Entre tanta coyuntura y repetición; entre tanto vedetismo y tanto grito, entre tanta amenaza y tanta escarapela, un humilde intento de abstracción que propone sumar algunas categorías para intentar entender el conflicto del Gobierno con el Campo. A mi parecer, existe un pequeño ensayo de Borges llamado “Nuestro pobre individualismo” que puede ayudar a comprender algo de lo que está pasando.
Si bien, sería insólito destacar a Borges por sus, no sólo conservadoras, sino pobres ideas políticas, el autor de Ficciones es citado aquí a partir de una afirmación simple y clara: el argentino no es ciudadano sino individuo. En otras palabras, no tiene un sentido de pertenencia a la República, no concibe su libertad al estilo clásico en el sentido de ser autónomo por participar de las decisiones de la polis; más bien, es el claro ejemplo de la libertad moderna que considera que se es libre en la medida en que nada se interpone en el camino. Derivada de esta última forma de entender la libertad, cierto liberalismo extremo, a veces llamado libertarismo, afirma que ese “nada” incluye al Estado. Es decir, la libertad del individuo florecerá en la medida en que el Estado sólo se ocupe de garantizar la propiedad privada y los derechos que me permitan elegir el ideal de buena vida que yo prefiera.
Desde este punto de vista, el Estado aparece como un otro, un algo ajeno, un enemigo. El individuo no se siente parte del Estado y cualquier clase de impuesto que suponga un extra (es decir, que se utilice para algo más allá de la protección de la propiedad privada) es considerado confiscatorio.
En la disputa Gobierno-Campo esta relación de ajenidad respecto del Estado es clara. Paradójicamente, a diferencia de los nacionalismos contra los que Borges discutía, esto es, aquellos que pregonaban por un “Estado más grande”, el nacionalismo de los dirigentes del campo es mucho más lábil, escurridizo. Parece liberal/libertario cuando se discuten ganancias extraordinarias y es socialista redistributivo cuando los precios internacionales bajan y hacen falta subsidios estatales. Hay algunos elementos más que en el ensayo de Borges pueden ayudarnos a pensar. Me refiero a las razones por la cual los argentinos sienten que son individuos enfrentados al Estado. Resulta interesante porque hay argumentos que son muy actuales. El primero es que, dado que los gobiernos argentinos siempre han sido un desastre y se emparenta gobierno con Estado, no queda otra que la salvación individual a-política; el segundo argumento, mucho más filosófico y con el que Borges juega socarronamente, es que el Estado es un artificio colectivo, un invento y que en tanto tal sería imposible que nos sintamos parte de algo que sólo existe como ficción. Sobre el primer argumento, los dirigentes del campo machacaron una y otra vez desde el momento en que el gobierno corrigió su error inicial de subir las retenciones sin discriminar entre grandes y pequeños y medianos. Se decía que no tenía sentido el aumento de los impuestos porque el gobierno se lo robaba o lo utilizaba para el tren bala; también se decía que los reintegros no servían porque “se quedaban en el camino” y nunca volvían a las manos de los productores. Decir que el gobierno roba me parece exagerado y propio del sentido común del porteño medio clarividente y engreído con aparente saber empírico surgido del mero transcurrir de años y de calles, que afirma “los políticos son todos ladrones”. No me parece que este sea un gobierno con una corrupción estructural como algunos afirman. Hay casos de corrupción, algunos más o menos probados y otros sospechados pero probables. Por otra parte, en esta línea, los paladines de la transparencia, los que viven de la compulsión a la denuncia, nunca caen en la cuenta, de que la crítica a la corrupción no es nunca una crítica sistémica. Son los mismos que afirman que el gran vicio del gobierno de Menem fue solamente su nivel alto de corrupción.
En cuanto al tren bala, no hay mucho que decir. Resulta una erogación insólita con la cual se podrían mejorar todas las líneas existentes o restablecer el sistema ferroviario nacional previo a los 90. También podría utilizarse para construir todas las redes de subte que hacen falta para que transitar la Capital sea menos agobiante. La lista puede seguir pero eso no es en lo único en que gasta el dinero el gobierno. Decir “no” a las retenciones porque con esto se paga el tren bala es tan parcial como afirmar “sí” a las retenciones porque ese dinero se utilizará sólo para redistribuir entre los que menos tienen a través de subsidios o de los aumentos existentes a jubilaciones y sueldos de empleados públicos.
En cuanto a que los reintegros no llegan, es verdad: no llegan porque para que lleguen hay que estar en blanco y pagar impuestos.
En lo que respecta al segundo argumento, este que afirmaba que no podíamos sentirnos parte de una ficción, resulta un puntapié interesante para pensar el conflicto actual en clave nacional. Dejando de lado la fantasía de una reedición del combate entre federales y unitarios, que algunos interesadamente quieren reflotar, cabe preguntarse qué elemento hace que regiones, intereses y tradiciones tan dispares puedan formar parte de un mismo territorio llamado Argentina. Pero eso es asunto de otro artículo.
Por último, una mención a una de las tantas cadenas de mails que andan pululando. Hoy me llega la de un muchacho que propone solidarizarse con el campo quitando los ahorros de los bancos, comprando moneda extranjera y retrasando los adelantos impositivos. Hay muchos pseudo guevaristas de cibercafé que ocupan su tiempo en tales revoluciones virtuales. Creo que esos mails ya llegan con un nombre que se va borrando, se va haciendo anónimo para transformarse en el del argentino medio: cree que afectar al Estado, es afectar al gobierno y cree que él no forma parte del Estado. Seguro que debe ser de aquellos que critican los modales de Moreno pero le recriminan que en tanto agente del Estado no controle los precios de los colegios privados; seguro que es de los que dice “yo le pago el sueldo” y se olvida que también le paga el sueldo a los obispos a pesar de formar parte de un Estado laico; seguro que debe ser de aquellos que rescatando el mero vinculo que promueve la continuidad de la cercanía espacial, antes que “ciudadano” prefiere que le llamen “vecino”.
Si bien, sería insólito destacar a Borges por sus, no sólo conservadoras, sino pobres ideas políticas, el autor de Ficciones es citado aquí a partir de una afirmación simple y clara: el argentino no es ciudadano sino individuo. En otras palabras, no tiene un sentido de pertenencia a la República, no concibe su libertad al estilo clásico en el sentido de ser autónomo por participar de las decisiones de la polis; más bien, es el claro ejemplo de la libertad moderna que considera que se es libre en la medida en que nada se interpone en el camino. Derivada de esta última forma de entender la libertad, cierto liberalismo extremo, a veces llamado libertarismo, afirma que ese “nada” incluye al Estado. Es decir, la libertad del individuo florecerá en la medida en que el Estado sólo se ocupe de garantizar la propiedad privada y los derechos que me permitan elegir el ideal de buena vida que yo prefiera.
Desde este punto de vista, el Estado aparece como un otro, un algo ajeno, un enemigo. El individuo no se siente parte del Estado y cualquier clase de impuesto que suponga un extra (es decir, que se utilice para algo más allá de la protección de la propiedad privada) es considerado confiscatorio.
En la disputa Gobierno-Campo esta relación de ajenidad respecto del Estado es clara. Paradójicamente, a diferencia de los nacionalismos contra los que Borges discutía, esto es, aquellos que pregonaban por un “Estado más grande”, el nacionalismo de los dirigentes del campo es mucho más lábil, escurridizo. Parece liberal/libertario cuando se discuten ganancias extraordinarias y es socialista redistributivo cuando los precios internacionales bajan y hacen falta subsidios estatales. Hay algunos elementos más que en el ensayo de Borges pueden ayudarnos a pensar. Me refiero a las razones por la cual los argentinos sienten que son individuos enfrentados al Estado. Resulta interesante porque hay argumentos que son muy actuales. El primero es que, dado que los gobiernos argentinos siempre han sido un desastre y se emparenta gobierno con Estado, no queda otra que la salvación individual a-política; el segundo argumento, mucho más filosófico y con el que Borges juega socarronamente, es que el Estado es un artificio colectivo, un invento y que en tanto tal sería imposible que nos sintamos parte de algo que sólo existe como ficción. Sobre el primer argumento, los dirigentes del campo machacaron una y otra vez desde el momento en que el gobierno corrigió su error inicial de subir las retenciones sin discriminar entre grandes y pequeños y medianos. Se decía que no tenía sentido el aumento de los impuestos porque el gobierno se lo robaba o lo utilizaba para el tren bala; también se decía que los reintegros no servían porque “se quedaban en el camino” y nunca volvían a las manos de los productores. Decir que el gobierno roba me parece exagerado y propio del sentido común del porteño medio clarividente y engreído con aparente saber empírico surgido del mero transcurrir de años y de calles, que afirma “los políticos son todos ladrones”. No me parece que este sea un gobierno con una corrupción estructural como algunos afirman. Hay casos de corrupción, algunos más o menos probados y otros sospechados pero probables. Por otra parte, en esta línea, los paladines de la transparencia, los que viven de la compulsión a la denuncia, nunca caen en la cuenta, de que la crítica a la corrupción no es nunca una crítica sistémica. Son los mismos que afirman que el gran vicio del gobierno de Menem fue solamente su nivel alto de corrupción.
En cuanto al tren bala, no hay mucho que decir. Resulta una erogación insólita con la cual se podrían mejorar todas las líneas existentes o restablecer el sistema ferroviario nacional previo a los 90. También podría utilizarse para construir todas las redes de subte que hacen falta para que transitar la Capital sea menos agobiante. La lista puede seguir pero eso no es en lo único en que gasta el dinero el gobierno. Decir “no” a las retenciones porque con esto se paga el tren bala es tan parcial como afirmar “sí” a las retenciones porque ese dinero se utilizará sólo para redistribuir entre los que menos tienen a través de subsidios o de los aumentos existentes a jubilaciones y sueldos de empleados públicos.
En cuanto a que los reintegros no llegan, es verdad: no llegan porque para que lleguen hay que estar en blanco y pagar impuestos.
En lo que respecta al segundo argumento, este que afirmaba que no podíamos sentirnos parte de una ficción, resulta un puntapié interesante para pensar el conflicto actual en clave nacional. Dejando de lado la fantasía de una reedición del combate entre federales y unitarios, que algunos interesadamente quieren reflotar, cabe preguntarse qué elemento hace que regiones, intereses y tradiciones tan dispares puedan formar parte de un mismo territorio llamado Argentina. Pero eso es asunto de otro artículo.
Por último, una mención a una de las tantas cadenas de mails que andan pululando. Hoy me llega la de un muchacho que propone solidarizarse con el campo quitando los ahorros de los bancos, comprando moneda extranjera y retrasando los adelantos impositivos. Hay muchos pseudo guevaristas de cibercafé que ocupan su tiempo en tales revoluciones virtuales. Creo que esos mails ya llegan con un nombre que se va borrando, se va haciendo anónimo para transformarse en el del argentino medio: cree que afectar al Estado, es afectar al gobierno y cree que él no forma parte del Estado. Seguro que debe ser de aquellos que critican los modales de Moreno pero le recriminan que en tanto agente del Estado no controle los precios de los colegios privados; seguro que es de los que dice “yo le pago el sueldo” y se olvida que también le paga el sueldo a los obispos a pesar de formar parte de un Estado laico; seguro que debe ser de aquellos que rescatando el mero vinculo que promueve la continuidad de la cercanía espacial, antes que “ciudadano” prefiere que le llamen “vecino”.