Es difícil
agregar algún elemento de reflexión profunda a un nuevo aniversario del golpe
de Estado que derivó en la dictadura más sangrienta que sufriera nuestro país.
Así es que tengo la tentación de caer en lugares comunes y cómodos casi como un
ejercicio de indignación. Podría, por ejemplo, criticar el contenido de los
carteles que una facción de la UCR se encargó de distribuir y en el que
acusaban a Cristina Fernández de haberse olvidado de los DDHH últimamente,
mezclando el accidente de once, con los qom y Milani para hacer gala de una
patética adopción de la agenda mediática de los grupos que presionaron a los
dos últimos gobiernos radicales para que no pudieran terminar su mandato; o analizar
la vergonzosa nota que el historiador demócrata y republicano Luis Alberto
Romero publicó en La Nación el mismo
24 de marzo denunciando supuestos maltratos a genocidas presos que son presentados
como humildes y enclenques viejecillos que solo exigen respeto por sus derechos
humanos. Otro lugar cómodo sería hacer la semiosis de la tapa de los diarios
para señalar que los principales matutinos de la Argentina eligieron dar mayor
importancia a la tragedia de un avión en Malasia que a lo ocurrido en la
movilización a Plaza de Mayo y a la Ex ESMA. Desde esta perspectiva, pareciera
que ser desaparecido por un accidente aéreo en el océano índico tiene más interés
(y glamour) que ser desaparecido por la decisión de un plan genocida perpetrado
desde el Estado cuya práctica habitual era arrojar los cuerpos desde aviones y
helicópteros al Río de la Plata.
Pero como
usted no espera la nota de un indignado bien podría señalarse que cada vez que
se recuerda la noche más oscura de nuestra historia vamos resignificando lo
ocurrido. Para algunos tal tarea de resignificación es un intento avieso de
tergiversación que la facción gobernante ha impulsado como parte de un plan
maquiavélico de autolegitimación. Sin embargo, me parece más razonable pensar
que dado que ni la memoria individual ni la colectiva son estáticas, estamos
asistiendo simplemente a la observación del movimiento dinámico de la memoria,
aquel que tras un “primer momento” en que hizo énfasis en la responsabilidad de
los militares, ha ido avanzando hasta tener una mirada más general que incluye
la complicidad civil y el vínculo directo con un plan económico. Así es que el
mensaje de convocatoria “democracia o corporaciones” demuestra que buena parte
de la sociedad argentina prefiere comprender el episodio del golpe de Estado
desde su raíz profunda, una raíz que tiene continuidades y retoños.
Este punto
resulta tan interesante como el de la disputa cultural que se manifiesta en el
plano discursivo. Pensemos, si no, lo que ha costado, y lo que cuesta, establecer
como principios fundacionales de nuestro pacto de convivencia las ideas de
Memoria, Verdad y Justicia. Usted dirá que, de tanto repetirse, esta frase
pierde la potencia original que, además, se daba en el marco de gobiernos
constitucionales que habían establecido leyes de impunidad. Sin embargo, ahora
sí, hay que dejar la indignación a flor de piel y las semiosis de tapas para
indagar más profundo en lo que aquí está en juego.
Pues está
claro que nadie públicamente puede oponerse a que exista “Memoria”, a que se
sepa la “Verdad” o a que se haga “Justicia”. Ni siquiera los acérrimos
defensores de los genocidas se oponen a estos principios pues está claro que
ninguna sociedad puede constituirse desde el olvido, la mentira y la
injusticia. Sin embargo, se acude a una operatoria mucho más sutil y dañina. Porque
las usinas del pensamiento reaccionario con complicidad de idiotas útiles
vienen intentando instalar un conjunto de ideas que acaben minando la
legitimidad de estos valiosos principios. En este sentido, como se indicaba
anteriormente, a la “Memoria” no se le opuso el “Olvido” sino el “Futuro”.
Interesante operación de sustitución a la cual nadie puede oponerse. ¿Acaso se
puede estar en contra del futuro? El punto es que esta apelación al futuro como
sustitución de una memoria que es presentada como atadura al pasado, tiene la
misma consecuencia que el olvido. Así, quienes hacen una apelación zonza al
futuro, esto es, quienes simplemente refieren al futuro como aquello sin ningún
contenido ni finalidad y que solo sirve para dejar atrás lo que ocurrió, están
proponiendo un olvido de facto.
Algo similar
sucede con la “Verdad”. Allí, los sectores defensores de genocidas luchan por
instalar la idea de una “verdad (o memoria) completa”. Como usted bien sabe,
estos sectores indican que se está contando “la mitad” de la historia, una
“media verdad” que es igual a una “media mentira”. Así, habituados a las apropiaciones,
hacen suya la idea de que la “historia la escriben los que ganan” para afirmar
que los militares sufren las consecuencias de haber sido los “derrotados
culturales” una vez que el “setentismo kirchnerista” llegó al poder. Pero como
la idea de “media verdad” o “igualdad en las culpabilidades” se apoya en la
bien criticada “teoría de los dos demonios”, hoy asistimos a una nueva
operación de sustitución. Una vez más, nadie públicamente se puede oponer a la
Verdad. Lo que dicen es que una política de Estado que se propuso el fin de las
leyes de impunidad y ha llevado a centenares de genocidas a juicio cuyas
sentencias se cumplen en prisiones comunes, es un “Relato”. Tal categoría es
funcional para criticar a la administración kirchnerista por izquierda y por
derecha ya que también permite afirmar que los Kirchner se han “apropiado” de
la “bandera” de los DDHH que, aparentemente, había sido registrada por la
izquierda trotskista en un sistema particular de patentes ideológicas.
Para
finalizar, tómese en cuenta lo que sucede con la “Justicia”. Aquí la operación
del progresismo republicano que trabaja para las corporaciones no tiene empacho
en reproducir que lo que se está cometiendo contra los militares es una “Venganza”.
Tal presentación supone que los militares son perseguidos políticos por una
facción (el neomontonerismo kirchnerista) que se ha apropiado del poder. Como
se puede observar, dado que no se debe permitir que la venganza se realice
desde el Estado, lo que subyace a esta acusación es enormemente peligroso
porque justificaría todo intento de desestabilizar a un gobierno que tiene
legitimidad de origen y de ejercicio por más de 10 años.
Por ello hay
que tener cuidado, pues “Futuro, Relato y Venganza” no vienen nada más que a
embarrar a perpetuidad un capítulo de la historia que la Argentina está
saldando en los tribunales, sino que busca sustituir el “Memoria, Verdad y
Justicia” para reinstaurar una base cultural capaz de volver a ser cómplice,
por acción u omisión, de un autoritarismo al que le queremos seguir diciendo
“Nunca más”.