martes, 29 de mayo de 2018

¿Hay 2019? (editorial del 27/5/18 en No estoy solo)


La abrupta devaluación sufrida durante mayo ha sido un problema para el gobierno y se equivocan quienes hablan de una crisis autoinfligida. Suponer eso daría cuento de un gobierno omnipotente, con una astuta razón capaz de controlar todas las variables, incluso las que en principio parecen ir contra su propio proyecto. ¿Esto quiere decir que el gobierno se siente incómodo con el FMI? Por supuesto que no, pero eso no significa que la corrida y la presión sobre el dólar hayan sido coordinadas desde la administración. En todo caso, Macri es culpable por convicción o por impericia de exponer nuestra economía a una extrema vulnerabilidad y se puede beneficiar con un dólar a 25 pesos que le da competitividad a las exportaciones, le hace rendir más los dólares que pide prestado, se transforma en un impuesto de hecho ante el masivo éxodo de turistas, y reduce, medido en dólares, el sueldo promedio de los trabajadores, pero todo esto no significa que este escenario haya sido propiciado por su gobierno. Sin embargo, alguien podría decir que esto es funcional a la aceleración del ajuste y no cabe duda de que así es pero Macri hubiera preferido avanzar en ese sentido una vez comenzado un eventual segundo mandato y no a poco más de un año de las elecciones. La razón de esto es simple: comienza a percibirse que el gobierno es incapaz de controlar la economía y las proyecciones sobre el futuro son poco alentadoras. Y si Cambiemos pierde el monopolio de la expectativa, que hasta ahora fue su gran virtud, el horizonte se complejiza y lo que parecía un camino fácil hacia la reelección hoy puede presentar algunas piedras en el camino.   
Sin embargo, las objetivas dificultades económicas de un gobierno que devaluó 150% la moneda y tiene una inflación acumulada de casi el 100% en los primeros 30 meses de mandato, presentan desafíos para la oposición también. En ese punto hay varias cosas para decir, algunas bastante incómodas. Por lo pronto, cabría indicar que, aun cuando el gobierno se ha mostrado enormemente hábil en la negociación política y en las transformaciones culturales, el presunto gradualismo no es una decisión gubernamental sino el resultado de un equilibrio de fuerzas, las condiciones de posibilidad en un escenario en el que la oposición se encuentra completamente disgregada pero tiene focos de resistencia que la voracidad y las torpezas del gobierno muchas veces logran reunificar. Sin embargo, dicho esto, tampoco se puede dejar de soslayo que los principales problemas del gobierno le vienen menos por la “resistencia popular” que por la impaciencia de una clase media que votó con la ideología antes que con el bolsillo pero que ahora empieza a incomodarse; y por una corrida cambiaria que no es otra cosa que una transferencia de ingresos y fuga de capitales propiciada por los mismísimos socios del gobierno. Entiendo que desde la izquierda y en parte del campo nacional y popular se plantee una épica de la resistencia que condiciona al gobierno pero la realidad es algo más compleja y no se reduce a Twitter, ni a un Centro de estudiantes que pueda amedrentar a pusilánimes funcionarios de alguna institución. Ni siquiera es la toma de “la calle” lo que principalmente le pone límites al gobierno. Eso juega, desde ya, pero el mayor problema del gobierno hoy es el “fuego amigo”, esto es, un sector de sus votantes desencantados y la voracidad de sus socios.     
Por otra parte, la crisis económica es también un desafío para la oposición porque, como intentamos argumentar aquí, si bien no se trató de una crisis autoinfligida, lo cierto es que el gobierno intentará capitalizarla para hacer una salida “por derecha”. De hecho, hoy en día no hay otra tema en agenda que el de la “reducción del gasto público” como remedio a la falta de dólares y a la inflación, lo cual traslada el terreno de la discusión a la de una economía bajo el paradigma liberal. Y si bien está claro que no hay que ser liberal para sostener que es deseable hacer más eficiente el gasto y bajar la inflación, hay que ingresar a esa discusión con una cosmovisión alternativa y no solamente con la “listita de verdulero” pugnando por evitar un recorte de aquí o uno de allá.
Los tiempos se aceleran y el gobierno parece está minando su propio bloque de sustentación. Aun estando fragmentada y sin salida a la vista, el “hay 2019” que la oposición lanzó hace unos meses como expresión de deseo antes que como realidad, parece devenir una profecía autocumplida.
 

lunes, 21 de mayo de 2018

Cuáles son los fundamentos de la discriminación positiva (publicado el 17/5/18 en www.disidentia.com)


Desde hace algunas décadas, distintas tradiciones que confluyen de una manera u otra en su crítica a un statu quo que podría denominarse “liberal-moderno-occidental”, han hecho hincapié en que la igualdad ante el derecho no es real sino meramente formal. Esto quiere decir que, en la práctica, por razones étnicas, socioeconómicas, culturales, religiosas, de género o de orientación sexual, muchos individuos reciben un trato desigual en relación a aquellos que pertenecen al “patrón de normalidad” que, en Occidente, se sintetizaría en el “varón blanco heterosexual y socioeconómicamente integrado”.
  Con ese diagnóstico de fondo, viene avanzando en las últimas décadas la idea de establecer políticas públicas de lo que se conoce como “affirmative action” o también “discriminación positiva”, esto es, identificar al grupo que por alguna razón está siendo postergado y establecer desde el Estado, una política que, de forma temporal, permita que, en un lapso razonable, sus miembros logren que la igualdad formal sea una experiencia concreta.      
Para indicar algunos ejemplos, restringiéndome solo a Latinoamérica, en los últimos años este tipo de políticas derivó en derechos especiales de representación legislativa por género en Argentina, Bolivia, Brasil y Ecuador, entre otros; derechos especiales de representación legislativa por etnia en Venezuela, Colombia y Perú; derecho colectivo sobre la propiedad de la tierra en Venezuela, Argentina y Ecuador; derechos vinculados a la orientación sexual en Argentina, Brasil, Uruguay, Colombia y Ciudad de México, y derechos lingüísticos en Venezuela, Brasil, Argentina y Bolivia, entre otros.  
Si bien la efectivización de estos derechos ha tenido resultados diversos y cumplimientos disímiles en cada uno de los países, hay cierto consenso en que, sin dudas, ha logrado que los grupos en cuestión tuvieran mayor participación en los debates públicos y lograran una mayor integración cultural como ser el caso de, por ejemplo, lo que en Argentina fue el matrimonio gay, rebautizado “matrimonio igualitario”. 
Sin embargo, claro está, el otorgamiento de estos derechos especiales genera, como mínimo, tensiones con principios caros a la tradición occidental. Me refiero a una concepción individualista de los derechos y a la meritocracia.  Respecto de la primera, hay enormes dificultades en torno de la problemática de la titularidad del derecho pues la idea de que solo pueden ser titulares del derecho los individuos parece poner límites claros a los intentos de avasallamientos de otro individuo o de un Estado, pero el asunto deviene más difuso cuando se trata de derechos colectivos. ¿Quién es el titular de un derecho colectivo de la tierra que, por definición, es indivisible? ¿Qué sucedería con la propiedad de algún miembro que deseara abandonar la comunidad? No este es el espacio para profundizar en esta discusión pero téngase en cuenta que hay distintos autores que tratan de diferenciar entre derechos colectivos cuya titularidad es colectiva y derechos de grupos cuya titularidad es individual, aunque se pueden ejercer solo como parte de ese grupo. Más complejo aún deviene todo cuando, como una pendiente resbaladiza, quienes hablan de derechos diferenciados para grupos también exigen derechos para animales no humanos, o casos como los de la Constitución de Ecuador y Bolivia en los que se establece que existen los derechos de una entidad como “la naturaleza”.
Respecto de la segunda, los liberales más consecuentes afirman que las acciones de discriminación positiva atentan contra el mérito porque, por ejemplo, una ley de cupo que estipule que un porcentaje de los cargos legislativos, de los ingresos a una universidad, o de las becas que el sistema científico brinda, se distribuya entre mujeres, afroamericanos o individuos residentes en regiones alejadas de las grandes urbes respectivamente, supone un trato desigual e injusto para todo aquel que viva en una gran urbe, y no sea ni afroamericano ni mujer. Incluso algunos afirman que la identificación de grupos “desaventajados” para que reciban ayuda, acaba eternizando la estigmatización bajo una lógica paternalista.
Los liberales, entonces, advierten que para remediar una injusticia se está cometiendo otra y que de una discriminación positiva deviene una discriminación negativa no solo hacia individuos sino también hacia otros grupos. En este sentido muchos se preguntan, por ejemplo, por qué se otorga un cupo de representación a las mujeres y no a los gays. O por qué hay asientos reservados para representantes de etnias y no para representantes de gente pobre. Y si se les diera ese beneficio a los pobres por qué no dárselo a un grupo determinado generacionalmente y castigado en todo Occidente como los ancianos. Claro que si se les diera a los ancianos habría buenas razones para brindarles ese beneficio a los discapacitados...
La lista puede seguir al infinito y quienes defienden priorizar un grupo sobre otros utilizan distintas argumentaciones que incluso se puede remontar a alguna injusticia cometida siglos atrás. Pero hurgando en lo profundo se cae en la cuenta que lo que está ahí en juego es una concepción casi metafísica de la constitución de la comunidad en cuestión del cual surgiría un criterio para determinar qué es un grupo y cuál de éstos resulta postergado. Si desde mi punto de vista considero que la etnia es el elemento constitutivo de mi comunidad, postergaré a las mujeres, a los gays, a los discapacitados y a los pobres porque el parteaguas de mi comunidad es étnico. Pero también podría creer que el elemento constitutivo de mi sociedad es el hecho de haber nacido varón o mujer, o la desigualdad generada por el capital, y allí deberían privilegiarse otro tipo de políticas. El hecho de que no surja un criterio “universal” u “objetivo” hace que quienes se oponen a este tipo de políticas puedan esgrimir que, finalmente, lo que hace que en algunas sociedades se decida favorecer a un grupo en detrimento de otro tiene que ver con razones muy poco neutrales, pues la explicación no radica en otra cosa que la capacidad de lobby y las fluctuaciones de la cultura de cada época. 
Como se pudo ver, estas líneas buscaron exponer brevemente cierto estado de la cuestión en lo que refiere a políticas de discriminación positiva. Se trata de un mínimo aporte para clarificar los ejes de una discusión que hoy en día está adoptando carriles inusitados de violencia. Tengo bien presente que la historia de la adquisición de derechos no es una historia solemne de diálogos y acuerdos sino de disputas y conquistas pero cierta ingenua conciencia ilustrada todavía me hace pensar que si se comprende de lo que se trata y se dejan a un lado los sentimentalismos casquivanos, la más que atendible reivindicación de derechos podrá transcurrir por senderos que permitan mensurar las urgencias pero también las complejidades y las arbitrariedades que se pueden cometer en nombre de las buenas intenciones.    

martes, 1 de mayo de 2018

¿El tercer gobierno de Cristina? (editorial del 29/4/18 en No estoy solo)


Desde este espacio vengo insistiendo en que la mayor fortaleza del gobierno ha sido sostener el monopolio de la expectativa. Efectivamente, apoyado en la instalación de la idea de una “pesada herencia”, siendo la administración presente, Cambiemos ha logrado aparecer como una solución a futuro, una especie de promesa perpetua que se renueva de manera constante. Todos los problemas del presente no son del presente sino una extensión del pasado y esa extensión del pasado se soluciona en un futuro que nunca llega pero del cual se han apropiado los que gobiernan el presente.    
Incluso indagando en algunos relatos de funcionarios y periodistas oficialistas, la sensación que a uno le queda es que Cambiemos no ha asumido la presidencia aún. Así, desde fines de 2015 está Macri en el gobierno pero en realidad se trata de un espacio de transición, un estadio límbico, en el que los editorialistas siguen hablando del gobierno anterior, y la administración actual solo está para solucionar las consecuencias de las presidencias kirchneristas. Las buenas noticias son vistas como indicios de lo bueno que será el futuro y las malas son, en realidad, los estertores del gobierno anterior. Desde este punto de vista, antes que el primer gobierno de Cambiemos, el oficialismo dice administrar lo que sería una suerte de tercer gobierno de Cristina. Y para que quede escrito en abril de 2018, estoy tentado a pensar que en la campaña para 2019, es probable que el gobierno avance en la idea de que la próxima será la verdadera presidencia de Macri, aquella en la que Macri será Macri, y que entre 2015 y 2019 solo se trató de “enderezar el barco” ante las dificultades que tenía el país “y que no supimos comunicar a la sociedad”.
Ahora bien, desde diciembre del año pasado, tras la ley que perjudicó, entre otros, a los jubilados, empieza a ver un resquebrajamiento en el apoyo a Cambiemos, ciudadanos de a pie que se arrepienten y que, eventualmente, podrían cambiar su voto en 2019. Estos ciudadanos hoy quieren cambiar a Cambiemos pero, claro, tampoco tienen en claro a quién votar porque siguen resistiendo al kirchnerismo. Visto así, la situación es bastante particular porque de a poco el oficialismo comienza a perder ese monopolio de la expectativa por sus errores no forzados o, quizás habría que decir, por los aciertos que solo favorecen a unos pocos, pero no hay otra figura o espacio capaz de disputar esa expectativa que es central no solo en economía sino en política. Porque aun cuando fuese una puesta en escena o una vil mentira, hay que generar en el ciudadano una expectativa. Y la oposición no la genera salvo en su núcleo duro. Entonces, la caída en la confianza del gobierno no deviene auge de una figura opositora. En este sentido, puedo equivocarme, desde ya, pero, aun con la grieta a flor de piel, del retroceso del macrismo no se sigue el regreso del kirchnerismo, sino más bien vacío, resignación, antipolítica y fragmentación. Ese escenario puede favorecer al kirchnerismo que en su foro interno entiende que en 2019 no es mala idea seguir el ejemplo de Cambiemos en 2015, esto es, tratar de llegar al balotaje y allí beneficiarse con el descontento hacia el oficialismo. Pero no es tan fácil: no se olviden que el resultado de la crisis de los 90 y 2001 fue una elección que, en 2003, dio ganador a Menem en primera vuelta y a López Murphy tercero rasguñando el segundo puesto. Es decir, la respuesta ciudadana a la crisis de la derecha neoliberal fue una derecha neoliberal más radicalizada. Nada de gobierno popular ni de izquierdas. 
Yo no tengo la fórmula, pero el kirchnerismo, si desea ganar, deberá encontrar el modo de presentarse como una superación, es decir, tendrá que encontrar el modo de que se lo asocie con el futuro y no con un retorno de lo pasado. Porque el “vamos a volver” puede servir como épica interna pero no logrará seducir a los indecisos, del mismo modo que habrá que entender que la noción de “resistencia” no tiene para el ciudadano medio la potencia que tiene para la historia militante. Esto no significa ni abandonar banderas ni un “aggiornarse” a vaya saber qué posmodernos tiempos, pero implica, como mínimo, algo de inventiva y una mayor claridad en los diagnósticos para, entre otras cosas, evitar los vaivenes ideológicos, aquellos que van desde el liberalismo político hasta una trosko agenda que más que ampliar el espectro no hace más que desfigurar la ya de por sí múltiple identidad del espacio kirchnerista.
Por último, para asociarse con el futuro y que quede claro que Macri no está al frente del “tercer gobierno de Cristina”, el cambio en el modo de comunicar es imperioso para el kirchnerismo. En este sentido, si lo que se busca es emular el esmerilamiento que generó la prensa opositora hasta el 2015 pero lo que se ofrece es el voluntarismo de una “comunicación popular”, pseudo periodistas indignados que gritan e insultan al votante de Cambiemos, y “panqueques” que encuentran en la radicalización un sustento material y psíquico, se logrará que mucha gente diga “qué barbaridad” y “Macri la puta que te parió” pero no se volverán a ganar las elecciones aun cuando ya nadie crea las promesas de Macri y la ciudadanía se dé cuenta que este no es el tercer gobierno de Cristina sino el primero de Cambiemos.