Muchas veces, desde este espacio,
utilicé el recurso de referencias literarias con la pretensión de ayudar a
comprender un poco mejor la realidad política de nuestro país. Tal estrategia no
es casual pues buena parte de las discusiones de los últimos años utilizan
categorías como relato, tragedia, ficción, metáfora, discurso o épica y hay
quienes sostienen que la construcción política en general y la de los gobiernos
populistas en particular, abusa de los recursos narrativos para acabar
construyendo una suerte de gran escena de irrealidad que se separa de aquello
que verdaderamente sucede en el mundo.
Dicho esto, quisiera adentrarme en
la obra de una figura compleja, difícil, tan impenetrable como sugestiva: Macedonio
Fernández. Y mi idea es utilizar algunos de los elementos que se siguen de su Museo de la Novela de la Eterna para
encontrar tópicos que puedan ayudar a comprender los tipos de discurso de la
oposición política en Argentina.
Para los que no lo conocen,
Macedonio no fue un escritor del establishment, vivió en esa suerte de miseria
elegida propia de un Diógenes vernáculo y su obra comenzó a tener mayor
circulación póstumamente, allá por los años 60.
Macedonio era contemporáneo de Lugones, parte
de esa generación y, sin embargo, respetado por aquellas vanguardias que se
mofaban del autor de El payador
sabiendo que tras escribir “azul” seguramente su próxima frase terminaría con
“abedul”. De hecho, mucho de esa literatura atravesada de metafísica y de
filosofía tan característica de Borges se encuentra prefigurada en Macedonio, a
tal punto que el autor de Ficciones,
escribe en la revista Sur, en ocasión
de la muerte de nuestro autor en 1952, lo siguiente: “Yo, que por aquellos año
lo imité hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía:
Macedonio es la Metafísica, es la Literatura. Quienes lo precedieron
pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio,
versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon hubiera sido una
negligencia increíble”.
En un artículo de hace ya algunos años, Lidia
Díaz, investigadora de la Universidad de Pittsburg recuerda el modo en que allá
por los años 20 Macedonio realizaba tertulias semanales con Borges y otros
jóvenes interesados en la literatura a los que él, como mínimo, doblaba en
edad. Y las anécdotas de esas charlas o de las acciones que surgían de esos
intercambios son dignos de, al menos, un breve comentario.
Se
dice que Macedonio fue abogado fiscal en Misiones pero que lo echaron
rápidamente porque no acusaba a nadie, algo bastante coherente con esa suerte
de anarquismo conservador y antiestatalista que también defendió Borges.
Por otra parte, con claro desprecio hacia los
líderes populares, él y su grupo de jóvenes seguidores iniciaron una campaña no
oficial que proponía “Macedonio presidente 1928” (una afrenta a Hipólito
Yrigoyen) y que tenía una estrategia de campaña insólita: se trataba de
producir una serie de inventos propios de la literatura fantástica con miras a
la generación de un gran desorden en la sociedad. Similar a lo que Borges
planteaba en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, cuando los objetos idealistas de
Tlön comienzan a aparecer y a interactuar con los objetos “reales”, Macedonio
creía que ubicando a lo largo de todo Buenos Aires escaleras inútiles que no
llevasen a ningún lugar o salivaderas que se movieran frenéticamente y que no
permitieran nunca dar en el blanco, lograría que la ciudadanía exija un líder
que llegara para poner orden. Ese líder, claro, sería Macedonio. Pero si con
eso no alcanzase se podrían incluir cucharas apócrifas realizadas con papel
plateado que acabasen disolviéndose una vez que alguien decida revolver el
café, o terrones símil azúcar que fuesen de mármol y que pesaran demasiado como
para romper la tacita de té.
Estas
anécdotas recordaba Ricardo Piglia en una de las clases que fue televisada por
la Televisión pública hace algunos pocos meses. Pero según el autor de Plata quemada, lo más interesante de
Macedonio es su visión de la novela y la propuesta de un tipo de construcción
fragmentario, no lineal. En otras palabras, como sucede en la actualidad con
aquellos que intentan reflexionar acerca de Internet y definen a la web como aquel espacio en el que
prevalece un lector no secuencial y disruptivo que salta de un link a otro, la mirada vanguardista de
Macedonio intentaba plasmar esta idea en la antes mencionada Museo de la Novela de La Eterna cuya
primera edición preliminar fue publicada en 1942 bajo el título Una novela que comienza. ¿Cuál es el
elemento característico de esta obra? Por lo pronto, que consta de 56 prólogos.
Efectivamente, Macedonio propone una novela que siempre promete empezar pero
nunca lo hace. Entusiasma al lector pero luego lo desanima en la página
siguiente. Además, muestra los diferentes puntos de entrada para una misma
obra, algo que en parte se acerca a algunas de las construcciones no sólo de
Borges sino también de Cortázar. La novela siempre está por comenzar, es muy
bien “vendida”, pero se hace esperar y con eso aparece lo que Macedonio
identifica como “lector salteado”, un lector de fragmentos, que no puede
encontrar continuidades ni linealidades. Sólo vuelve una y otra vez por
anticipos de lo que está por venir y no viene.
Según Piglia este tipo de construcción se
inscribe en una disputa literaria entre Macedonio y los escritores de la
tradición realista como Manuel Gálvez quien parece preocupado por tratar de
mostrar el modo en que la realidad puede aparecer en la ficción hasta
prácticamente borrar sus límites. Justamente, Macedonio trabaja inversamente:
busca los elementos de ficción que existen ya en la realidad, lo cual también
borra los límites precisos de una y otra.
Por último, no deja de ser interesante algo
que resalta Piglia y aparece en el “Prólogo final” titulado “Al que quiera
escribir esta novela”. Se trata de una suerte de dispositivo o maquinaria
propuesta por Macedonio para que finalmente sea el lector el que acabe
construyendo su propia novela. Aquí, una vez más, en las primeras décadas del
siglo XX, Macedonio se estaría anticipando a estas propuestas de novelas que
pululan en internet y que ofrecen la posibilidad de formar parte activamente de
la trama. En esta línea, la novela no tiene un final cerrado sino abierto al
lector, es una obra que se constituye con él y que recomienza y se modifica con
cada nuevo punto de vista como bien mostraba Borges en “Pierre Menard, autor
del Quijote”.
Bajo
este espíritu macedoniano y aprovechando que llegando fin de año usted puede
tener más tiempo para la lectura, le propongo, para finalizar, que sea usted
mismo el que encuentre los vínculos entre las descripciones precedentes y la
lógica de los discursos de la oposición en Argentina. Le daré algunas pistas en
forma de pregunta. ¿No le parece, por ejemplo, que asistimos a un relato en el
que todo el tiempo se prometen catástrofes por venir, prólogos de desastres
anunciados y sin embargo, éstos nunca llegan? ¿No está la opinión pública
inmersa en una narrativa fragmentada que no encuentra linealidad ni
contextualización ni historización, sino sólo noticias de la inseguridad de hoy
y de la corrupción de mañana?
Creo que con estas
pistas el cierre de la nota bien puede hacerlo usted mismo. Le doy una semana
para que lo ensaye y en el próximo número le ofreceré mi propia mirada al
respecto.
(continuará la próxima semana)