viernes, 28 de marzo de 2014

Futuro, Relato y Venganza (publicado el 27/3/14 en Veintitrés)

Es difícil agregar algún elemento de reflexión profunda a un nuevo aniversario del golpe de Estado que derivó en la dictadura más sangrienta que sufriera nuestro país. Así es que tengo la tentación de caer en lugares comunes y cómodos casi como un ejercicio de indignación. Podría, por ejemplo, criticar el contenido de los carteles que una facción de la UCR se encargó de distribuir y en el que acusaban a Cristina Fernández de haberse olvidado de los DDHH últimamente, mezclando el accidente de once, con los qom y Milani para hacer gala de una patética adopción de la agenda mediática de los grupos que presionaron a los dos últimos gobiernos radicales para que no pudieran terminar su mandato; o analizar la vergonzosa nota que el historiador demócrata y republicano Luis Alberto Romero publicó en La Nación el mismo 24 de marzo denunciando supuestos maltratos a genocidas presos que son presentados como humildes y enclenques viejecillos que solo exigen respeto por sus derechos humanos. Otro lugar cómodo sería hacer la semiosis de la tapa de los diarios para señalar que los principales matutinos de la Argentina eligieron dar mayor importancia a la tragedia de un avión en Malasia que a lo ocurrido en la movilización a Plaza de Mayo y a la Ex ESMA. Desde esta perspectiva, pareciera que ser desaparecido por un accidente aéreo en el océano índico tiene más interés (y glamour) que ser desaparecido por la decisión de un plan genocida perpetrado desde el Estado cuya práctica habitual era arrojar los cuerpos desde aviones y helicópteros al Río de la Plata.
Pero como usted no espera la nota de un indignado bien podría señalarse que cada vez que se recuerda la noche más oscura de nuestra historia vamos resignificando lo ocurrido. Para algunos tal tarea de resignificación es un intento avieso de tergiversación que la facción gobernante ha impulsado como parte de un plan maquiavélico de autolegitimación. Sin embargo, me parece más razonable pensar que dado que ni la memoria individual ni la colectiva son estáticas, estamos asistiendo simplemente a la observación del movimiento dinámico de la memoria, aquel que tras un “primer momento” en que hizo énfasis en la responsabilidad de los militares, ha ido avanzando hasta tener una mirada más general que incluye la complicidad civil y el vínculo directo con un plan económico. Así es que el mensaje de convocatoria “democracia o corporaciones” demuestra que buena parte de la sociedad argentina prefiere comprender el episodio del golpe de Estado desde su raíz profunda, una raíz que tiene continuidades y retoños.
Este punto resulta tan interesante como el de la disputa cultural que se manifiesta en el plano discursivo. Pensemos, si no, lo que ha costado, y lo que cuesta, establecer como principios fundacionales de nuestro pacto de convivencia las ideas de Memoria, Verdad y Justicia. Usted dirá que, de tanto repetirse, esta frase pierde la potencia original que, además, se daba en el marco de gobiernos constitucionales que habían establecido leyes de impunidad. Sin embargo, ahora sí, hay que dejar la indignación a flor de piel y las semiosis de tapas para indagar más profundo en lo que aquí está en juego.
Pues está claro que nadie públicamente puede oponerse a que exista “Memoria”, a que se sepa la “Verdad” o a que se haga “Justicia”. Ni siquiera los acérrimos defensores de los genocidas se oponen a estos principios pues está claro que ninguna sociedad puede constituirse desde el olvido, la mentira y la injusticia. Sin embargo, se acude a una operatoria mucho más sutil y dañina. Porque las usinas del pensamiento reaccionario con complicidad de idiotas útiles vienen intentando instalar un conjunto de ideas que acaben minando la legitimidad de estos valiosos principios. En este sentido, como se indicaba anteriormente, a la “Memoria” no se le opuso el “Olvido” sino el “Futuro”. Interesante operación de sustitución a la cual nadie puede oponerse. ¿Acaso se puede estar en contra del futuro? El punto es que esta apelación al futuro como sustitución de una memoria que es presentada como atadura al pasado, tiene la misma consecuencia que el olvido. Así, quienes hacen una apelación zonza al futuro, esto es, quienes simplemente refieren al futuro como aquello sin ningún contenido ni finalidad y que solo sirve para dejar atrás lo que ocurrió, están proponiendo un olvido de facto.
Algo similar sucede con la “Verdad”. Allí, los sectores defensores de genocidas luchan por instalar la idea de una “verdad (o memoria) completa”. Como usted bien sabe, estos sectores indican que se está contando “la mitad” de la historia, una “media verdad” que es igual a una “media mentira”. Así, habituados a las apropiaciones, hacen suya la idea de que la “historia la escriben los que ganan” para afirmar que los militares sufren las consecuencias de haber sido los “derrotados culturales” una vez que el “setentismo kirchnerista” llegó al poder. Pero como la idea de “media verdad” o “igualdad en las culpabilidades” se apoya en la bien criticada “teoría de los dos demonios”, hoy asistimos a una nueva operación de sustitución. Una vez más, nadie públicamente se puede oponer a la Verdad. Lo que dicen es que una política de Estado que se propuso el fin de las leyes de impunidad y ha llevado a centenares de genocidas a juicio cuyas sentencias se cumplen en prisiones comunes, es un “Relato”. Tal categoría es funcional para criticar a la administración kirchnerista por izquierda y por derecha ya que también permite afirmar que los Kirchner se han “apropiado” de la “bandera” de los DDHH que, aparentemente, había sido registrada por la izquierda trotskista en un sistema particular de patentes ideológicas.  
Para finalizar, tómese en cuenta lo que sucede con la “Justicia”. Aquí la operación del progresismo republicano que trabaja para las corporaciones no tiene empacho en reproducir que lo que se está cometiendo contra los militares es una “Venganza”. Tal presentación supone que los militares son perseguidos políticos por una facción (el neomontonerismo kirchnerista) que se ha apropiado del poder. Como se puede observar, dado que no se debe permitir que la venganza se realice desde el Estado, lo que subyace a esta acusación es enormemente peligroso porque justificaría todo intento de desestabilizar a un gobierno que tiene legitimidad de origen y de ejercicio por más de 10 años.
Por ello hay que tener cuidado, pues “Futuro, Relato y Venganza” no vienen nada más que a embarrar a perpetuidad un capítulo de la historia que la Argentina está saldando en los tribunales, sino que busca sustituir el “Memoria, Verdad y Justicia” para reinstaurar una base cultural capaz de volver a ser cómplice, por acción u omisión, de un autoritarismo al que le queremos seguir diciendo “Nunca más”.   


domingo, 23 de marzo de 2014

La foto, la palabra y la lectura (publicado el 20/3/14 en Veintitrés)

A pocos días de cumplir un año como papa, Francisco volvió a recibir a Cristina Fernández de Kirchner en un encuentro que duró más de 2 horas. Al terminar la reunión, la presidenta hizo un repaso de los temas conversados y resaltó la mirada latinoamericanista del papa, su preocupación por los jóvenes y su crítica al capitalismo financiero. Por último, declaró “muchos deberían leerlo [al papa]. Y no solamente sacarse una foto”.
En esta línea, aceptando el convite de CFK y para ahorrarle a usted la búsqueda, le propongo repasar algunos pasajes de la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium que Francisco pronunciase el 24 de noviembre de 2013.
Allí, prácticamente, equipara la exclusión a un nuevo pecado y afirma que ésta es producto de un sistema económico ideado para el enriquecimiento de unos pocos: “Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad”. Mientras uno recuerda cómo se tiraba la leche en las rutas durante el lock out patronal de 2008 protagonizado por muchos de los que hoy entregarían una parte de sus silo bolsas para sacarse la foto con Francisco, me gustaría resaltar otro pasaje de la Exhortación: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del “derrame”, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto los excluidos siguen esperando”.
Entre los referentes de la dirigencia y el periodismo opositor argentino no se suelen tomar en cuenta estas fuertes palabras contra el modelo económico que hizo explotar a la Argentina en 2001. Ni siquiera cuando las mismas generan el escándalo de los editoriales de los principales diarios del mundo que aquí suelen ser recogidos cuando se refieren críticamente a la administración kirchnersita. Por citar solo uno, el Wall Street Journal calificó está Exhortación de “golpe al capitalismo global”.    
Pero Francisco también dedicó un párrafo al rol que debe cumplir el Estado y al carácter disciplinador que tienen las deudas en los países periféricos: “Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de las mayoría quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone de forma unilateral e implacable sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales”.
Como se puede observar, cuando se habla de tiranía no se hace referencia a Venezuela sino a un modelo económico globalizado que impone las condiciones a través de leyes al servicio del capital transnacional. Asimismo, grata sorpresa despierta esta  particular idea de “evasión fiscal egoísta” pues cabe preguntarse cuántos de los que no pagan la patente de sus autos importados piden diálogo siguiendo el “Francisco´s style”; o cuántos de los que habían declarado como terrenos baldíos sus mansiones con pileta y fueron descubiertos por ARBA van a la iglesia los domingos en familia mientras se quejan de la que llaman “GESTAFIP”; o cómo sobrelleva moralmente la redacción del mismo diario La Nación (que, según unos de sus editores, lloró de alegría al enterarse de la designación de Jorge Bergoglio como nuevo papa), la deuda de 280 millones de pesos que el diario tiene con la AFIP desde hace 11 años y que no paga gracias a una medida cautelar.
Pero en tiempos donde todos somos expertos en Código Penal y más expertos somos en caso de ser víctimas, el parágrafo 59 de este interesante documento del papa dedica un pasaje importante a la relación entre seguridad y exclusión, criticando aquellas miradas punitivistas que consideran que el problema de la delincuencia se soluciona subiendo ad infinitum las penas: “Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad pero hasta que no se revierta la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial- abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”. Seguramente, aquellos que proponen penas más altas y mayor cantidad de policías como respuesta espasmódica a una opinión pública, en buena parte, manipulada, no hablarán de este tema en esos escasos minutos que tendrán de intercambio para poder ser retratados al lado del papa.  
Ahora bien, yendo a lo conceptual, el contenido de los fragmentos aquí expuestos se encolumna claramente en la tradición de la doctrina social de la iglesia de la que tanto abrevó el primer peronismo. La administración kirchnerista tuvo numerosos encontronazos con Bergoglio durante su arzobispado pero hay un “lenguaje común” en el que estará presente la idea de comunidad y la crítica a la “antropología egoísta” del liberalismo; el bien común como finalidad con el Estado como único garante, y una economía y un concepto de propiedad al servicio del Hombre lo cual no es otra cosa que legitimar la intervención estatal y un límite a la posesión de la tierra basado en el “destino universal de los bienes”. Claro que el kirchnerismo tiene esa base “peronista” pero también se nutre de otras corrientes que podríamos llamar “progresistas” cuya cosmovisión hace fuerte énfasis en la autonomía y los derechos individuales. De aquí que en estos últimos diez años se hayan sancionado una importante cantidad de leyes a favor de las minorías y que existan sectores del kirchnerismo que, incluso, aboguen por la despenalización del aborto. Es ahí donde seguramente no hay posibilidad de acuerdo con el papa más allá de que del Bergoglio que interpretó como una guerra contra Dios al tratamiento y posterior sanción del matrimonio igualitario, al Francisco que se muestra algo más tolerante con los gays, parece haber habido un salto importante.

Mientras tanto, el gobierno y Francisco han comenzado a hacer política de la manera más natural posible: empezando por aquellos puntos sobre los que ambos están de acuerdo.                              

viernes, 14 de marzo de 2014

Un penal para los caricaturistas (publicado el 13/3/14 en Veintitrés)

En los anales de la instalación de agenda habrá que recordar el modo en que, desgastado el siempre inminente desastre hiperinflacionario que nunca llega (como el General Alais, como Aquiles detrás de la tortuga), la sociedad argentina ha estado debatiendo en la última semana sobre el borrador de un anteproyecto de ordenamiento del Código Penal. Por si usted no está al tanto todavía pues por alguna sana decisión ha decidido alejarse por una semana de los temas que aparentemente preocupan a la opinión pública, le cuento que el Frente Renovador de Sergio Massa apoyado en una enorme campaña de instalación que incluye desde prensa afín hasta encuestas telefónicas en hogares, ha salido a rechazar lo que sería la primera aproximación a un anteproyecto creado por una comisión especial para darle coherencia a un código penal que rige desde 1921 plagado de contradicciones y obsolescencias. Esto tiene que ver con los centenares de modificaciones y parches que éste ha sufrido al calor de las presiones de cada época. Asusta el nivel de desinformación sobre el que este debate transcurre tratándose de algo tan sensible pues incluso quien escribe estas líneas está haciendo elaboraciones sobre los trascendidos que algunos interesados dan por hecho. Pero angustia más de lo que asusta el modo en que se ha tergiversado el contenido de este proyecto que debe ser elevado al poder ejecutivo para que éste realice las modificaciones que crea pertinentes antes de ser sometido a la tarea de los legisladores para que, por supuesto, también puedan incluir los cambios que se consideren necesarios. Según la página web que Sergio Massa creó para promover un llamado a consulta popular en materia penal amparado en cierto vacío legal que deja el artículo 40, el proyecto creado por una comisión plural integrada por Eugenio Zaffaroni, León Arslanián (cercanos al oficialismo), María Elena Barbagelata (PS), Federico Pinedo (PRO) y Ricardo Gil Lavedra (UNEN) reduciría las penas de 20 de los delitos más graves del código penal, y el 82% del total de los delitos se transformaría en excarcelable; eliminaría la reincidencia, la reclusión perpetua y los delincuentes podrían cumplir condena en su casa en el 86% de los delitos; lograría que 17.000 delincuentes que hoy están presos salgan a la calle y bajaría las penas de 146 delitos entre los que se encuentra el de tráfico y venta de drogas, homicidio agravado, violación agravada, contrabando, secuestro seguido de muerte intencional, tortura, corrupción de menores, delitos de “guante blanco”, entraderas y salideras con armas, robo con armas, delito de extorsión, trata de menores y abigeato.
La gran mayoría de estas afirmaciones se basan en interpretaciones sesgadas y hechas con mala fe. Otras son mentiras y otras no. En términos generales, se afirma que un importante número de delitos se transformaría en excarcelable pero la excarcelación es un asunto del Código Procesal que depende de cada una de las provincias y no del Código Penal. Es más, muchas de las injusticias vinculadas a delincuentes peligrosos que han sido beneficiados con excarcelaciones y han vuelto a delinquir no tienen que ver con la pena instituida por el Código Penal sino con los procedimientos. En cuanto a la reclusión perpetua, el nivel de desinformación del cual son cómplices los comunicadores es indignante pues ésta no se aplica de hecho desde hace mucho tiempo y reclusión perpetua es, en la actualidad, igual a 18 o 20 años de prisión. Frente a esto, el nuevo código elimina esta figura inaplicada pero eleva la pena máxima a 30 años. Asimismo, inverosímil y de dudosa rigurosidad es la afirmación que indica que 17000 pesos saldrán a la calle, esto es, más de un 25% de una población carcelaria en la que el 70% está tras las rejas a pesar de no tener condena. Por último, es inexacto que se baje la pena de 146 delitos. Son 116 los que bajan, pero se suben las penas de 159 delitos y se crean 85 tipos penales nuevos. Estos datos fueron obtenidos del coordinador de la comisión, Roberto Carlés, en una nota que éste brindase a Irina Hauser de Página 12 el último domingo y en la que invito a profundizar también en aquellos puntos donde Massa no miente. Por ejemplo: la baja de la pena para delitos de trata.
Ahora bien, más allá de la discusión técnica que a la gran mayoría de los ciudadanos nos excede y en la que generalmente nos movemos por intuición, cabe remover un poco la hojarasca para aclarar qué estamos discutiendo. Porque más que un anteproyecto estamos discutiendo una caricatura, aquella que muestra al gobierno representado por el Juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni y a éste como una suerte de abolicionista furioso que está en contra de toda pena y que considera que los delincuentes deben estar todos libres porque son víctimas de una sociedad desigual. ¿Alguien puede pensar que Zaffaroni es capaz de poseer un pensamiento tan lineal y que, a su vez, este pensamiento lineal sea el preferido del partido de gobierno? ¿Nos toman por idiotas o se burlan de nosotros?
Sobre el pensamiento de Zaffaroni, conocido como “garantismo”, se pueden decir muchas cosas pero ninguna encaja en esta caricaturización. Si se toma un texto como En busca de las penas perdidas (1989) o la introducción que realizara a una compilación sobre el abolicionismo penal en América Latina (2012), se podrá observar que hay en Zaffaroni un intento de demostrar la imposibilidad de una fundamentación racional de la pena y de denunciar la total deslegitimación que poseen sistemas penales que no hacen más que castigar a los sectores más vulnerables y fabricar delincuentes cada vez más peligrosos. Además, por sobre todo, su garantismo advierte que las miradas clásicas del ámbito penal hacen un excesivo énfasis en el deber ser, como si todo se redujese al contenido de la norma y a la coherencia interna del sistema penal más allá de su aplicación. Así, de tanto pensar en cómo debería ser, según Zaffaroni, se olvidan de lo que es y de esa manera puede existir una Constitución que tenga las mejores intenciones y que, sin embargo, en la práctica, la mayoría de sus normas y principios no se apliquen.
En este sentido, el abolicionismo que se le adjudica a Zaffaroni no es tal o, en todo caso, dicho por él mismo, aparece como una utopía para una sociedad completamente distinta a la nuestra. De esto se sigue que el ideal de una sociedad sin un sistema punitivo no sería “de este mundo” y de ello se deriva, a su vez, que Zaffaroni reivindique aspectos del “derecho penal liberal” encargado de ponerle límites a los avasallamientos autoritarios del poder estatal. Dicho en otras palabras, más allá de que sea crítico de la antropología subyacente a esta mirada liberal y advierta sobre los senderos históricos que esta visión transitó, Zaffaroni encuentra en el derecho penal liberal un paso adelante hacia un sistema penal mínimo en pos de una mayor libertad y no a favor de los delincuentes.
La labor política, judicial y académica de Zaffaroni no está exenta de críticas ni de posiciones controvertidas. Incluso, desde mi punto de vista de ciudadano me resultan, al menos, contraintuitivas algunas de las modificaciones de penas propuestas para determinados delitos que elaboró la comisión. Pero un tema así debería discutirse con los papeles en la mano y no con una caricatura del proyecto y de aquellos que trabajaron en su realización. Sin embargo, la instalación de agenda es así y, en temas tan sensibles, la responsabilidad institucional y ciudadana nos obliga a participar y a dar razones incluso en un campo minado de mentiras y tergiversaciones. Será difícil y probablemente sea una batalla que estemos a punto de perder, casi como cuando en el fútbol te cobran un penal en contra. Pero de vez en cuando los penales son atajados o la presión hace que los pateadores fallen. De aquí que nadie nos pueda quitar la remotísima ilusión de dejar bien al desnudo a los caricaturistas que, de tan burdos, puede que acaben transformándose en una caricatura de sí mismos.    

      

domingo, 9 de marzo de 2014

Nuevo objetivo: el shock (publicado el 6/3/2014 en Veintitrés)

Más allá de las diversas cosmovisiones, demografías y necesidades que caracteriza a las construcciones políticas de los gobiernos progresistas latinoamericanos en la última década, existe en ellos un origen común: son los referentes populares que emergieron tras la devastación provocada por las políticas neoliberales a lo largo del sur del continente. Luego podremos buscar tradiciones que los engloben, o trazos amplios que permitan ubicarlos en un mismo conjunto pero está claro que todos estos gobiernos son hijos de una época de crisis que arrojó a millones de ciudadanos a la pobreza y la indigencia al tiempo que concentraba la riqueza en unos pocos.
Pero como usted recordará, no estamos hablando de algo que haya sucedido hace tanto tiempo pues Chávez asumió en 1999, Lula y Kirchner en 2003, Morales en 2006 y Correa en 2007. Y si bien todos los indicadores muestran que estos gobiernos han reducido la indigencia, la pobreza, la desocupación y han mejorado enormemente la distribución de la riqueza, las políticas neoliberales encarnadas en candidatos que parecen cortados por el mismo cuchillo resulta una amenaza tangible no solo a partir de intentos desestabilizadores sino (y esto quizás sea lo más angustiante) a través del voto popular. La pregunta, entonces, que guiará estas líneas es: ¿existe un escenario cultural, social, político y económico capaz de volver a acoger este tipo de políticas como sucediera en la década del 90?
Para responder este interrogante puede ser de una enorme ayuda un libro que se ha transformado en un “nuevo clásico”. Me refiero a La doctrina del shock de Naomi Klein publicado originalmente en 2007. Esta joven periodista canadiense, autora del best seller No logo, recorre a lo largo de más de 600 páginas el modo en que lo que ella denomina “capitalismo del desastre” ha logrado aplicar sus recetas económicas. Más específicamente, Klein persigue los pasos del padre del neoliberalismo contemporáneo, Milton Friedman, y de sus discípulos, los denominados “Chicago boys”, en diversas partes del mundo, entre ellas, Argentina.
La principal hipótesis del trabajo sorprende pues frente a las elaboraciones liberales clásicas que encontraban en la ausencia de guerras y conflictos el único camino hacia el florecimiento del capitalismo, la autora afirma que el neoliberalismo contemporáneo funciona a partir de la doctrina del shock, esto es, se aprovecha de las situaciones de conmoción social para aplicar sus políticas. Estas situaciones de conmoción pueden deberse a múltiples variables entre las que se hallan desde golpe de estados, crisis financieras o una guerra, a un tsunami, un huracán, un terremoto o una inundación. Como se puede observar, no necesariamente el shock tiene que ver con la mano del hombre. Puede tratarse de un fenómeno natural también. Pero lo importante es que la situación de shock colectivo produce un escenario de extravío, angustia y confusión capaces de doblegar voluntades y hacer concesiones que en un estadio de normalidad no sucederían. No casualmente, Klein hace una analogía entre el shock colectivo de una comunidad y el shock individual que produce la tortura y para dar cuenta de ello se remonta a diferentes programas implementados por la CIA en el contexto de la guerra fría. Este es el caso de Ewan Cameron un médico que trabajó para el gobierno estadounidense y que consideraba que el modo de doblegar a los prisioneros era realizarles una terapia de shock que incluía ser capturados por la noche cuando “las guardias están bajas”; ser inmediatamente encapuchados y luego ser absolutamente aislados sin posibilidad de oír y ni siquiera de tocar (se le llegaban a poner una suerte de almohadones en pies y manos para afectar el tacto). El estado de conmoción que esto implicaba tras algunas semanas de aislamiento complementado con descargas eléctricas sobre distintas partes del cuerpo, iba a generar, según este médico, una total pérdida de la personalidad y sería capaz de hacer que la mente quedara en blanco como una tabula rasa sin memoria: pura materia capaz de volver a ser modelada. Como usted imagina, los resultados no fueron los esperados y lo que mayoritariamente logró Cameron fueron pacientes muertos o, en el mejor de los casos, con regresiones y en estado de alucinación permanente.
Pero según Klein, esta lógica del shock trascendió el campo de la medicina y fue trasladada a la economía por el ya mencionado Milton Friedman. Del mismo modo que con los prisioneros, un shock permitiría que todas las intervenciones humanas (estatales) que a lo largo de siglos han distorsionado la armonía natural del orden económico (el libre mercado) puedan ser recreadas. Tal perspectiva económica se afincó en la Escuela de Chicago, institución que formó a los principales asesores de los gobiernos de todo el mundo hasta la actualidad y tuvo su punto cúlmine en el Consenso de Washington, ese acuerdo de políticas neoliberales que marcaría el fin del siglo XX. Los “Chicago boys” asesoraron a los gobiernos dictatoriales de Chile, Argentina, Indonesia, Turquía, Corea del sur y Ghana entre otros. Pero entrados los años 80, las políticas neoliberales del friedmanismo ya no necesitaron imponerse a fuerza de dictaduras sino que fueron los propios gobiernos elegidos a través del voto los que llevaron adelante las reformas que los procesos de facto no habían completado. El primer país de la región que transitó esta línea fue la Bolivia de Paz Estenssoro pero luego Argentina se transformó en el alumno ideal privatizando todo aquello que podía privatizarse y más aún. Luego le siguieron Polonia, la China de Deng Xiaoping que llevó adelante la masacre de Tiananmen contra los que se oponían a las reformas neoliberales (según una interesante interpretación que recoge Klein), la Sudáfrica condicionada por los acuerdos económicos que impuso la minoría blanca y la Rusia de Yeltsin en el contexto en el que el neoliberalismo se había impuesto en Estados Unidos de la mano de Reagan y la guerra de Malvinas había revitalizado el poder de Thatcher para, entre otras cosas, doblegar la enorme huelga de mineros. 
Hecho este sucinto resumen, cabe volver a la pregunta inicial acerca de si existe un escenario en Latinoamérica y en la Argentina donde las políticas neoliberales puedan aplicarse por gobiernos que lleguen al poder a través de elecciones democráticas. Como se sigue de lo dicho hasta aquí, ha habido numerosos antecedentes pero las condiciones económicas y sociales no parecen ser las mismas. Dicho en el lenguaje de Klein, y referido ahora específicamente a la Argentina, no hay nada que indique que estemos cerca de un shock que provenga de la mano del hombre (los naturales, claro está, son imprevisibles). En este contexto parece difícil que la sociedad acepte a un gobierno cuyas decisiones impliquen un retroceso en las conquistas sociales conseguidas en la última década. Sin embargo, no es para quedarse tranquilos. De hecho, lo que se puede observar es que disipado el temor de una reforma constitucional que habilitase un nuevo mandato de CFK, varias voces opositoras, de manera irresponsable, han intentado instalar que el kirchnerismo no logrará terminar su mandato, entre otras cosas, por una inflación que se va a desmadrar y retrotraerá a la Argentina a los momentos más angustiantes del fin del gobierno de Alfonsín. Dicho en otras palabras, no resulta casual que aun con la certeza de que difícilmente el próximo gobierno sea del núcleo duro del kirchnerismo, se vengan intentando todo tipo de desestabilizaciones que lleven al país al caos y a la conmoción. Es que el primer objetivo, condición necesaria, ya lo han logrado: no hay reelección de CFK. Ahora van por el segundo: el shock, esto es, el único escenario donde el extravío y el temor pueden llevar a una sociedad a apoyar políticas que en el mediano plazo afectarán sus propios intereses.