En los últimos meses los argentinos nos estamos familiarizando con nuevos problemas. Estos nuevos problemas salpican al gobierno de Kirchner y quisiera hacer un análisis de ellos.
El primer problema es la “crisis energética”. Es interesante todo lo que rodea a este fenómeno. Por un lado hay un debate simbólico en torno de la idea de “crisis”. La oposición trata de hacernos olvidar del adjetivo “energética” y busca instalar la percepción de que el país está en “crisis”. El gobierno, consciente de que opera un corrimiento semántico por el cual la crisis específica, la energética, derivará en una percepción de crisis (general), sale a negar la crisis energética. Interesante para los que se ocupan del lenguaje en los medios.
Siguiendo con el tema, aparentemente deberíamos estar todos muy preocupados por la crisis energética. Es algo muy pero muy importante y no hubo previsión. Pues claro, ¿alguien se imaginó que el país podía crecer sostenidamente al 8 % anual durante 5 años?
Desaparecido el riesgo país, hemos perdido el termómetro cuantificador de cómo nos va a los argentinos. Nos falta el numerito corroborador de las percepciones. Y de repente aparece él: el numerito que mide algo así como los megavatios. Ahora, mientras Santo Biasatti habla en Telenoche, debajo de la pantalla existe un termómetro que nos dice cuánto nos estamos acercando a los 18000 megavatios de capacidad energética. Todos expectantes esperamos los 18000 que no llegan nunca, los despidos masivos, los cortes generales en los hogares, la anarquía, pero el gobierno tiene suerte, la nieve se queda un solo día y la ola de frío se va. Bonelli y Van der Kooy los periodistas del manual de crítica “sí pero“ necesitan otro numerito pero la crisis energética, el único numerito que da, es que la industria creció mucho pero un poco menos el último mes. De esto se sigue que a ciertos críticos de derecha les ha salido el tiro por la culata: la crisis energética permite que el país crezca y paralelamente ahuyenta los riesgos de inflación porque enfría un poco la economía.
Sigamos con los numeritos a la hora de hablar de otro nuevo problema: el aumento del dólar. De 3, 12 llegó a 3, 20. Justo había levantado la temperatura y el riesgo del estallido de los megavatios se había disipado. Por suerte apareció otro numerito. El dólar aumentó un 2% y parecíamos estar frente a una inminente conmoción, la hiperinflación alfonsinista parecía despertarse del largo letargo. De repente, nos interesamos por los bonos argentinos, algo que todos conocemos con precisión y la gente llama a la radio para opinar. Pero para fortuna de todos, el dólar volvió a bajar y quedó en 3, 16 el viernes. Las fieras se agazapan y laten.
El tercer problema de los argentinos es estético y femenino. Tenemos candidata oficialista que usa colágeno y le gusta utilizar su dinero para comprar ropa cara. No importa qué diga Cristina o qué proyecto tenga, lo que importa es el colágeno y que es mujer. La crítica es difusa pero a la mitad de la gente Cristina no le gusta. Aparentemente resulta una locura que una ciudadana se arregle y disponga de su dinero para comprar ropa de marca. Los hombres que lo hacen son distinguidos; las mujeres frívolas.
Para colmo de males fue elegida a dedo como Lavagna fue elegido por su propio dedo, como Macri fue elegido por su propio dedo, como López Murphy, como Blumberg, como Carrió, como Patricia Walsh, etc. Todos los candidatos fueron elegidos a dedo (en su mayoría por sus propios dedos) salvo el candidato a senador por el radicalismo porteño Gil Lavedra. Siendo la selección a dedo un elemento que crispa los ánimos de la ciudadanía republicana de la Ciudad de Buenos Aires, se augura una performance arrasadora del señor Gil Lavedra en los próximos comicios.
Veamos un cuarto problema nuevo: el autoritarismo del presidente. No se sabe bien a qué nos referimos cuando decimos que el presidente es autoritario pero hemos logrado que se instale. Se dice que el presidente es autoritario porque toma decisiones sin consultar a sus ministros y gobierna con decretos. Sin embargo como los gobiernos de Menem, Alfonsín y De la Rúa también gobernaron con decretos y no fueron acusados de autoritarios, no debe ser ésta la razón.
¿Será que no hay libertad de prensa? Yo escucho mucha radio, leo diarios y miro televisión y noto que el gobierno es criticado a veces ferozmente y sin embargo los programas siguen al aire aunque a veces, eso digámoslo con todas las letras, con poco rating.
Tal vez sea que no da conferencias de prensa. Debe ser eso. Por suerte, como pensaba Kant, tenemos una opinión pública crítica y un periodismo sagaz que desnudaría las falencias de cualquier gobierno ineficaz y corrupto como ocurrió con el resto de nuestros gobiernos ineficaces y corruptos. Es un gobierno autoritario porque no habla y no escucha como en la campaña autoritaria del PRO donde no se oía al contrincante (porque el “otro” hace siempre campaña sucia) y sólo se monologaban propuestas compulsivamente.
Por último, el problema más novedoso es el de la corrupción generalizada. Dos funcionarias mujeres del gobierno no tuvieron mejor idea que empezar a corromperse justo cuando existe la posibilidad de que una mujer del oficialismo llegue a la presidencia. Hacerlo cuando faltan 3 meses para las elecciones resultó muy inoportuno. Miceli resultó muy pobre en su materia: siendo ministra de economía sólo recibió 60000 u$s como coima. Un “vueltito” para lo que estábamos acostumbrados en los 90. No alcanza ni para un departamento de 3 ambientes. Aunque tal vez pensándolo bien, una aproximación razonable a la suma nos haga ver que difícilmente se trate de una coima. Seguramente será un sobresueldo como en los 90 pero como aumentar los sueldos de los funcionarios está mal visto debemos seguir demagógicamente con sueldos bajos siguiendo la línea instaurada por la fugaz presidencia de Rodríguez Sá. Así la gente está contenta. Picolotti actuó bajo el ideal del “nepotismo ilustrado”: se llenó de parientes (algunos, aparentemente, idóneos) y compró unos muebles de más. No está probado pero si está en la política debe ser culpable.
Debe ser este un gobierno desastroso: no pasa los 18000 megavatios no sé bien de qué; tiene un dólar que en el último año y medio aumentó 4 centavos; tiene una candidata mujer que se puso colágeno; un presidente que no da conferencias de prensa y dos funcionarias sospechadas de corrupción. ¿No siente usted que con problemas así estamos próximos al abismo?
domingo, 29 de julio de 2007
jueves, 5 de julio de 2007
De árbitros y políticos. De moral y conocimiento
Últimamente el tema de la violencia en el fútbol es una cuestión recurrente que es cubierta con justa insistencia por los principales medios. Los episodios se suceden todas las semanas y prácticamente atañe a todas las canchas, todas las hinchadas y todas las divisionales. Esta profundización de la violencia ha obligado a los dirigentes de los clubes y a la cúpula de la AFA en combinación con la Policía y el COPROSEDE, a tomar medidas que van desde la instalación costosísima de un sistema de cámaras en las canchas, megaoperativos para partidos “de riesgo”, la utilización del “derecho de admisión”, la medida disuasiva de la quita de puntos, etc.
La violencia es generada en la mayoría de los casos por la “barra brava” aunque muchas veces los proyectiles que lastiman jugadores y árbitros provienen de la platea. También la ineptitud y la provocación de algunos policías contribuyen. Incluso podríamos pensar que la estructura de los “campeonatos cortos” y los partidos definitorios para definir ascensos generan una cantidad desmedida de adrenalina y de “pulsaciones” tanto de los jugadores como de los hinchas que favorecen los hechos de violencia. Incluso, tal vez, los medios, con la cobertura exagerada que le dan al fútbol con horas y horas diarias de televisión, radio y diarios generen un nivel de ansiedad y compenetración por la causa futbolera que puede contribuir a una dramatización del juego y al posterior descontrol. Todas estas variables contribuyen y causan violencia en el fútbol. Pero hay una que nunca es mencionada: la inmensa cantidad de vergonzosos arbitrajes. Y sobre este punto creo que se pueden inferir algunas conclusiones interesantes.
Me atrevería a decir que no existe medio que ponga en tela de juicio la calidad moral de los árbitros. Ninguno. Las críticas despiadadas hacia los árbitros tienen que ver con “errores humanos” nunca con la mala fe. Los comentaristas “destrozan” a los referís desde la comodidad del asiento y la posibilidad de ver la repetición con Telebeam, pero nunca dudan de su “humanidad”. Parece imposible que un árbitro favorezca a un equipo o castigue a otro adrede. Nada de eso. Simplemente, el humano se equivoca azarosamente para ambos lados y a veces la casualidad quiere que se equivoque más para un lado que para otro. Cuántas veces uno oyó decir cosas tales como “¡Yo no dudo de la buena fe del árbitro x pero cómo se equivoca!” o, “usted, señor árbitro x, será un gran padre de familia pero un pésimo árbitro”. De este modo, el árbitro es descrito por los principales medios como una suerte de semidios paradójico, un médium entre el ámbito celestial de una moral trascendente y el barro de la ignorancia humana. En el ámbito moral es intocable. Pero lo que tiene ver con su saber y su actividad es puesto en tela de juicio constantemente.
Ser una deidad ignorante es algo beneficioso que lo ubica un paso más arriba que el resto de los mortales, dado que nosotros no sólo somos ignorantes y nos equivocamos sino que muchos somos egoístas, malos, prejuiciosos y nos gusta favorecer a nuestros amigos y a las cosas que nos identifican. Por suerte ninguno de este tipo de mortales llega al referato.
Esto me lleva a señalar una segunda curiosidad: los medios que ensalzan la cualidad moral de los árbitros de fútbol son los mismos que con virulencia ponen en tela de juicio la integridad de los políticos. Se da así, entonces, el fenómeno inverso al que ocurre con los árbitros. El político no se equivoca. Los errores son sólo aparentes. Detrás de ellos está la ambición inmoral de la codicia y el poder. En un sentido, el político no sólo no es una deidad sino que más bien es “demasiado humano”.
En esta línea, si trazamos un paralelo entre la visión que la sociedad y los medios tienen de los árbitros y de los políticos podemos encontrar algunos elementos importantes. La sociedad, sin duda, se pliega a la postura de los principales medios que acusan de inmoralidad todo acto de “la política” y “los políticos”. Para la sociedad, como para los medios, no hay políticos ignorantes: sólo los hay malos. Así, la actividad de la política no se juzga desde el patrón cognitivo “Sabe o no sabe” sino desde el patrón moral “es bueno o es malo”. Sin embargo, dado que el político nunca se equivoca se da la paradoja de que implícitamente se lo eleva también a una condición de semidios pero a diferencia de lo que ocurre con los árbitros ese “Semi” corresponde a su déficit moral y no al cognitivo.
En lo que respecta a la visión que la sociedad tiene de los árbitros allí no hay concordancia con la opinión de los medios. En las tribunas de fútbol no se le grita “ignorante” a un árbitro sino “hijo de puta, cagón, corrupto hijo de re mil……”. El árbitro, al igual que el político, no se equivoca. El árbitro roba, lo hace adrede, busca favorecer intereses que son siempre los del equipo rival.
Para la sociedad, el árbitro y el político son lo mismo. Para los medios, los árbitros se equivocan pero su moralidad no puede ponerse en juego y los políticos nunca se equivocan, sólo realizan acciones moralmente execrables. Lo que todos olvidan es que la condición humana hace que todos seamos bastante ignorantes y que nadie quede exento de cometer, al menos de vez en cuando, una aceptable cantidad de actos inmorales.
La violencia es generada en la mayoría de los casos por la “barra brava” aunque muchas veces los proyectiles que lastiman jugadores y árbitros provienen de la platea. También la ineptitud y la provocación de algunos policías contribuyen. Incluso podríamos pensar que la estructura de los “campeonatos cortos” y los partidos definitorios para definir ascensos generan una cantidad desmedida de adrenalina y de “pulsaciones” tanto de los jugadores como de los hinchas que favorecen los hechos de violencia. Incluso, tal vez, los medios, con la cobertura exagerada que le dan al fútbol con horas y horas diarias de televisión, radio y diarios generen un nivel de ansiedad y compenetración por la causa futbolera que puede contribuir a una dramatización del juego y al posterior descontrol. Todas estas variables contribuyen y causan violencia en el fútbol. Pero hay una que nunca es mencionada: la inmensa cantidad de vergonzosos arbitrajes. Y sobre este punto creo que se pueden inferir algunas conclusiones interesantes.
Me atrevería a decir que no existe medio que ponga en tela de juicio la calidad moral de los árbitros. Ninguno. Las críticas despiadadas hacia los árbitros tienen que ver con “errores humanos” nunca con la mala fe. Los comentaristas “destrozan” a los referís desde la comodidad del asiento y la posibilidad de ver la repetición con Telebeam, pero nunca dudan de su “humanidad”. Parece imposible que un árbitro favorezca a un equipo o castigue a otro adrede. Nada de eso. Simplemente, el humano se equivoca azarosamente para ambos lados y a veces la casualidad quiere que se equivoque más para un lado que para otro. Cuántas veces uno oyó decir cosas tales como “¡Yo no dudo de la buena fe del árbitro x pero cómo se equivoca!” o, “usted, señor árbitro x, será un gran padre de familia pero un pésimo árbitro”. De este modo, el árbitro es descrito por los principales medios como una suerte de semidios paradójico, un médium entre el ámbito celestial de una moral trascendente y el barro de la ignorancia humana. En el ámbito moral es intocable. Pero lo que tiene ver con su saber y su actividad es puesto en tela de juicio constantemente.
Ser una deidad ignorante es algo beneficioso que lo ubica un paso más arriba que el resto de los mortales, dado que nosotros no sólo somos ignorantes y nos equivocamos sino que muchos somos egoístas, malos, prejuiciosos y nos gusta favorecer a nuestros amigos y a las cosas que nos identifican. Por suerte ninguno de este tipo de mortales llega al referato.
Esto me lleva a señalar una segunda curiosidad: los medios que ensalzan la cualidad moral de los árbitros de fútbol son los mismos que con virulencia ponen en tela de juicio la integridad de los políticos. Se da así, entonces, el fenómeno inverso al que ocurre con los árbitros. El político no se equivoca. Los errores son sólo aparentes. Detrás de ellos está la ambición inmoral de la codicia y el poder. En un sentido, el político no sólo no es una deidad sino que más bien es “demasiado humano”.
En esta línea, si trazamos un paralelo entre la visión que la sociedad y los medios tienen de los árbitros y de los políticos podemos encontrar algunos elementos importantes. La sociedad, sin duda, se pliega a la postura de los principales medios que acusan de inmoralidad todo acto de “la política” y “los políticos”. Para la sociedad, como para los medios, no hay políticos ignorantes: sólo los hay malos. Así, la actividad de la política no se juzga desde el patrón cognitivo “Sabe o no sabe” sino desde el patrón moral “es bueno o es malo”. Sin embargo, dado que el político nunca se equivoca se da la paradoja de que implícitamente se lo eleva también a una condición de semidios pero a diferencia de lo que ocurre con los árbitros ese “Semi” corresponde a su déficit moral y no al cognitivo.
En lo que respecta a la visión que la sociedad tiene de los árbitros allí no hay concordancia con la opinión de los medios. En las tribunas de fútbol no se le grita “ignorante” a un árbitro sino “hijo de puta, cagón, corrupto hijo de re mil……”. El árbitro, al igual que el político, no se equivoca. El árbitro roba, lo hace adrede, busca favorecer intereses que son siempre los del equipo rival.
Para la sociedad, el árbitro y el político son lo mismo. Para los medios, los árbitros se equivocan pero su moralidad no puede ponerse en juego y los políticos nunca se equivocan, sólo realizan acciones moralmente execrables. Lo que todos olvidan es que la condición humana hace que todos seamos bastante ignorantes y que nadie quede exento de cometer, al menos de vez en cuando, una aceptable cantidad de actos inmorales.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)