lunes, 29 de abril de 2019

¿Gana Cristina o pierde Cambiemos? (editorial del 28/4/19 en No estoy solo)

Con una devaluación de casi 10% en una semana, el aumento exorbitante del Riesgo País y la venta masiva de Bonos argentinos, el gobierno de Cambiemos culminó una de sus peores semanas del año. Se adjudicó la crisis, como siempre, a causas políticas pero naturalmente esa excusa esconde que el principal eje de desestabilización es un programa económico condenado al fracaso. Eso lo saben todos los actores más allá de que los neoliberales, cada vez que hacen chocar al país contra la pared, señalan a la política y a los políticos como la razón principal del desastre. Curiosamente, el modelo nunca falla a pesar de que no hace falta ser un experto en macroeconomía para entender que el desenlace es inexorable como una tragedia que no sería griega sino, una vez más, argentina. ¿Por qué actuaron así los mercados? Las variables pueden ser múltiples y explicarlo me llevaría a caer en las típicas respuestas ad hoc que brindan los supuestos especialistas para dotar de racionalidad a acciones que muchas veces son irracionales. Con todo, podría pensarse que “los mercados” le han “soltado la mano” a Macri después de que todas las encuestas lo ubicaran perdiendo contra CFK en el balotaje y que lo están invitando a postergar su candidatura en detrimento de la de María Eugenia Vidal. Desde mi punto de vista, y más allá de que, si eso sucediera, comenzaríamos a ver a todo el elenco oficialista en un esfuerzo denodado para mostrarnos que Macri se hace a un lado por “un renunciamiento histórico” para frenar al populismo, y que María Eugenia es superior a Mauricio porque es sensible y no es un CEO, la estrategia muy posiblemente no llegue a buen puerto. La razón es simple: al igual que le pasó a Scioli, quien estando en la gobernación solía eludir las críticas que se le hacían a CFK, una vez puesto en el centro de la escena esa inmunidad despareció del mismo modo que le ocurrirá a la gobernadora quien acabará pagando con las consecuencias del país devastado que está dejando el gobierno del cual ha sido una figura central.
A este contexto se le puede sumar que la publicación del libro Sinceramente parece disipar la duda en torno a la candidatura de CFK ya que se trata del gesto de alguien decidido a ser protagonista en las próximas elecciones más allá de que seguramente eso no se confirme hasta el 22 de junio.
En síntesis, entrando en mayo el gobierno se encuentra con una inflación récord, un presidente sin autoridad y un escenario político electoral adverso con encadenamiento de derrotas y una fuerza opositora que, por primera vez desde diciembre de 2015, tiene posibilidades de imponerse. A su favor, por supuesto, el gobierno cuenta con el apoyo económico del FMI y de Estados Unidos ya que estos actores entienden que la elección en Argentina es determinante geopolíticamente. En este sentido, el regreso del kirchnerismo podría poner un límite a una región que después de las elecciones en Brasil y una estrategia de lawfare cuyos hilos empiezan a verse obscenamente, parecía encaminarse hacia un período de gobiernos neoliberales y de derecha. 
¿Pero cómo llega a esta instancia un gobierno que en octubre de 2017 creía haber confirmado que el kirchnerismo y, con él, el peronismo, estaban acabados, y que la elección del año 2019 sería un trámite? Curiosamente, por algunas de las razones que hicieron que el kirchnerismo perdiera las elecciones en 2015. Porque tanto el kirchnerismo como Cambiemos pasaron por alto que la creación de un monstruo puede tener consecuencias inesperadas. Dicho en otras palabras, si el kirchnerismo había elegido a Macri como “el otro” contra el que confrontar a sabiendas de que era imposible que Macri ganara una elección nacional, Cambiemos parece haber hecho algo similar con CFK bajo el mismo presupuesto, esto es, suponiendo que ella jamás podría ganar en un balotaje. El diagnóstico del kirchnerismo fue errado y cuando se dio cuenta de ello (aquel domingo de la primera vuelta del año 2015 en que la diferencia a favor de Scioli fue exigua), ya era tarde. ¿Por qué lo hizo? Por una pésima lectura del contexto que lo llevó a cometer, además, errores de estrategia electoral. Es que en el núcleo duro del kirchnerismo había quienes creían que no era bueno que Scioli ganara por mucho porque de esa manera iba a imponer condiciones puertas adentro; había quienes creían que Scioli era lo mismo que Macri y que el hecho de que ganara este último hasta podría ser beneficioso porque al año se estaría yendo en helicóptero. Tampoco se puede soslayar a quienes creían que la elección de la provincia de Buenos Aires era imposible de perder y decidieron montar una interna en la que el candidato del núcleo duro estaba claro pero no se tomó en cuenta que éste era celebrado por los de adentro pero enormemente vulnerable y resistido por los de afuera. En lo que respecta a Cambiemos, en la actualidad, no sabemos aún si su diagnóstico es completamente errado pero lo cierto es que nunca se esperaron que CFK resurgiera y fuera capaz de pelearles mano a mano la elección. Y más allá de que ella es competitiva por los importantes logros de su gobierno, como lo hemos dicho alguna vez aquí mismo, es sorprendente que hoy vuelva a ser opción de mayoría cuando desde finales del año 2015, su estrategia pareció ser la de radicalizarse y preservar una minoría intensa a la espera de nuevos y mejores tiempos que llegaron demasiado pronto, a tal punto que muchos de los problemas que tenía el kirchnerismo hoy persisten. Y con esto me refiero a que la figura de CFK es demasiado enorme y no han aparecido, o no se dejó que aparezcan, eso es difícil de evaluar, figuras que pudieran secundarla o tomar la posta en caso de que ella decidiera “no jugar”, del mismo modo que la formación de cuadros sigue siendo deficitaria, la elección de agenda suele ser equivocada y sin coordinación, y, como si esto fuera poco, tampoco hay una propuesta de futuro, como si alcanzara simplemente con el hecho de que vuelva ella para mitigar todos los males.       
Otro punto en común es que, como indiqué varias veces aquí, del mismo modo que Cambiemos entendió que en 2015 no hacía falta aliarse con nadie sino que alcanzaba con llegar a una segunda vuelta para que el voto útil y anti K desnivelara la balanza, el kirchnerismo, tal como lo indican las encuestas hoy, no tiene ningún incentivo para aliarse con otros sectores de la oposición, por la misma razón que tenía Cambiemos, esto es, porque alcanza con llegar a segunda vuelta y luego aprovechar el voto, en este caso, anti Macri, de todo el peronismo y los desencantados que ahora se dieron cuenta que con Macri están peor que con CFK. Seguramente habrá grandes discursos en torno a la necesidad de unidad pero con los números en la mano, el kirchnerismo duro es capaz de ir solo a la elección y ganarla. Esto puede dar lugar a que se repitan los viejos errores que generaron rispideces internas y que llevaron a que aliados importantes se cruzaran de vereda, cansados de una birome muy poco generosa y de algunas imposiciones que quienes tenían una vasta experiencia militante no toleraron. Llegados a finales de junio se dilucidará si esto es así o no.
Por último, aunque las razones y las circunstancias sean distintas, entiendo que hay un último paralelismo: el kirchnerismo perdió la elección por sus propios errores y no por las fortalezas de su adversario. Si Cambiemos pierde esta elección, no será porque enfrente tenga una oposición vigorosa sino por la norme cantidad de “tiros en los pies” que se viene dando. Con esto no pretendo igualar las figuras de Macri y CFK ni quitarle mérito a esta última cuando ha demostrado una inteligencia y una capacidad de tolerancia ante la adversidad, extraordinarias. Pero aun así, si el Gobierno de Macri no se hubiera equivocado tanto en casi todo, CFK y el kirchnerismo serían hoy, objetivamente y tal como mostraron los números de la elección 2017, una expresión importante gracias a la potencia de la figura de ella pero incapaz de disputarle la elección.
En política, como en fútbol, a veces los goles llegan por los errores del adversario.   

miércoles, 24 de abril de 2019

Ulises, Kafka y una Odisea contemporánea (publicado el 18/4/19 en www.disidentia.com)

¿Todavía tiene algo para decirnos el mito de Ulises y las sirenas? Naturalmente, su carácter clásico y universal, nos lleva a pensar que siempre podremos reutilizarlo para graficar situaciones en las que queramos resaltar la inteligencia y la fortaleza de espíritu de un individuo frente a la tentación de fuerzas oscuras. ¿Sin embargo es capaz de describir algunas de las características centrales de las sociedades en que vivimos? ¿Cuál sería la tentación irresistible de los tiempos que corren? La respuesta más fácil sería “el consumo” y nos haría pensar a las sirenas como esas grandes vidrieras o esos anuncios publicitarios que nos invitan a comprar el último producto de innovación. Sin embargo hay alguien que hace unos años entendió mejor que nadie qué era aquello irresistible para nuestra época y lo expresó en un texto que apenas supera la carilla. Se trata de Franz Kafka quien en 1917 escribió “El silencio de las sirenas”. Como ustedes recordarán, en el Canto XII de  Odisea, Ulises intenta regresar a Ítaca pero para hacerlo debe atravesar un sinfín de escollos fantásticos, entre ellos, unos malignos seres que, desde el Medioevo, son representados como mitad mujer y mitad pez, y que se hallan cerca de las costas rocosas para desde allí atraer, con sus cantos irresistibles, a los marineros. Advertido de ello por Circe, Ulises deposita cera en los oídos de los tripulantes y exige que se lo ate al mástil ante la posibilidad de que la voluntad flaquee. Con esa estrategia Ulises logra superar a las sirenas pero Kafka nos propone una reelaboración del mito y nos dice que en aquel episodio, las sirenas nunca cantaron. Solo hicieron una puesta en escena, movieron la boca como si estuvieran intentando atraerlo, pero nunca cantaron. Es que las sirenas habrían entendido que a Ulises, aquel que, según dicen, era tan magnífico como una divinidad, lo único que le haría daño era la indiferencia.
Kafka lo dice así: “las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas (…) Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas”.
 
Este episodio de indiferencia me recuerda a aquella famosa anécdota entre Diógenes, el cínico, y Alejandro Magno, cuando este último le pregunta a aquél qué desea y recibe como respuesta: “que te apartes pues me tapas el sol”. Esa indiferencia frente al todopoderoso rey macedónico fue un gesto de autonomía a tal punto que la anécdota suele completarse con una reflexión de Alejandro tras ese episodio. Se trata de la también famosa afirmación: “Si yo no fuese Alejandro, me gustaría ser Diógenes”.
En tiempos de una sociedad del espectáculo o del posespectáculo, en donde exigimos ser vistos y contantemente nos exponemos, consentidamente, a “ser vistos haciendo algo”, la reinterpretación del mito de Ulises cobra un sentido particular y nos permite reflexionar acerca de los valores que se juegan y el por qué de determinados comportamientos compulsivos que se exteriorizan a través de redes sociales y se replican en medios masivos.
¿Qué pasaría si frente a esas puestas en escena hiciéramos silencio como las sirenas? ¿Qué sucedería si con nuestros actos demostráramos que no nos interesa ni la polémica absurda, ni la excepcionalidad ni esa foto sexy?
Las preguntas son retóricas, claro está, pero hacia el final del texto Kafka realiza un giro más, un giro contemporáneo, demasiado contemporáneo. Allí se pregunta: ¿y qué tal si Ulises supiera que las sirenas iban a fingir su canto para atraerlo y luego demostrarle indiferencia? En palabras de Kafka: “Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo”.
Para finalizar entonces, podría decirse que del texto de Kafka surge la siguiente lectura: el mejor remedio contra la vanidad existente es la indiferencia pero una manera digna de sobrevivir a esta farsa de la exposición y el espectáculo es formar parte de ella siendo consciente de la misma, jugar el juego sabiendo las reglas y sabiendo que es un juego. Ni más ni menos que aceptar el “como si” de todo.
Es evidente, entonces, que una razonable cuota de cinismo bien puede ayudarnos a sobrellevar las exigencias actuales sin acudir a una excesiva dosis de ansiolíticos y antidepresivos. Curiosamente, aprendimos esto leyendo a  Kafka.    

lunes, 22 de abril de 2019

Detrás de la palabra "alivio" (editorial del 21/4/19 en No estoy solo)


Al escuchar la palabra “alivio” una decena de veces, de boca del presidente, los ministros, los actores de reparto y los periodistas oficialistas, recordé una decisión de George W. Bush en 2001, algunos meses antes del atentado contra las Torres. Allí, el presidente estadounidense avanzó en una rebaja de impuestos, incluso a los sectores más aventajados, a la cual denominó “política de alivio fiscal”. George Lakoff, especialista en neurolingüística, recordaría este caso unos años más tarde en su libro No pienses en un elefante como un buen ejemplo de triunfo del adversario en la disputa lingüística. Es que una vez que los demócratas progresistas aceptaron discutir esa decisión comunicada como un “alivio” estaban aceptando tácitamente que los impuestos son una carga, es decir, estaban aceptando las premisas del partido al cual debían enfrentar porque, como ustedes saben, en general, los republicanos estadounidenses entienden que hay que achicar el Estado y los demócratas, también, en general, son más proclives a una lógica redistributiva que eventualmente supone una suba de impuestos.
Algo similar sucedió en su momento cuando se instaló que lo que había hecho el kirchnerismo era un “cepo” al dólar. Más allá de acordar o no con la medida, si los kirchneristas aceptaban discutir acerca de si era bueno o malo el cepo, aun cuando tuvieran buenos argumentos, tenían la batalla perdida desde el vamos porque la noción de “cepo” llevaba implícita una carga muy potente en tanto el cepo era un instrumento para esclavizar a quien naturalmente debía ser libre. Trasladado a la discusión en cuestión, hablar de cepo sí o cepo no, suponía aceptar que aquello retenido por el cepo, en este caso, el dólar, debía ser libre y de esa manera se discutía en el terreno que le era más cómodo a la oposición al kirchnerismo.
Sin embargo, en el caso de la utilización de la palabra “alivio” para presentar una serie de medidas de control de precios, cabe preguntarse si la elección ha sido tan adecuada o si construye el tipo de realidad que más le conviene al macrismo. Sin entrar en disquisiciones acerca del lenguaje, tan de moda por cierto, cuando de repente pareciera que toda discusión sobre la desigualdad material se reduce a imponer nuevas palabras o hablar con eufemismos, el énfasis en el término “alivio” denota un daño anterior, una carga previa, una presión sobre la ciudadanía que es responsabilidad del gobierno. Así, si alguien preguntara “¿aliviarse de qué?” llegaríamos rápidamente a la respuesta: de las decisiones políticas y económicas del Gobierno y de una desesperante ineficiencia en la ejecución. Por otra parte, resultaría una victoria pírrica para Cambiemos que estas medidas generaran una expectativa de alivio en tanto todos sabemos que son incapaces de enfrentar una inflación que crece mes a mes. Es que el gobierno no está dispuesto a cambiar el rumbo de su política y es eso lo que está llevando al colapso social y económico. Y como si esto fuera poco, debemos sumarle la falta de convencimiento, la ineptitud y la candidez de un acuerdo que se presentó como un “pacto entre caballeros”, es decir, un acuerdo basado en la confianza que, sin ánimo de control, probablemente naufrague y hunda un poco más la credibilidad de un presidente que parece definitivamente disociado de la realidad, tanto como los asesores que le sugirieron comunicar la medida eludiendo todo formalismo a través de un video que pretende ser espontáneo. A propósito de ello, sin menospreciar el efectivo dispositivo comunicacional del gobierno, habría que pensar, una vez más, hasta qué punto hay una sobrevaloración de los asesores, como si éstos, justamente, no pudieran vivir en la misma burbuja del presidente al creer que, como las cadenas nacionales tienen un formato vetusto y ahora está de moda la lógica amateurs de los videítos, las nuevas generaciones van a aceptar sin más una verdadera tomada de pelo que puede funcionar cuando hay viento de cola pero que queda muy expuesta cuando, como se dice en la jerga, “empiezan a entrar todas las balas”.
Es que las encuestas coinciden en que al día de hoy el gobierno perdería en balotaje contra cualquier candidato, incluso contra CFK, algo que no ocurría algunos meses atrás cuando la imagen negativa de ésta estaba por encima de la del presidente.  
Ahora bien, retomando los sentidos y las connotaciones de la palabra “alivio”, existe otro aspecto que le puede jugar en contra al gobierno y es que la ciudadanía entienda que las únicas políticas que traen alivio son las que implementaba el kirchnerismo, pues, siempre es bueno recordar, no aumentar los servicios ni el transporte e impulsar una canasta básica de precios cuidados han sido políticas implementadas por el gobierno anterior y criticadas durante años por los adherentes del actual gobierno. Por otra parte, para escándalo de los economistas ortodoxos, con este tipo de medidas, el gobierno ha debido aceptar tácitamente que la inflación no es un fenómeno estrictamente monetario y que los formadores de precios, en este caso los supermercados, juegan un rol decisivo. Esto no es lo único que ha debido aceptar y en este sentido cabe recordar cómo, hace apenas unos meses, el Gobierno debió volver a incluir retenciones a las exportaciones. 
Por último, en lo que todos parecemos coincidir es que los alivios son siempre circunstanciales, tienen una existencia limitada que, a su vez, el gobierno no ha ocultado cuando en el mejor de los mundos posibles estima que estas medidas servirán para los próximos seis meses, esto es, hasta que la ciudadanía vaya a votar. La apuesta es que la gente aliviada olvide el carácter coyuntural del alivio. Es decir, la apuesta pareciera ser que la gente vuelva a votar engañada o, como mínimo, desprevenida. Si esto es todo lo que el gobierno tiene para ofrecer, resulta evidente que tiene para ofrecer bastante poco.         



lunes, 15 de abril de 2019

Repensar el poder (publicado el 4/4/19 en www.disidentia.com)


Escena 1: la falsa marquesa mira por la ventana cómo los campesinos a los que somete obedecen resignadamente y cómo esos mismos campesinos maltratan y se abusan de la candidez de uno de ellos llamado Lázaro. El hijo de la marquesa, preocupado y algo culposo le pregunta a su madre si no siente temor a que los campesinos se den cuenta de esta explotación y ella responde: “Yo los exploto a ellos y ellos explotan a ese pobre hombre [Lázaro]. Es una cadena. No se puede hacer nada”. Frente a ello, el hijo arremete y dice: “Quizás [Lázaro] (…) no se aprovecha de nadie”. Pero la respuesta de la madre es tajante: “Eso es imposible”. 

Escena 2: Abigail, una noble caída en desgracia, utiliza todo tipo de estrategias de seducción e intriga para transformarse en la protegida de la reina Ana de la dinastía escocesa de los Estuardo. Mientras la reina duerme, Abigail se dedica a poner su suela encima de uno de los conejos que tanto adora Ana. Lo aprisiona contra el piso aunque, por suerte para el animal, decide ser misericordiosa y lo suelta. Sin embargo, segundos después, como sucedía casi todas las noches, la reina convoca a Abigail para que ésta se postre ante ella y permanezca allí con el rostro sobre su sexo.
La primera escena corresponde a la película italiana Lazaro felice dirigida por Alice Rohrwacher y la segunda corresponde a The favourite, de Yorgos Lanthimos. Ambas escenas tienen algo en común: nos demuestran que las relaciones de poder son mucho más complejas que lo que parecen y no solo porque en este caso el poder lo ejerce una mujer contra un grupo de campesinos, los campesinos contra uno de ellos, una mujer contra un animal o una mujer contra otra, sino por una razón más conceptual que quisiera desarrollarles aquí. Es que en los debates actuales en los que aparece “el Poder”, con mayúsculas, sea lo que éste fuera, es decir, el imperialismo, el capitalismo, el heteropatriarcado, el racismo, el nacionalismo, el colonialismo, el esclavismo, etc., la imagen que se tiene del mismo resulta simplista y esquemática. Esto obedece a una razón muy sencilla: se cree que las relaciones de poder son estrictamente unilaterales de lo cual se seguiría la imagen ciertamente equivocada de gente muy mala ejerciendo el poder y gente muy buena padeciéndolo. Nada hay en el medio y la gente poderosa es muy pero muy mala y la gente que lo sufre es muy pero muy buena. Victimarios y víctimas que siempre realizan el mismo papel, de modo tal que se transforman en victimarios y víctimas esenciales y eternos.
En general, en la actualidad, todo aquel que se posiciona en la arena pública desafiando a algún poder abreva en ciertas tradiciones y referentes entre los cuales sobresale, sin duda, el filósofo francés Michel Foucault, conocido mundialmente como un “teórico del poder” a pesar de que él se sentía más cómodo ubicado en la categoría de un pensador de “las condiciones de posibilidad de la subjetividad”. Y hago expresa mención a él, justamente, porque como suele pasar en la gran mayoría de los debates actuales, aun cuando muchos de ellos provengan de las usinas universitarias, se cita y se deforman autores, o, en todo caso, se los utiliza irresponsable y recortadamente con el único fin de pretender confirmar un punto de vista.
Pero si pretendemos ser precisos hay que decir que, según Foucault, la tradición liberal, la marxista y cierta interpretación del psicoanálsis de Freud, tienen una visión totalizante y absoluta del poder. Es que, según estas perspectivas, el poder se tiene o no se tiene porque éste es entendido como un bloque homogéneo, una suerte de totalidad de la cual solo es posible liberarse in toto. El poder es visto así como una realidad compacta, exterior y delineable de lo cual se infiere que la única salida sería el cambio revolucionario. El propio Foucault tenía una concepción similar del poder en sus primeros escritos, lo cual explica la excitación que él produce en algunas patrullas de izquierda universitaria. Sin embargo, como él mismo indicara en una entrevista que brindara en 1977, su posición fue variando con los años y la mirada que él tenía en un libro como El orden del discurso fue siendo paulatinamente abandonada: “Hasta ese momento [1969] aceptaba la concepción tradicional del poder, el poder como mecanismo esencialmente jurídico, lo que dice la ley, lo que prohíbe, aquello que dice no, con toda una letanía de efectos negativos: exclusión, rechazo, barrera, negaciones, ocultaciones, etc. Ahora bien, considero inadecuada esta concepción.”
Efectivamente, Foucault se da cuenta que el poder es una relación mucho más compleja y que todos los individuos son receptores y emisores de poder, tal como se pudo observar en las dos escenas descriptas. Nadie es completamente sometido ni nadie posee un poder que lo haga inmune a alguna instancia de sometimiento, séase reina, protegida, marquesa, campesino o conejo.
Así lo dice Foucault: “Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento”.
Foucault afirma, entonces, que el poder está en todas partes, lo cual no quiere decir que se presente como totalidad ni que sea imposible resistirlo. Tampoco significa que el poder resida o se circunscriba al Estado sino que hay poder en toda la red de relaciones sociales que atraviesan a los individuos y que acaban siendo constitutivas de la subjetividad. El poder se presenta, así, como una relación y no como aquello que poseerían sujetos con una racionalidad previa e independiente de sus cursos de acción. De este modo el poder no se ejerce sobre otro sino sobre las acciones de ese otro que es un otro no cerrado y que se constituye como tal solo mediante la acción y la relación que establece con un yo (que tampoco está dado de antemano).
No obstante, un punto central es que no toda relación es una relación de poder porque la relación de poder se ejerce sobre sujetos libres, lo cual implica que siempre hay posibilidad de decidir resistir, de modificar o de retrovertir esa relación.
Esta mirada de “el último Foucault”, a diferencia de lo que él sostenía en el principio y a diferencia también de las visiones clásicas compartidas por marxistas, liberales y ciertas elaboraciones que se seguirían de Freud, es mucho más interesante y debería interpelar a los participantes de los debates públicos actuales en los que parece que todos buscamos obtener legitimidad, ya no por la robustez de nuestros argumentos, sino por la presunta condición de víctima de algo. Que todos seamos emisores y receptores de poder, que haya intersticios y resistencias, y que todos estemos inmersos en relaciones de poder no significa, claro está, que todos estemos en igualdad de condiciones pero presenta un panorama mucho más complejo y más incómodo, no apto para soluciones simplistas ni para moralinas maniqueas.  

miércoles, 3 de abril de 2019

Contra los rinocerontes (publicado en www.disidentia.com el 21/3/19)


Cuando Manuel I de Portugal recibió al rinoceronte, la noticia comenzó a circular rápidamente por toda Europa. No era para menos pues corría el año 1515 y desde la época del imperio romano que una bestia semejante no se veía por aquellas latitudes. El rinoceronte había sido obsequiado a Afonso de Albuquerque, gobernador de la India portuguesa quien entendió que lo mejor sería enviarlo a Lisboa para que los portugueses tuvieran la posibilidad de observar al animal que por aquellos años era considerado prácticamente una bestia mítica, como los unicornios. Tras varios meses de travesía, el rinoceronte, junto a su cuidador, llegaron a la desembocadura del Tajo, muy cerca del lugar donde se estaba construyendo la famosa Torre de Belem y el suceso fue tal que hasta el día de hoy, si se mira con atención, se podrá notar que, en uno de los costados de la Torre, aquello que sobresale es la figura del rinoceronte.
La atracción por lo exótico es parte de la naturaleza humana y el rinoceronte era, al menos en Europa y en aquel momento, verdaderamente exótico. Se lo llamó Ganda y se cuenta que se lo enfrentó a uno de los elefantes que poseía Manuel I con un resultado sorprendente: el elefante, temeroso, escapó entre la multitud que se había agolpado para presenciar la disputa. Pero el asunto no termina allí porque en la actualidad se puede ver un “retrato” de Ganda en el Museo Británico pintado por Alberto Durero en 1515. El detalle es que el pintor alemán lo realizó sin haber visto jamás al animal y basándose solamente en descripciones orales lo cual no dejaría de ser una mera curiosidad si no se tratara, probablemente, de la imagen de rinoceronte más reproducida desde aquel momento, inspiradora, incluso, de la escultura de Salvador Dalí “Rinoceronte vestido con puntillas”.
Sin embargo, la historia del exótico Ganda acabó trágicamente pues Manuel I, para congraciarse con el papa León X, decidió enviarle al rinoceronte pero el barco que lo trasladaba naufragó después de haber hecho una escala previa en Marsella. El cuerpo del animal logró ser rescatado para ser disecado pero evidentemente el atractivo ya no fue el mismo.
Con todo, la historia de Ganda me hizo recordar una obra de teatro del rumano Eugene Ionesco, titulada, justamente, Rinoceronte. Englobada en lo que suele denominarse “teatro del absurdo”, la obra de Ionesco se va tornando perturbadora y acaba transformándose en una reflexión de lecturas variadas acerca de cómo lo que consideramos exótico, diferente y fuera de la norma puede naturalizarse e imponerse a fuerza de repetición. Son varios los personajes que intervienen pero lo central es que en el almacén situado en una pequeña ciudad de provincia, mientras Juan y Berenguer dialogan, se escuchan ruidos extraños a través de la ventana. Al asomarse, con total incredulidad, los participantes de la escena observan lo inverosímil: un rinoceronte de dos cuernos recorriendo las calles del pueblo. Todos comienzan a comentar el fenómeno sin poder explicarse de dónde ha salido el animal, salvo Berenguer, que permanece indiferente.
En medio de conversaciones, por momentos, delirantes, otra vez un sonido extraño desde la calle hace que todos se asomen por la ventana y observen que se trataba de un rinoceronte pero que, a diferencia del anterior, tenía solo un cuerno. El primer acto culmina con una discusión acerca de cuántos cuernos tiene un rinoceronte y con el hecho de que un gato aplastado por uno de los animales es la prueba de que no se trata de un gran delirio colectivo.
El segundo acto, por su parte, transcurre en una oficina administrativa pero el eje es el mismo: la discusión sobre la repentina aparición extraordinaria de estos animales. Uno de los personajes descree de los hechos, otro le indica que si fue publicado en el diario debe ser verdadero y una mujer afirma haber sido perseguida por uno de los animales. Hasta que, de repente, un rinoceronte irrumpe en el edificio generando pánico. Sin embargo, una de las señoras allí presente comienza a hablarle como si el rinoceronte fuera el marido y llegan noticias desde afuera indicando que serían diecisiete los rinocerontes que circulan en la ciudad.
La escena luego se traslada a la casa de Juan, quien estaba enfermo pero que, al descreer de los médicos, prefiere hacerse atender por veterinarios. No se sabía qué le ocurría a Juan pero su piel se empezaría a poner verde y la protuberancia en su frente comenzaría a crecer hasta convertirse en un cuerno. Mientras Juan se transforma en rinoceronte y berrea, intercala reflexiones y afirma: “¡(…)No es tan malo [convertirse en rinoceronte]! Después de todo, los rinocerontes son criaturas igual que nosotros (…) Hay que reconstruir los fundamentos de nuestra vida (…) volver a la integridad primordial. (…) [Acabar con la moral] Hay que ir más allá de la moral [y volver a la naturaleza] (…) La naturaleza tiene sus leyes. La moral es antinatural”. Berenguer intenta hacer entrar en razón a su amigo y le explica que si todos nos transformáramos en rinocerontes derribaríamos siglos de civilización humana y todo un sistema de valores irreemplazables, pero a Juan no le interesa y le contesta que le encantaría derribar toda esa construcción de valores y que celebraría transformarse en un rinoceronte porque no tiene prejuicios.
El último acto de la obra de Ionesco transcurre en el cuarto de Berenguer y allí el diálogo se desarrolla con el personaje Dudard, quien, en la misma línea que Juan, relativiza la problemática de convertirse en rinoceronte. Primero indica que podría ser una enfermedad pasajera pero luego acaba afirmando que, al fin de cuentas, los rinocerontes son buenos y que para convertirse en uno de ellos hay que tener vocación. Además, agrega Dudard, “¿dónde termina lo normal y dónde comienza lo anormal? ¿Puede usted definir esas nociones: normalidad, anormalidad? Filosófica y médicamente, nadie ha podido resolver el problema”. La discusión se va enrevesando y eligen buscar al lógico del pueblo para que acerque algo de razonabilidad pero éste ya se había convertido en rinoceronte.
En ese momento ingresa a escena Daisy y Berenguer afirma que los rinocerontes son anárquicos puesto que están en minoría pero tanto Dudard como ella le aclaran que son una minoría solo por el momento puesto que cada vez son más. Además, grandes personalidades ya se han convertido en rinoceronte lo cual, sin duda, otorga un status diferencial. De hecho, la gente ya se ha acostumbrado a los rebaños de rinocerontes que recorren las calles y simplemente se aparta cuando ellos llegan para luego retomar su paseo habitual.
Pero los rinocerontes crecen en número e irrumpen en el escenario. Dudard ya es uno de ellos y solo quedan Daisy y Berenguer como los únicos representantes de los seres humanos en un pueblo de rinocerontes donde lo exótico se transformó en la norma. La sensación de ahogo de Berenguer crece, el ambiente se llena de polvo porque los animales barren con todo lo que hay a su paso. En la radio ya no hay noticias sino solo berridos y Berenguer, desesperado, le indica a Daisy que “No hay más que ellos. Las autoridades se pasaron de su lado”. Sin embargo, ahora es Daisy la que lo relativiza todo y le dice a Berenguer que quizás ha llegado el momento en que deberían aprender el idioma de los rinocerontes, su psicología y que, después de todo “a lo mejor somos nosotros los que necesitamos que nos salven. A lo mejor somos nosotros los anormales”.
Daisy finalmente decide irse y Berenguer queda solo. Es allí cuando comienza a dudar pero todavía insiste, racionalmente, en que hablándoles podría convencer a los rinocerontes para que vuelvan a ser humanos. Sin embargo, Berenguer empieza a descreer hasta de su propia lengua: “¿Pero qué lengua hablo? ¿Cuál es mi lengua? ¿Es castellano esto? Tiene que ser castellano. ¿Pero qué es el castellano? Se lo puede llamar castellano, si se quiere, nadie puede oponerse, soy el único que lo habla. ¿Qué digo? ¿Acaso me comprendo?”. Dudando de su propia lengua, inmediatamente Berenguer duda de sí mismo y para autoidentificarse grita “¡soy yo!”. Pero el proceso ya estaba en marcha y su percepción comienza a cambiar a tal punto que ya empieza a observar como deseables las características de los rinocerontes para culminar diciendo: “Ellos son los hermosos. ¡Me equivoqué! (…) ¡Cuánto quisiera ser como ellos! No tengo cuerno (…) ¡Qué fea es una frente lisa (…) Ojalá me salga [un cuerno] y no sentiré más vergüenza, podré ir a reunirme con todos ellos (…) Tengo la piel fofa (…) ¡Cuánto quisiera tener una piel dura y ese magnífico color verde oscuro, una desnudez decente, sin pelos, como la de ellos! (…) [Y esos] cantos tienen atractivo, un poco áspero, pero un atractivo indudable. (…) ¡Ay, soy un monstruo! (…) ¡Jamás me convertiré en rinoceronte!”.
La obra tiene un final abierto pues pareciera que, finalmente, Berenguer decide resistir en calidad de “último hombre” pero, más allá de eso, la historia de Ganda y la obra de Ionesco nos presentan un buen ejemplo de cómo lo exótico, diferente o extraordinario puede transformarse en el patrón de normalidad que siempre supone imposiciones violentas y fuertes procesos de desindentificación, como el que le sucede a Berenguer cuando ve transformada su percepción, su criterio estético y hasta acaba dudando de su lengua y de su propia identidad. Si bien está claro que de la obra de Ionesco se pueden hacer múltiples interpretaciones, me interesa hacer énfasis en el modo en que lo diferente también puede transformarse en autoritario cuando deviene hegemónico y se transforma en el patrón de normalidad que acaba presionando al que no acepta la imposición, que, en este caso, es el humano Berenguer y no el o los rinocerontes.
Sé que está de modo atacar los pilares de occidente y la modernidad. En algunos casos, sin dudas, está muy bien que sea así. Pero hay otros casos en los que no. En este sentido, si me quieren convencer de que la presunción de inocencia debe ser selectiva y que la igualdad ante la ley admite excepciones; si insisten en que finalmente todo es relativo y que la realidad es una mera disputa simbólica en el terreno del lenguaje sin ningún tipo de vínculo con la materia; y si van a intentar hacerme creer que debemos tolerar que la democracia y las instituciones, por ser productos históricos, estén a merced de las modas y los grupos de presión sin más, no cuenten conmigo. Elegiré seguir siendo un humano aun cuando a mi alrededor los berridos de los rinocerontes quieran convencerme de otra cosa. Pueden acusarme de conservador y puede también que cuando intente explicar por qué hay principios de la modernidad que defiendo, mi idioma castellano ya no se entienda. Pero al fin de cuentas y pese a todo, todavía puedo discernir y escribir que prefiero esta frente lisa y esta piel fofa antes que ese cuerno que tiene muy poco de bello y mucho menos de revolucionario.


lunes, 1 de abril de 2019

Macri: el comentario, la carrera y la pared (editorial del 31/3/19 en No estoy solo)


Si hay una característica sobresaliente de Macri y el PRO es su pasión por el comentario. Lo hacían, obviamente, cuando eran oposición pero lo curioso es que lo siguen haciendo siendo gobierno. De aquí que en este espacio haya bautizado al gobierno de Macri como “el tercer gobierno de Cristina” porque desde lo discursivo, la centralidad de Cristina sigue plenamente vigente y las enormes dificultades de un gobierno que no logra mostrar un dato positivo se le achacan a la administración anterior. Incluso repasando los editorialistas oficialistas, aquellos que afirman que ser periodista es ser crítico del gobierno de turno, notaremos que dedican más líneas a quien lidera el espacio de Unidad Ciudadana que a las enormes dificultades que atraviesa Cambiemos.
Pero la pasión por el comentario tiene un objetivo que resulta más difuso a simple vista: la quita de responsabilidad. Es que quien comenta aparece siempre desde un presunto “afuera” de la situación, como si sus acciones no hubieran tenido incidencia. Se comenta siempre lo que han hecho otros o lo que, en última instancia, decimos que han hecho otros. En todo caso, quien comenta solo es responsable de su comentario pero no es responsable del hecho que comenta.
Con todo hay que destacar que los comentarios fueron variando no solo por las promesas incumplidas sino porque las consecuencias del modelo se hacen cada vez más indisimulables. Al principio era “no hablar del pasado” aunque casi en paralelo se instaló la presunta “pesada herencia”, latiguillo que sirvió para los primeros dos años. A partir de ahí surgió la idea de “los setenta años” como respuesta a todo drama presente. La cifra sirve, obviamente, para culpar de todos los males al peronismo y, a su vez, para exculpar de todos los desastres a un gobierno que solo lleva algo más de tres años en el poder.
La recurrencia a los setenta años persiste pero ahora se suma el comentario respecto al temor sobre el futuro, eufemismo por el cual debe entenderse, la posibilidad de que vuelva a ganar CFK más allá de que nadie sabe siquiera si se va a presentar. De esta manera el combo es “pesada herencia” más “setenta años de un país jodido” y “temor a un regreso de CFK”. Y cuando todo eso no alcance, le podemos agregar que el presente es oscuro porque, al habernos reinsertado en el mundo, sufrimos las crisis ajenas. Con esto, entonces, se muestra que el gobierno nunca asume errores y cuando a sus funcionarios se les pide autocrítica afirman que se equivocaron al no contarle a la sociedad lo mal que se estaba. Es decir, la autocrítica es, en realidad, una crítica velada a la anterior administración.
Igualmente vale decir que no les ha ido mal con esta estrategia a punto tal que al día de hoy el gobierno tiene razones para saberse aún competitivo en las elecciones, de modo tal que la pasión por el comentario continuará y me atrevería a agregar que acentuará la idea de “el miedo al regreso del populismo”. Así, conforme las encuestas les sigan dando mal dirán que el aumento del dólar no es por una administración que en cuarenta meses lo llevó de $10 a $45 sino por la posibilidad del retorno de quien lo había dejado en $10 o en $15, si quieren medirlo según el dólar ilegal. Pero, claro está, el gobierno está allí en una gran encerrona porque, por un lado, necesita que el dólar suba para que cierren los números, para recuperar la competitividad perdida en los últimos meses y para evitar la presión de un FMI que asiste al espectáculo de fuga de divisas récord como un pequeño aporte de campaña; y por otro lado, la subida del dólar espiraliza la inflación y la inflación espiralizada mata relato y acaba con su ilusión reeleccionista. No hay salida de ese callejón. En todo caso, lo que no se sabe es si podrán llegar a diciembre con el dólar controlado o explotará antes. Si no logran controlarlo, tal como se está viendo en estos días, quedará el último gran comentario: asociarlo a la falta de confianza producto del encadenamiento de derrotas que se van a suceder en las elecciones que se han desdoblado y que podrían llegar a ser once hasta que en junio se vote en Mendoza. Y si con esto no alcanzara, puede que hasta el propio gobierno quite el pie de encima del dólar para autogenerar una disparada el día posterior a su más que factible derrota en las PASO, en caso de que CFK finalmente se presente. Lo harían, claro está, para endilgárselo a CFK o al candidato opositor que sea. 
Como se observa, el gobierno juega con fuego y está al límite por sus propias decisiones, por su particular concepción del mundo y por todos sus errores de ejecución. No obstante parece decidido a caer “con las botas puestas” tal como se sigue de las declaraciones de Macri en la entrevista pública que le realizara Mario Vargas Llosa esta última semana. Allí hizo sus últimos grandes comentarios cuando, “corrido por derecha”, indicó: “el gradualismo se explica por una administración que gobierna en minoría” y “a las reformas hay que llegar por consenso y ese consenso generó un estado de vulnerabilidad”. O sea, frente al Think Tank de la ortodoxia liberal de la Fundación Libertad, se sacó la máscara republicana, mandó al carajo el discurso de los buenos modos y los acuerdos “sentados todos en una mesa”, y expuso que no pudo hacer lo que quiso porque no tenía mayoría. Esto, a su vez, va de la mano de la gran zoncera que intentarán instalar en las próximas semanas, esto es, que este gobierno de Macri no mostró al verdadero Macri sino que solo sirvió para enderezar el desorden herededado, de lo cual se sigue que para ver en la cancha al verdadero Macri, el virtuoso, habría que darle una oportunidad más. Este presunto “verdadero Macri” difiere del anterior solo en la temporalidad tal como él mismo expresó cuando indicó “Vamos a ir en la misma dirección lo más rápido posible”. O sea, entre el Macri actual y el Macri bueno hay solo una diferencia de velocidad. Quizás sea cierto. No obstante, hay que tener en cuenta que la velocidad puede ser un problema cuando el objetivo de la carrera es el mismo y cuando ese objetivo es siempre una pared.