El espacio de
la opinión pública está plagado de lugares comunes y debates ficticios que
suelen encorsetar a la sociedad en posiciones irreductibles incapaces de tender
puentes. Uno de los principales ejemplos en este sentido es el de la discusión
alrededor de lo que algunos denominan “inseguridad” y pone de un lado a
sectores punitivistas y, del otro, a los denominados “garantistas”. Cada uno de
los sectores suele caracterizar al otro de forma caricaturesca de modo tal que
los punitivistas son presentados como una rémora de la dictadura que busca
encarcelar pobres y, si es posible, dictarles la pena de muerte, y los
garantistas son vistos como un sector social que por exceso de psicoanálisis o
vaya a saber qué cosa, de repente, está a favor de los delincuentes y pretenden
abolir toda pena. Claro que hay punitivistas fascistas que celebrarían una
sociedad militarizada que ajusticie a los relegados en la carrera meritocrática
y también debe haber algún progre que hace desaparecer la voluntad individual y
adjudica toda acción humana a la desigualdad social para de ello derivar que
ningún delincuente es culpable, pero son los menos y solo son funcionales a los
debates televisivos deseosos de fanáticos.
En este marco
de posiciones caricaturizadas es que se discute sobre la inseguridad y si esta
resulta o no una sensación. Pero tal debate solo puede sostenerse por la supina
ignorancia de los interlocutores porque la inseguridad es siempre una sensación
y los que advierten sobre la existencia de la misma no afirman la inexistencia
de crímenes o robos. Más bien lo que indican es que hay una desproporción entre
la sensación subjetiva que tenemos los ciudadanos y el riesgo objetivo y
concreto que tenemos de sufrir algún hecho delictivo. Porque la inseguridad no
roba ni mata sino que son los ladrones y asesinos los que lo hacen. En todo
caso, cabría decir que cuando nos enteramos que hay robos y muertes nos invade
una sensación de inseguridad que es variable en cada uno de nosotros y que
depende de un montón de circunstancias. Pero no hay una relación de causa y
efecto objetiva entre lo que sucede realmente y lo que sentimos. Si así fuera,
probablemente debiéramos sentirnos más inseguros de subir a un auto pues la
cantidad de muertes que hay por accidentes viales es de aproximadamente el
doble en relación a las muertes que se producen por homicidio. Esto quiere
decir que objetivamente hay más posibilidades de morir en una ruta y, sin
embargo, por alguna razón, nos sentimos más seguros andando arriba del auto que
caminando por una calle oscura.
Pero retomar
esta discusión que vuelve una y otra vez es importante en la medida en que, el
último domingo, los diarios nacionales de mayor tirada, coincidieron desde sus
tapas en afirmar que la inseguridad volvía a ser la principal preocupación de
los argentinos. Casualmente la encuesta se hace una semana después de que los
medios de comunicación postergaran la agenda de los tarifazos, la desocupación
y los casos de corrupción, para cubrir ubicuamente cualquier hecho de robo,
presunta justicia por mano propia o muerte en alguna fiesta. En todo caso, la
encuesta, más que determinar qué es lo que le preocupa a los argentinos debiera
servir para demostrar una vez más que los medios de comunicación quizás no
logren determinar exactamente qué es lo que pensas pero sí son muy efectivos
para instalar la agenda sobre aquello de lo que se “debe” hablar.
¿Esto
significa que todo es un invento de los medios? ¿Si hay sensación quiere decir
que no hay delitos ni asesinos? ¡Claro que no! Lo que simplemente pretendo
resaltar es que la sensación subjetiva de inseguridad no parece adecuada a los
riesgos objetivos existentes y que tal desproporción tiene causas.
De hecho, si
bien existe discrepancia acerca de cómo medir los datos duros de asesinatos, la
evolución de los últimos años muestra que Argentina tiene índices similares a
los de Uruguay y Chile, (dos países que para la media tilinga de los
comunicadores son el modelo a seguir), y que Brasil, el destino más elegido
para las vacaciones de los argentinos, tiene un índice de homicidios que, como
mínimo, triplica al de nuestro país. Asimismo, insisto, más allá de las
controversias en torno a las mediciones, ninguna indica que, en la actualidad,
Argentina tenga un índice de homicidios dolosos mayor al de fines de la década
de los 90. Sin embargo, la “sensación” es que cada vez hay más y que la ola es
imparable. Pero objetivamente no lo es, lo cual, claro, no quiere decir que
todo esté bien ni que nos resulte indiferente observar el robo y la muerte de
cada día.
Y ya que
hablamos de Chile, hace poquito tuve acceso a la presentación de dos
periodistas encargados de conducir el noticiero de CNN en su versión chilena. Los
conductores se preguntaban qué estaba pasando en la sociedad trasandina tras
dar con los resultados de una encuesta que indicaba que la criminalidad en
Chile había bajado un 4% y que, sin embargo, la sensación de inseguridad había
aumentado un 7%. Es más, una encuesta de Ipsos para varios países de
Latinoamericana, mostraba que, en Argentina, el 20% de los encuestados había
afirmado haber sido objeto de algún delito pero al momento de salir a la calle
el 75% se sentía inseguro. De hecho, según esta encuesta, los argentinos se
sienten más inseguros que los mexicanos, a pesar de que el país del norte cuenta
con la espeluznante cifra de aportar nueve ciudades al ranking de las cincuenta
más peligrosas del mundo.
Asumir que la
sensación de inseguridad no guarda relación con las probabilidades reales de
ser objeto de una conducta delictiva no soluciona nada pero sí permite advertir
que una sociedad en estado de pánico probablemente opte por soluciones
punitivistas al grito de “el que mata debe morir” y bajo la suposición de que
el endurecimiento de penas resultará disuasivo, lo cual es probadamente falso.
Por otra parte, está demostrado que cuando los indicadores sociales mejoran, el
índice de criminalidad baja pero evidentemente no es esa la única variable
porque la última década ha generado una evolución objetiva de todos los índices
y sin embargo la criminalidad no ha bajado todo lo que se esperaba. La
respuesta está, probablemente, en que, en general, vivimos en sociedades más
violentas donde existen ajustes de cuentas mafiosos vinculados al narcotráfico y
donde la mayoría de los homicidios no se da por “la inseguridad” sino por
disputas entre conocidos. Efectivamente, en alrededor del 80% de los homicidios,
víctima y victimario se conocían previamente. A esto hay que agregarle la
proliferación de armas, un código procesal a modificar, el entramado policial y
la pésima situación de los presidios aun cuando las estadísticas muestran que,
por ejemplo, en los internos que estudian en la cárcel la tasa de reincidencia
es tres veces menor que la de los internos que no estudian.
Como
se ve, la cantidad de temas a discutir en torno a la problemática del delito en
la Argentina es enorme. Pero hay una cosa que debe saldarse de una vez: el
delito existe e incluso puede ir en aumento pero la inseguridad es siempre una
sensación que obedece a diversos factores algunos de los cuales pueden no ser
amenazas reales. Seguir discutiendo sobre ello va a generar otra sensación que,
en este caso, se corresponderá con la realidad concreta. Me refiero, claro
está, a la sensación de estar perdiendo el tiempo.