miércoles, 9 de abril de 2025

China potencia: el experimento de un capitalismo leninista (publicado el 6.4.25 en www.theobjective.com)

 

Capitalismo para la economía, leninismo al momento de administrar el Estado y confucianismo para amalgamar lo que parece imposible. He aquí la fórmula para comprender cómo, en poco menos de 50 años, China logra sacar de la pobreza a más de 650 millones de personas, conforma el 17% del PIB global y representa la única civilización capaz de disputarle la hegemonía del mundo a Estados Unidos.

Al menos así lo entiende Rafael Dezcallar, exembajador español en China (2018-2024), en su nuevo libro El ascenso de China (Deusto), el cual, justamente, lleva como subtítulo Una mirada a la otra gran potencia.

Es que, efectivamente, estamos aquí ante un nuevo paradigma. De hecho, al giro nacionalista que el Partido comunista chino pretende darle a su marxismo, debemos agregarle su pretensión de erigir al Partido como una continuidad de la China imperial. En este punto, como afirma el autor, estamos frente a dos mesianismos: el de Estados Unidos sostenido en su supuesto rol de gendarme de los valores occidentales for export; y el de China, apoyado en una cultura milenaria a la que le habría llegado la hora de representar el nuevo orden mundial, aquel caracterizado por la multilateralidad y el fin de la hegemonía occidental.      

Para tener un mínimo marco histórico de esta transformación, hay que tomar en cuenta que, tras la muerte de Mao en 1976, el nuevo liderazgo de Deng Xiaoping considera necesario introducir una serie de reformas que dan forma a este particular formato de Partido Único (comunista) impulsando un capitalismo con todas las letras. A este modelo capitalista-leninista que hizo de la economía china una verdadera locomotora, con tasas de crecimiento anual de dos dígitos y que llevó la renta per cápita de 222 dólares en 1978 a 13000 dólares en la actualidad, le siguió la etapa de Xi Jinping desde 2012, la cual, a juicio de Dezcallar, tuvo características muy particulares.

Sobre todo, la desconfianza del nuevo líder sobre el modo en que la apertura económica podía debilitar el poder del Partido, lo lleva a una política económica más intervencionista, un mayor recorte en las libertades individuales, el reforzamiento de la centralidad del Partido y el foco puesto en la seguridad nacional.

Además, Xi Jinping observa que el modelo de mano de obra barata ilimitada no se puede seguir sosteniendo por la caída en las tasas de natalidad y por la subida del nivel de vida que hace que los salarios de Vietnam, Indonesia y Malasia sean más competitivos. Así, China pasa a modelos de crecimiento de alta calidad basados en tecnología, innovación, mejora de la productividad e incremento del valor añadido que permiten entender que hoy, el gigante asiático, compita con Estados Unidos, o al menos lo pretenda, en cuestiones de inteligencia artificial y/o en la carrera espacial; o que sea el país con mayor capacidad instalada de energía eólica y solar, exportando el 98% de su producción al tiempo que controla cerca de la mitad del mercado de los autos eléctricos.

Este avance tecnológico se vio traducido dramáticamente en el sistema de control autoritario que alcanzamos a conocer a cuentagotas durante el episodio de la pandemia: desde apps con QR donde te asignaban un color según tu estado de salud, pasando por confinamientos rigurosos, dispositivos orwellianos de reconocimiento facial y del iris, y hasta un sistema de crédito social que puede impedir comprar un billete de tren a quienes hayan dejado de pagar un crédito o hayan participado de una trifulca. Lo habíamos visto en Black Mirror hace unos años y nos parecía exagerado.

En palabras del director de origen chino de un banco internacional en Hong Kong:

 

“Los chinos sabemos que hay algo que nos estamos perdiendo por no tener nuestros derechos humanos garantizados, y nos gustaría tenerlos. Pero a la mayoría le importa más haber salido de la pobreza, poder sobrevivir (que es su preocupación primera) y comparar su nivel de vida con el de sus padres y abuelos”.

 

Asimismo, esto, claro está, viene acompañado de lo que Dezcallar llama la “segunda muralla”, esto es, la desconexión cada vez más clara entre el ciberespacio occidental y su alternativa china: hoy, salvo con algún artilugio restringido a unas pocas personas, los chinos no pueden acceder a Google, X o Whatsapp. Por su parte, Estados Unidos ha hecho una devolución de gentilezas intentando limitar a Tik Tok y a Huawei. Si a esto se le agrega la censura sobre medios de información nacionales e internacionales, el camino hacia mundos paralelos inconmensurables parece tan inexorable como peligroso.

A propósito del Partido Comunista chino, una asombrosa maquinaria de poder que tiene una relación simbiótica y ya indistinguible con el Estado, algunos datos asombrosos: posee 92 millones de miembros, un 8% de la población adulta; la mitad de ellos tiene actualmente un título universitario. Esto va en línea con el ideal meritocrático de selección, más allá de que existen casos privilegiados como el de los llamados “principitos”, esto es, aquellos que tienen algún lazo de sangre con los líderes de la época de Mao. Xi Jinping es uno de ellos, por cierto.

Asimismo, en pos de comprender los conflictos entre las dos grandes potencias hoy y en el futuro inmediato, vale decir que el presupuesto en defensa de China viene creciendo a razón de 7% anual, aunque las cifras reales podrían ser mayores, y que su Marina tiene más buques que Estados Unidos, con la aclaración pertinente de que, además, son más modernos.

En lo que respecta al plano tecnológico se puede agregar que el último año se graduaron en China 77000 estudiantes en carreras científicas y de ingeniería, el triple que en EEUU, y que la inversión en investigación y desarrollo ha alcanzado el 84% del que destina EEUU. En este ámbito, la guerra por los semiconductores, con Estados Unidos trabando la exportación de éstos y cualquier otra tecnología de punta, tiene final abierto: para algunos será un golpe fundamental al desarrollo chino; para otros, exactamente lo contrario.

En cuanto al futuro, Dezcallar entiende que China debe resolver algunos problemas acuciantes si quiere evitar el estancamiento, a saber: los desequilibrios fiscales, la escasa productividad del sector público, el bajo consumo, el exceso de ahorro, la insuficiencia de los servicios sociales y la sobrecapacidad industrial. Asimismo, China padece hoy los “nuevos problemas” propios de los países desarrollados, por ejemplo, en lo que tiene que ver con la demografía: en 2022 fue la primera vez que hubo más muertes que nacimientos y si bien hace años que la ley de un solo hijo fue derogada y ahora se permite hasta tres, lo cierto es que, como sucede en el mundo occidental, los jóvenes no están interesados en formar una familia y en tener hijos por motivos generacionales, culturales y profesionales. Esto es lo que hace que en una nota de The Economist se pueda leer que es probable que China se haga vieja antes que rica.

Aunque, a lo largo de todo el texto, Dezcallar expone sus críticas al modelo chino, hacia el final, llama a comprender a China antes que a estigmatizarla. Además, en un pasaje algo desconcertante, en la última página convoca a aceptar que quizás no haya una forma de organización política superior y que tanto los occidentales que abrazamos las democracias liberales como los chinos que adoptan ese comunismo capitalista de partido único, deberíamos aceptarlo.   

Por otra parte, entiende que todo espacio que Europa y Estados Unidos dejen vacante, será ocupado por la diplomacia y el soft power chino tal como se observa en los países del Sur Global y en el hecho de que, en la actualidad, China sea el mayor acreedor del mundo habiendo otorgado, entre 2008 y 2021, unos 500.000 millones de dólares en créditos soberanos a 100 países.

En síntesis, de cara al futuro, Dezcallar entiende que Rusia seguirá teniendo relevancia en el equilibrio nuclear y en su zona de influencia, esto es, las exrepúblicas socialistas, mientras que la Unión Europea tendrá presencia en aspectos económicos, comerciales y culturales. Sin embargo, “los únicos que tienen la visión y la capacidad para proponer al resto del mundo un modelo político, económico e ideológico propio son Estados Unidos y China”.

Aun cuando la confrontación no sea inevitable, el futuro se muestra, por lo menos, desafiante.

 

 

Cristina: ¿parte de la solución o parte del problema? (5.4.25)

 

Al momento de escribir estas líneas sigue la interna a cielo abierto en la provincia de Buenos Aires entre el axelismo (si es que ello existe) y el cristinismo (si es que ello continuará existiendo). Hasta ahora, el gobernador amaga, pero no se anima, a dar el salto que, al menos, sería una demostración de autoridad frente a lo que es (o fue) su jefatura política. Del otro lado le mandan solicitadas públicas y hasta dejan entrever que, si hubiera desdoblamiento, la propia CFK podría jugar para ocupar un cargo en la legislatura provincial. Uno supone que se trata de una operación. Si no fuera el caso, marcaría un escalón más de descenso en una figura que se viene desgastando gracias a un cúmulo de errores que llevan a muchos a pensar si CFK ha dejado de ser parte de la solución para transformarse en parte del problema.

Volviendo a Kicillof, su situación es, al menos incómoda: sabe que si no rompe corre el riesgo de albertofernandizarse con la Cámpora haciéndole el vacío o, lo que es peor, ocupándole las cajas de un eventual gobierno para hacer oficialismo opositor; pero, a su vez, si rompe, no solo deberá asumir el costo y la ingratitud del “parricidio político”, tan propio de la política, por cierto, sino que, además, corre el riesgo de propiciar una fractura que deje a todos con las manos vacías. Todo esto cuando un Milei, aun en la versión “pato criollo modelo 2025”, es probable que traduzca en votos lo que, gracias al apoyo del FMI, alcanzaría a sostener durante este año: inflación a la baja, estabilidad del dólar y recuperación, despareja, pero recuperación al fin, de la economía.

En todo caso, será materia de discusión si Milei será capaz de lograr sostener esas virtudes hasta 2027. Hay buenos fundamentos para afirmar que, siguiendo como hasta ahora, la ausencia de dólares, más temprano que tarde, obligará a una corrección del tipo de cambio que tendrá algunos beneficios competitivos al tiempo que supondrá, como mínimo, un sacudón inflacionario. Asimismo, si bien no hay leyes en política, el electorado no te paga dos veces en las urnas por el mismo objetivo cumplido. Esto significa que en 2025 podrá pagar “la baja de la inflación” pero eso no sucederá en 2027. Puede que sea injusto, pero es así y le pasa a todos los gobiernos: la gente se acostumbra rápido a las cosas (a las buenas y a las malas) y las naturaliza.        

Mientras tanto, como nos hemos cansado de advertir en este espacio, se desconocen las diferencias programáticas entre el axelismo y el kirchnerismo y los dos mienten en las razones para justificar su postura, sea la de desdoblar, sea la de unificar las elecciones provinciales. Porque seamos buenos con nosotros mismos: no convence a nadie ni el argumento de “necesitamos que la gente evalúe los problemas de la provincia sin que se empañe con los temas nacionales” ni la postura contraria de “debemos unificar porque, frente el proyecto hambreador, toda elección debe nacionalizarse”. Es lo que se tiene que decir porque, con librito de Kant bajo el brazo, la mejor forma de conocer si una acción es buena o mala es imaginar si podrá pasar indemne el tribunal de la opinión pública. Y todos sabemos que, salvo algunos cínicos, no es posible justificar públicamente que la interna del PJ es una interna por liderazgos, lapicera y cajas. Queda mejor decir que es “a favor del pueblo”. Pero no lo es. O en todo caso, podría ser que las políticas del bando victorioso favorezcan al pueblo (algo que habrá que demostrar en la administración y que, evidentemente, no sucedió entre 2019 y 2023 donde todos los que discuten la interna, excepto el de presidente, ocuparon todos los cargos de relevancia); pero esta interna, así como se está jugando, no tiene nada que ver con políticas públicas o medidas que favorezcan a las mayorías.

Hoy, cuando cerca de cada elección es un clásico que los candidatos saquen un libro en el que exponen su programa, (escrito por otro, pero firmado por ellos), de la interna del PJ no puede salir más que un librito para colorear buscando las siete diferencias entre uno y otro bando y una versión recopilatoria en PDF de los “Che, Milei”. En este sentido, ha hecho más por el peronismo y por la discusión acerca de un modelo de país, un video de 2 minutos de Kim, el candidato de Moreno en la ciudad, en el que explica que, por ejemplo, el peronismo es capitalista y que no hay que tomar en sentido literal la estrofa de la marcha que habla de “combatiendo al capital”, que todo este internismo que, incluso a los ojos de los votantes propios, huele a casta.

Este punto es central, aunque suene trillado, porque suponemos que mejor o peor y con más o menos heridos, en algún momento algo del orden de la unidad va a aparecer, y allí habrá que explicar por qué, hacia dónde, para qué y con quién, y las respuestas a esos interrogantes solo podrán hallarse parcialmente (para ser generosos) en las fórmulas que dieron un sentido y unos cuantos buenos resultados hasta 2015, por la sencilla razón de que el mundo y la Argentina son otros.

Y no se trata de vanguardias, pero el espacio progresista, desbordante de intelectuales, no sale del pánico moral, el paper, la bequita y el tono agudo de la indignación viendo fascismo hasta debajo de la mesa. Leyeron a Marx y están más preocupados por transformar su mundo que por explicar el mundo de la mayoría. Y nadie pide una dirigencia política con doctorados en Filosofía. De hecho, desde aquí mismo hemos mencionado varias veces ese berretín que parece tener Cristina con la academia y que la ha llevado a dejar de hacer actos políticos para realizar “conferencias” donde nos expone la Argentina bimonetaria sin que nadie de su alrededor le diga que ese “paper” tiene problemas.

Pero hace falta una dirigencia que interprete el mundo que nos toca vivir y que se identifique con el sentir popular, algo que, y que nadie se ofenda por favor, ha hecho mucho mejor Milei. Sí, aquel al que se señala como “medicado”, “esquizo”, “demente”, “místico”, y “mesiánico”. Ese fue el que conectó y entendió lo que estaba pasando: una sociedad rota; una clase política ensimismada; un nuevo paradigma que incluía formas de comunicar, liderar y gobernar distintas; un hartazgo contra la ingeniería social y una pretensión de mayor libertad frente al agotamiento del discurso de un Estado con recursos ilimitados y un grupo de privilegiados que confunde deseos y problemas personales con derechos adquiridos. Por si hiciera falta aclararlo, aceptar el hecho de esta conexión alcanzada por Milei, independientemente de si se trata de una virtud, de un azar que lo puso en el lugar y en el tiempo justo, o las dos cosas a la vez, no supone avalar su gobierno ni haberlo votado. Tampoco es un llamamiento a la quietud, como si hacer política solo fuese acompañar el espíritu de época y el político fuera un mero ejecutor, el médium entre una entelequia clara y distinta llamada “pueblo” y la realidad concreta.  

Sin embargo, sí es una llamada de atención a una dirigencia que todo el tiempo cree tener algo para decir cuando, en realidad, debería, más bien, hacer silencio ya que tiene demasiado para escuchar.

 

Predicciones, más artificiales que inteligentes, para un futuro de mierda (publicado el 20.3.25 en www.disidentia.com)

 

Un repaso básico por los debates públicos e institucionales, las novedades editoriales y los temas recurrentes en las plataformas de noticias, arroja una presencia cada vez más importante de discusiones en torno a la IA y temáticas afines.

Es difícil trazar un estado de la cuestión porque hay distintas perspectivas y aristas, algunas primo hermanas, otras no tanto, donde además se mezclan ideologías y posicionamientos políticos.

Por lo pronto pareciera haber algo así como un grupo de regulacionistas, en general aquellos que temen las consecuencias de la aplicación desenfrenada de la IA, frente a un grupo desregulacionista que, en todo caso, aun advirtiendo ciertos peligros, son solucionistas tecnológicos y consideran que las mismas herramientas tecnológicas que generan los problemas son capaces de solucionarlos. No es lineal pero los primeros, más pesimistas, se identificarían con posicionamientos más bien socialdemócratas o de izquierda, mientras que los segundos, más optimistas, tenderían a enrolarse en las filas liberales/libertarias, a la derecha del espectro.

Haciendo un recorte arbitrario, es posible citar dos figuras representativas de cada una de estas “corrientes”, los cuales, casualmente, acaban de lanzar nuevas publicaciones en los últimos meses. Uno es Yuval Harari, el historiador israelí multiventas que en Nexus propone una historia de la información y advierte acerca de los peligros de la autonomización de la IA en una suerte de retorno del mito del Gólem; el segundo es Ray Kurzweil, un científico estadounidense cuyas predicciones, algunas décadas atrás, en buena parte se cumplieron, y que regresa con La Singularidad está más cerca. Se trata de un texto donde no solo realiza nuevas ambiciosas predicciones, sino que presenta argumentos para defender su proyecto transhumanista de transformación radical de la especie hacia un nuevo tipo de ser humano capaz de acabar con los grandes males que le aquejan: la enfermedad, la pobreza y la degradación ambiental.

Según Harari, especialmente después de la pandemia, asistimos a una aceleración del uso de la IA para generar sistemas de vigilancia y control, incluso en países democráticos. Sin embargo, Harari va mucho más allá y no solo se pregunta qué sucedería si esa herramienta estuviera bajo el control de una dictadura, sino que considera que hay algo peor que eso: una sociedad gobernada por una inteligencia no humana. Asimismo, en una especie de remake del choque de civilizaciones anunciado por Huntington, Harari plantea la posibilidad del surgimiento de un nuevo muro (invisible), en este caso, un muro de silicio, constituido por chips y códigos informáticos. Esto se produciría porque la IA, al ser capaz de crear, de manera autónoma, toda una red de sentido, dividiría el mundo en redes civilizacionales donde cada una tendría “su” mundo. No hay que ser muy sagaz para darse cuenta que Harari está pensando en lo que ya hoy sucede entre China y el mundo occidental.

En cuanto al terreno de las soluciones, Harari no aporta nada original y abona esa acusación recurrente de ser una suerte de catastrofista funcional al establishment, cuando pide más y más regulaciones y salidas institucionales globales que incluyan a los Estados y a las compañías. Sin embargo, a propósito de estas últimas, es bastante indulgente cuando, si bien advierte que las grandes tecnológicas son parte del problema, al mismo tiempo las exculpa bajo el argumento cándido de que las tecnologías en sí mismas no son ni buenas ni malas sino que dependen de su uso.     

En cuanto a Kurzweil, su nuevo libro retorna a la idea de singularidad, la cual es definida del siguiente modo:  

“Dentro de un tiempo, la nanotecnología permitirá (…) la ampliación del cerebro humano con nuevas capas de neuronas virtuales en la nube. De esta manera nos fusionaremos con la IA y ampliaremos nuestras habilidades con una potencia de cálculo que multiplicará por varios millones las capacidades que nos dio la naturaleza. Este proceso expandirá la inteligencia y la conciencia humanas de una forma tan radical que resulta difícil de comprender y asimilar. Cuando hablo de “singularidad” me estoy refiriendo a este momento en concreto”.

Aunque en algún pasaje del libro Kurzweil admite que, dependiendo de cómo manejemos este proceso que se alcanzaría hacia el año 2045, tendremos un camino firme y seguro o uno de turbulencia social, el tono del texto es asombrosamente optimista o, en todo caso, parece no tomar en cuenta las consecuencias que este eventual proceso podría ocasionar.

A lo sumo advierte que habrá un problema con el empleo pero que se solucionaría con una Renta Básica Universal financiada eventualmente con un impuesto sobre las compañías que se hayan beneficiado de la automatización de la IA y ya. En todo caso, si el tiempo libre fuera un problema, Kurzweil indica que para ello ya existe la realidad virtual y, sobre todo, la paciencia necesaria para esperar 10 años a que todos nuestros cerebros estén conectados a una computadora. En cuanto al resto de los problemas, abrazando una suerte de aceleracionismo capitalista, y tomando como fuente los datos de Steven Pinker acerca del fluctuante pero evidente progreso de la humanidad a todo nivel en los últimos siglos, Kurzweil entiende que la “explosión” tecnológica traerá consigo una abundancia de riqueza por la cual los pobres del mañana gozarán de un nivel de bienestar inédito en la historia de la humanidad.    

Para Kurzweil, además, ya estamos en condiciones de asegurarnos una expectativa de vida digna de 120 años y el aumento de la misma será exponencial en las próximas décadas a tal punto que adopta la temeraria predicción de que ya habría nacido la persona que vivirá 1000 años. Por último, en un pasaje que me atrevería a afirmar como filosófica y conceptualmente muy débil, para ser elegante, reduce el cerebro y la conciencia a un sistema de información que podría ser extraíble y replicable incluso por fuera del cuerpo, cumpliendo así la fantasía de buena parte de las grandes obras de ficción, aunque pagando el precio de no poder responder a una ingente cantidad de bibliografía filosófica que lo espera en la biblioteca con una mueca risueña:

“En las décadas de 2040 y 2050 reconstruiremos el cerebro y el cuerpo para superar los límites que marca la biología, lo que incluye la posibilidad de copiar todo su contenido y prolongar la esperanza de vida. Cuando la nanotecnología alce el vuelo, seremos capaces de crear un cuerpo mejorado a voluntad: podremos correr más deprisa y durante más tiempo, nadar y respirar bajo el mar como los peces e incluso dotarnos de unas alas funcionales si así lo deseamos. Pensaremos varios millones de veces más rápido, pero lo más importante, es que no dependeremos de que el cuerpo sobreviva para que nosotros podamos seguir viviendo”.

En un contexto de crispación e indignación diaria, con guerras, disputas tribales y religiosas, tensiones económicas y sociales a todo nivel, me temo que aunque la tecnología avanzara en la línea que auguran los autores, haciéndonos más dependientes de ella todavía, el futuro ofrecerá catástrofes menos conspirativas y avances menos ideales; en todo caso habrá futuros a distintas velocidades, como los ha habido siempre pero, ahora, de manera exagerada.

Es que mientras Elon Musk plantea aplicar una democracia directa como sistema de gobernanza en Marte y Curtis Yarvin lo critica abogando por una monarquía tecnocrática encarnada en un Rey CEO en los Estados Unidos, los problemas de miles de millones de personas en el mundo es que no tienen agua potable o se contagian enfermedades que se habían erradicado. A propósito, ¿cómo le explicamos a un enfermo de cólera o tuberculosis que no debe temer morir porque su conciencia será alojada en la Nube de Google y que en Marte será parte de los debates de la Asamblea democrática que decidirá la distribución de la propiedad en el lado oscuro de la Luna?

¿Acaso plantear que el transhumano podrá respirar debajo del agua como un pez es la solución a la inmigración ilegal que llega a Europa a través de las pateras? ¿Habrá un juego de realidad virtual en el que Occidente no se suicida renunciando a sus propios valores? 

¿Y los virus creados en laboratorios? ¿Las tensiones geopolíticas? ¿Las luchas por la redistribución del ingreso? ¿Las migraciones masivas por limpiezas étnicas? ¿El estar a merced de un loco autócrata a tiro de un botón rojo… todo eso se va a solucionar con una app, un Change.org y un nano no sé cuánto? A su vez, ¿estos mismos conflictos son capaces de solucionarse bajo el liderazgo de los burócratas de las instituciones de gobernanza global tal cual las conocemos hasta ahora mientras afirmamos que la tecnología es neutral?

Hoy el mundo entero atraviesa el problema de cómo financiar las pensiones y se nos plantea como una maravilla que la expectativa de vida alcance los 120 años y hasta los 1000. ¿Hasta cuándo se ampliará la edad laboral para darle sustentabilidad al sistema? ¿Pasaremos de 60/65/70 años a 110 años? ¿Habrá que aportar unos 70 años al fisco para acceder a la pensión? ¿Quién lo va a aportar si no hay trabajo y si entre los pocos trabajos que van a sostenerse estarán los realizados por migrantes de países no europeos que van a vivir a Europa de manera ilegal cuidando viejos cada vez más viejos para recibir, a cambio, un ingreso informal?  

Al mismo tiempo, se nos dice que el efecto colateral será que habrá menos trabajo pero que se financiará con impuestos y una Renta Básica Universal. ¿Y alguien en su sano juicio puede pensar que ese proceso será aceptado pacíficamente? ¿En serio vamos a creer que miles de millones de personas sin trabajo y con sus eventuales necesidades básicas satisfechas por la redistribución de los impuestos pagados por los ricos, se quedarán en sus casas hipnotizadas entre juegos, porno y viajes virtuales a Venecia? ¿Los ricos, dueños de las compañías que controlarán el mercado tecnológico oligopólicamente, van a aceptar pagar impuestos determinados por los burócratas de la gobernanza global para sostener a más de la mitad de la población mundial que no va a tener trabajo ni nada que hacer?

O sea, ¿Bezos, Zuckerberg y Musk van a pagar de sus bolsillos a los millones de desocupados de la India, África y Latinoamérica para que puedan sobrevivir, contratar Starlink, comprar por Amazon y ver la publicidad de Instagram? ¿Esos cientos de millones de humanos obsoletos e inútiles, incapaces si quiera de trabajar por un sueldo miserable porque ese trabajo ya ni siquiera existe, tendrán que elegir entre comer y pagar la nube de Google o, ya desposeídos del cuerpo, la Renta Básica Universal alcanzará para el plan básico de almacenamiento de conciencia que no superen tantos gigabytes? Por cierto, ¿si nuestra conciencia es muy pesada tendremos que pagar un plan Premium?

En síntesis: ¿la posibilidad de pensar más rápido que potenciaría la IA nos permitirá darnos cuenta también más rápido del delirio de irrealidad en el que se encuentran inmersos gobernantes y autores multiventas cuando piensan en cómo solucionar los verdaderos problemas del futuro?    

Preguntas sin respuestas para un futuro de mierda.

 

        

 

¿Estamos seguros que el posmileísmo será mejor? (editorial del 22.3.25 en No estoy solo)

 

Para las almas sensibles, aclaremos de inmediato: el título es una provocación, una provocación a ustedes, sí, a ustedes son que almas sensibles. No obstante, creo que la pregunta es válida, de modo que, si ya saben que el día después de Milei será mejor, evítense continuar la lectura.

Segunda aclaración: plantear este interrogante no supone una defensa del actual gobierno ni una valoración positiva ni un llamado a defenderlo. De modo que podemos ser enormemente críticos de este gobierno, incluso podemos decir que es lo peor que nos pasó en la historia y lo peor que le pasó a la humanidad y, sin embargo, preguntarnos: ¿estamos seguros que el posmileísmo será mejor?

La pregunta es, además de provocadora, en parte, retórica, porque, efectivamente, no sabemos si lo que vendrá después de Milei será mejor pero, al mismo tiempo, dejamos abierta la posibilidad, contra todo pronóstico, que la respuesta al antisistema no sea un retorno al sistema sino un salto a un nuevo vacío, incluso encarnado en un sujeto que aún no conocemos, del mismo que nadie tenía en su radar dos años y medio antes de la elección de 2023, que el ganador sería ese economista anarcocapitalista, conservador y populista que se preparaba para dar el salto a la política de la ciudad. Para decirlo con nombres propios y con claridad: el fracaso de las grandes coaliciones que se alternaron en el poder, generó un Milei. ¿Qué podría generar, entonces, un eventual fracaso de Milei?

El sistema de partidos y la forma de hacer política ha sufrido tal conmoción después de la última elección que todo es posible y al outsider le puede salir un outsider más outsider, por derecha, por izquierda, por arriba, por abajo. A contramano de lo que indicaría el politólogo italiano Giuliano Da Empoli en Los ingenieros del caos, no es cierto que la nueva era populista sea posideológica en el sentido de ser una suerte de dispositivo de exaltación de las pasiones tristes completamente vaciada de contenido. Por supuesto que ha sido así en muchos casos y podría serlo en Argentina pero el caso de Milei ha sido el contrario: se trata de un ejemplo de sobreideologización del debate. Entonces hay algoritmo, hay caos objetivo y exacerbación de ese caos objetivo, pero hay ideología. Mucha ideología. Lo que en todo caso sí cabe decir es que esa ideología está más en el presidente y sus funcionarios que en la ciudadanía. Efectivamente, y disculpen por pinchar el globo: la mitad de la Argentina no es anarcocapitalista. De modo que lo que viene puede venir de cualquier lado, incluso con una ideología potente y radical opuesta a la de Milei.

Porque el patrón que parecía seguir la política, al menos desde el 2003, ofrecía como respuesta a un gobierno de centro izquierda que fue a la izquierda lo más que pudo, un gobierno de centro derecha que fue a la derecha lo más que pudo. Sin embargo, el fracaso del gobierno de Macri en la lógica de la grieta, parecía obligar a una versión moderada del modelo anterior (Alberto Fernández). Y allí se rompió el patrón. El escenario estaba servido para responder con la versión moderada del macrismo, Rodríguez Larreta, hasta que el propio Macri la hizo volar por el aire como un verdadero Cronos devorando a sus hijos y le allanó el camino al candidato imposible (que probablemente acabe devorando al propio Macri).  

Ahora bien, en un país donde la semana que viene es el largo plazo, imaginarnos la Argentina del 2027 es gozar de un optimismo cándido, pero tras varios meses en los que vimos a la figura de Milei fortaleciéndose, después de que muchos auguraran que no llegaría a marzo de 2024, el 2025 viene siendo un año muy errático para el gobierno, con varios errores no forzados y con claras muestras de debilidad. A propósito de estas últimas, es probable que la actual administración no pueda avanzar con la imposición de los jueces de la Corte, su bancada de librepensadores cruje cada vez que hay sesión en el Congreso y, por primera vez, probablemente por una serie de señales anticipadas y mal comunicadas, el mercado parece empezar a desconfiar. ¿Y si en vez de salir bien, sale como el culo? Serán mandriles, pero reconocen cuando hay olor a sangre.

Y lo cierto es que el precio del dólar no se sostiene. Es simple. Sobran las variables que muestran que ese precio está mantenido artificialmente para controlar la inflación, tal como hicieron los gobiernos de mandriles que le precedieron. Y ya sabemos también el desenlace. Entonces el Fondo ofrece dólares, pero a cambio pide una actualización de su precio para que no acabe en una fuga, como la que el propio Fondo le permitió a Macri cuando le brindó un préstamo “político”. Tienen razón. Ya hemos estado allí.

A propósito, el gobierno de Milei está entrando en ese momento en que el mercado pide todo el tiempo “señales” y, en la jerga futbolera, todo el tiempo corre el arco, porque desconfía o porque sabe que en algún momento el gobierno deberá ceder. Son malas noticias. Una vez que se activa esa rueda no cesa. Nunca.  

Y si salimos de lo económico, lo del último miércoles era muy relevante no por las razones que se esgrimieron sino porque la eventual repetición de una jornada como la del miércoles anterior, con detenciones al voleo y heridos graves, hubiera potenciado una escalada hacia un lugar desconocido o, peor aún, hacia un lugar bastante conocido por los argentinos: protesta, violencia, represión, muertes y gobiernos debilitados que se tienen que ir. Y la política puede controlar algunas cosas, pero no puede controlar la violencia una vez que se desata. Quizás por eso, en esta segunda jornada, decidieron controlar a la policía. Te cagan a palos mientras pueden. Pero tampoco son boludos.

En lo inmediato, a mediados de abril se anunciaría un nuevo acuerdo con el Fondo. Achacárselo a Milei es, en parte, injusto, porque no deja de ser cierto que el país no puede pagar la deuda que refinanció Guzmán y que contrajo Macri con el mismo ministro de Economía que hoy tiene Milei, máxime después del rojo en las cuentas que dejó la administración de Massa al frente de Economía. Pero en todo caso, el principal responsable es Macri quien endeudó al país de modo tal que se trata de una deuda impagable, la cual, probablemente, sea refinanciada una y otra vez por sucesivos gobiernos porque es un número sideral.

Esto marca una importante diferencia con el préstamo que Kirchner se sacó de encima cuando pagó casi 10000 millones de dólares para ganar independencia económica, aun a riesgo de no hacer el mejor negocio porque, lo sabemos, las tasas del Fondo suelen ser seductoras. En eso, seamos justos, el kirchnerismo ha sido consecuente y votó en contra de todos los acuerdos incluso cuando lo impulsó su propio gobierno inaugurando la era del oficialismo opositor. En todo caso, y sin caer en la falacia de “no hay alternativa”, sí cabe preguntarle al kirchnerismo qué propone en esta situación puntual, con el préstamo de Macri ya consumado. ¿No pagar? ¿Entrar en default? ¿Unirse a la ultraizquierda y pedir que la paguen los capitalistas? Son alternativas, aunque tendrían costos quizás más altos que pagar. Pero si ese es el plan, habría que explicitarlo. Ahora bien, si de lo que se trata es de retomar el “los muertos no pagan” o el “déjenos crecer”, de acuerdo, pero entonces hay que refinanciar la deuda y hacer un acuerdo nuevo con el Fondo porque los 45000 millones no se pueden pagar y, sin embargo, de alguna manera hay que pagarlos o hacer “como si” tuviéramos la voluntad de hacerlo mientras lo refinanciamos al infinito.    

Dicho esto, después del acuerdo comenzarán las sucesivas elecciones en distintos distritos. Habrá tiempo para analizar pero es obvio que el gobierno va a sumar muchos legisladores porque no renueva ninguno, así que es todo ganancia. Incluso repitiendo su performance del 30% de la elección ejecutiva, al gobierno le alcanzaría para conformar un bloque que tendrá que negociar para alcanzar mayorías pero que ya no estará a tiro del juicio político. Ese escenario permitiría un camino más allanado para la segunda parte del mandato y, sin embargo, al mismo tiempo, ni siquiera un eventual triunfo a nivel nacional en las elecciones de medio término es garantía de que la debilidad que viene mostrando el gobierno este año, cese. Especialmente porque un eventual ajuste en el precio del dólar, como mínimo, y para ser generosos, ralentizará la baja de la inflación, principal activo de la actual administración.

Allí empezará otro partido después de que todos los manuales de ciencia política sirvieran para poco y mientras somos testigos de los experimentos a nivel mundial que los países occidentales están ofreciendo ante la insatisfacción crónica de sus ciudadanos, insatisfacción que buena parte adjudica al sistema democrático.

En ese momento, y ante un eventual nuevo fracaso, en este caso del mileísmo, quizás la pregunta acerca de si estamos seguros que el día después de Milei será mejor, suene menos a provocación y merezca una respuesta urgente.  

 

El Dios de los palazos (y el eternauta en el geriátrico) [editorial del 15.3.25 en No estoy solo]

 

El gobierno sigue empeñado en dispararse a los pies. Es como si no supiera hacer otra cosa que tensar suponiendo que el hilo no se va a romper. Pero en 45 días hubo 3 errores no forzados que son inexplicables. Desde el exabrupto en Davos que derivó en la marcha de la comunidad LGBT, pasando por el surrealista episodio LIBRA que se dirimirá como el acto de un presidente estúpido o estafador, hasta las espantosas escenas de una represión desmedida en la marcha de los jubilados del último miércoles.

Se trata de demasiados errores que no toman en cuenta que hay un momento en que la sucesión de hechos conmocionantes minan la confianza en el gobernante, aun cuando éste sea efectivo en dispersar las culpas. Es más, a veces hay hechos que no son responsabilidad del gobernante, como podría ser el desastre de Bahía Blanca, pero es tal el estupor que la ciudadanía se lo hace pagar al partido de gobierno. Nunca se sabe de antemano cuándo ni cómo esto puede suceder. En este sentido, al igual que la filosofía, la ciencia política siempre llega tarde y evalúa post facto. En el mientras tanto hay especulaciones, deseos enmascarados en análisis, presunciones, operaciones… pero nadie sabe nada porque los tiempos y las circunstancias siempre son distintos.   

En todo caso, como definición general, podría decirse que la sociedad no puede vivir en estado de alerta y crispación permanente. Eso no se sostiene en el tiempo. Termina mal y transita peor. Asimismo, otra regla general podría advertir que lo que sirve para ganar una elección no necesariamente sirve para gobernar, y desbordar todo el tiempo los límites, en una especie de construcción diaria de nuevas y nuevas ventanas de Overton que corren siempre la frontera de lo admisible, al principio seduce, luego agota.

Hay en el gobierno, y en buena parte de la derecha, una grave confusión entre orden y violencia institucional. Como si las leyes fueran blandas, permeables y funcionales al caos. De aquí que, o se las endurece o se las pasa por encima. Lo más curioso es que el propio gobierno no se ha dado cuenta que pese a la retórica bullrichista, el orden observado durante todo 2024, al menos en lo que refiere a las manifestaciones que diariamente enloquecían a la Ciudad de Buenos Aires, no lo logró el ministerio de seguridad sino el de capital humano. En otras palabras, si hoy no hay piquetes, no es porque la policía te caga a palos y te hace subir a la vereda, sino porque se les cortó el financiamiento. Era más fácil. No había que reprimir. Había que dejar de financiarlos con la plata del Estado, es decir, con la plata nuestra. El mejor ejemplo de orden sin violencia lo tiene a mano el gobierno… y no lo quiere ver.       

En lo sucedido el último miércoles, sin dudas, hayan participado o no los barrabravas, (por la información que circula de buena fuente, eso no habría sucedido y, si sucedió, fueron participaciones a título personal, espontáneas y pasibles de ser contadas con los dedos de una mano), hubo gente que fue a pudrirla. Son más o menos los de siempre: minúsculos grupos de marginales y lúmpenes, fuerzas de choque, mercenarios de tetrabrik, en algunos casos identificados con espacios de izquierda radical, anarquistas, entremezclados con servicios de inteligencia infiltrados en una simbiosis que muchas veces los hace indistinguibles. Son los menos, pero enchastran todo lo que tocan, en este caso, una reivindicación justa y la expresión genuina de la gran mayoría de las personas que fueron a expresarse. Negar esto es una tontería. Pero marcarlo no supone igualar responsabilidades porque, como todos deberíamos saberlo, el accionar del Estado, encarnado en este caso en la policía, no puede equipararse a los desmadres de la población civil incluso si fueran violentos y adrede. Vale aclararlo mientras el inventario canalla de las pérdidas, realizado por periodistas oficialistas, cuan lista de almacenero, busque equipararlo todo. Así, la vereda rota, el fotógrafo con la cabeza destrozada, la ofrenda sacrificial del patrullero sagrado que arde para que el Dios de los palazos nos bendiga, la vieja que no se murió de casualidad tras ser empujada por el valiente policía, el tacho de basura quemado y las detenciones al voleo, se narran de corrido separados por la conjunción “Y” para que todo valga lo mismo. Sí, efectivamente: 2 demonios reloaded. El regreso. 

Sin embargo, advertir distintos niveles de responsabilidad, no supone abrazar el abolicionismo ni una doctrina que transforme a la policía en una representación de la impotencia estatal. A quién se le habrá ocurrido que la policía no puede reprimir, no lo sabemos, pero sí podemos decirles a los que consideran que la única función de la policía es reprimir, que se puede hacerlo respetando las normas constitucionales, esto es, sin detener gente al voleo ni pegarle a una vieja de 87 años ni volarle la cabeza a un fotógrafo. En la lógica del péndulo, la confusión atrapa a los extremos: para unos, la policía no puede reprimir, con lo cual se nos incendian todas las definiciones de Estado posible, y para los otros, el momento de la represión es un momento en el que la policía/el Estado entra en un terreno límbico por encima de la Ley, decisionismo puro que funciona como un tiempo de liberación para unas fuerzas tan dueñas del orden como del desorden.

Ahora bien, del mismo modo que al principio indicamos que hoy el principal enemigo del gobierno es el propio gobierno con al menos 3 episodios claramente evitables en 45 días, debemos indicar que su aparente invulnerabilidad se ve facilitada por una oposición que demuestra evidente falta de conducción. Sin líder, pero, sobre todo, sin proyecto, sin ideas acordes a los tiempos, reivindicando nostalgias jóvenes, se sube a todas las causas y, acorde a los tiempos de fluidez, encarna un día en unas y luego en otras de manera evanescente. Un arco opositor en busca de una columna vertebral; un proyecto en busca de un sujeto político que de repente cree que es posible construir desde la agenda LGBT que dice luchar contra el enemigo abstracto del fascismo para diluir sus reivindicaciones en un par de días; y algunas semanas más tarde se sube a la convocatoria de la supuesta barra/hinchada de Chacarita, como si desde allí pudiera estructurarse algo sano. Cuando notaron que hablar de barras apoyando un reclamo sería funcional a la degradación de la manifestación, eligieron un slogan aún peor: “Todos seremos jubilados”, esto es, una convocatoria desde el individualismo y el autointerés. No lo hagas por los viejos como colectivo, ni siquiera por tus abuelos; hacelo porque te va a tocar a vos y parece que no hay nada en la vida que valga la pena si no sos vos.

La patria ya no es el otro sino la proyección tuya como viejo. El eternauta llegando al geriátrico se encuentra rodeado de Jokers.

 

    

    

La comunidad es el enemigo (editorial del 8.3.25 en No estoy solo)

 

Una gran mayoría de votantes y miembros del gobierno de Milei seguramente acordaría en que la actual administración tiene dos grandes activos. El primero, el más importante, es la baja de la inflación. El segundo, es la política de seguridad, especialmente en lo que respecta al “orden” en la calle. El primero se encarna en la figura de Milei y el “Toto” Caputo; el segundo en Patricia Bullrich.

Independientemente de si esta exposición representa la realidad tal cual es, lo cierto es que eso es lo que se cree en el gobierno y estos aspectos son, no casualmente, los dos grandes ejes en los que las administraciones kirchneristas, e incluso la de Macri, fallaron.

Dado que el expresidente de Boca hoy es un aliado del gobierno y ha abrazado “las ideas de la libertad”, me centraré en las dificultades que tiene el kirchnerismo en ambos rubros.

En el aspecto económico, el kirchnerismo subestimó siempre la inflación como problema. Durante el gobierno de CFK era más fácil hacerlo porque los salarios acompañaban, pero se jugaba con fuego. Luego todo se fue al diablo: el macrismo la duplicó y el albertismo cuadruplicó la de Macri. Ni CFK ni Kicillof ofrecen de cara al futuro un plan contra la inflación. Sabemos que se oponen al ajuste de Milei; sabemos que consideran que la inflación no es (solamente) un fenómeno monetario; sabemos que somos keynesianos y que a veces hay que imprimir y que el Estado… y bla y bla… pero nadie dice cómo frenaría la inflación de un modo alternativo al que llevó adelante Milei. Afirmar que el acuerdo con el FMI es inflacionario o que por alguna razón (quizás un virus o algún gen), los empresarios más hijos de puta del mundo son argentinos, es subestimarnos. La razón es simple: el acuerdo sigue vigente con la inflación a la baja y empresarios con deseos de maximizar la ganancia existen en todo el mundo, pero el único lugar (o casi) donde la inflación se desmadra es aquí.

Si el discurso de Milei, no solo desde el punto de vista económico, caló tan profundo, es porque la inflación terminó de romper la comunidad. Esa segunda “desorganización” de la vida (la primera había sido la de Macri, según lo había indicado CFK), sumado a la pandemia, exacerbó aún más ese antiestatalismo que, a decir de Borges, es propio de los argentinos, si no de todos, de unos cuantos.       

Veamos ahora el tema “seguridad”. Imposible de encarar para el progresismo, tan sobreideologizado como la derecha que cree que todo se soluciona metiendo bala o subiendo las penas. Y claro que las penas cumplen un rol disuasivo, pero se trata de solo un aspecto, porque el temor al castigo no es la única razón por la que una persona obedece. Si fuera así, el problema de la inseguridad se resolvería fácil: pena de muerte para el que roba un caramelo… y ya está: todos los potenciales ladrones haciendo cálculos racionales desestimarían el acto vandálico. Y, sin embargo, los delitos existen igual y en sociedades como la estadounidense donde en algunos Estados las penas son severísimas, tenemos más presos que en ninguna otra parte del mundo (véase, a propósito, por ejemplo, la serie documental de Werner Herzog, Into the Abyss, como para familiarizarse con el modo en que el exceso de punitivismo tuvo un contraefecto y generó más violencia).   

En cuanto al progresismo, aquí también hay cosas que sabemos: por lo pronto, sabemos que para el progresista promedio, la desigualdad es la que explica la delincuencia, de modo que, bajando la desigualdad, el delito debería disminuir. Eso suele ser así hasta cierto nivel, lo cual muestra que hay otros factores que juegan, por ejemplo, el narcotráfico. En todo caso, aunque merecería mayor desarrollo, hoy tenemos que la precarización y la desvalorización del trabajo, en el sentido de la poca retribución que se recibe por hacerlo, tiene una salida por abajo y por arriba: por abajo, hoy es más redituable ser un “soldadito” que lleva la falopa que ir a laburar 12 horas de repositor por 500 lucas; por arriba, tenemos a toda una generación de CriptoBros que desean tener un nivel de vida que su capacidad y los trabajos a los que pueden aspirar, jamás le proporcionarían. Son distintas clases sociales, pero son parte de una misma generación para la cual el trabajo no es una salida ni los ordena.  

Dicho esto, y retomando la cuestión de la desigualdad, poner el foco en cuestiones estructurales no debería hacernos pasar por alto las responsabilidades individuales. Porque nadie es asesinado ni robado por la Desigualdad sino por hombres y mujeres particulares que deberían pagar por ese delito. Es demasiado obvio, pero vale decirlo: si la desigualdad lo explicara todo, los pobres serían todos chorros. Y no es el caso. La pobreza quita posibilidades y oportunidades para elegir, pero el libre albedrío existe y la inmensa mayoría de la gente humilde no sale a robar ni a matar.      

Por otra parte, aquí no vamos a repetir la estupidez de que el progresismo se ocupa de los derechos de los victimarios antes que el de las víctimas. Es falso y es absurdo. ¿Por qué habría de hacerlo? Sin embargo, lo que sí vamos a decir es que el progresismo, velando por los derechos de los delincuentes (que por serlo no dejan de tenerlos, claro), ante los antecedentes de violencia institucional que nuestro país tristemente supo conseguir, no toma en cuenta la perspectiva comunal, cuando ambas cosas deberían tenerse presente ya que no son incompatibles. Y no se trata de un llamamiento a un populismo punitivista o un llamado demagogo a las hordas que piden sangre. Nada de eso. Pero en cada ataque, incluso desde el más nimio manotazo a un celular, algo se rompe y eso que se rompe es la confianza, el sentido de pertenencia a una comunidad y nuestra relación con el Estado. Porque sí, lo material y la propiedad privada nos importan. ¿Qué se le va a hacer? Somos así.   

El punto en cuestión aquí es que, y sin entrar en la discusión acerca de las distintas teorías de la pena, el progresismo parece no entender la función del castigo, algo que va más allá de la pena al perpetrador. Porque la pena también funciona como una retribución a las víctimas y actúa de manera preventiva para preservar a la comunidad. Para decirlo con un ejemplo: se discute la cuestión de la edad de imputabilidad a partir del caso “Kim”, la chica de siete años asesinada mientras dos menores robaban un coche. Aquí no defenderemos el “delito de adulto, pena de adulto” sino la necesidad de regímenes especiales, (como también existe para los mayores de 70 o mujeres embarazadas y/o con niños pequeños que reciben pena de adultos, aunque la cumplen de manera distinta), pero quien comete semejante aberración, no se puede ir a la casa sin más, aun cuando tenga 14 años. Principalmente por la familia damnificada pero también por toda la comunidad. La discusión sería demasiado larga, pero me siento parte de la tradición de los que cree que el Estado debe ser útil y/o intervenir cuando demuestra ser más eficiente que la organización que puedan llevar adelante las personas por sí mismas. Y aquí tenemos un Estado que no resuelve, no es eficiente y que, cuando se mete, se mete mal. ¿Cómo no va a calar profundo el discurso ultraindividualista del “Sé tu propio Sheriff” cuando el mismo Estado, con su incapacidad, genera las condiciones para que los lazos sociales se quiebren? Es el Joker 1. Vivís como el culo, tu trabajo es una mierda, los vínculos se rompen, te afanan, te agreden… y unos tipos te dicen “Estado presente” y “no votes a la derecha porque vienen por tus derechos”. ¿Acaso nadie se identificó con la película cuando la gente salió a la calle con una careta dispuesta a romperlo todo?

Agreguemos a esto un tema que está empezando a salir a la luz: la llamada “perspectiva de género” prevalente en la Justicia y en determinadas instituciones, en pos de hacer frente al flagelo real de la violencia contra las mujeres, ha brindado herramientas para que denunciantes y/o abogados inescrupulosos se sirvan de ellas en provecho propio. No hay registro oficial y todos sabemos que las denuncias falsas están subregistradas ya que, en general, éstas acaban en sobreseimientos y/o absoluciones y ni la Justicia ni los damnificados tienen el ánimo para la contradenuncia tras años de padecimientos. Pero cualquier abogado hoy reconoce que, por ejemplo, para los casos de divorcios conflictivos, se sugiere denunciar al varón por violencia de género como para posicionarse mejor al momento de la negociación. En el mejor de los casos, esto acaba en un rédito económico para la parte denunciante, pero en muchos casos hay menores de por medio y lo que esa denuncia falsa activa es desastroso, no solo para el adulto sino para los hijos. Hoy todo el mundo conoce padres que no pueden ver a sus hijos porque se les adjudica un delito que no cometieron y, gracias al sesgo y a la burocracia, encuentran justicia, si es que la encuentran, varios años después, en algunos casos, los suficientes como para que la revinculación sea imposible. Quienes admiten este fenómeno suelen decir que es el precio que hay que pagar… que el sesgo está pensado para salvar las vidas de las mujeres, etc., y sin embargo no parece el caso: la violencia contra las mujeres no cesa y a esa condición estructural injusta le respondemos con un sistema judicial también injusto, como si esto fuera matemática y dos injusticias generaran una justicia.    

El fenómeno es digno de estudio porque el progresismo es garantista y, por momentos, abolicionista, cuando se trata de delitos contra la propiedad, pero es hiperpunitivista cuando intervienen asuntos “de género”. Y no hablo de los casos reales donde, claro está, el castigo es justo y necesario, sino de la lógica persecutoria y destructora de la vida civil del damnificado que se activa por fuera de la Justicia, a veces con apenas un mensaje anónimo desde una red social que “denuncia” alguna acción o comentario que ni siquiera es punible.  

A su vez, contrariamente a lo que muchos exponen, ni siquiera se trata de promover una fractura social entre varones y mujeres lo cual ya de por sí sería grave; lo que es peor es que también se afecta indirectamente a las propias mujeres. En primer lugar, porque si se siguieran conociendo casos de denuncias falsas, la palabra de las mujeres que verdaderamente son víctimas, volvería a ser puesta en duda como sucedía décadas atrás; y, en segundo lugar, cuando una falsa denuncia aleja a un padre de sus hijos, también aleja a una abuela, una tía, a todo un grupo familiar que incluye incluso hasta las nuevas parejas del damnificado, mujeres testigos de la injusticia que dice realizarse en pos de proteger mujeres.

Una vez más, ¿qué sentimiento, qué vínculo con los otros, qué relación con el Estado y con la Justicia pueden establecer ese padre y esas “otras” mujeres, también damnificadas, que lo rodean?

En síntesis, el discurso hiperindividualista del mileismo encuentra un terreno fértil en una sociedad que está completamente rota. Naturalmente, esto no es responsabilidad entera del progresismo, pero lo que sí es real es que, pese a un discurso en oposición al individualismo extremo, sus taras ideológicas, tanto en materia económica como en lo referente a la Seguridad/Justicia, afectan dramáticamente los lazos comunitarios y son condición necesaria para que la prédica de este neoliberalismo recargado encuentre una buena recepción en sectores mayoritarios de la sociedad. El último resultado electoral, pero sobre todo la forma en que vivimos, cada vez más solos, más recelosos, más egoístas y con más miedo y odio, es una clara demostración de ello.  

Zigmunt Bauman: fragmentos de un hombre libre (publicado el 27.5.25 en www.theobjective.com)

 

De un libro armado como una suerte de collage con textos escritos a lo largo de 30 años, en polaco y en inglés, uno espera muchas cosas menos coherencia. Y, sin embargo, Mi vida en fragmentos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, editado por Paidós, es una grata sorpresa que nos ofrece pasajes biográficos y, a la vez, conceptuales, perfectamente hilados, con reflexiones profundas acerca de la historia, la memoria y la identidad. 

El trabajo de edición es de destacar porque el libro comienza con un fragmento que hará de introducción para justificar el sentido del texto, una suerte de marco teórico:

“Vivimos dos veces. Una rompiendo y esparciendo; la segunda vez, reuniendo las piezas y ordenándolas conforme a un patrón. Primero, vivimos; luego, narramos la experiencia. Esta segunda vida, por la razón que sea, parece más importante que la primera. Solo en la segunda aparece el sentido”.

Tomando en cuenta que la primera vida simplemente pasa y que es la segunda, la narrada, la que perdura, y motivado por las revelaciones que poco tiempo antes había ofrecido el libro de su mujer, Janina, sobreviviente del gueto de Varsovia, (revelaciones que eran desconocidas para el propio marido y toda la familia), Bauman se propone legar un texto personal, su segunda vida, para sus hijas y nietos.   

De aquí que el capítulo 2 narre su infancia en la ciudad polaca de Poznan donde Bauman aparece signado por su gordura y por su judaísmo, dos razones por las que era continuamente hostigado, especialmente conforme se acercaba la segunda guerra mundial y el antisemitismo arreciaba:

“Poznan se convirtió en bastión y fuerza impulsora de Democracia Nacional, un partido que pretendía cautivar el pensamiento y los corazones del resto del país con la embrujadora utopía de una vida libre de judíos”.

Continuamente hostigado, Bauman relata que, sin embargo, el hecho que más lo marcó de esos años previos a la guerra, fue aquel día en que caminaba por la calle junto a su madre y dos chicos comenzaron a insultarle por ser judío. La actitud de la madre, que pasó de la omnipotencia habitual al silencio de la humillación, le brindó a Bauman una sensación de indefensión que tardó muchos años en desaparecer.

El inicio de la guerra y las vicisitudes que padecería junto a su familia son desarrollados en el capítulo 3. Allí aparecen facetas menos conocidas del autor, primero como refugiado y luego como soldado.

Poznan estaba a casi 100 km de la frontera. Era la primera gran ciudad en el camino de la invasión nazi, de modo que la huida era la única posibilidad de supervivencia. Finalmente consiguen escapar hacia la Polonia controlada por los soviéticos. Allí Bauman menciona una anécdota risueña que será más que pertinente para comprender lo que vendrá posteriormente.

Es que el padre había conseguido trabajo en una suerte de almacén que abastecía a la guarnición local. Su rol era el de llevar la contabilidad, actividad que resultó imposible porque el primer día notó la cantidad enorme de faltantes. Cuando fue a indicarle el problema al director del almacén, éste le espetó: “No te preocupes; es verdad, todos robamos, pero piensa: ¡Cuánto roba un solo capitalista allá, al otro lado!”

La anécdota viene a cuento porque Bauman luego forma parte del ejército polaco impulsado por Stalin que finalmente puede retornar a la Varsovia recuperada, pero, sobre todo, en las décadas posteriores, fue señalado por los nacionalistas y los espacios de derecha en Polonia por su defensa del comunismo. En este sentido, no sería descabellado afirmar que, al menos buena parte de este libro, se propone explicar su relación con la Unión Soviética y realizar una autocrítica valiente, de las que no abundan.

A propósito, en el capítulo 4, “Maduración”, recoge un chiste interno al Partido: “¿En qué se diferencia un comunista de una manzana? (…) En que una manzana cae de madura, pero un comunista madura cuando cae (…)”.

Bauman reconoce haber madurado tarde, justamente, tras haber “caído en desgracia”, esto es, después de que el propio comunismo acabara persiguiéndolo. De hecho, confiesa que hasta 1953 era un comunista convencido de que, en todo caso, la culpa no era del sistema ni de la ideología sino de los “excesos” o los “errores individuales”.   

Efectivamente, Bauman creía que los dirigentes estaban de verdad motivados por el deseo de justicia social; que, en todo caso, reconocerían sus errores y que, como se decía tras la Primavera de Praga, podrían restituirle al socialismo un rostro humano. Esa esperanza duró demasiado tiempo, reconoce Bauman.  

“No se me cayó una capa de escamas de los ojos y no dejé de engañarme con la idea de que el comunismo era una versión de la ‘vía hacia el socialismo’ (…) hasta que Jruschov pronunció su memorable discurso y llamó explícitamente a los crímenes estalinistas por su nombre”.

El capítulo 5 se ocupa del problema de la identidad, en particular, de la “polonidad”. Se trata de un texto escrito en inglés como modo de poder desapegarse emocionalmente.

Para el autor de Modernidad líquida, ser polaco no significa custodiar unas fronteras claras sino, más bien, una creación y una elección. Es como si la polonidad se caracterizara por una constante precariedad, una identidad en sí misma provisoria. El aspecto creativo de esa identidad y el factor decisional, pese a lo que puedan decir la gran mayoría de los polacos, hace que Bauman no encuentre ninguna contradicción en afirmarse polaco y judío al mismo tiempo.

“Sí, soy polaco. La polonidad es mi hogar espiritual, la lengua polaca es mi mundo. Esa ha sido mi decisión. (…) Yo soy un judío polaco. Jamás me despojé de mi judaísmo, entendido como la pertenencia a una tradición que dio al mundo su sentido moral, su conciencia, su anhelo de perfección, su sueño milenarista. No veo la dificultad de cuadrar mi judaísmo con mi polonidad”.

En el capítulo 6, Bauman reflexiona aún más sobre el presente político polaco y marca diferencias entre los 5 años de horror de la ocupación nazi y los casi 50 años de la República Popular de Polonia. Allí, claramente, pese a sus críticas, nuestro autor afirma que no se puede incluir en un mismo paquete ambos hechos. Sin embargo, entiende que la producción en masa de la hipocresía, ausente en la barbarie nazi, fue uno de los rasgos distintivos del comunismo soviético.

Para finalizar, a propósito de lo que mencionábamos al principio, esto es, el mérito de darle unidad a un libro conformado por textos tan disímiles, en el último capítulo, Bauman parece desafiar a sus críticos adoptando una suerte de espíritu existencialista sartreano. Es que, si de dejar un mensaje y de salvar al mundo se trata, lo mejor que podemos hacer es tratar de ser libres porque, justamente, esa condición es la que nos hace responsables de nuestros actos.  

“Me siento responsable de mi polonidad en el mismo sentido en que acepto la responsabilidad por mi comunismo puntual de antaño, mi socialismo de toda la vida, mi repudio de Israel y mi decisión de pasar mis últimos años siendo una persona desplazada, extraterritorial y súbdito leal de la Corona”.

En una época de competencia de víctimas, donde todo el tiempo se señala con el dedo al otro como el culpable de las propias limitaciones y se exigen derechos sin asumir responsabilidades, Bauman levanta la cabeza y, tras luchar en la segunda guerra mundial y sobrevivir a persecuciones varias, afirma, con orgullo “esto es lo que fui”.

Es en ese momento, esto es, en el preciso instante en que el autor se hace cargo tanto de lo bueno como de lo malo de su primera vida, que el relato se cierra para mostrar que, en ésta, su segunda vida, la narrada, Bauman nos quiere decir, sobre todo y contra todo, que ha sido un hombre libre.

Ser pobre en el país más rico del mundo (publicado el 24.3.25 en www.theobjective.com)

 

Comencemos con algunos números: en Estados Unidos, 1 de cada 9 adultos y 1 de cada 8 niños es pobre; 1 de cada 18 personas vive en la indigencia total; más de 2 millones de personas no tienen agua corriente ni inodoro y 30 millones siguen sin acceder a un seguro médico; la mayoría de las familias arrendatarias que viven por debajo del umbral de la pobreza destina al menos la mitad de sus ingresos a la vivienda y 1 de cada 4 dedica más del 70% a pagar el alquiler y los servicios; 3,6 millones de avisos de desahucio se pegan en las puertas de las casas anualmente, casi tanto como en el peor momento de la última gran crisis financiera, 2 millones de personas están presas en las cárceles y 3,7 millones en libertad condicional. La inmensa mayoría de estas casi 6 millones de personas son pobres, claro.

Comparado con las democracias más avanzadas, Estados Unidos tiene un índice de pobreza demasiado alto, el cual, prácticamente, no ha mejorado en los últimos 50 años. Encontrar una explicación, y una salida, para este fenómeno, es el objetivo de Pobreza, made in USA, el nuevo libro del sociólogo americano y premio Pulitzer, Matthew Desmond, un texto elegido como libro del año en 2023 por las principales revistas estadounidenses y que llega a España gracias a la edición de Capitán Swing.

“EEUU supera en 5,3 billones de dólares la producción de bienes y servicios de China. Nuestro producto interior bruto es mayor que la suma de las economías de Japón, Alemania, Reino Unido, India, Francia e Italia, que son el tercero, cuarto, quinto, sexto, séptimo y octavo países más ricos del mundo. La economía de California es mayor que la de Canadá; la del Estado de Nueva York es mayor que la de Corea del Sur. La pobreza en EEUU no se debe a falta de recursos. Es otra cosa”.

Para poder identificar qué es esa otra cosa, es necesario hacer un punto, porque lo valioso del texto de Desmond es que barre con prejuicios, semiverdades y sesgos varios.

En este sentido, lo primero que podría suponerse es que el Estado Federal no dedica los suficientes recursos en ayudas y que, especialmente durante la era de gobiernos republicanos, la tendencia al recorte debería acentuarse. Y, sin embargo, no es el caso. 

A propósito, si tomamos los ochos años de Reagan, el presupuesto antipobreza no solo no se contrajo, sino que aumentó y siguió haciéndolo después de que él dejara el cargo. Expuesto en más números: las ayudas destinadas a la población que no llega a determinados niveles de ingresos, pasó de 1015 dólares al año con Reagan a 3419 dólares al año después de cumplirse un cuarto del primer mandato de Trump, aumento que en buena parte se explica por el dinero destinado a las coberturas de salud. De aquí que Desmond afirme: “El término neoliberalismo forma parte del léxico habitual de la izquierda, pero mi intento de encontrar su huella en los presupuestos federales ha sido en vano, al menos sobre el papel, en lo tocante a las ayudas para la población pobre”.

¿Por qué no ha disminuido la pobreza, entonces? Una de las claves está en cuánto de la ayuda del Gobierno Federal se pierde en trabas burocráticas, ejecuciones discrecionales de los Estados y una carencia de acceso a la información que deriva en ingentes cantidades de dinero perdido en intermediarios. Para decirlo con 3 ejemplos: por cada dólar que el gobierno central trasladó a los Estados para que transfieran un subsidio particular asociado a condiciones de pobreza familiar, los hogares recibieron 22 centavos; solo el 48% de los ancianos habilitados para exigir los cupones de comida realizaron el trámite para conseguirlo, y, por último, para acceder a una pensión por discapacidad, las trabas son tantas que los beneficiarios deben contratar abogados, de modo que 1000 millones de dólares al año del Seguro social se destinan a pagarle a los mismos.

Con todo, dinero sigue habiendo y debería alcanzar. Especialmente si se toma en cuenta que, según los cálculos de Desmond, y a contramano de lo que algún distraído podría imaginar, el estado de bienestar americano es el más grande del planeta después del francés, esto, claro está, si se contabilizan distintos mecanismos  financiados por las arcas públicas como los planes de jubilación ofertados por las empresas, los créditos estudiantiles y los planes de ahorro 529 para ir a la universidad, las bonificaciones fiscales por hijos y las subvenciones para propietarios de vivienda. ¿Por qué se hace mención a estos casos en particular? Porque se trata de ayudas indirectas destinadas a un sector de la población que vive por encima del umbral de la pobreza.

Este punto es central porque, en general, se hace hincapié en la ayuda “visible”, esto es, transferencias de dinero “directas” que van al bolsillo de los pobres. Sin embargo, no se toma en cuenta el modo en que a través de exenciones impositivas el Estado beneficia a sectores medios y altos. Se trata de ayudas “invisibles”, dinero que no entra en el bolsillo y, por eso, moralmente es interpretado de otra manera. Pero el resultado es el mismo.    

Frente a la objeción de que esto es cierto tanto como también es cierto que los más ricos pagan más impuestos, Desmond indica que esto es así hasta cierto punto. Por supuesto que hay un impuesto progresivo sobre los ingresos que es mucho más alto en las clases más acomodadas, pero si tomamos en cuenta una larga lista de impuestos regresivos, especialmente asociados al consumo, el número que obtiene Desmond es mucho más parejo. Así, en promedio, las clases medias y bajas acabarían tributando un 25% de sus ingresos mientras que, las altas, un 28%.

La injusticia es más palpable, cuando, para Desmond,

“Según algunas estimaciones, el mero hecho de recaudar los impuestos federales sobre la renta no abonados del 1 por ciento de los hogares más ricos permitiría obtener unos 175.000 millones de dólares al año. Si los más ricos de entre nosotros pagaran todos los impuestos que deben, podríamos acabar con la pobreza en Estados Unidos”.

En este escenario, Desmond llama a un activismo en pos de la abolición de la pobreza basado en tres ejes. El primero, acabar con la explotación laboral subiendo el salario mínimo y fomentando la sindicalización que, en el caso de los trabajadores privados, solo alcanza a un 6% de los mismos. Pero acabar con la explotación también incluye políticas públicas para resolver el problema de la vivienda generando las condiciones para una baja en los precios de los alquileres, y el fomento de ayudas directas o indirectas que eviten las condiciones usurarias que muchos bancos imponen al momento de brindar créditos.

El segundo, presionar a los gobernantes para el rediseño de un estado de bienestar que solo genera el bienestar de las clases más acomodadas. Tomando en cuenta que algunos cálculos hablan de un Estado Federal que, por ejemplo, gastó 193000 millones en subvenciones para propietarios de viviendas, mientras que solo destinó 53000 millones para ayudas directas a familias no propietarias, hay margen para una discusión, al menos.

Por último, en tercer lugar, Desmond propone un rediseño geográfico y una relocalización de las familias pobres evitando los guetos y los muros, tanto visibles como invisibles, que separan los barrios más prósperos de aquellos que no lo son.

En síntesis, en un contexto de enorme polarización política entre demócratas y republicanos, Desmond sale del laberinto por arriba para mostrar las condiciones estructurales de un Estado y una sociedad que, gobierne quien gobierne, convive y acepta unas condiciones de injusticia inadmisibles, especialmente si hablamos, claro está, del caso particular del país más rico del mundo.   

  

¿Posmodernos o ilustrados? La filosofía en la posguerra (publicado el 10.3.25 en www.theobjective.com)

 

“Los ojos se le salen de las órbitas, tiene la boca abierta y las alas desplegadas. Pues este es el aspecto que debe tener el ángel de la historia. Tiene el rostro vuelto al pasado. Donde aparece ante nosotros un encadenamiento de aconteceres, él ve una única catástrofe que incesantemente amontona escombros sobre escombros y los arroja a sus pies. Quisiera permanecer donde está, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero desde el Paraíso sopla una tempestad que enreda sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja sin cesar hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de escombros ante él crece hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es esta tempestad”.

Este fragmento con la imagen tan potente como desoladora del ángel aparece en Sobre el concepto de historia, un texto de Walter Benjamin escrito entre 1939 y 1940, poco antes de suicidarse tras verse frustrado su escape a través de España. Estábamos en plena segunda guerra mundial y esta crítica a la idea de progreso sería adoptada por pensadores como Theodor Adorno y Max Horkheimer, máximos referentes de la conocida como Escuela de Frankfurt. 

Algunos años más tarde, en 1949, el propio Adorno sería uno de los filósofos alemanes que volvería a su tierra natal después del exilio forzado en Estados Unidos para plantearse algunas preguntas: ¿Cómo pensar la liberación después de la liberación? ¿Cómo mostrar la salida hacia una vida de madurez responsable? ¿Cómo, después de la guerra, hablar de autodeterminación?

Esta serie de interrogantes no son casuales y se conectan con aquel fabuloso texto de Immanuel Kant, titulado ¿Qué es la ilustración? Allí aparece la definición de la Ilustración como el abandono de la minoría de edad. Corría el año 1784 y Kant consideraba que el espíritu ilustrado suponía librarse de todo tutelaje, en particular, el de la religión. “¡Atrévete a saber!” Era el momento de ser autónomos; era el momento de pensar por nosotros mismos.

Esta extensa introducción viene a cuento del nuevo libro del filósofo alemán Wolfram Eilenberger, Espíritus del presente. Los últimos años de la filosofía y el comienzo de una nueva Ilustración, editado por Taurus. Al igual que en el ampliamente celebrado Tiempo de Magos, Eilenberger elige a cuatro figuras de un período histórico del siglo XX, en este caso, aquel que va de 1948 a 1984. Además de Adorno, la lista se completa con Michel Foucault, Susan Sontag y Paul Feyerabend.

La tesis de Eilenberger es polémica porque elige a figuras que, de una u otra manera, sea por sus críticos, sea por sus seguidores, en la mayoría de los casos fueron ubicados como furibundos críticos de la modernidad y de la racionalidad universal que pregonaba la Ilustración. Sin embargo, por el contrario, para Eilenberger, los cuatro pensadores mencionados son un ejemplo ilustrado en el sentido kantiano, esto es, hombres y mujeres que en una época de enorme convulsión se atrevieron a pensar por sí mismos desafiando los cánones y “la inmadurez” del contexto histórico. Más que el contenido del, llamemos, paradigma Ilustrado, Eilenberger parece hacer más énfasis en aquello que la Ilustración prescribe desde lo actitudinal.  

Decimos que la hipótesis es polémica porque, recordemos, Adorno junto a Horkheimer es quien, en Dialéctica de la Ilustración, allá por 1944, afirma:

“La deseada humanización de la humanidad había conducido a los campos de exterminio del Este, y la liberación de la información a través de los nuevos medios de comunicación a la manipulación de las masas. Por su parte, el progreso técnico, en lugar de proporcionar al proletariado un verdadero alivio en su vida laboral y cotidiana, había establecido nuevas formas de esclavitud en las cadenas de montaje. En lugar de introducir la paz en una prosperidad globalmente compartida, se idearon armas que hacían a la humanidad capaz de provocar su autoextinción planetaria”.

Los valores de la modernidad habían llevado a Auschwitz; el ángel de la historia observa la barbarie detrás de la idea de progreso. Si alguien aprieta el botón rojo, desaparecemos. Y todo en nombre de la Razón. La crítica parece demoledora.

En la misma línea, Paul Feyerabend, en un inicio discípulo de Karl Popper, comienza un lento pero imperturbable camino de radicalización hacia una suerte de anarquismo metodológico. Frente al Círculo de Viena que hacia fines de la década del 20 buscaba los enunciados básicos capaces de describir la realidad objetiva tal cual es, y frente al propio falsacionismo de Popper con su método hipotético deductivo, Feyerabend toma el martillo nietzscheano para afirmar que no hay método universalmente válido ni hechos desnudos que estén allí afuera esperando ser observados. Es más, lo que se consideraba “la Ciencia” no es más que un dispositivo de poder institucional impuesto por los intereses de cada época. Poco de la diosa razón guiándonos para salir de las tinieblas. El relativismo era radical.  

En la misma línea, Foucault, con su arqueología de las ciencias humanas desnudaba que ya no hay posibilidad de narrar la historia, ni siquiera la historia de la modernidad o la de Occidente. Cada época tiene su a priori histórico, determinadas condiciones de posibilidad que se expresan en las instituciones y en el lenguaje, pero ya no hay lugar para los grandes relatos de la modernidad pues el propio “Hombre”, objeto de las ciencias humanas, no es algo dado sino una creación de una cultura particular en un momento concreto de la historia.  

El texto de Eilenberger se completa con la perspectiva de Susan Sontag, cuyas anécdotas muestran cómo determinadas vivencias determinan un tipo de pensamiento: desde un encuentro homosexual de jovencita que la llevó a abandonar su pasión por lo teorético para posarse en las experiencias de la corporalidad, pasando por su fervor por la fotografía y el cine donde filmó una película en la que los personajes poseían un lenguaje privado que les impedía comunicarse. Esto por no mencionar sus vínculos con el jet set y su libro acerca de las metáforas en torno a la enfermedad después de que le diagnosticaran un cáncer y poca chance de sobrevida; o los viajes, en los que hizo las veces de cronista, a Vietnam, en medio de la guerra, y a Cuba, para demostrarle a la izquierda americana que había “otra izquierda”.

Es de destacar el modo en que Eilenberger logra hilar los momentos, los autores y sus teorías, incluyéndolo todo en una lectura que por momento parece una novela con pasajes dramáticos como el “parricidio” realizado por los alumnos de Adorno en el contexto del fervor radicalizado y violento del año 68 y 69 en las universidades; o el precio que tuvo que pagar el propio Foucault quien, en pleno mayo francés, estaba en una estancia formativa en Túnez y ofrecía una filosofía que prefería diagnosticar antes que motivar la acción, para terminar, en los 80, hablando del “cuidado de sí”, consigna bastante poco revolucionaria, por cierto.   

La lectura del libro es apasionante a la vez que enriquecedora. En todo caso, si de objeciones se tratara, una hipótesis tan controversial quizás hubiera merecido algo más de desarrollo y argumentación que, literalmente, dos párrafos en la última página, especialmente para el público no erudito. No obstante, Espíritus del presente, por esa particular combinación de ensayo filosófico profundo escrito al modo de una novela, seguramente se encuentre entre los libros más destacados de este 2025.