Este jueves 9 de abril se
cumplieron 66 años de aquel mítico discurso de Juan Domingo Perón en el I
Congreso Nacional de Filosofía, realizado en Mendoza. Las palabras que el por
entonces presidente de la nación incluyera allí, pasarían a la posteridad bajo
el título “La Comunidad organizada” y conformarían un texto fundacional del
justicialismo el mismo año en que se lograba la reforma constitucional.
Aquel congreso fue especial no
solo por el momento histórico en el que se realizó sino por la asistencia de
figuras de renombre internacional, entre ellos, Karl Löwith, Nicola Abbagnano,
Francisco Miró Quesada, José Vasconcelos y Hans-Georg Gadamer. Por otra parte,
si bien no pudieron asistir, Benedetto Croce, Nicolai Hartmann, Karl Jaspers,
Gabriel Marcel, Bertrand Russell, Ludwig Klages y Julián Marías fueron algunos
de los filósofos, de inmenso prestigio internacional, que participaron enviando
ponencias a un Congreso que contaría con el inusual cierre de un Presidente de
la Nación.
Sobre el discurso de Perón, que
duró casi una hora, se ha hablado bastante, incluso poniendo en tela de juicio
que haya sido escrito por él pues si bien el líder justicialista tenía lecturas
y una cultura muy por encima de la media de los gobernantes, enfrentar a la
elite académica en “su territorio” parecía una tarea temeraria. Con todo, a
favor de la autoría de Perón está el hecho de la desmedida cantidad de citas,
muchas de ellas imprecisas o descontextualizadas, y una cierta afección a la
exposición maniquea de algunos tópicos caros a la historia de la filosofía, errores
propios de quien no es un experto y acude a ese recurso de forma ad hoc y en función del perfil del
auditorio. En orden de aparición, la lista de filósofos citados por Perón, es
la siguiente: Demócrito, Parménides, Platón, Sócrates, Anaximandro, Protágoras,
Santo Tomás, Spinoza, Descartes, Voltaire, Leibniz, Empédocles, Hobbes,
Aristóteles, Spencer, Humboldt, Hegel, D´Alembert, Antístenes, Kant, Fichte,
Berkeley, Bergson, Schelling, Heidegger, Kierkegaard, Keyserling, Klages, Vico,
Maquiavelo, Grocio, Montesquieu, Rousseau. Y como si esto no alcanzase, Perón
también refiere a figuras históricas o referentes de otras disciplinas, a
saber: Alejandro Magno, Hesíodo, Victor Hugo, Comte, Darwin, Eurípides y
Rabindranath Tagore.
Asimismo, los estudiosos de la
historia de las ideas discuten acerca de cuál pudo haber sido la influencia del
filósofo argentino Carlos Astrada en este discurso de Perón. Hay quienes
afirman que en El Mito gaucho,
publicado por Astrada en 1948 (es decir, antes que virase hacia posiciones
marxistas y maoístas tal como se expresa en la segunda edición, allá por 1964),
está preanunciada la argumentación que Perón utilizaría para defender su idea
de tercera posición. Pero el alto nivel especulativo de aquel texto y la
virulenta crítica al cristianismo con ademanes nietzscheanos de Astrada incluso
durante su adscripción abierta al peronismo, merece, como mínimo, matizar esa
hipótesis más allá de que el sesgo de los invitados al Congreso pudiera dar la
pauta de un triunfo de la línea existencialista astradiana en detrimento de los
defensores de la tradición tomista.
Yendo específicamente al
discurso, las primeras líneas revelan aspectos a tomar en cuenta. Por un lado,
vinculado a lo anterior, Perón aclara que no tiene la pretensión de hacer
filosofía pura y, por otro lado, hace una analogía con Alejandro Magno
(discípulo de Aristóteles) para marcar la relación entre el hombre que toma las
decisiones, y la filosofía, relación, por cierto, repleta de antecedentes desde
aquel “Siglo de Pericles” hasta nuestros tiempos. Sobre este punto, lo primero
que uno recuerda es a Maquiavelo y su relación con los Medici, pero ya Platón
en su Carta VII mostraba que la
relación entre la filosofía y el poder formal y real, venía de mucho tiempo
antes (más allá de que las peripecias por las que tuvo que pasar el discípulo
de Sócrates en su viaje a Siracusa a pedido de Dión, demostró los riesgos que
se asumen cuando alguien decide hablar con la verdad frente al poderoso).
Otro elemento a destacar de esas
primeras líneas es que Perón observa la necesidad de desarrollar las ideas que
sustentan la tercera posición de la doctrina justicialista y que, a decir del
General, están incorporadas en la, por aquellos años flamante, Constitución que
reemplazaba a aquella de sesgo liberal inspirada en el pensamiento de
Alberdi.
La idea de tercera posición,
generalmente desprestigiada y vista como mero pragmatismo y estrategia, tenía
en Perón fundamentos claros y aparecía como el intento original de superar la
división de un mundo que enfrentaba al capitalismo con el comunismo en una
tensión que llegaría hasta 1989. Pero Perón va mucho más allá de la coyuntura
de esa primera mitad del siglo para hacer una lectura de los 2500 años de filosofía
occidental con varias particularidades y encarando nociones centrales de la filosofía
política como las definiciones de Verdad, Hombre, Estado, democracia y lucha de
clases, en el marco de una Filosofía de la Historia. Sin embargo, el principal
motor para avanzar hacia la tercera posición pareciera ser el de la superación
de una serie de tópicos que a lo largo de la historia de la filosofía han aparecido
en forma de dilemas, a saber: espíritu o materia, e individuo o comunidad.
Tomando este último, según Perón, ha llegado el momento de avanzar en una
doctrina que pueda conjugar el individualismo y la mirada comunitaria. En esta
línea, por momentos, realiza una lectura hegeliana que se puede observar en varios
elementos pues aun sin hablar de una dialéctica que lo comprometería con una
mirada de la política como confrontación y tensión, para Perón, al igual que
para el autor de la Fenomenología del
Espíritu, en los griegos se halla el momento de prevalencia de la comunidad
por sobre el individuo, una igualdad abstracta en torno a la comunidad que no
da lugar a la individualidad. Sería el momento de lo que Benjamin Constant,
allá por 1819 llamaba “libertad de los antiguos”, caracterizada por ser un tipo
de libertad como autonomía, es decir, una libertad vinculada a la pertenencia
comunitaria y a la decisión mayoritaria en el marco de las asambleas
ciudadanas. Con Hegel, Perón dirá que hay que valorar ese costado comunitario
de los griegos pero hay que agregarle un espacio para lo individual, y aquí se
observa una lectura bastante controvertida de la historia de las ideas porque
aquel elemento estrictamente individualista que con Hegel aparece en la
modernidad, el presidente argentino se lo atribuye al cristianismo en un pasaje
que vale la pena transcribir:
“Una fuerza que clavase en la
plaza pública como una lanza de bronce las máximas de que no existe la
desigualdad innata entre los seres humanos, que la esclavitud es una
institución oprobiosa y que emancipase a la mujer; una fuerza capaz de atribuir
al Hombre la posesión de un alma sujeta al cumplimiento de fines específicos
superiores a la vida material, estaba llamada a revolucionar la existencia de
la humanidad. El cristianismo, que constituyó la primera gran revolución, la
primera liberación humana, podría rectificar felizmente las concepciones
griegas. Pero esa rectificación se parecía mejor a una aportación”. Podría
escribirse un libro entero dando razones para poner en tela de juicio la
afirmación de que el cristianismo vino a emancipar a la mujer o a acabar con la
esclavitud, pero más interesante es que Perón observa en la mirada cristiana un
componente individualista que en general se suele pasar por alto. Dicho de otra
manera, le atribuye al cristianismo la “creación” del alma como rasgo central
en el proceso de individuación, y poner el acento en un libre albedrío que
luego adoptaría rasgos particulares en la modernidad. De esta manera, para
Perón, rescatables valores de la Edad Media fueron degradados por los siglos de
violencia instituidos durante el renacimiento y la modernidad gracias a la
mutación de ese individualismo espiritual que se había forjado siglos atrás. ¿Por
qué? Porque la modernidad no trajo consigo la individualidad sino la
sustitución de lo espiritual por lo material, vicio que compartirían por igual
tanto capitalistas como comunistas y que estaría a la base de los conflictos de
las sociedades en las que vivimos. (continuará)
Segunda parte
En la columna de la semana
anterior, en ocasión de cumplirse 66 años del discurso de Perón en el I
Congreso Nacional de Filosofía realizado en Mendoza, retomábamos las
principales categorías expuestas allí para indagar en las fuentes filosóficas
de las que se sirvió el líder del justicialismo para construir el texto que
luego sería publicado bajo el título La
Comunidad Organizada. Para los que no pudieron leer la revista, se avanzó en
el modo en que Perón se servía de dilemas clásicos de la historia de la filosofía
como “individuo versus comunidad”, o “lo material versus lo espiritual”, para construir
lo que él consideraría la “tercera posición”. Más específicamente, Perón
entendía que había que superar la disputa entre comunismo y capitalismo pues,
en el primero, la prevalencia de lo colectivo acababa coartando el desarrollo
de la libertad individual y, en el segundo, la exacerbación del impulso egoísta
llevaba al Hombre a un olvido de su pertenencia colectiva. En este sentido,
Perón retoma la idea hegeliana, de inspiración clásica, de pasar del “yo al
nosotros” pero advierte que el filósofo alemán cometió el error de deificar al
Estado. Frente a ello, Perón afirma hacia el final de su discurso: “Lo que
nuestra filosofía intenta establecer al emplear el término armonía es,
cabalmente, el sentido de plenitud de la existencia. Al principio hegeliano de
realización del yo en el nosotros, apuntamos a la necesidad de que ese
“nosotros” se realice y perfeccione en el yo”. Vale la pena hacer énfasis en
este punto porque algunos incluyen al peronismo en la tradición de las
propuestas totalitarias con un Estado ubicuo, o en la línea de los populismos
que avanzan sobre las libertades individuales. Sin embargo, el planteo de Perón
parece bastante más complejo y tiene como eje central la idea de armonizar. Y
justamente, si de armonía se trata, se puede destacar que a diferencia del
marxismo clásico, en este discurso, Perón se ocupa específicamente de mostrar
que el peronismo no cree en la lucha de clases, pues toda lucha supone
violencia e inestabilidad. En este sentido, es interesante, más allá de que
muchos podrán decir que el accionar de Perón tendió a una división de la
sociedad, señalar algunas diferencias interesantes con el kirchnerismo. Pues
“discurso contra discurso”, el kirchnerismo, abrevando en las lecturas que
desde la izquierda contemporánea se han hecho de autores marxistas pero también
de autores que bien lejos se encontraban de esta tradición, entiende que lo
esencial de la política es la disputa y que lejos de una inestabilidad
paralizante, la lucha es el motor democrático. Por supuesto que esta lucha no
es una lucha existencial si no que se da en el marco de las reglas de la democracia,
pero es una disputa al fin. En este punto, parece haber interesantes
divergencias entre los actuales herederos de Perón y la mirada del líder, al
menos tal como éste la expone en La
Comunidad Organizada.
Pero el énfasis en la armonía
también aparece como antídoto para el dilema que ya habíamos mencionado en este
mismo espacio la semana pasada. Me refiero a la tensión entre lo espiritual y
lo material y a la particular interpretación que realiza Perón afirmando que el
cristianismo introdujo la dimensión individual que la antigüedad había pasado
por alto y fue la modernidad la que hizo, de la individualidad fuertemente
espiritual relacionada con Dios, un egoísmo materialista.
Es más, este materialismo no solo
está a la base del capitalismo sino también del comunismo y, por ello, otras de
las armonizaciones por las que la tercera posición de Perón aboga, es la de los
valores espirituales con el progreso material.
Ahora bien, de conciliar este
tipo de aspectos debe ocuparse el gobierno y, para ello, tanto éste como el
Estado y el pueblo deben estar organizados. De eso se trata, finalmente, la
Comunidad Organizada si bien para profundizar algo más en este punto haya que
remitirse a un breve artículo que Perón publicara bajo el seudónimo “Descartes”,
en noviembre de 1951, en el diario Democracia.
Allí, frente a los que asemejan el peronismo al fascismo, el líder
justicialista deja bien en claro que el pueblo debe organizarse
independientemente del Estado y del Gobierno y que no hay posibilidad de misión
común sin esa organización popular. Las tres patas, entonces, esto es, un gobierno
que marca el objetivo, la finalidad, un Estado al servicio de la ejecución de
ese plan de Gobierno, y un pueblo organizado, es la condición de posibilidad de
consecución del objetivo de conciliar
las tensiones producidas por las polaridades antes mencionadas.
A su vez, se sigue de esto, por
supuesto, una mirada del Estado que generaría el escándalo de la perspectiva
liberal para la cual éste debe ser prescindente y neutral en lo que respecta a
ideales de vida pues se asume que son asuntos a resolver en la esfera de lo
privado. Esta perspectiva acerca del rol de lo estatal se evidencia también en
el pensamiento del, quizás, principal ideólogo de la Constitución de 1949,
Arturo Sampay, que en su libro La crisis
del Estado de Derecho liberal burgués, afirma que el Estado es “un ente de cultura y una
estructurante forma de vida, como tal, una realidad social que lo es en la
historia y a quien informa un contenido de finalidad. A esta estructura
social-histórica la formulan, la soportan y la sustancializan hombres de vida
conjunta, que obran y hacen de acuerdo a un sistema ideal conformado por la
visión del mundo y de la persona que ellos poseen, consciente o
inconscientemente, como una verdad absoluta”.
De las palabras de Sampay se
sigue toda una lectura en clave de teología política que no tenemos el espacio
para profundizar aquí pero que fue la base desde la cual se han realizado a lo
largo de todo el siglo XX importantes críticas, especialmente desde sectores
del pensamiento católico, a la neutralidad liberal. Si volvemos a hacer la
comparación con el kirchnerismo, podría decirse que éste acordaría con la
necesidad de un Estado comprometido con una determinada cosmovisión del mundo o
al menos denunciaría que la neutralidad de los Estados liberales es solo
presunta ya que la decisión de ser prescindente supone ya tomar posición e
impulsar una determinada concepción del mundo. Donde sí cabría mencionar
diferencias es en esa mirada de Sampay, y que por momentos se desliza en Perón,
de vincular a Dios, la política y la Verdad con el Estado. En este punto, el
kirchnerismo, quizás por ser hijo de otra época, asume valores del
republicanismo y del liberalismo político que desvinculan la cuestión de la
Verdad (y de Dios) de la política y del Estado especialmente cuando los
kirchneristas afirman que la propia es solo una mirada entre otras y que las
verdades son relativas.
Para finalizar, La Comunidad Organizada también toma
posición respecto al Hombre. En este punto, Perón hace propia la mirada
aristotélica tan presente en la tradición tomista a la que el mismo Sampay
adscribía. Se trata de la idea de que el Hombre es un zoon politikon, un animal político, esto es, un ser social por
naturaleza y que, en tanto tal, no puede realizarse por fuera del colectivo al
que pertenece. Aquí, una vez más, el contrapunto con la visión de la modernidad
es claro ya que a partir del siglo XVII, más allá de las enormes diferencias
entre los autores, el Hombre se transforma en un sujeto que posee un conjunto
de derechos independientemente de cualquier pertenencia colectiva en tanto es
visto como un individuo cuyo carácter moral y racional se encuentra definido
previamente a toda interacción con un otro.
Dejando de lado la discusión
acerca de la rigurosidad filosófica en el uso de determinados autores y más
allá de interpretaciones, como mínimo, controvertidas de lo que podría
denominarse una suerte de Filosofía de la Historia llevada adelante por Perón,
lo cierto es que discursos como éstos nos muestran que la política y la
filosofía tienen mucho para decirnos y para decirse, y que frente a las ofertas
electorales construidas en los set de televisión, existen en la Argentina
construcciones políticas con una enorme riqueza de ideas y con pretensión de
erigirse en formaciones coherentes con principios claros. Esta columna le
dedicó el espacio al justicialismo pero hay otras miradas que abrevan en
tradiciones distintas igualmente interesantes. Se trata de tener la
predisposición a indagar y a no dejarse llevar por los que todo lo reducen a la
superficie del más banal aquí y ahora.