martes, 17 de noviembre de 2020

Hacer a América global otra vez (publicado el 11/11/20 en www.disidentia.com)

 

“Muerto el perro se acabó la rabia”. Esa parece ser la lógica de buena parte de los análisis de las elecciones en Estados Unidos. Trump sería así una suerte de outsider oportunista que se alzó con el poder y creó una grieta política, social, racial, cultural e ideológica que sumió a la principal potencia del mundo en un mal sueño de 4 años. Nadie sabe cómo llegó allí pero ahora “está muerto” y la política estadounidense podrá volver a la alternancia bipartidista sin mayores estridencias. ¿Es esta lectura correcta? Me temo que no, o en todo caso solo acierta en el carácter outsider de Trump. El resto confunde deseo con diagnóstico. Porque Trump era el síntoma y no la enfermedad; un síntoma que corrió el velo y dejó expuesto todo. Esto no significa hacer de Trump un hombre virtuoso ni mucho menos. De hecho, quizás haya sido su narcisismo el que lo haya llevado a exponer, en la disputa contra sus adversarios, una radiografía de Estados Unidos. Pero no hagamos psicología barata…  

De todo aquello que Trump expuso, lo más sorprendente fue cómo dejó al descubierto el modo en que Silicon Valley, en tanto poder fáctico, establece las condiciones de la libertad de expresión. Efectivamente, subidos a una cruzada contra las fake news y los “mensajes de odio”, una casta de guardianes del buen decir cuyo nombre propio se desconoce impone una nueva moral pública. Algunos meses atrás Trump se lo había advertido a Twitter: o blanquean que tienen editores y entonces son un medio de comunicación más que debe atenerse a las reglas que le competen a un medio de comunicación, o dejan que la red social se autoregule y que cada uno diga lo que quiera aun cuando ese mensaje pudiera ser falso o pudiera ofender a alguien. Pero la suerte ya estaba echada: el presunto paraíso de la neutralidad de Twitter, Facebook, etc. desapareció el día en que estas megaempresas contrataron sus propios editores. Sumemos a esto a las grandes cadenas cortando el discurso en vivo de Trump o utilizando un graph en que editaban o respondían lo que él indicaba y la insólita situación por la cual, a casi una semana de la elección, Biden se ha transformado en el “presidente proyectado”. ¿Qué es esto de “presidente proyectado”? Como ustedes saben, más allá del conteo final y de denuncias de fraude a partir de situaciones sospechosamente anómalas, casi con total certeza, es un hecho que Biden será declarado presidente. Sin embargo, al momento en que escribo estas líneas aún no lo es. Por lo tanto, han sido las grandes cadenas las que han determinado que Biden es un “presidente proyectado”. A juzgar por el modo en que, salvo alguna excepción, todo el mapa de medios, analistas y encuestadores incluso ya en 2016, pero más aún en 2020, jugó contra Trump, podría decirse que Biden (o cualquier candidato demócrata) era el “presidente proyectado” por el mapa mediático desde hace mucho tiempo. Y la realidad no podía arruinar semejante proyección.    

Otro velo que Trump corrió es el de cierta hipocresía respecto de la defensa de la diversidad. Porque los discursos de la diversidad seleccionan diversidades como si hubiera identidades que no cumplen requisitos, o diversidades más diversas que otras. La diversidad religiosa estadounidense no califica como sujeto de la diversidad ni tampoco la identidad de los trabajadores que históricamente se sintió representada por los demócratas. Eso supone un problema: hay una mitad de los Estados Unidos fuertemente arraigada a la tradición, la religión, la familia, incluso en el derecho a la portación de armas y a ideas claramente de derecha pero todo ello es puesto en una misma bolsa en tanto “diferencia” que no será tolerada. Hay buenas razones para justificar ello y aquí estoy lejos de decir que todo es lo mismo o subirme a la agenda del Tea Party porque también sabemos los problemas que puede traer a la tolerancia tolerar a los intolerantes pero Trump obtuvo 70 millones de votos y allí hay una diversidad importante. ¿O acaso creemos que la mitad de los Estados Unidos reeditaría el Ku Klux Klan y saldría a matar negros o a sojuzgar mujeres? Algunos sí, pero la gran mayoría no. Repitámoslo: la mitad del país votó a un candidato como Trump. Y eso es mucho. En esos 70 millones hay votos de pobres, mujeres, negros, latinos, trabajadores, etc. que no se sienten representados por los demócratas y que no son unos fascistas locos. Muchos de ellos simplemente entienden que las políticas y los discursos globalistas no han traído beneficios para sus comunidades y prefieren al magnate outsider porque están hartos de la política, del establishment, de la corrección política, de los grandes medios. Nos hemos acostumbrado a desacreditar a los votantes de Trump pero son sospechosamente muchos y fueron muchos a pesar de la euforia de Wall Street tras el triunfo de Biden y de que probablemente lo hayan vencido porque la elección se dio en medio de una pandemia que, por supuesto, no fue manejada con prudencia pero que, de no haber existido, hubiera cambiado la suerte del republicano.

¿Por qué esta diversidad no califica de diversa como para ser respetada? Porque el discurso relativista allí demuestra que no es tal y las diferencias entre izquierdas y derechas son llevadas al terreno moral y cognitivo. No se trata de ideas o agendas en pie de igualdad sobre las que se discute políticamente. Más bien se las presenta como ideas evolucionadas e involucionadas que circunstancialmente discuten en un mismo tiempo histórico pero que corresponden a distintos tiempos. Hay nuevas ideas que en tanto tales son buenas. Son las de la agenda demócrata. Esas son diversidades a ser respetadas. Pero hay otras ideas que son consideradas de otros tiempos y entonces son malas. Esa diferencia no es aceptable. Expuesto así no hay disenso democrático sino solo civilización y barbarie; modernidad o atraso; el otro no es un par con ideas que interesa discutir sino solo alguien que está fuera de tiempo en este tiempo; a ese otro solo le resta aggiornarse o perecer. Presentar esta grieta ideológica en términos de evolución moral o como una evolución cognitiva por la que hay una mitad, la de las globalizadas costas oeste y este que tiene un desarrollo cognitivo superior a ese Estados Unidos profundo presuntamente arcaico o ignorante del centro, es otra de las formas de entender el enfrentamiento como la disputa entre amigos y enemigos y supone la deshumanización del enemigo. Si el otro solo es un inmoral, o un bárbaro atrasado pierde en tanto tal su condición de humano y se lo debe vencer o hacer callar.

Por último, vinculando con lo que decíamos al principio, quedarse con los modos de Trump, sus actitudes pretendidamente racistas, homofóbicas o misóginas que horrorizan a Hollywood es quedarse en la superficie. Seguramente todo eso era Trump pero el establishment no se oponía a Trump por esas razones, lo cual no lo hace ni un hombre de izquierda ni un revolucionario. Es que aunque haga falta aclararlo, no se trata aquí de defenderlo a Trump. Pero hay que decir que si bien Trump benefició con baja de impuestos a los ricos, también se opuso a la destrucción del empleo y a la precarización que impuso la globalización en Estados Unidos. Fue eso lo que lo transformó en el demonio y sus exabruptos, sus caprichos, su vehemencia, su radicalización, sirvieron la mesa para que la maquinaria de destrucción pública hiciera el resto. Así, estar en contra de la globalización al modo Trump, que es muy distinto a los modos de estar contra la globalización en otros países, lo ubicó inmediatamente en la categoría de “populista” que es extraordinaria porque, como incluye izquierdas y derechas, sirve para estigmatizar todo aquello que ose desafiar los valores del sistema.

Con Biden regresará el multilaterialismo y se irradiará fuertemente la agenda progresista a nivel mundial a través de instituciones, organismos, ONG, etc. #Blacklivesmatter será bandera, algo que desde aquí no puedo más que celebrar pero también me gustaría advertir que hay muchos trabajadores y pobres que no se sienten representados por esa agenda incluso siendo negros. Es una tontería que unas vidas, las negras, excluyan a las otras, pero es evidente que poner el eje en pobres y trabajadores socavaría la distribución económica del capitalismo actual. Y eso sí importa, especialmente a los que se benefician de esa distribución.   

Trump se va exponiendo una división que él ayudó a exacerbar pero que lo precedía. También se va tras promover un fenómeno de tensión y movilización política como pocas veces se vio en la historia con récord de participación en las urnas. Efecto, claro, de la pasión a favor y en contra que generó, pero efecto de politización al fin. Veremos cómo resuelve su interna el partido republicano ya que hay buenas probabilidades de que Trump no tenga una nueva oportunidad. Sin embargo, imagino que la grieta que ya existía seguirá existiendo por más que se intente regresar a la paz de la alternancia de un sistema bipartidista con presidentes que, de uno o del otro lado, buscan surfear olas antes que generarlas. La única diferencia será que la polarización no estará expuesta en los medios. La oposición a las políticas de Biden serán subterráneas y no tendrán una categoría especial en Netflix, Disney ni HBO; tampoco habrá discursos antidemócratas en alfombras rojas. Las mentiras lanzadas desde el poder no tendrán una “advertencia” para desprevenidos en Twitter y cada vez que el gobierno demócrata vuelva a su tradición de impulsar guerras se nos recordará el beneficio de tener una vicepresidenta mujer afroamericana con madre inmigrante india aun cuando las guerras no se transformen en más justas ni menos dañinas por esa razón. Si la bandera de Trump era “Hacer a América grande otra vez”, la bandera de Biden podría ser “Hacer a América global otra vez”.     

 

martes, 10 de noviembre de 2020

La revolución (individualista) de mayo del 68 [publicado el 28/10/20 en www.disidentia.com]

 

Habiendo transcurrido ya más de cincuenta años de uno de los episodios sociales y políticos más conmocionantes de la última mitad del siglo XX, el mayo del 68 se encuentra presente como nunca. Efectivamente, intelectuales de distintas tradiciones coinciden en que la configuración actual del mundo no puede comprenderse sin profundizar en aquel conflicto que paralizara la capital francesa. Sin embargo, cada vez empiezan a aparecer más voces, por izquierda y por derecha, realizando lecturas críticas o al menos fuera de la perspectiva estándar que entendía que allí comenzó una suerte de revolución cultural de izquierda y anticapitalista cuya consecuencia sería la hegemonía de un “marxismo cultural”.

Para ser estrictos, habría que decir que si bien existieron voces críticas a lo largo de estos años, (véase, por ejemplo, el libro de Serge Audier, El pensamiento anti-68. Ensayo sobre los orígenes de una restauración intelectual), el clima de época y la irrupción de una neoizquierda que lleva adelante la bandera de las políticas identitarias, ha generado nuevas revisiones. Así, no necesariamente desde el punto de vista reaccionario o conservador, son muchos los que advierten que el mayo del 68 acabó siendo una revolución burguesa e individualista que significó la sepultura de la clase social como sujeto político en detrimento de las identidades múltiples que no encajaban en los patrones de la norma. En este sentido, en los últimos años aparecieron dos libros que, a pesar de provenir de tradiciones opuestas, coinciden en el diagnóstico. El primero pertenece a Daniel Bernabé, fue publicado en 2018 y se llama La trampa de la diversidad. Allí, desde un enfoque de izquierda más tradicional, el autor advierte que el mayo del 68 no pretendió ser una revolución anticapitalista, más allá de la circunstancial presunta coincidencia de intereses entre trabajadores y estudiantes. Se trató más bien de una disputa generacional que apuntaba a quebrar definitivamente buena parte de los valores de la sociedad de posguerra que ponían dique a un conjunto de ideas que pugnaban por imponerse. La salida libertaria, entonces, fue una salida individualista. Los sindicatos, como la familia, la religión y toda jerarquía, eran estructuras e identidades que constituían un pasado con el que era preciso acabar. La imaginación al poder no era la imaginación de una construcción colectiva sino la del individuo hedonista. Según Bernabé, en la página 61 de la tercera edición de Akal: “Las características insurreccionales de la juventud europea y norteamericana no estaban enfocadas hacia unas reclamaciones centradas en el ámbito laboral o de progreso social (…) La cuestión no era lograr un mejor salario o más vacaciones (…) sino más bien vehicular políticamente un descontento abstracto contra el proyecto de la modernidad”.

Otro aspecto que está presente en el texto de Bernabé es que el 68 y los tumultuosos años sesenta en general dieron lugar a la juventud como generación y como sujeto político en un mundo en el que de la infancia se pasaba a la madurez sin transición alguna. Pero aquí, una vez más, podría agregarse que esa irrupción que en Europa y en Latinoamérica incluso llevó a la lucha revolucionaria a muchos jóvenes, se transformó años después en decepción o en sumisión a lo que ya aparecía como la aceleración de una nueva etapa del capitalismo que se basaría, más que nunca, en la eliminación de todo tipo de límite. Así, en una sociedad donde la juventud ya no es una edad sino una forma de consumir que en tanto tal se puede ampliar hasta límites insospechados, se hizo necesario, por un lado, el globalismo para acabar con las fronteras nacionales y, por otro lado, fragmentar los reclamos en múltiples identidades de las cuales se pueda entrar y salir a voluntad. 

Pero les comentaba que el texto de Bernabé no es el único que avanza en esta interpretación. Del otro lado del arco ideológico, desde una perspectiva que podríamos denominar de un “populismo de derecha o conservador”, Adriano Erriguel publica en 2020, a través de Homo Legens, Pensar lo que más les duele. En la página 36 de ese libro se puede leer que “Mayo de 1968 inauguró una época inédita: la transgresión como dogma y la rebeldía como nueva ortodoxia. Una “rebelocracia” –en palabras de Philippe Muray- que exalta sus propias contradicciones, las comercializa y las fagocita. Mercado global, domesticación festivista y educación para el consumo: los signos definitivos de nuestra época. En este sentido mayo de 1968 fue una revolución para acabar con todas las revoluciones”.

Tal como indicaba Bernabé, para Erriguel, la revolución para acabar con las revoluciones hizo que el progresismo reemplazara al viejo aparato comunista y a la clase trabajadora. Muchos creían que se trataba de la revolución comunista y que estaba en juego la propiedad de los medios de producción. Sin embargo, como indica Erriguel a través de Marcello Veneziani, el 68 fue una revolución contra los padres y no contra los patrones; una revolución que a su vez ya estaba prefijada por los valores americanos de los años 60. Podría decirse, en este sentido, que Estados Unidos exportó su revolución del siglo XX a París.

De la gran cantidad de bibliografía citada por Erriguel me gustaría mencionar cuatro referencias que considero relevantes. En primer lugar, Michel Clouscard, cercano al partido comunista francés, quien habría sido el primero en analizar el mayo del 68 como contrarrevolución liberal y quien arroja una clave de lectura que puede llegar hasta nuestros días. Es que como se indica en la página 43 del texto citado, para Clouscard, el nuevo modelo de consumo impulsado por el plan Marshall necesitaba “acelerar la ruina de los antiguos valores burgueses e instaurar un modelo hedonista y permisivo. Solo desde este prisma cabe entender la función auxiliar desempeñada por los filósofos de cabecera del sesentayochismo: Marcuse y su ‘nuevo orden libidinal”, Deleuze y sus ‘máquinas deseantes’, Foucault y su teoría de la sexualidad. Todos ellos serían los animadores de un proceso cultural destinado a presentar como revolucionario un modelo de consumismo transgresivo que, en el fondo, sólo respondía al arribismo de las nuevas clases medias”.

La segunda referencia es Regis Debray, quien acompañara al Che Guevara en su aventura en la selva boliviana y resulta insospechado de “conservador”. Debray, en el año 78, afirma que el mayo del 68, antes que una revolución, fue un ajuste del sistema. Y si de referencias que difícilmente puedan verse como “de derechas” se trata, Erriguel trae aquel pasaje de Pier Paolo Pasolini donde el italiano indica que entre los estudiantes burgueses e individualistas del 68 y la policía, prefería a la policía porque ésta última representa y está conformada por gente del pueblo.

La cuarta referencia, y no es casual que Erriguel lo mencione varias veces, es central para comprender el recorrido de la degradación del sujeto revolucionario del 68 hasta nuestros días. Hablo de la novela Las partículas elementales, perteneciente a Michel Houellebecq. Allí se narra la historia de dos medio hermanos atravesados por su relación con una madre abandónica que contando ya largos 60 abriles nos muestra en qué se ha convertido la comunidad hippie en la cual se ejercía el amor libre y la experimentación con sustancias psicodélicas mientras se abrazaba sincréticamente elementos del hinduismo. Lejos de cualquier revolución, aquella comunidad devino una institución donde se brindan talleres New Age para grandes empresas y acaba funcionando como un espacio de sexo casual para baby boomers que se resisten al paso del tiempo.  

Para concluir, digamos que si los diagnósticos de Bernabé y Erriguel están en lo cierto existiría allí una base desde la cual seguir reflexionando y un elemento para comprender la enorme confusión entre las derechas y las izquierdas en la actualidad. ¿Qué triunfó entonces en el 68? ¿El denominado “marxismo cultural”? ¿O el sujeto funcional a la etapa más feroz del capitalismo? ¿Se trató de una revolución liberal que pocos advirtieron? ¿Fue la revolución para que no haya más revoluciones, el verdadero fin de la historia? Para Bernabé las políticas identitarias de la diversidad son una trampa para la verdadera izquierda y para Erriguel el legado ideológico del 68 es hoy transversal a la derecha y a la izquierda en un mundo en el cual la derecha le compra a la izquierda sus políticas identitarias y su “cultura” de la corrección política, y la izquierda le compra a la derecha su política económica. Quién gana y quién pierde en esa transacción podemos discutirlo. Lo que parece seguro es que la vida en sociedad no pasa por su mejor momento.         

Gente enojada (y bastante confundida) [Editorial del 7/11/20 en No estoy solo]

 

Periodistas que militan contra una vacuna por ser rusa; periodistas que defienden una vacuna por ser rusa; periodistas que llaman “rusa” a una vacuna hecha en Rusia pero no llaman  “inglesa” a una vacuna hecha en Oxford; gente que toma dióxido de cloro pero le teme a una vacuna; entrevistados que ya se sabe qué van a decir; entrevistadores que ya se sabe qué van a preguntar; un gobierno que está a favor y en contra; una oposición que está en contra; muertos de coronavirus que ya no importan; picos, curvas y amesetamientos de gente protestando contra la cuarentena en la calle; finalización de la cuarentena que no existía en el peor momento de la pandemia; una corte suprema que falla de modo tal que nadie sabe si estar enojado o contento; progresistas que no pueden justificar un desalojo por orden judicial y le echan la culpa al secretario de seguridad porque no es progresista; un secretario de seguridad que se vende como Rambo; populares que prefieren no utilizar la palabra “pueblo”; liberales que prefieren los grupos antes que los individuos; derechas que se izquierdizan; izquierdas que se derechizan; progresistas que resultan conservadores; conservadores que resultan revolucionarios; derechas que van al centro; izquierdas que van al centro; votos que van a los extremos; un pañuelo de un color; un pañuelo del otro; un señor que en la calle vende todos los pañuelos al mismo precio; citas virtuales; soledades reales; las cámaras siempre prendidas; expertos diciendo boludeces; boludos creyéndose expertos; fútbol sin gente; celebraciones a los codazos (más que asepsia, un signo de los tiempos); el derecho a ser explotado desde casa y con wifi; políticos que creen que la riqueza derrama; políticos que creen que todo se resuelve imprimiendo billetes y dando planes; derechas modernas que persiguen premodernamente; izquierdas posmodernas que persiguen premodernamente; gente que milita el libro de un hermano bueno que está enojado; gente que milita a favor del hermano malo sin que nadie les pida tanto; gente que milita una sucesión familiar; una hermana latifundista pero buena bajando de la Sierra Maestra entrerriana; un hermano latifundista y malo poniéndole “Venezuela” a todo; un país donde dicen que se discute la propiedad privada y la reforma agraria; gente que milita el derecho a contagiarse; gente que cree que tomar un café en la esquina es un acto revolucionario contra una infectadura; gente que pasa a la clandestinidad para hacer fiestas; protocolización de la vida; paridades contra la desigualdad; pobres impares; debates nacionales impuestos por el calendario de Netflix; dólar oficial, dólar MEP, dólar CCL, dólar blue, dólar solidario a precio insolidario; gente que se ríe por boludeces; gente que se enoja por boludeces; gente de derecha que cree que los demócratas son de izquierda; gente de izquierda que cree que los demócratas son de izquierda; un magnate populista representando a los trabajadores; trabajadores que se sienten representados por un magnate; un conservador acusado de comunista; la democracia liberal que respeta las minorías con un sistema en el que si ganas por un voto te llevas todos los electores; un país donde el magnate tiene a todos los medios en contra y obtiene casi el 50% de los votos; un país donde votar al magnate es un acto antisistema; demócratas progresistas cancelando en nombre de la emancipación; argentinos que creen que los demócratas son buenos; cadenas privadas de comunicación censurando discursos de presidentes en nombre de la libertad; redes sociales donde se puede opinar libremente todo aquello que esté de acuerdo con los editores; autocensura; corrección política, (o el modo en que la gente piensa una cosa en privado pero no la puede decir en público); hablar sin ofender en una sociedad donde todos están ofendidos; fake periodistas denunciando fake news; debatir sin estar dispuesto a cambiar de posición; decir que es “odio” todo aquello que disiente conmigo; gente muy muy mala; gente muy muy buena; terrorismo vegano ataca carnicerías; judicialización de la política; cuarentenas planetarias; verduleros con derecho a medirte la fiebre; lectores de Foucault creando observatorios para decirte qué hacer; una nueva normalidad que es una mierda; una vieja normalidad que era una mierda también; gente enojada porque no le respetan su derechito; gente enojada: año 2020; gente enojada: Argentina; gente enojada: Estados Unidos; gente enojada: planeta tierra; gente enojada (y bastante confundida).

 

lunes, 2 de noviembre de 2020

Kirchner: azar, ejercicio y el mérito de no escuchar (editorial del 30/10/20 en No estoy solo)

 Salvo sectores recalcitrantemente opositores, una mayoría de los argentinos posee una imagen positiva del gobierno de Kirchner. Algunos lo consideran el mejor de la era democrática y exponen buenas razones para sostenerlo. Y sin embargo, el del Kirchner fue el gobierno signado por al menos tres características inusuales que me interesaría resaltar: su candidatura y su triunfo fue producto del azar o, si se quiere, de la conjunción de variables únicas e irrepetibles; a la inversa del resto de los presidentes ganó su legitimidad en el ejercicio de la presidencia y no en los votos que lo llevaron al gobierno; representó intereses populares pero su diferencial estuvo en su hacer antes que en su escucha. A continuación desarrollaré estos tres puntos.

Kirchner fue el candidato del descarte. Recuérdese bien. Argentina ardía si bien lo peor parecía de a poco estar quedando atrás. Duhalde buscaba ungir un candidato porque él no tenía la legitimidad para presentarse. Nadie quería agarrar la “papa caliente”. Ni Reutemann, ni De la Sota, etc. Todos se cayeron hasta que no quedó otra que acudir al gobernador desconocido de apellido impronunciable cuya intención de voto era del 1%. A Kirchner lo votó apenas el 22% del padrón. La gran mayoría de los que hoy lo celebran no lo votó; la gran mayoría de los que lo votaron lo hicieron sin saber qué iba a hacer: algunos lo votaron porque Kirchner iba a garantizar la continuidad del proyecto de Duhalde y otros lo hicieron ante el horror de lo que había en frente, especialmente Menem y López Murphy. Al país lo había hecho mierda el neoliberalismo y sin embargo las propuestas políticas estaban claramente volcadas hacia propuestas económicas neoliberales. De hecho, recuérdese que entre Menem y López Murphy, quien saliera finalmente tercero en aquella elección, sumaban cerca de 41% de los votos contra los 22% de Kirchner. De hecho hubo enormes operaciones en las últimas semanas para posicionar a López Murphy en el balotaje y eso estuvo muy cerca de suceder. ¿Pero acaso Kirchner no hubiera obtenido una mayor legitimidad en caso de haberse dado la segunda vuelta electoral que finalmente se frustró ante el abandono de Menem? Sí y no. Sí en cuanto a que hubiera obtenido entre un 60% y un 70% de adhesión; pero no en cuanto a que ese porcentaje no era “a su favor” sino “en contra de” el regreso de Menem.

Esto nos lleva al segundo punto. Porque con Kirchner sucedió a la inversa de lo que suele suceder. Los presidentes, máxime en sistemas electorales con balotaje, asumen con un porcentaje de votos que tiene un piso del 50% (en el caso argentino, claro, el piso desciende a 40%). De hecho para eso están pensados. Esto quiere decir que asumen con toda la legitimidad de origen que dan los votos y luego la van perdiendo con el desgaste de la administración. Es decir, el ejercicio va minando esa potencia que daba la legitimidad de origen. El caso de Kirchner fue el contrario. Prácticamente toda su legitimidad la obtuvo en el ejercicio. De hecho en 2007, su espacio, con CFK encabezando, obtuvo el doble de los votos respecto al 2003. Con el tiempo CFK demostró estar a la altura de la responsabilidad y en 2011 el porcentaje aumentó pero seamos justos: ese casi 45% del 2007 corresponde a la gestión del presidente que había asumido con 22% durante la peor crisis de nuestro país. 

Por último, cabe preguntarse cuáles fueron las razones por las que Kirchner duplicó su caudal de votos gobernando. Sin dudas, hay un sinfín de razones pero elijo una que me parece importante y que incluso sirve como ejemplo para la actualidad. Porque todo el tiempo se escucha a los analistas e incluso a los políticos hablar de “escuchar” a la gente y de “medir la correlación de fuerzas”. Se instaló que el bueno político es el que escucha a la gente y que aquel que no toma decisiones radicales lo hace porque es un estadista que está esperando el momento en que la correlación de fuerzas lo permita. En lo personal creo que ambas cosas son correctas. Es decir, un buen político debe escuchar a la gente y debe medir correlación de fuerzas. Incluso es un consejo que le daría a cualquier ser humano para llevar adelante relaciones interpersonales. Le diría “escuchá y fijate si te da”. Sin embargo, Kirchner no era un kamikaze pero buena parte de las políticas que le hicieron ganar apoyo, aunque parezca paradójico, no surgieron de “escuchar” a la gente. El movimiento fue inverso. Fue Kirchner el que dijo y fue la gente la que escuchó. Y muchos se dieron cuenta que la propuesta de Kirchner los representaba. El representante excedió su representación y propuso lo que sus representados no le exigían. Si simplemente hubiera escuchado no hubiera hecho lo que hizo y su gobierno probablemente hubiera sido más moderado, en el peor de los sentidos del término. El ejemplo de la política de DDHH es paradigmático. No había en la calle un clamor popular en ese sentido, y el tema parecía saldado, una vez más, en el peor de los sentidos. Sin embargo, él lo pone en agenda y una porción importante de la ciudadanía encuentra allí un motivo que anteriormente no tenía presente.

El rebelarse a ser un político de la escucha se une al otro aspecto recién mencionado. Me refiero a que Kirchner no estaba loco pero entendía que, aun cuando la correlación de fuerzas no dé, a veces hay que actuar. No solo por una cuestión de principios, pues de hecho él era un político bastante pragmático, sino porque, en el actuar, la correlación de fuerzas existente se altera. Si uno debe enfrentarse a un gigante y mide sus posibilidades de imponerse probablemente no actúe nunca. Pero si, independientemente de ello, actúa, la situación inicial se modifica y la correlación también. Quizás un empujoncito hace que el gigante actúe y te aplaste; o quizás ese empujoncito lo hace trastabillar, lo asusta y le impone respeto. No se sabe. Pero medir la correlación de fuerzas a veces es una excusa para no actuar nunca. La diferencia entre la prudencia y la pusilanimidad transita por zonas grises en algunos momentos. 

Un candidato que llegó por casualidad para transformarse en un presidente que asumió sin legitimidad y que hizo la diferencia proponiendo antes que escuchando. Ningún manual de ciencia política podría haberlo advertido y ningún asesor racional lo hubiera sugerido. En un país acostumbrado a la incertidumbre, patear el tablero y salirse del molde a veces puede dar buenos resultados, no solo para quienes lo hacen, sino también para las mayorías.