. Lo que está mal es que nos quieran hacer creer que no
es así. Es más, el mercado es en realidad una lista de nombres propios que se esconden
detrás de una entelequia, recurso que desde Platón hasta la fecha se utiliza
para quitar responsabilidades individuales. Pero seguramente debo estar
equivocado yo porque en la televisión suelen decir siempre otra cosa.
Es verdad que el mercado, o habría que decir, sus nombres
propios, se adelantan a los hechos más allá de que muchas veces se adelanten
con una miopía enorme tal como vimos el 9 de agosto cuando una encuesta
inverosímil interpretada desde la burbuja, el deseo y el sesgo hizo que un
montón de zonzos con plata perdieran millones, de viernes a lunes, a manos de
un puñado de vivos con plata.
A partir de ese lunes 12, o quizás podríamos incluir ese
viernes 9 de agosto en el que “los mercados votaron” algo ansiosos, comenzó una
operación contra el espacio de Alberto Fernández que, de no ocurrir una
catástrofe, sería el nuevo presidente. Es que tanto aquel lunes como en los
últimos días, Macri y sus adláteres instalaron o bien que el responsable del
descalabro es Fernández o bien que, como mínimo, este descalabro es
responsabilidad compartida. Se trata de un clásico del macrismo, el gobierno
que nunca gobernó y que a juzgar por la centralidad que le dio siempre a la
expresidenta pareció simplemente ser un mal administrador de un tercer gobierno
de Cristina. Los triunfos son individuales, el fracaso es colectivo. Curiosa
moraleja nos deja el gobierno de los emprendedores. Apropiarse de las ganancias
y compartir las pérdidas.
Pero la conjunción de indicios, información y algo de
intuición me hace pensar que hay un riesgo de un segundo reperfilamiento atado
a la instalación de la idea de la corresponsabilidad y a la nueva zoncera que
ha reemplazado a “este país se jodió hace 70 años cuando llegó el peronismo”, por
“hace 91 años que a un gobierno no peronista no se le permite terminar su
mandato”. A nadie le importa que hace 91 años no había peronismo, que luego el
peronismo estuvo proscripto 18 años y que entonces la cuenta se reduciría a
Alfonsín y De la Rúa. Pero lo que importa es instalar que el peronismo es
golpista y que quiere que Macri se vaya antes. Una vez más, cualquier persona
sensata diría que después de ganar por 16 puntos unas PASO, el FDT no tendría
ningún incentivo en apurar un destino que parece inexorable pero sabemos que el
debate público está en general dirigido a las tribus radicalizadas que actúan
con espuma en la boca.
El segundo reperfilamiento, entonces, al que parecen estar
apuntando sectores irresponsables del gobierno, es a la deslegitimación del
eventual gobierno entrante, no solo dejándole arcas vacías en el BCRA y
vencimientos cercanos que habrá que ver en qué plazos serán “reperfilados”,
sino jugando temerariamente con la idea de vacío de poder, de golpismo peronista
y de eventual entrega anticipada del gobierno. No es todo el gobierno pero,
como les decía la semana pasada, parecemos acercarnos a la peor combinación,
esto es, la de dirigentes que se alejan del poder y en el camino encuentran una
caja de fósforo y un bidón de nafta.
Así, a diferencia del primer reperfilamiento económico que
busca aplazar los tiempos de los pagos, hay una posibilidad de que haya
sectores casquivanos dentro del gobierno capaces de reperfilar los tiempos
electorales y de la política generando un adelantamiento de los plazos para
viciar el origen y el mandato del futuro gobierno, esto es, incendiarlo todo en
nombre de la República mientras se acusa de pirómano al bombero.
Concluyo simplemente con un deseo: que prime en el actual
oficialismo, eventual oposición el día de mañana, el punto de vista de la
responsabilidad política que reconozca que el juego democrático es así, que las
alternancias no son buenas solo cuando el alternado es el adversario y que el
11 de diciembre la Argentina y el congreso seguirán funcionando con bloques que
piensan distinto. Si no, demostrarán, una vez más, que es muy fácil exigir
republicanismo cuando se es oposición pero muy difícil ejercer ese
republicanismo cuando se es gobierno.