lunes, 15 de septiembre de 2025

¿Gobernar para las mayorías o tener razón? (editorial del 13.9.25 en No estoy solo)

 

Pasó la elección de la provincia con un resultado que nadie previó: un triunfo abrumador del peronismo. A diferencia de esas elecciones donde “todos ganan”, en el sentido de que cada uno de los actores puede adoptar una perspectiva desde la cual sentirse vencedor, aquí el resultado fue contundente. ¿El escándalo de presunta corrupción de la hermana de Milei fue relevante? Si le creemos a las encuestas previas y queremos ser condescendientes con ellas, golpeó mucho más de lo que se preveía y es lo que permitiría justificar que la distancia fue mayor a la esperada.

En cuanto a los números, dicho rápidamente y para no marear: diferencia de casi 14 puntos; ganador en 6 de las 8 secciones; más de 100 de los 135 municipios en manos del peronismo; 34 de las 69 bancas a favor del oficialismo provincial lo que le permitirá tener quorum propio en la cámara de Senadores; municipios como los de Ensenada, Malvinas Argentinas, Avellaneda y Berazategui con alrededor de 2/3 de los votos de sus electores a favor de los oficialismos municipales; triunfos en municipios “del campo”, siempre reticentes al peronismo desde 2009. No hay mucho más que agregar. El león tuvo culo de mandril y hocicó, si se me permite un poco de teratología soez.

Ahora bien, aunque no sea del todo real, en cada elección acaba siendo más importante el lunes posterior que el domingo de la votación, en el sentido de cuál es la narrativa capaz de imponerse al momento de explicar los resultados.

Si dejamos de lado los exabruptos (gente que vota mal porque son negros que les gusta cagar en baldes), para entender cómo recibió el golpe el gobierno, alcanza con prestar atención al discurso de Milei el domingo por la noche en el búnker.

A propósito de ello, se trató del acto cúlmine de una serie de errores en la estrategia electoral rayanos en el amateurismo: hacer de una elección provincial, en la que los aparatos de los intendentes jugarían todo, un plebiscito de la gestión nacional; ponerse al frente de la campaña con su hermana al lado; elegir candidatos mayoritariamente desconocidos y, finalmente, dar la cara el día de la derrota en vez de dejarle ese privilegio a los artífices de la estrategia. El mileísmo es Milei y en vez de cuidar lo único que tienen, lo exponen a que trague todo el costo político gratis.

Volviendo al discurso, que algunos interpretaron como contradictorio, cabe decir que, por el contrario, fue muy claro y coherente: cuando se refirió a revisar los errores y a corregir, habló de la política; cuando se refirió a no moverse ni un centímetro del plan, habló de la economía. Una demostración más de que en la cabeza de Milei ambas están separadas y que, para él, lo que está fallando es aquello esencialmente corrupto, a diferencia de esa ciencia que insólitamente él cree exacta.

De la devaluación inminente, de la desconfianza del mercado, de la recesión, de los dólares que se acaban… nada. Falló la política, nos peleamos mucho entre nosotros. Vamos a tener que generar una mayor armonía y establecer diálogos constructivos con los hijos de puta.

Quien escribe estas líneas entiende que efectivamente ha fallado la política. Es más, varias veces hemos escrito que el mayor enemigo del gobierno está adentro y que la interna se lo iba a fagocitar. Pero también está fallando la economía pues, a no engañarnos: ni los votantes de Milei en 2023 eran todos anarcocapitalistas, ni los que le retiran el apoyo hoy son todos republicanos que duermen abrazados a la estampita de Carrió y al gesto indignado de Nelson Castro. Habrá un sector cuyo antiperonismo rabioso justifique votar cualquier cosa, pero hay otros donde el bolsillo prima y si bien este gobierno nunca ofreció bonanza, sí brindó control de la inflación y, sobre todo, esperanza de que la cosa iba a mejorar. Casi que en términos económicos podría decirse que el activo de Milei, junto con la baja de la inflación, era esa esperanza que puede traducirse en una compra anticipada de tiempo. Los argentinos compramos dólares; el gobierno había logrado esperanzar a un sector y, con ello, comprar tiempo (cuando, como el resto de los argentinos, hubiera sido mejor que comprara dólares). El punto es que, siguiendo con la analogía, el dólar sigue bajo, pero el tiempo ya está cotizando demasiado alto y se está acabando. Dar un golpe de timón o al menos ofrecer varios golpes de efecto, ya que nadie le exige a Milei que se vuelva keynesiano, parece la única posibilidad de un relanzamiento del gobierno de cara a su segunda parte del mandato. El punto es que a Milei le interesa más tener razón que gobernar. Su accionar está comandado por una mezcla de delirio místico y una nostalgia de estudiantina universitaria mal saldada por la cual su enfrentamiento con Kicillof deviene académico-personal. Milei no conoce lo que es una asamblea universitaria, pero en su fantasía juvenil, él le gana el debate al representante de los keynesianos y demuestra ser el mejor liberal. Todos tenemos de esas fantasías pero, en la mayoría de los casos, pasado los 20 entramos en razón y nos damos cuenta que no valía la pena o, en todo caso, que hay cosas más importantes donde depositar la libido.

¿Y qué ocurrió del otro lado? El gran ganador fue Kicillof, hacia afuera, contra Milei, y, hacia adentro, contra el sector de CFK y la Cámpora que lo torpederaron hasta el final, incluso en plena campaña, por la osadía del gesto político de autonomía que suponía desdoblar. Porque fue nada más y nada menos que eso: mentía Kicillof cuando decía que desdoblaba para que se evalúe la gestión provincial y era mentira que el kirchnerismo se opusiera porque aquello nacionalizaba la campaña y auguraba un mal resultado: estaban midiéndose y el gobernador, que todavía debe las nuevas canciones, estaba diciendo “Yo no quiero ser Alberto”. Y jugó y ganó de la única manera que le podía salir bien, esto es, ganando por lejos. Aun cuando el kirchnerismo duro pueda achacarle algo a él y a los intendentes si el resultado en octubre es menos holgado, lo cierto es que Kicillof sale enormemente fortalecido y la foto del acto, sin Máximo y con representantes de La Cámpora al costado, lejos del centro de la escena, fue elocuente. Y quienes afirmen que el triunfo de Kicillof fue posible gracias a los resultados obtenidos por los municipios que gobierna La Cámpora, o que esos resultados demostrarían que esos intendentes jugaron con el gobernador, son miopes o nos toman el pelo. Pues, ¿qué esperaban? ¿Que los intendentes de La Cámpora jueguen para atrás y pierdan peso en sus Concejos para joderlo a Kicillof? No nos subestimen. Somos grandes.

El discurso de Kicillof también fue correcto y generoso: volvió a agradecer a Massa, a quien subió al escenario, y tuvo un gesto de magnanimidad señalando a Cristina y exigiendo su liberación. Podría no haberlo hecho, como sucedió, por ejemplo, con el comunicado del PJ que olvidó mencionar el nombre del gobernador.

Ahora bien, el clima de euforia que rodeó el triunfo, no solo entre muchos dirigentes, sino en militantes y formadores de opinión cercanos al kirchnerismo, merece una advertencia y abre una pregunta acerca de si se están comprendiendo adecuadamente las razones del triunfo.

Tomemos algunos datos y algunas declaraciones casi al azar como para llamar a la cautela: comparado con 2021, Kicillof obtuvo unos 375.000 votos más. Es algo para destacar porque el ausentismo respecto de esa elección aumentó casi un 10 por ciento. Sin embargo, también hay que decir que al padrón se sumaron alrededor de 1.600.000 nuevos electores. Podría decirse entonces que Kicillof obtuvo algo menos que la elección legislativa pasada pero, en todo caso, se trata de una diferencia poco relevante. De modo que, número más, número menos, Kicillof obtuvo los mismos votos. Los que perdieron votos escandalosamente fueron sus adversarios: 1.500.000 respecto de la legislativa 2021 si sumamos lo que obtuvieron LLA y PRO por separado. ¿A dónde se fueron esos votos? A la casa de cada uno de los electores porque entre aquella votación y ésta, hubo 2.500.000 votos “perdidos” extra si se suman los ausentes, los blancos y los nulos que pasaron de unos 3.800.000 en 2021 a unos 6.300.000 en 2025. Dicho en buen criollo, por las razones que fueran, quien no votó a la LLA/PRO, no votó al peronismo ni a ninguna de las otras fuerzas: anuló o se quedó en la casa. Ese voto está ahí, entonces, latente, esperando una motivación, sea por la positiva (una nueva esperanza blanca) sea por la negativa (no permitir que vuelva al gobierno la esperanza de los negros).

Naturalmente, la última frase es una provocación: ya hemos dicho hasta al hartazgo aquí que la composición social del mileísmo se alejaba de ese conglomerado clasista antiperonista más tradicional que apoyó al PRO. Así fue, por lo menos, en 2023. Si eso comienza a cambiar ahora, como podría inferirse de algunos datos donde Milei empieza a tener más apoyos en sectores altos y comienza a perder fuerza en sectores bajos, deberá confirmarse.

Pero en todo caso, el desencanto mileísta no devino apoyo al peronismo. Con que los desencantados se queden en su casa, le alcanzará al peronismo para obtener buenos resultados. Pero confiar en que ello será siempre así es peligroso. Por otra parte, de manera arbitraria, viene a mi mente una declaración de una periodista afirmando algo así como que al final el ministerio de la mujer no era tan piantavotos, o la propia Mayra Mendoza adjudicando el triunfo a CFK.  ¿En serio alguien cree que el triunfo de Kicillof obedece a una reivindicación del ministerio de las mujeres? Seguramente habrá votantes que consideren el ministerio como algo de enorme relevancia, pero suponer que ello es determinante de este resultado o que por sí mismo podría explicar el regreso del gobierno que prometía “Volver Mujeres” parece, una vez más, una demostración de un espacio que prefiere tener razón a gobernar. En el mismo sentido, nadie puede pasar por alto que Kicillof fue una creación de Cristina y que muchos de sus votos se deben a su identificación con ella, pero este triunfo no es de Cristina. Sería exagerado decir que ha sido contra ella porque eso supondría que los votantes fueron allí a dirimir una interna, lo cual sería una tontería. Pero hace tiempo que el kirchnerismo no hace gestos en pos de favorecer la unidad, más bien lo contrario, y los principales artífices de este triunfo han sido Kicillof, con su estrategia, y los intendentes.

En síntesis, el poder de fuego de todo gobierno (recordemos si no la remontada de Macri pos PASO) más la posibilidad de una lectura equivocada de las razones del triunfo, deberían llamar a la cautela. El mismo gobierno que hoy parece en estado de descomposición, un mes atrás arrasaba. La política argentina vive una temporalidad vertiginosa. Rodeada de cisnes negros, su excepción es la aparición de un cisne blanco, quizás uno que plantee que es mejor gobernar para las mayorías que pretender tener siempre la razón.

 

domingo, 7 de septiembre de 2025

Karina: efecto Streisand, posverdad y kirchnerismo Shrödinger (editorial del 6.9.25 en No estoy solo)

 

En el año 2002, un proyecto que intentaba concientizar acerca de la erosión de las costas de California, publicó varias imágenes entre las que se encontraba, de manera casual, la mansión perteneciente a Barbra Streisand. La reacción de la actriz fue inmediata: denuncia al fotógrafo y exigencia de compensación económica y retiro de la foto. Pero el resultado no deseado también se evidenció rápidamente: si la imagen original había sido descargada solo 6 veces hasta ese momento, en los siguientes 30 días el número llegó a 420.000. La intención de que algo no se vea, la lisa y llana pretensión de censura, generó el efecto contrario haciendo que esa información llegara incluso a aquellos a los que nunca hubiera llegado. Tomó tal estado público este evento que, desde aquel momento, se habla del Efecto Streisand para describir cómo los intentos de censura acaban, paradójicamente, difundiendo aún más la información que se quería ocultar. “Le prohibieron la manzana, solo entonces la mordió. La manzana no importaba. Nada más la prohibición”, reza la canción.

Hace 15 días que la opinión publicada no hace otra cosa que hablar de “los audios” y diversas encuestas muestran que la gran mayoría de la ciudadanía está al tanto del tema. Sospecho que, por torpeza, aunque también podría ser una estrategia comunicacional, tras días de zozobra y silencio, el gobierno logró ahora enlodar la discusión pública de modo tal que ya nadie sabe qué es lo que se está discutiendo. Porque los audios de Karina no dicen nada, pero hoy parecen más importantes que los verdaderos audios escandalosos: los de Spagnuolo. Asimismo, la delirante denuncia impulsada por Bullrich, la cual incluía pedidos de allanamientos a periodistas y conexiones ruso-venezolanas corrió el eje del debate a “libertad de expresión” y le pareció exagerada hasta al propio fiscal Stornelli, si bien halló buena recepción en un juez que necesita hacer favores para que se los devuelvan rápido en el Consejo de la Magistratura.

A la hipótesis ruso-venezolana, el presidente le agregó la advertencia de un presunto intento de magnicidio, no sabemos si a partir de ese brócoli volador que lo sorprendió en plena caravana, inaugurando así un período de anarco-capitalismo mágico donde su soledad no necesitará 100 años para quedar en evidencia.

El enlodamiento de la discusión pública, insisto, sea como estrategia, sea como efecto casual de la inoperancia y los delirios, traslada el terreno de la discusión desde la verdad al de la posverdad. Es que cuando el escenario está tan saturado de información tóxica, ya nadie toma en cuenta los hechos en sí sino cuál es la interpretación de ellos que mejor se ajusta a su ideología previa. Se trata de una estrategia de repliegue porque pierde eficacia en los sectores moderados, pero garantiza el núcleo duro cuando todo parece desmoronarse.

En cuanto a las elecciones, resta ver cuánto de este escándalo repercutirá en los números finales, si bien, salvo un resultado sorprendente a favor o en contra, será muy difícil de medir. Por ahora, la mayoría de encuestas hablan de paridad, con cierto favoritismo del peronismo para septiembre y cierto favoritismo para LLA en octubre. Pero todo cerca del margen de error y con dificultades para medir el impacto de un gobierno al que le está costando “estar en control”.

La semana pasada ya mencionamos una lista enorme de errores no forzados de la administración Milei. A ella podemos agregar una decisión político-electoral también errada: presentar la elección de septiembre/octubre como un plebiscito de la gestión cuando incluso antes de la revelación de los audios había buenas razones para suponer que el gobierno podía perder. Uno entiende el factor simbólico, la relevancia de la provincia de Buenos Aires, pero el gobierno entró solito a una batalla a la cual podría haber ingresado con pretensiones modestas para, ante una eventual derrota, poder construir la épica del derrotado digno en terreno hostil. La temeridad y el impulso a quemar las naves le ha resultado útil a Milei. Pero cuando deja de ser una estrategia para convertirse en un modo de gobernar, falla. No siempre hay que ir alocadamente al frente, especialmente cuando delante solo te espera la pared y cuando los tiempos vienen muy acelerados: hace un mes, el presidente, el ministro de economía y un conjunto de funcionarios que conocen la calle por Street View, a pesar de hacerse los cocoritos en Twitter, se mofaban indicando que el dólar flota. Ahora los estamos viendo hocicar cuando anuncian la intervención del BCRA y cuando le echan la culpa a un banco chino de mover el precio del dólar por comprar 30 millones de dólares. Si no aceptan su inoperancia y/o su complicidad, al menos acepten la sugerencia de ser menos soberbios.

El error de la estrategia se podrá ver, además, si, como es más que factible, al final de octubre, incluso habiendo perdido la provincia de Buenos Aires, el acumulado de los 24 distritos dé ganador al gobierno. Sin embargo, el hecho de haber puesto todo contra la provincia gobernada por Kicillof y, eventualmente, haber fracasado, dejará flotando la idea de una mala elección que objetivamente no sería tal pues estaría ganando cuando tiene, en el haber, la baja de la inflación pero, en el debe, el resto de las variables de la economía las cuales prometen agravarse en lo inmediato, incluso si el gobierno recibe apoyo en las urnas. Es que los votos no multiplican los dólares que hacen falta para que la economía se sostenga sin irse a la mierda. En todo caso, en el mejor escenario, un apoyo popular podría darle margen para algunos ajustes extra y recibir nuevos endeudamientos hasta llegar a la nueva cosecha y así… hasta que un día el mercado diga “Basta”. Y no es que lo afirmemos por adivinos: es que ya hemos estado ahí.

Es más, y con esto podemos cerrar, es claro que el gobierno no quiere perder, pero si gana, deberá hacerse cargo de la explosión de la macro que hoy todavía mantiene a raya dilapidando dólares y con tasas en pesos astronómicas. En cambio, una eventual derrota le permitiría hacer la Gran Macri del día posterior a las PASO 2019 y adjudicarle el lunes negro que vendrá al tránsito de la potencia al acto del riesgo Kuka. La devaluación no sería así la consecuencia necesaria de la impericia y de un modelo que no cierra sino fruto del temor a que vuelvan los Orcos.

Es curioso, porque el kirchnerismo se parece cada vez más a la Armada Brancaleone auspiciada por Adidas. Sin embargo, el gobierno lo señala como a tiro de recibir el último clavo del cajón y, a su vez, como una fuerza maligna a nivel internacional capaz de la operación de inteligencia más sofisticada.

No sabemos, entonces, si estamos ante un kirchnerismo Shrödinger, muerto y vivo a la vez, o simplemente frente a un gobierno carente de buenas excusas y en acelerado proceso de descomposición.

 

 

Reflexiones sobre la estupidez (publicado el 4.9.25 en www.theobjective.com)

 

¿Por qué las personas inteligentes creen en tonterías? ¿Pueden las redes sociales transformarnos en imbéciles? ¿Por qué los más estúpidos creen que el estúpido es el otro? ¿Hay categorías de estupidez? Reunidos por Jean-Francois Marmion, un psicólogo francés que se hizo mundialmente conocido como divulgador, psicólogos, filósofos, sociólogos y escritores, reflexionan sobre estos tópicos en La psicología de la estupidez. Explicada por las mentes más brillantes del mundo, un libro que fue multiventas en Francia y que Península acaba de editar en español. 

No se trata, por cierto, de preguntas simples y las diferencias en los enfoques de los miniartículos y entrevistas que componen este volumen dan cuenta de ello. De hecho, podría decirse que la falta de unidad y los distintos registros, algunos más humorísticos y otros con pretensión académica, incluso con una edición atractiva con colores y resaltados, dificulta la continuidad de la lectura.

Con todo, y a favor del libro, podría decirse que tratar de definir la estupidez resulta tan controversial como cualquier intento de definir la inteligencia, de aquí que muchos de los artículos vayan de un campo a otro sin más, como también es natural que resulte muy presente, probablemente por razones de coyuntura, la cuestión de la manipulación mediática y el adjudicarle estupidez a determinados referentes políticos por el simple hecho de que discrepan con las ideas del autor.

Sin ir más lejos, el profesor de Filosofía, Aaron James, confunde al estúpido con el idiota tal como se lo entendía en la antigüedad, y define al primero como un ser individualista con un gen egoísta que se encuentra sobre todo en Estados Unidos. Otros como el psicólogo Serge Ciccotti, corren el eje del comportamiento cívico para vincular al estúpido con la (ausencia de) inteligencia e indicar que éste posee la tendencia a sobreestimar su nivel de competencia y “sobresale por su capacidad de creer en todo lo habido y por haber, desde las teorías de la conspiración hasta la influencia de la Luna en el comportamiento, pasando por la homeopatía”.

Asimismo, Ciccotti agrega que la irracionalidad (aquí equiparada a la estupidez) estaría vinculada a nuestra necesidad atávica de controlarlo todo, algo que, por ejemplo, se observa en aquellos individuos que frecuentan personas que dicen ser capaces de predecir el futuro.

Por su parte, el filósofo Pascal Engel, hace uno de los intentos más serios del libro tratando de trazar una taxonomía de la estupidez y complejizar el panorama cuando rompe la presunta contraposición entre estupidez e inteligencia. En este sentido, Engel habla de el necio, quien no carece de inteligencia ni es hostil al conocimiento si bien no sabe cómo aplicarlo; o del estúpido inteligente aquel que puede ser muy sabio y culto para brillar en sociedad, pero su inteligencia no acuerda con sus afectos.

“Esta clasificación de tipos de estupidez puede parecer rudimentaria, pero tiene la ventaja de subrayar que la estupidez no es (o no es solo) una incapacidad para comprender o un defecto intelectual, ni es una privación del juicio que dejaría al individuo, de manera permanente o temporal, en un estado de inercia o falta de libertad”.

En este punto se abren distintos aspectos conceptuales que son recogidos por algunos de los participantes del libro. El primero, refiere al derribo del otro gran mito clásico de Occidente: la contraposición entre racionalidad y emoción que, en este caso, se traduciría en la contraposición entre la inteligencia como vinculada al ámbito de lo racional, y la estupidez como emergencia de un comportamiento prerreflexivo gobernado por lo afectivo.

Es aquí donde aparece el gran trabajo de Kahneman sobre los sesgos cognitivos en la que es otra de las grandes discusiones del libro. Como ustedes sabrán, en una investigación que le valió el premio Nobel, Kahneman dio en el eje de flotación de todas aquellas teorías que, entrado ya el siglo XXI, seguían apoyándose en la idea de hombre racional, aquí entendido como homo oeconomicus, mostrando que al momento de tomar decisiones los sesgos cognitivos resultan centrales. No podríamos llamar a éstos fuentes de estupidez, pero explican buena parte de los errores que tomamos como agentes racionales.

Los sesgos cognitivos son errores sistemáticos de nuestra forma de pensar basados en determinadas estructuras y lógicas. En épocas de algoritmos e información cada vez más personalizada, el sesgo más famoso es el de confirmación, esto es, la tendencia a buscar información que confirme nuestras creencias y a desacreditar toda aquella que las contradiga, si bien, sin dudas, el más nocivo de todos es el que algunos llaman sesgo de punto cero, esto es, aquel sesgo que, justamente, nos impide reconocer nuestros sesgos.

Por último, se podría destacar la entrevista al psicólogo, escritor y diplomático, Tobie Nathan quien entiende que la cultura puede ser un antídoto contra la estupidez y responde a esta sensación que seguramente nos ha invadido a todos alguna vez en los últimos años: ¿existen en la actualidad más estúpidos que antes? De ser así, ¿cómo podría explicarse ese fenómeno con un desarrollo civilizatorio como el que ha demostrado la humanidad en el último siglo?

Sin embargo, Nathan es taxativo: “En nuestra época, al renunciar a las filosofías comunes, las personas se han visto obligadas a exponer más sus estupideces. No son más estúpidas de lo que solían ser, yo diría que lo son bastante menos, pero se nota más”.

Seguramente a esto habría que agregar que la combinación entre esta renuncia a las filosofías comunes que daban un marco de creencia más o menos coherente, y la posibilidad de que cualquier estúpido pueda, a través de las redes sociales, ofrecernos una opinión o una conducta capaz de devenir viral al instante, ayuda a confundirnos y creer confirmada la suposición de que, en la actualidad, la cantidad de estúpidos está creciendo en grandes proporciones. No se trataría, entonces, de mayor cantidad de estúpidos sino de mayores canales a través de los cuales dar a conocer la estupidez, uno de los grandes privilegios de estos tiempos.

En síntesis, La psicología de la estupidez es un libro desparejo y algo inclasificable en el que las elaboraciones interesantes coexisten con intervenciones que, quizás ayudadas por el objeto del libro, se prestan a desarrollos donde el afán por la divulgación y la lectura entre amena y jocosa, conspira contra la precisión. Con todo, nos permite conocer pensadores, ideas y reflexiones que bien vale la pena rastrear.  

 

 

Filosofía griega para ser felices (publicado el 30.8.25 en www.theobjective.com)

 

En tiempos en los que no se nos permite otra cosa que vernos y mostrarnos felices, una cita con los principales pensadores griegos para reflexionar sobre qué es la felicidad, por qué buscarla y cómo alcanzarla, resulta una invitación estimulante, especialmente cuando prolifera tanta banalidad y donde pareciera que lo único a rescatar de la antigüedad es esta versión entre extemporánea, new age y pseudo orientalista de los filósofos estoicos.

Afortunadamente, el guionista, escritor y profesor, Daniel Tubau, entiende que los discípulos de Zenón de Citio que florecieran también en Roma gracias a las contribuciones de Epicteto, Séneca y Marco Aurelio, entre otros, tienen una gran relevancia, pero hay algo más allá, y más acá, de ellos. De aquí que en Siete maneras de alcanzar la felicidad según los griegos (Ariel), el autor se proponga desarrollar comparativamente las reflexiones de los estoicos, pero también de Sócrates y Platón, Aristóteles, Demócrito, los escépticos, los cínicos y los epicúreos.

A trazo grueso, si bien podría decirse que en general todos acordarían en considerar a la felicidad (eudemonía) como el bien supremo, el contenido de la misma varía entre las escuelas y los autores.

Para Sócrates, por ejemplo, la virtud moral, el autodominio y guiarse por el método dialéctico como forma de alcanzar la verdad eran elementos centrales para alcanzar la felicidad; y en su discípulo, Platón, la felicidad se obtiene cuando el alma se orienta hacia el mundo ideal donde, gracias a conocer la Idea del Bien, el filósofo se comporta con virtud y gobierna de manera justa.

Aristóteles, por su parte, en su clásica querella contra Platón, entiende que la felicidad debemos buscarla en este mundo y no en aquel de las formas perfectas. El Estagirita defiende el ideal de vida contemplativa, pero al momento de cultivar las virtudes entiende que éstas deben trascender lo teórico para efectivizarse en la práctica. La apuesta por la racionalidad no deriva en un rechazo a las pasiones sino en la búsqueda de un término medio, por ejemplo, la valentía es el término medio de la temeridad y la cobardía; la generosidad el del despilfarro y la tacañería; la mansedumbre el de ser iracundo y no sentir ira alguna, y la magnanimidad el de la vanidad y la humildad.

Tubau encuentra antecedentes de esta perspectiva aristotélica en Demócrito, el atomista, aquel que entendía que el vivir bien estaba vinculado al buen ánimo (euthymia), el cual se obtenía en la moderación del placer y en la armonía de la vida evitando tanto los excesos como las carencias.

Empezamos en este punto a ver una cierta constante más allá de las diferencias, una suerte de visión negativa de la felicidad en el sentido de que, en contraste con las concepciones actuales asociadas al consumo, el deseo irrefrenable y la autoexplotación, en la gran mayoría de los pensadores y escuelas antiguas, la felicidad está vinculada a algún tipo de restricción, (auto) control y moderación.

Si tomamos el caso de los cínicos, sea en la versión de Antístenes o en la del más famoso Diógenes, el perro, se trata de vivir conforme a la naturaleza y oponiéndose a las artificiosas convenciones sociales a través de ejemplos prácticos y evitando sesudas reflexiones, como demostraba Diógenes ingresando a contramano de los asistentes una vez que la obra de teatro había concluido. Sin embargo, claro, el perro pasó a la posteridad por el cultivo de la autarquía viviendo en un tonel con lo mínimo indispensable y practicando el hablar franco, la parresía, como una forma de desafío al poder. Una anécdota que ilustra su autosuficiencia es aquella en la que se afirma que mientras Corinto era asediada y los ciudadanos corrían desesperados tratando de salvar sus pertenencias, Diógenes hacía lo mismo pero con las manos vacías afirmando “es que todo lo mío lo llevo conmigo”. En cuanto a su franqueza, claro está, contamos con la legendaria anécdota con Alejandro Magno en la que éste le pregunta qué desea y Diógenes, echado en el piso, le pide simplemente que se apartara para no taparle el sol.

En los estoicos encontramos aspectos similares, de hecho, Zenón de Citio, su fundador, habría sido discípulo de Crates, el Cínico, si bien Tubau indica que la cuestión del autodominio en esta escuela tiene una justificación más bien metafísica ya que su rechazo al placer y la riqueza, que en los cínicos era un acto de rebeldía, en los estoicos deviene de la aceptación racional del orden cósmico.

Para los estoicos, hay que distinguir lo que no depende de nosotros, por ejemplo, el clima, de lo que sí depende de nosotros, (nuestras opiniones, impulsos, deseos y aversiones) y hacer foco allí porque la felicidad y la virtud la encontraremos en la imperturbabilidad del alma (ataraxia) que surgirá como consecuencia de un control de las pasiones y de ser indiferentes a aquellas cosas que no podemos controlar. 

En apariencia, los grandes rivales de los estoicos serían aquellas escuelas que conectaban la felicidad con el placer. Sin embargo, hay que matizar esa afirmación. Tubau menciona el caso de Aristipo, fundador de la escuela cirenaica que ve en el placer el bien supremo pero que, sin embargo, también aboga por el autocontrol.

En el caso de los epicúreos, el énfasis está puesto de nuevo en el placer, aunque no se trata de los placeres concupiscentes sino del placer de no sufrir dolor en el cuerpo, y de aquellos que, una vez más, no generan turbación en el alma.

Su famoso tetrafármaco indica, por ejemplo, que no hay por qué temerle a los dioses (porque ellos no se ocupan de nosotros ni castigan ni recompensan) ni a la muerte (porque cuando muramos no vamos a sentir nada); que el bien es fácil de alcanzar y el mal es fácil de soportar.

Por último, los escépticos, con Pirrón a la cabeza, afirman que, dado que no es posible tener certeza de la verdad ni a través de los sentidos ni a través de la razón, la única forma de encontrar la ataraxia no es, como en los estoicos, aceptando ser parte de un orden cósmico, sino asumiendo la ignorancia y, con ello, la suspensión de cualquier afirmación acerca del mundo.

El libro de Tubau culmina con una propuesta y con un intento de responder a la pregunta sobre qué es y cómo alcanzar la felicidad. En cuanto a la primera, la salida es ecléctica:

“(…) ser estoicos cuando no hay más remedio que soportar situaciones extremas; pirrónicos y cínicos ante las convenciones sociales absurdas (…); escépticos ante las grandes promesas de los políticos (…); epicúreos para darnos cuenta de que no sentir dolor y no estar enfermo es ya casi la felicidad (…); cirenaicos para disfrutar de todo tipo de placeres; aristotélicos y epicúreos para considerar las consecuencias del exceso; aristotélicos, platónicos, democriteos y escépticos académicos para buscar los placeres de la investigación, la curiosidad y cierta trascendencia, que no tiene por qué ser religiosa (…)”.

Y en cuanto al interrogante central, en una línea que podríamos definir entre escéptica y existencialista con algunas reminiscencias de El mito de Sísifo de Camus, Tubau considera que la filosofía nos enseña que la felicidad no es el estado emergente del cumplimiento de un propósito, aquello que se obtiene cuando alcanzamos la meta. Se trata, más bien de la trama más que del desenlace, de ese camino hacia el conocimiento que, como el horizonte, se mantiene siempre lejano aun cuando creamos que estamos avanzando.

 

viernes, 29 de agosto de 2025

Es estúpido o es corrupto (editorial del 30.8.25 en No estoy solo)

 

Al surgir el escándalo LIBRA, en este espacio hablamos de la fábula del león y el mandril ciego para referirnos al dilema que se le planteaba al presidente: o seguía sosteniendo su supuesta superioridad cognitiva y su expertise en economía mostrándose como un león que las sabe todas y asume que lo de LIBRA fue una estafa; o acepta su falibilidad, se responsabiliza por un error y deviene un mandril ciego que, al igual que muchos de sus colegas, “no la vio”. Moral o inteligencia. Había que elegir sabiendo que las dos cosas al mismo tiempo no se podían sostener. Sin embargo, claro está, el dilema no era tal porque elegir uno de los cuernos lo eyectaba del gobierno. De modo que tuvo que aceptar algo del orden del error, y lo decimos así porque ni siquiera pudo aceptarlo del todo a pesar de los generosos micrófonos de sus periodistas amigos. Pero digamos que, políticamente, (aunque no judicialmente), pasó.

Algunos meses después, la exCanciller Diana Mondino, en una extraña entrevista a la que se sometió, se vio acorralada por un hábil y prepotente periodista y dictaminó, de manera menos metafórica, lo mismo que habíamos dicho aquí: es estúpido o es corrupto.

Ahora se conoce el escándalo de supuestas coimas en torno al ANDIS y la salpicadura de mierda vuelve a picar demasiado cerca del presidente, más precisamente, sobre su hermana, quizás la persona más poderosa del gobierno, El Jefe, a pesar de que a duras penas se le conoce la voz y que ha sido incapaz, hasta ahora, de brindar al menos una entrevista. Los antecedentes indican que la retórica no es su fuerte, algo que se corrobora en sus minimalistas intervenciones en actos, pero queda abierta la duda acerca de sus cualidades como armadora política a pesar de su nula formación y su total inexperiencia en la materia. 

Denuncias de corrupción en el gobierno existían incluso desde la campaña. Si no hicieron roncha fue por la protección mediática y porque la estabilidad económica lo perdona todo, hasta que un día deja de hacerlo. Con todo, desde este espacio me atrevería a decir que lo que se presentó como “venta de candidaturas” bien puede ser visto como una forma de financiar la campaña. Efectivamente, si querés ser candidato tenés que poner plata para la campaña. Incluso el gobierno podría hasta “blanquear” esta práctica como una demostración de que son sus propios dirigentes los que la ponen de su bolsillo.

Pero el eventual afano en discapacidad justo cuando se han hecho recortes que, como suele ocurrir, este gobierno realiza como elefante en un bazar, toca una fibra sensible además de estar conectado a la más alta esfera del poder. Porque hay un momento en la vida en que uno puede aceptar hijos de puta pero no idiotas improvisados. Y esto es lo que parece saltar a la vista: incluso si Milei no fuera el corrupto, y al menos hasta ahora no hay nada que lo incrimine, lo que es claro es que no hay filtros y que cualquier advenedizo llega al presidente y/o a la hermana. Llámese Hayden Davis, llámese la nueva generación Menem, primero como tragedia, luego como comedia, es evidente que el gobierno está pagando, como mínimo, fuertes errores de gestión, a lo cual se le agrega ahora un silencio comunicacional apabullante. Al momento de escribir estas líneas, el gobierno está groggy, los que se paseaban desnudos golpeándosela sobre la mesa, hacen silencio de Twitter y los heridos y humillados de todos estos meses, preparan la cuenta.

Nadie imaginó que la destrucción del Estado llevada adelante por el topo fuera una destrucción mimética que emularía en corrupción e impericia a los gobiernos que Milei suele criticar.

Porque no se trata solo de la presunta corrupción: la estabilidad del dólar está sostenida artificialmente a un costo altísimo por una serie sucesiva de errores que, off the record, “Toto” Caputo atribuye a Milei: el no haber comprado dólares cuando el precio era accesible; el cambio de Letras del BCRA por Letras del Tesoro que hizo que el gobierno libertario más loco del mundo obligara a los bancos a retener pesos a través de encajes mientras les ofrecía un nivel de tasa delirante para la inflación proyectada; el amesetamiento con claro riesgo de recesión evidente de los últimos meses, etc. El experto en crecimiento con y sin dinero pasó a experto en dinero, con o sin crecimiento. 

Pero hay más: sorprendentemente, en el plano de la negociación política, al gobierno le fue muy bien en el primer año y mucho peor en el segundo aun cuando en este 2025 hizo una alianza explícita con el PRO. El politólogo Andrés Malamud, en X, llevó adelante la cuenta:

“Desde que asumió, el gobierno enfrentó 34 votaciones legislativas. Hubo 17 hasta marzo 2025: ganó 15. Hubo 17 desde abril 2025: perdió 16. La composición del congreso no cambió, el daño es todo autoinfligido”.

Ahora bien, si con la sucesión de errores el gobierno demuestra su “mandrilismo” o, para decirlo con Mondino, su estupidez e inoperancia, y con ello hace caer el pilar de la supuesta eficacia del “privado” al frente del Estado, con el eventual caso de corrupción de los Menem y su hermana, cae el otro pilar, el moral, aquel que le permitía levantar el dedo contra la casta y establecer un vínculo esencial entre Estado-política-corrupción.

¿Significa esto que estamos ante una inminente caída del gobierno o, para no irnos tan lejos, frente a la posibilidad de un castigo severo en las urnas? La primera opción creo que habría que descartarla de plano y la segunda está por verse. El antecedente de Menem en el 95 reelegido después de años y años de escándalos de corrupción demostraría que, después de una inflación alta, el electorado está dispuesto a hacer la vista gorda a cambio de cierta estabilización de la economía. Nuestra intuición es que su influencia será relativamente marginal y que, en todo caso, el peronismo no podrá capitalizarlo, de modo que, a lo sumo, aumentará el caudal de ausentismo. Con todo, dejemos la puerta abierta.

¿Y cómo se sale de esta crisis? En su editorial del lunes, Carlos Pagni hablaba de una crisis sin fusibles porque no hay posibilidad alguna de que Milei se cargue a la hermana, no por ese despropósito aberrante que han repetido algunas periodistas de una presunta relación incestuosa, sino porque Karina funciona como un sostén psicológico de alguien que se lleva mejor con los números que con las emociones.

Karina es, para Milei, menos una cajera que su ayudante terapéutico. De modo que, si no hay fusible, todos lo serán menos quien debería serlo.

 

viernes, 22 de agosto de 2025

Candidatos sin futuro que, de lejos, parecen moscas (editorial del 23.8.25 en No estoy solo)

 

Lo primero que cabe decir tras el cierre de las listas es que éste refleja el estado de cosas al interior de los espacios. En LLA hay una conducción clara: Milei a través de Karina y los Menem, los cuales a su vez se han deglutido al PRO y a un Macri que parece estar más afuera que adentro de la política. Sin embargo, claro, ante la carencia de cuadros, LLA debe salir a buscar gente “afuera”, “lobos solitarios”, en algunos casos sin ningún tipo de experiencia política y, por qué no decirlo, tan improvisados como impresentables.

En el peronismo es al revés: está fragmentado y tiene demasiada gente adentro desde hace mucho tiempo, de modo que no hay lugar para los de afuera y el armado acaba obedeciendo a la lógica de que ningún espacio se quede sin nada. Es la misma dinámica del Frente de Todos que gobernaba para que nadie se enoje (lo cual derivó en que se acaben enojando todos).

Si tomamos los primeros 15 lugares de la lista, el kirchnerismo se llevó más del doble que el massismo, el kicillofismo y el graboísmo. Pero esa cuenta puede ser mentirosa porque es poco probable que ingresen 15. De modo que si, por ejemplo, tomamos los primeros 10, (los cuales entrarían seguro) 6 corresponden a CFK, 1 a Kicillof, 1 a Massa, 1 a Grabois (él mismo, claro) y el otro es Taiana, quien pertenece al universo.

A propósito de Grabois, su amenaza de ruptura funcionó bien: se vendió más de lo que vale y sus adversarios internos decidieron pagarle lo que pidió a un dirigente que en la última elección sacó 6% de los votos y que sin la estructura del PJ a disposición y cortada la ayuda estatal que intermediaba, se ha transformado en un Self Made Man popular beneficiado por “no tener pasado” y no haber formado parte del gobierno de Alberto Fernández como sí lo han hecho sus compañeros de lista. Asimismo, su pasión por las cámaras, su respuesta radical a la radicalidad de Milei, un discurso anticasta dirigido al interior del propio peronismo y su actitud frente a la corrección política y los latiguillos gastados de la gran mayoría de los dirigentes de Fuerza Patria, convencieron al resto de los dirigentes de ubicarlo como un par.

De hecho, podría decirse que Grabois ha sido el gran ganador de la repartija, obteniendo el primer candidato a diputado en CABA, estando él tercero en la lista de Provincia y existiendo la posibilidad de que alguien de su tropa también ingrese en tanto ocupa el puesto 12 en Provincia de Buenos Aires.

Ahora bien, aunque nadie arma una lista para perder, algo de razón tiene Moreno cuando dice que es una lista “soft” en al menos dos sentidos: frente a un francotirador violento como Espert, se elige un armado sin nombres rutilantes y con Taiana al frente, esto es, su némesis, un tipo con trayectoria y una historia de compromiso inobjetable con el peronismo, el cual, además, parece tener un carácter apacible.

¿Se trató de una estrategia electoral? No lo descartemos, pero la razón probablemente sea más miserable: ninguno de los pesos pesado quiso jugar, probablemente por miedo a la derrota y, a su vez, está todo tan roto al interior del espacio, son tantos los vetos cruzados, los perros del Hortelano, que eligieron a Taiana porque no es de nadie. Me atrevería a decir, incluso, que si hubiese existido la posibilidad de dejar vacante ese puesto, lo hubieran hecho solo para no catapultar a alguno de los adversarios internos.

Sin embargo, hay algo más triste y esto no va en contra de Taiana, por cierto, pero el exministro del gobierno de Alberto Fernández resultaba ideal porque no tiene futuro ni voluntad de poder, como sí la tiene Grabois, que está ante su gran oportunidad, incluso si la lista pierde. Es él quien tiene todo por ganar y es Kicillof quien tiene todo para perder, salvo que se diera un triunfo amplio en las elecciones, tanto de septiembre como de octubre, algo no imposible pero poco probable. En cualquier otro escenario, la derrota caerá sobre Kicillof: si gana en septiembre y pierde en octubre, la culpa la tendrán los intendentes (que responderían a Kicillof); si pierde las dos, la culpa es de Kicillof por el desdoblamiento; y si el peronismo gana en octubre pero pierde en septiembre, también tendrá la culpa porque se dirá que se ganó en octubre a pesar del error del desdoblamiento. Jaque mate. Cronos devorando a sus hijos, sobre todo a aquellos que se tomaron al pie de la letra lo de “tomen el bastón de mariscal” sin darse cuenta que quien pedía que lo tomen, no se los quiere dar. Mensaje tan paradojal como el que se le dirigía a Alberto Fernández: si no agarraba la lapicera era un timorato; si la agarraba era un traidor. Hay que ponerse de acuerdo. De los mensajes contradictorios no sale nada bueno.

En cuanto al kirchnerismo, pareciera una demostración más de esa estrategia de permanecer con los cargos y, si es posible, con las cajas, al tiempo que se denuncia al poder y se afirma que el que gobierna es el otro. Quizás sea herencia de alguna reminiscencia de izquierda: se está más cómodo siendo oposición al punto que son opositores incluso cuando son parte del gobierno como entre 2019 y 2023. Lo opuesto a lo que siempre fue el peronismo, que con tal de gobernar puede adoptar las mil caras. El kirchnerismo ha decidido adoptar una sola cara que cada vez representa menos y que se parece demasiado a la de la derrota. Una lectura benevolente sería pensar que lo hacen por principios. Una lectura más realista podría arrojar que lo hacen porque no sabrían qué hacer con el poder.

A propósito de la representación, es curioso pero las listas de Fuerza Patria ni siquiera se han ocupado de dar cuenta de esa dinámica tan propia del contexto de la destrucción de los partidos donde los candidatos representan a un pedacito del electorado con la fantasía de que, al final, sumando los átomos, se logra el triunfo: un candidato que represente a los pobres, otro a la clase media, otro a los docentes, otro a los trabajadores, otro a las feministas, otro a los LGBT, otro a los científicos y su estrella culona, y así hasta el infinito. Aquí no ha sucedido eso: se ha pensado en candidatos que no representan sectores de la sociedad sino sectores de la casta política (este es de Ella, este es de Sergio, este es de Axel…). Si la representación funciona como un espejo de la sociedad, el espejo está roto y la clase política solo se mira entre sí.

Naturalmente esto no va necesariamente contra todos los candidatos, quienes efectivamente pueden representar a uno u otro sector de la población y hacerlo muy bien como lo han hecho. Me refiero al método de selección y a las razones de esa selección.

En el caso del gobierno, decíamos, al no haber demasiados “sectores”, salvo algo que haya que pagarle al PRO, y al estar clara la conducción, la selección fue más fácil y vertical pero el hecho de tener que salir a buscar afuera lo que no hay adentro, ha hecho que la lista se conforme con políticos frustrados, alquimistas, payasos, periodistas ágrafos, místicos, amantes de los animales y personas de dudosa reputación. Prácticamente, me recordaba esa famosa descripción de Borges en “El idioma analítico de John Wilkins” donde afirmaba que los animales del emperador se dividían en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.

Pero hay algo curioso y positivo en este armado: es una lista que proyecta. En otras palabras, es una lista que pretende un resultado presente pero mira al futuro: Bullrich es número puesto para candidata a Jefe de Gobierno 2027; Petri se catapultará a gobernador de Mendoza; Espert pretenderá lo propio en la Provincia de Buenos Aires. En el caso de Fuerza Patria es una lista para el presente que mira al pasado o, en el mejor de los casos, que intenta guardar las formas para salvar una unidad presente de candidatos, aunque no de ideas ni de proyecto. Por eso, en general, se trata de candidatos sin futuro aun cuando hay buenas posibilidades de que ganen, como es el caso de la lista de la Provincia.  

Distinto es el caso de la ciudad de Buenos Aires donde ahí la lógica es la misma pero encima todos sabemos que se va a perder y la única novedad es saber quiénes son los candidatos que ponen Olmos, Santamaría y la Cámpora.

Volviendo a la Provincia de Buenos Aires agreguemos que habrá una enorme confusión y mucha gente querrá votar en septiembre candidatos que se presentan en octubre y viceversa, con distintos tipos de boletas y tras la conmoción que ha generado el renunciamiento histórico de Mayra Mendoza a que se incluya su rostro en la boleta a pesar de que la ley se lo impedía por ocupar el tercer lugar.

No sabemos cuál será el resultado final, pero, entre candidatos sin futuro y candidatos que de lejos parecen moscas, no debería extrañar que el gran triunfador sea el ausentismo. 

 

No es el fascismo: es la velocidad (publicado el 21.8.25 en www.disidentia.com)

 

En los primeros 6 meses de gobierno, Trump firmó más decretos que Biden en toda su gestión. Son unos 170 de los cuales 26 fueron firmados el primer día de mandato. Evidentemente, Trump tuvo claro eso de los “primeros 100 días” de gobierno que surge casi de una intuición de sentido común, esto es, aquella que indica que las grandes transformaciones y las decisiones más difíciles es mejor tomarlas rápido y al principio.

Refiriendo a Maquiavelo, el filósofo Leo Strauss recuerda que en el capítulo 26 de Los discursos del florentino, se indica que el príncipe que desee un poder absoluto “debe renovarlo todo, debe establecer nuevos magistrados con nuevos nombres, nuevas autoridades y nuevos hombres; debe hacer pobres a los ricos y ricos a los

pobres (…) En suma, no debe dejar intacto nada en su país, y no debe

haber ningún rango o riqueza que sus posesores no reconozcan que se deben al príncipe. Los modos que debe emplear son, casi siempre, crueles y hostiles, no solo para cada vida cristiana, sino, incluso, para cada vida humana”.

 

Sin embargo, claro está, esto que cuadra bien para describir la figura del tirano no hace justicia con Trump, quien utiliza instrumentos perfectamente constitucionales ni, por caso, con Milei, quien también ha gobernado dentro de los límites constituciones, si bien el congreso ha sido generoso al otorgarle un instrumento que durante un año le dio enorme capacidad de acción. Podremos discutir los diseños constitucionales, el peso que tiene los presidentes, etc., y hasta, quizás, podríamos preferir otras formas de administración, pero aquí no hay una deriva autoritaria salvo que se asuma como tal los insultos a la inmaculada profesión de los periodistas que ambos mandatarios suelen proferir. Desde aquí, preferimos discursos públicos más sosegados pero la democracia no está en peligro por los eventuales exabruptos contra algunos periodistas. No son tan importantes, muchachos.

 

Pero esta larga introducción no pretendía dar razones a favor o en contra de este tipo de liderazgos, los cuales podríamos denominar, populistas, sino de advertir la relación conflictiva entre velocidad y democracia. Con esto quiero decir que más allá de la harto sabida regla de los “100 días”, no solo los mencionados, sino cualquier gobierno democrático se enfrenta a una problemática novedosa: los tiempos de la sociedad son mucho más veloces que los tiempos de la política. Dicho con otras palabras, con nuestras subjetividades moldeadas algorítmicamente, la democracia debe ajustarse a un frenesí que paradójicamente es antipolítico porque va en contra de los tiempos de la deliberación, de discusiones que, para hacerse carne en la sociedad y crear una masa crítica, no pueden acelerarse.

 

¿De qué manera? En primer lugar, para bien o para mal, la subjetividad algorítmica a la que nos hemos acostumbrado, celular en mano, nos lleva a suponer que todos nuestros requerimientos pueden y deben ser respondidos automáticamente. Cualquier duda la resuelve el buscador de Google o cualquier IA alternativa de una manera que un político o el Estado, aun cuando se haya modernizado, no podría hacerlo jamás. Ese hiato de velocidad y la consecuente frustración que genera conlleva una insatisfacción crónica.

 

Una segunda característica, una vez más, para bien o para mal, es la sensación y, por qué no, la efectiva constatación de que gracias a internet hoy podemos hacer las cosas por nosotros mismos. Esto en un doble sentido: por un lado, con una imponente capacidad asociativa capaz de conectar a nivel masivo a usuarios de todo el mundo para sumarlos a una causa, y, por el otro, para encarar proyectos personales, laborales, artísticos, etc. De hecho, no es casual esta explosión de emprendedorismo asociada, claro está, a la pauperización y a la tendencia inevitable y acelerada de la pérdida de puestos de trabajo. Si nos podemos asociar, o lo puedo hacer por mí mismo: ¿para qué necesitaría al Estado? ¿Para qué legitimar democráticamente a una casta gobernante a la cual, encima, le pagamos el sueldo?

 

Un tercer punto, asociado al primero: imbuidos de la lógica de los likes y las sobredosis de dopamina que produce una eventual viralización de nuestro contenido, no solo, como decíamos, enfrentamos la insatisfacción de la dilación constante por parte del Estado, sino que vivimos en una cambiante demanda casi siempre asociada a la queja y la victimización, casualmente, aquello más viralizable, es decir, exitoso, en la lógica virtual. Con nuestro narcisismo sostenido a base de likes, estamos obligados a los mensajes y a la exposición constante en una espiral adictiva que luego se replica en la relación que tenemos con nuestros representantes. El “no sé lo que quiero, pero lo quiero ya”, a su vez, se enmarca en un clima de época donde el deseo irrefrenable e inducido no solo es impulsado por algunos políticos. Es algo peor aún: en una mixtura de malas interpretaciones entre la máxima evitista del “donde hay una necesidad, nace un derecho” y la máxima feminista “lo personal es político”, cualquier capricho individual se transforma en una demanda “legítima” frente al Estado y, de nuevo, frente a la democracia. En la sociedad infantilizada donde la competencia de víctimas tiene dos objetivos, la inimputabilidad y la legitimación pública para que la palabra de quien se presente como víctima sea incontrovertible, los problemas personales siempre son generados o por el sistema o por representantes individuales sobre los que, presuntamente, encarna el sistema. Por ello, lo tiene que resolver el Estado con diversas formas de reconocimiento, desde el simbólico hasta el material. Sin embargo, de la misma manera que se necesita el próximo mensaje, la próxima foto para ser likeado, la demanda contra el sistema no cesa: lo propio de quien se siente adeudado en la sociedad infantil, es que la deuda no termina nunca. Por eso hay sectores que son esencialmente insatisfechos. Y no lo hacen porque quieren cambiar el mundo o por revolucionarios; o en todo caso, lo hacen para cambiar su mundo, ese de revoluciones pequeñitas donde todo lo que tienen para ofrecer es una identidad.

 

 

¿Supone esto exculpar a la política y a la dirigencia? Para nada. De hecho ya indicamos que son los demagogos los que le hacen creer al electorado que detrás de cualquier deseo hay un derecho, como si el Estado fueran los reyes magos.

Y algo más: las máximas políticamente correctas de la participación popular atravesadas por una naif versión de solucionismo tecnológico para progres con culpa, instala que haciendo un video de tik tok, firmando un change.org, escrachando el mensaje incorrecto del día y aportando una suscripción en la plataforma de periodistas precarizados o colaborando en un crowdfunding para que Pablo Iglesias junte 150.000 euros y abra un nuevo bar antifascista, estás haciendo algo por el bien de la humanidad. Lo paradójico es que inmediatamente se cae en la cuenta de que todas esas acciones no conducen a nada, pero en lugar de poner en entredicho el modelo de subjetividad sobre el cual se ha constituido esta forma de participación, firmamos una segunda solicitada en Change y devenimos una patrulla perdida de la virtualidad que expresa sentimientos mientras scrollea.

Pero hay más, en la lógica influencer, la política de hoy necesita abrir frentes todos los días. No es solo la obvia recomendación de cualquier asesor de “controlar la agenda”; ni siquiera el espíritu confrontativo de algunos presidentes. Es también la dinámica de las redes llevada al extremo. La discusión pública se transforma en Twitter: sin mediación, con carencia de vocabulario, a los insultos limpios y rodeados de bots, hashtags y energúmenos para ganar la batalla por un par de horas hasta la batalla de mañana.

 

Hay que mantener a la opinión pública engaged como pretende el algoritmo de la red social para que permanezcas allí mucho tiempo. Porque no vienen ni siquiera por nuestras mentes: vienen por un ratito de nuestra atención. Y ni siquiera es un plan de gente oscura. Son gobiernos con funcionarios que han crecido en la dinámica de las redes y trasladan ese modelo a la discusión pública.

 

No es casualidad que esa lógica produzca crédulos manipulables destinados a expresar sus frustraciones y sus odios, por derecha o por izquierda, o, en el mejor de los casos, incrédulos y apáticos que ven el circo desde afuera y se decantan por otros estímulos.

 

A los gobiernos, por lo pronto, ya no se les exige que hagan políticas públicas. En todo caso, no estorben y entreténganos. De aquí que para muchos gobiernos populistas su peor enemigo no sean las instituciones sino el aburrimiento de los usuarios. Las instituciones no tienen ninguna legitimidad en el mundo veloz. Lo que queremos son memes y ser parte del tema del día. La democracia debería temerle menos al fascismo que a la velocidad.

 

martes, 19 de agosto de 2025

Soltar amarras: una experiencia filosófica en altamar (publicado el 16.8.25 en www.theobjective.com)

 

Se le atribuye al filósofo escita Anacarsis (siglo VI a. C.) la siguiente frase: “Hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos y los que salen a navegar”. A partir de esta sentencia enigmática, el licenciado en filosofía y experimentado navegante, Claude Obadia, nos ofrece, gracias a Siruela, Pequeña filosofía del océano, un tratado breve donde la vida en altamar funciona como metáfora para una filosofía del cuidado de sí deudora de la tan de moda filosofía estoica.

Efectivamente, si navegar es lanzarse a una aventura para descubrir continentes y regiones, filosofar supone también una exploración, en este caso, de nuestras opiniones, aunque no para regocijarse en ellas sino para transgredirlas con conciencia crítica. Se trata de un ejercicio para el que se necesita el coraje de enfrentar la incertidumbre, el mismo que, según Obadia, requiere la navegación cada vez que abandona un refugio para trasladarse a otro o cuando encara travesías que pueden durar semanas sin tocar tierra.

Asimismo, la reflexión filosófica y la navegación (especialmente la de grandes trayectos en altamar) requieren compromiso porque ambas son actividades solitarias tendientes a alcanzar el valor de la autonomía. No por casualidad los ejemplos elegidos por Obadia son mayormente los de aquella regata transoceánica en solitario y sin escalas llamadas Vendée Globe, donde las anécdotas de supervivencia y, al mismo tiempo, de colaboración entre los competidores en caso de accidentes, son conmovedoras.

Porque en altamar estamos obligados a resolver el aprieto, aceptar la situación presente y, sobre todo, comprender las contingencias que nunca son del todo previsibles ni para el más prudente navegante. Esto contrasta, según Obadia, con ese ideal contemporáneo que indica que ser feliz es satisfacer los propios deseos y que ser libre es hacer lo que uno quiere. Lejos de ello, el autor recurre al saber de los estoicos y recuerda a Epicteto cuando afirma que la libertad y la felicidad dependen de que seamos capaces de desear que las cosas sucedan tal y como han de suceder. Esto que suena a una filosofía de la resignación o a un fatalismo no lo es tal si lo entendemos como una forma racional y reflexiva de encarar nuestras vidas, opuesta a esta tiranía del deseo como falta: “Quien espera que las cosas sucedan como él desea es, por así decirlo, esclavo de todo aquello que no depende de él”.

Es más, desde la perspectiva de Obadia, no existe contradicción entre la felicidad y el miedo puesto que la primera se basa en la plena conciencia de estar vivo, incapaz de disociarse de la conciencia del riesgo y los peligros circundantes. Esta concomitancia del miedo y la felicidad es una gran paradoja y por ello resulta de difícil aceptación en estos tiempos de eternos jóvenes de cristal y padres obsesionados por la seguridad y el control. Sin embargo, Obadia aconseja evitar las preocupaciones inútiles pues el miedo no evita el peligro.

A propósito, el libro también nos recuerda que los estoicos indican que el mundo se divide en dos categorías: lo que no depende de nosotros, por ejemplo, el clima; lo que sí depende de nosotros: nuestras opiniones y juicios, nuestros deseos y sentimientos.

Lo más sensato, en este sentido, es ocuparnos de aquello que depende de nosotros. Si tenemos un sueño, perseguirlo hasta agotar las instancias. Y cuando las instancias se agotan, no ser obstinado. Reconocer lo que podemos y lo que tenemos, aun cuando no sea aquello a lo que alguna vez aspiramos, es lo que nos da felicidad porque es la aceptación de lo posible.

Una última referencia a los griegos, sin pasar por alto que quizás su mayor héroe, Ulises, era marinero, refiere a un concepto que, una vez más, es central para la navegación como así también para la política y para la vida en general: el kairós.

Se trata de la virtud que poseen aquellos capaces de actuar en el momento justo. En política, ese “tiempismo” es esencial al momento de perdurar en el poder, y para referencia, podríamos consultarlo a Maquiavelo o a cualquier asesor mínimamente serio; pero también lo es para la navegación, cuando se debe planificar un viaje según las previsiones meteorológicas, y para la vida misma. Es que muchas veces no se trata del qué hacemos o el qué decimos sino de cuándo lo hacemos y lo decimos. El arte del sentido de la oportunidad, el tener un “buen kairós”, lo es (casi) todo.

Para culminar, y en línea con las frases enigmáticas, en Vidas paralelas, Plutarco atribuye a Cneo Pompeyo Magno, allá por el año 56 a. C., la mítica frase “Navegar es necesario, vivir no es necesario”, pronunciada, aparentemente, frente a un amotinamiento de los marineros que, tras haber recogido alimentos en Sicilia, Cerdeña y África para paliar la hambruna en Roma, se negaban a volver inmediatamente a casa por las malas condiciones climáticas.

Aquella frase fue popularizada mucho más tarde por Fernando Pessoa, pero con una variante: “Navegar es preciso; vivir no es preciso”, si bien su poema luego vuelve sobre la sentencia, tal como la reprodujera Plutarco, para afirmar que crear, y crear la propia vida en particular, es lo verdaderamente necesario.

Algo de este espíritu atraviesa el libro de Obadia: la filosofía y la navegación no pueden quedarse en saberes meramente teóricos, sino que deben servir para entender que vamos a ser libres y felices cuando asumamos que no controlamos todo, que somos vulnerables y que debemos aceptar la contingencia.

Con este agregado, entonces, podemos entender mejor la frase de Anacarsis: los que navegan no pertenecen al reino de los vivos ni de los muertos. Se trata solo de gente en tránsito que sabe que el proceso de crearse a uno mismo nunca se erige sobre tierra firme. 

 

 

viernes, 8 de agosto de 2025

El mileísmo de Grabois en la Argentina anticasta (editorial del 9.8.25 en No estoy solo)

 

Algunos días atrás leía una nota al historiador francés que se ha especializado en la Revolución francesa, Jean-Clément Martin, en la cual se refería a la manera en que los propios protagonistas de aquel hito interpretaban lo ocurrido. https://legrandcontinent.eu/es/2024/08/13/entrar-en-revolucion-es-comprender-lo-irreversible-la-violencia-de-julio-de-1789-y-el-mito-del-gran-miedo/

El punto viene al caso porque nunca está de más tener en cuenta que los grandes acontecimientos suelen no ser vistos como tales mientras suceden y que muchas veces son resignificados, para bien o para mal, según lo determine la historiografía oficial.

Acerca del término “revolución”, Martin incluso nos recuerda que era propio de la astronomía y que, paradójicamente, hacía alusión a un movimiento circular que tras un repentino trastorno vuelve al punto de partida, es decir, una suerte de restauración de un orden perdido.

Si bien hubo algunas referencias al término allá por julio de 1789, lo cierto es que la idea de una revolución (francesa), entendida como un hecho conmocionante, se fue adoptando con el tiempo en la medida en que se empezó a tomar conciencia de que se estaba frente a una novedad que no tenía parangón ni con los sucesos de un siglo atrás en Gran Bretaña ni con la más cercana independencia de los Estados Unidos. De aquí que Martin afirme que “Entrar en Revolución es comprender lo irreversible”.

La frase, un verdadero hallazgo, me llevó a preguntarme si el mileísmo es o no una revolución y si, en caso de que así lo fuera, está sucediendo que cierto sector de la población se está “negando a entrar en Revolución”, no en el sentido obvio de que rechazan al mileísmo, sino en el sentido de estar negándose a comprender los cambios irreversibles que se han producido en la sociedad argentina.

Más allá de la discusión etimológica acerca del término revolución, podríamos acordar que, el menos desde lo discursivo, la propuesta mileísta es refundacional. No importa que se base en mitos como el de la Argentina de 1910, que prometa cosas que luego no cumple como la quema del BCRA y la dolarización, o que repita la cantinela de la casta para luego aliarse con Ritondo y Santilli: desde lo discursivo, al menos, insisto, Milei viene a poner la Argentina patas para arriba y en algunos aspectos lo ha logrado. Por lo pronto, invalidó todos los manuales de Ciencia Política para ganar una elección imposible, hizo el recorte del Estado más salvaje de la historia sin perder apoyo popular, ha gobernado a decreto y veto sin grandes costos políticos, inauguró nuevas formas de comunicar, etc.

De modo que queda posarnos en el segundo interrogante: ¿estamos negando un fenómeno irreversible? Probablemente la palabra “irreversible” le quede grande a casi todo, de modo que me conformaría con sostener que hay un sector de la sociedad, digamos, dentro de ese 50% que no votaría a Milei hoy, que no es consciente de la transformación que produjo el propio Milei pero que, sobre todo, se había producido antes de su llegada para hacer de él, justamente, un emergente de esos cambios. En otras palabras, Milei había nacido antes que el propio Milei llegara a ser Milei. Y no lo sabía ni él.

Lo hemos dicho muchas veces aquí, pero el gran fracaso de las dos grandes coaliciones que alternaron el poder en Argentina en los últimos ocho años, la pandemia que puso en el eje de la agenda la cuestión de la libertad, una línea progresista que extravió el horizonte, dejó de representar mayorías y le agregó a una sociedad rota desde lo económico otra gran ruptura macro y un sinfín de minifracturas sociales, permitían imaginar que cualquier cosa podía salir de allí. Sería tonto afirmar que la emergencia de un Milei era la consecuencia necesaria de ese contexto, pero era una de las probabilidades que, unida a una infinita cantidad de azares, derivó en el resulta imposible.

Si en la última década, la dirigencia progresista no percibió esos cambios e incluso fue responsable de profundizarlos, el escenario actual no invita a la ilusión. De hecho, no les falta razón a quienes dicen que Fuerza Patria es el Frente de Todos sin Alberto Fernández, como si éste hubiera sido el único responsable del descalabro. Se trata de una continuidad de la insólita perspectiva que intentó instalar el kirchnerismo en relación a su rol durante 2019-2023. Nadie estuvo allí; nadie fue parte del gobierno. Se lo preguntan a CFK, se lo preguntan a Máximo y es como si hubiera habido un salto cuántico, un abismo espacio-temporal en el que no se supo qué paso ni qué hizo el kirchnerismo Schrödinger, ese que era oficialismo y oposición al mismo tiempo.

Sus presuntos nuevos dirigentes deben usar camperas adidas para que podamos seguir identificándoles como jóvenes a pesar de que la verdadera juventud, biológicamente entendida y no autopercibida, vota mayoritariamente al espacio que el progresismo define como fascismo.

En este sentido, el diagnóstico de Ofelia Fernández y Juan Grabois es el correcto: el espacio podrá recibir los votos porque, frente a Milei, los únicos que se erijan como alternativa serán competitivos, además de que, como ya hemos dicho aquí, el problema del progresismo y del peronismo no es que le falten votos sino ideas. Pero es un espacio que no entusiasma, que no anima a ser militado, que no transgrede, que no ofrece futuro, que amonesta antes de reivindicar la alegría, etc. Es decir, lo mismo que viene haciendo hace una larga década, incluso cuando Alberto Fernández no era parte del espacio.

Y hay otra cosa más donde Ofelia Fernández y Grabois aciertan, especialmente este último: en el discurso anticasta. Solo que se trata de un discurso dirigido a la casta del propio espacio progresista. Se abre allí un interesante interrogante que habrá tiempo de desarrollar, especialmente si las amenazas de Grabois de ir por afuera se confirman.

Por todo esto es que podemos decir que Grabois está haciendo mileísmo al interior del Frente más allá de que Grabois es, ante todo, graboísta. Es decir, está marcando la necesidad de renovación y los privilegios de un espacio político en el que las mismas caras de siempre se disputan los mismos cargos de siempre para obtener los magros resultados de siempre o, en todo caso, para ocupar posiciones de poder que no le han mejorado la vida a la gente en los últimos 10 años. Lo curioso en este caso es que Grabois (y Ofelia) son hijos de ese mismo espacio pues, recordemos, Ofelia fue legisladora siendo muy joven por el dedo del espacio progre en pleno auge del feminismo. Si su participación como legisladora fue bueno o malo o si hoy mereciese un rol destacado en las listas es otra cosa, pero en un principio, y que nadie se ofenda, fue puesta allí sin los méritos suficientes por la sencilla razón de que nadie a esa edad tiene los méritos suficientes para ocupar ese cargo. Y Grabois que, por supuesto, tiene una larga trayectoria en movimientos sociales, no fue parte de la década ganada y fue un invento electoral del kirchnerismo al que se le ofreció el aparato y la logística para joderlo a Massa y darle al electorado palermitano, tentado a la trotskeada y poco afecto a la ingesta de veleidosos sapos peronistas, un candidato que corra por izquierda. Grabois perdió por paliza contra Massa (80 a 20), pero el monstruo ya estaba creado y en este tiempo en el que son los extremos los que arrastran a los centros, Grabois apuntará a repetir la movida de Milei que acabó deglutiendo al PRO. En este sentido, el kirchnerismo logró crear alguien que los corra por izquierda sin ser trotskista, lo cual los deja en un lugar sumamente incómodo tras años y años de crear un electorado acostumbrado a señalar con el dedo a la derecha, a lo conservador, a lo carente de alegría, a lo viejo. Ahora surgen nuevas figuras que advierten que la campera adidas tiene manchas de tuco y que las tres líneas del pantalón están meadas, lo cual, a su vez, seguirá siendo cierto aun si Grabois finalmente transa y va por adentro. Es que como decíamos antes, el espacio está ahí: lo puede capitalizar Grabois o lo capitalizará otro ahora o más adelante.

Algo ha cambiado en la Argentina y resulta irreversible: anticasta somos todos. Quizás estemos entrando en Revolución.

 

Un futuro entre idiotas, anticristos y monarquistas (publicado el 7.8.25 en www.disidentia.com)

 

1)    Zuckerberg

Quien puede que sea uno de los hombres más poderosos del mundo casi pierde una entrevista con un presidente porque es incapaz de levantarse de la cama antes del mediodía; se trata de la misma persona que antes de una reunión donde hablaría para los más importantes mandatarios del mundo retrasa el vuelo porque se ha olvidado su pasaporte; exige que le construyan un espacio de recepción propio aislado de los mosquitos que pueden transmitir el virus zika, muy riesgoso para la salud de los embriones, ya que no quiere perder la oportunidad de la ovulación de su mujer, y le pide a su asesora que le explique qué son las Naciones Unidas.

Hablamos, ni más ni menos, que de Mark Zuckerberg, el actual CEO de META, a partir de las revelaciones que se pueden encontrar en Los irresponsables, un libro de reciente aparición escrito por Sarah Wynn-Williams, una exempleada de Facebook que fue cesada de sus funciones tras una serie de conflictos con la empresa.

Si bien la propia compañía ha afirmado que las revelaciones que en este libro se vierten son falsas y/o tendenciosas, el perfil de Zuckerberg, y de los principales cerebros de la empresa, coincide con comentarios de otras fuentes. De aquí que no sorprenda cuando la autora afirma que el trabajo diario en Facebook, antes que interpretar capítulos de Maquiavelo, se parecía más a “cuidar de una pandilla de chavales de catorce años a los que les habían dado superpoderes”.

Según este perfil, Zuckerberg se parece bastante a un idiota en el sentido más moderno que se la da al término como sinónimo de alguien carente de inteligencia, pero también en el sentido original y antiguo de aquel que desprecia la vida pública completamente ensimismado en su yo y su vida privada.

 

2)    Thiel

Algunas semanas atrás me topé con una entrevista al fundador de Paypal y Palantir, Peter Thiel. https://legrandcontinent.eu/es/2025/04/20/peter-thiel-no-hay-nada-mas-aceleracionista-que-el-katechon-primera-parte/  Se trata de una figura mucho más formada que Zuckerberg y en el extenso reportaje reflexiona acerca de la IA y la tecnología en clave teológica.

Thiel afirma que la IA es una incógnita y que frente a la eventual pérdida de trabajo de millones y millones de personas alrededor del mundo, se inclinaría por el altruismo efectivo, una suerte de beneficencia en la que estarían pensando desde hace algo más de una década buena parte de los cerebros de Silicon Valley. Almas tan caritativas como ingenuas.

Pero lo más interesante de la conversación es su planteamiento acerca de dos grandes peligros para el futuro próximo de la humanidad: por un lado, la guerra nuclear, las armas biológicas descontroladas y una IA militarizada con sistemas de armas autónomos; por otro lado, la posibilidad de un gobierno totalitario. Y el problema está en que muchos creen que lo segundo es la solución para lo primero.

Dicho de otra manera, Thiel refiere al Apocalipsis indicando que el avance descontrolado de la tecnología puede llevar al Armagedón y observa que muchos entienden que solo un Estado mundial sería capaz de evitarlo. Pero, claro está, lejos de la tradición kantiana, su espíritu libertario ve en ello la gran amenaza pues peor que el Estado sería un Estado mundial el cual se erija, justamente, azuzando el temor de la autodestrucción de la humanidad.

“El Anticristo hablará todo el tiempo del Armagedón. Asustará a la gente y luego les ofrecerá salvarlos”, su lema es “paz y seguridad”, advierte Thiel, y el Anticristo es el gran Estado supranacional. Sin embargo, se habla demasiado del Armagedón y poco del Anticristo, el cual, a su vez, si seguimos la Biblia, llegará primero. De hecho, se puede inferir que para Thiel ya está entre nosotros.

Si bien el fundador de Palantir plantea la urgencia con que debemos enfocar estos temas, al mismo tiempo refiere al concepto de “katechon” (lo que retiene) y lo extrae de la epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, que Thiel interpreta como una fuerza capaz de mantener contenido al caos y al mal, logrando que no se desborden.

Si había lugar para la esperanza, aquí Thiel solo aporta incertidumbre: Estados Unidos es un candidato ideal tanto para el katechon como para el Anticristo, afirma. O sea, si hace un giro soberanista, de repliegue sobre sí, puede ser “lo que contiene”; pero su fuerza también lo puede llevar a ser el que lidere el autoritario gobierno mundial si es que se lo propusiese, en la línea mundialista en la que pensaran Roosevelt y los herederos del New Deal.

De aquí que Thiel entienda que las elecciones en Estados Unidos son de total relevancia a diferencia de lo que sucede en una Europa debilitada que parece ir por detrás sin control alguno sobre los acontecimientos.

 

3)    Yarvin

La última referencia a la que quería aludir es a Curtis Yarvin, un bloguero que defiende una monarquía de CEOs tecnológicos, critica al Deep State conformado por el Congreso, las agencias y los tribunales, como así también a lo que él llama La Catedral, esto es, las ONG, la prensa y las universidades que hegemonizan los discursos y determinan el alcance de lo decible y lo pensable. “El Estado profundo es el cuerpo del régimen, la catedral es su cerebro”, indicaba en un artículo a propósito de los seis meses de la nueva gestión de Trump. https://legrandcontinent.eu/es/2025/07/19/tras-seis-meses-de-trump-curtis-yarvin-llama-al-golpe-de-estado/

Considerado parte central de una corriente neorreaccionaria defensora de una ilustración oscura, Yarvin ha escrito mucho y sus textos pueden encontrarse en libros compilatorios, pero me serviré de algunas de sus últimas declaraciones públicas.

Apenas algunos días después de la asunción de Trump, Yarvin afirmaba que Roosevelt, Washington o Lincoln finalmente manejaban el poder de manera totalizante y administraban el país como una start up, en otras palabras, eran CEOs nacionales que fueron presidentes que exigieron poderes especiales y gestionaron de manera fuertemente verticalista.

Para Yarvin, además, el nazismo y el comunismo son hijos de la revolución democrática global que invade Europa desde la última mitad del siglo XVIII. En este sentido, la democracia representativa no se opondría a esos regímenes totalitarios, sino que éstos serían variantes de aquélla, lo cual le permite justificar su pretensión monarquista para Estados Unidos.

Yarvin además dice no creer en el voto y frente a la objeción de que un país no es una empresa, responde que los objetivos de una compañía no son solamente maximizar los beneficios sino hacer que la empresa prospere, algo que podría aplicarse a los países.

En el artículo antes mencionado, Yarvin entiende que, en la primera gestión, Trump no se animó a cruzar el Rubicón contra el Estado profundo y que ahora al menos lo ha intentado, aunque con la excepción de haber cortado los fondos de la USAID, no ha hecho mucho daño. Además, reparte críticas al populismo republicano, a la corporación demócrata e incluso al espíritu Silicon Valley de los Señores Tech.

Pero hay algo más: Yarvin afirma que quienes componen la administración Trump están atrapados y que la única manera de que el poder real no acabe llevándolos a la cárcel es no perder más una elección. Esta afirmación conectada a su insistencia en las bondades de la monarquía, independientemente de quién esté al mando (un Obama con el 100% de poder haría mucho mejor gobierno que un Trump que solo tiene un 0,1%, indica), abren, para ser generosos e ingenuos, un interrogante acerca de lo que está proponiendo para el futuro inmediato del país más poderoso del mundo.

Incluir estos tres ejemplos de figuras, en principio, dispares, tanto en lo que respecta a su importancia en el debate público como en su formación y su capacidad de injerencia en la toma de decisiones a nivel global, no deja de ser arbitraria pero pretendió mostrar que mientras estamos discutiendo el día a día, quien ha sido determinante en la constitución de la subjetividad de más de una generación, es un idiota que no sabe qué son las Naciones Unidas;  el fundador de algunas de las empresas más importantes del mundo entiende que el futuro se dirime entre el Armagedón y el Anticristo; y, en Estados Unidos, un bloguero neorreaccionario cuyas ideas circulan a gran velocidad incluso entre miembros de la administración Trump, propone una monarquía y da a entender que la única posibilidad de supervivencia del actual gobierno es una suerte de autogolpe de Estado.

Si el futuro va a estar moldeado por idiotas, anticristos y monarquistas, hay razones para preocuparse (y para ocuparse).