La abrupta
devaluación sufrida durante mayo ha sido un problema para el gobierno y se
equivocan quienes hablan de una crisis autoinfligida. Suponer eso daría cuento
de un gobierno omnipotente, con una astuta razón capaz de controlar todas las
variables, incluso las que en principio parecen ir contra su propio proyecto.
¿Esto quiere decir que el gobierno se siente incómodo con el FMI? Por supuesto
que no, pero eso no significa que la corrida y la presión sobre el dólar hayan
sido coordinadas desde la administración. En todo caso, Macri es culpable por
convicción o por impericia de exponer nuestra economía a una extrema
vulnerabilidad y se puede beneficiar con un dólar a 25 pesos que le da
competitividad a las exportaciones, le hace rendir más los dólares que pide
prestado, se transforma en un impuesto de hecho ante el masivo éxodo de
turistas, y reduce, medido en dólares, el sueldo promedio de los trabajadores, pero
todo esto no significa que este escenario haya sido propiciado por su gobierno.
Sin embargo, alguien podría decir que esto es funcional a la aceleración del
ajuste y no cabe duda de que así es pero Macri hubiera preferido avanzar en ese
sentido una vez comenzado un eventual segundo mandato y no a poco más de un año
de las elecciones. La razón de esto es simple: comienza a percibirse que el
gobierno es incapaz de controlar la economía y las proyecciones sobre el futuro
son poco alentadoras. Y si Cambiemos pierde el monopolio de la expectativa, que
hasta ahora fue su gran virtud, el horizonte se complejiza y lo que parecía un
camino fácil hacia la reelección hoy puede presentar algunas piedras en el
camino.
Sin embargo, las objetivas
dificultades económicas de un gobierno que devaluó 150% la moneda y tiene una
inflación acumulada de casi el 100% en los primeros 30 meses de mandato,
presentan desafíos para la oposición también. En ese punto hay varias cosas
para decir, algunas bastante incómodas. Por lo pronto, cabría indicar que, aun
cuando el gobierno se ha mostrado enormemente hábil en la negociación política
y en las transformaciones culturales, el presunto gradualismo no es una
decisión gubernamental sino el resultado de un equilibrio de fuerzas, las
condiciones de posibilidad en un escenario en el que la oposición se encuentra
completamente disgregada pero tiene focos de resistencia que la voracidad y las
torpezas del gobierno muchas veces logran reunificar. Sin embargo, dicho esto,
tampoco se puede dejar de soslayo que los principales problemas del gobierno le
vienen menos por la “resistencia popular” que por la impaciencia de una clase
media que votó con la ideología antes que con el bolsillo pero que ahora
empieza a incomodarse; y por una corrida cambiaria que no es otra cosa que una
transferencia de ingresos y fuga de capitales propiciada por los mismísimos
socios del gobierno. Entiendo que desde la izquierda y en parte del campo
nacional y popular se plantee una épica de la resistencia que condiciona al
gobierno pero la realidad es algo más compleja y no se reduce a Twitter, ni a
un Centro de estudiantes que pueda amedrentar a pusilánimes funcionarios de
alguna institución. Ni siquiera es la toma de “la calle” lo que principalmente
le pone límites al gobierno. Eso juega, desde ya, pero el mayor problema del
gobierno hoy es el “fuego amigo”, esto es, un sector de sus votantes
desencantados y la voracidad de sus socios.
Por otra parte, la crisis
económica es también un desafío para la oposición porque, como intentamos
argumentar aquí, si bien no se trató de una crisis autoinfligida, lo cierto es
que el gobierno intentará capitalizarla para hacer una salida “por derecha”. De
hecho, hoy en día no hay otra tema en agenda que el de la “reducción del gasto
público” como remedio a la falta de dólares y a la inflación, lo cual traslada
el terreno de la discusión a la de una economía bajo el paradigma liberal. Y si
bien está claro que no hay que ser liberal para sostener que es deseable hacer
más eficiente el gasto y bajar la inflación, hay que ingresar a esa discusión con
una cosmovisión alternativa y no solamente con la “listita de verdulero”
pugnando por evitar un recorte de aquí o uno de allá.
Los tiempos se aceleran y el
gobierno parece está minando su propio bloque de sustentación. Aun estando
fragmentada y sin salida a la vista, el “hay 2019” que la oposición lanzó hace
unos meses como expresión de deseo antes que como realidad, parece devenir una
profecía autocumplida.
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