miércoles, 23 de abril de 2025

Tu filósofo favorito es una IA (y quizás no esté tan mal) [publicado el 12.4.25 en www.theobjective.com]


 

La noticia apareció en todos los portales: Jianwei Xun, el filósofo hongkonés, autor de Hipnocracia. Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad, para muchos, el libro del año, es una Inteligencia Artificial (IA).

En el medio pasaron entrevistas, citas varias en artículos periodísticos y reseñas del libro en medios europeos y americanos, hasta que la revista L’Espresso reveló en exclusiva en su portada que, este buen señor, en realidad, no existe.

Ahora bien, naturalmente, detrás de este episodio hay al menos un responsable y en la revista Le Grand Continent, Jianwei Xun, o quien está detrás de él, brindó una entrevista dando precisiones al respecto:

“Jianwei Xun es un dispositivo. La creación colaborativa nacida del diálogo entre una inteligencia humana –que lleva el nombre de Andrea Colamedici, un filósofo italiano que fundó junto con otros un [proyecto editorial] italiano, Tlon- y ciertas inteligencias artificiales generativas, en particular Claude de Anthropic y ChatGPT de OpenAI”.

Dicho más simple, quien está detrás del proyecto es Andrea Colamedici y lo que habría hecho es interactuar con inteligencias artificiales generativas para crear este libro. Según Colamedici, entonces, el libro no es simplemente una creación de una IA como ya existen de a miles en Amazon, sino “una voz que no pertenece ni a la carne ni al silicio”, una voz que está en el medio, en un espacio liminar entre ambos.

En la misma entrevista, Xun (Colamedici) aclara cómo fue el proceso: primero se trató de crear un corpus filosófico basado en la propia obra de Colamedici, a partir del cual establecer un diálogo mayéutico con las IA, de sucesivas preguntas, respuestas y repreguntas, cuyo resultado fue la creación del concepto de hipnocracia, esto es, un régimen de manipulación que capta la atención y produce una sugestión hipnótica actuando directamente sobre la conciencia de manera constante y personalizada, régimen propio de estos tiempos cuyos principales abanderados serían Trump y Musk.

En paralelo, Colamedici creó una infraestructura digital como para darle entidad, verosimilitud y legitimación mediática: un sitio web personal, un perfil en Academia.edu, referencias estratégicas en los perfiles de Wikipedia de autores como Deleuze o Byung-Chul Han y hasta un agente literario falso que intermediaba con periodistas y editores.       

Por último, en complicidad con colegas y amigos con cierto predicamento social y participación en los medios, diagramó una estrategia de difusión que supusiera citas y comentarios de estos en artículos y redes sociales hablando de la hipnocracia y del libro que vio la luz en italiano y en inglés el 15 de enero de 2025.

Este tipo de revelaciones nos lleva naturalmente a reconocidos casos Fake vinculados a la academia y al ámbito científico. La referencia obligada en este sentido es el famoso “Affaire Sokal”.

Para quienes no lo recuerden, Alan Sokal es un físico que se propuso exponer el sinsentido de las tesis relativistas, particularmente de moda en el campo de las ciencias sociales, derivadas de ciertas lecturas de referentes de la Escuela de Frankfurt y de los posestructuralistas franceses. El método que utilizó para el desenmascaramiento fue escribir un artículo y enviarlo a una prestigiosa revista. El núcleo del artículo era la defensa de la tesis principal de sus adversarios, esto es: la ciencia, con sus métodos de corroboración y legitimación, no es más que una construcción social y lingüística impuesta por la ideología dominante.

El artículo fue publicado, es decir, pasó la revisión entre pares y los mecanismos de legitimación de las revistas científicas de prestigio y, allí, Sokal reveló, en un segundo artículo que naturalmente aquella revista no quiso publicar, qué era lo que había hecho y cuáles eran sus razones. Entonces, expresó que había utilizado conceptos de la matemática y la física cuántica mezclados con citas de filósofos posmodernos reconocidos para realizar una parodia y exponer la falta de rigurosidad de este tipo de publicaciones y de este tipo de autores. En otras palabras, exponía que en el caso de las ciencias sociales bastaba con ofrecer ideas pretendidamente críticas en una jerga oscura, tan imprecisa como compleja, para gozar de cierto status académico y, eventualmente, llegar a ser una celebridad en el mundo intelectual. La lista de nombres sobra y, lo peor, en muchos casos, seguimos leyendo a esos autores como si dijeran algo.

Un episodio similar, aunque menos conocido, ocurrió en 2018: el “Grievance Studies affaire”.  En este caso, quienes llevaron adelante el fraude fueron Peter Boghossian (profesor de Filosofía de la Universidad de Portland), James Lindsay, (doctor en Matemáticas de la Universidad de Tennessee) y Helen Pluckrose, (editora de la revista Areo). En este caso, los perpetradores fueron más prolíficos y enviaron 20 artículos a prestigiosas revistas de estudios culturales, donde deliberadamente se incluyeron afirmaciones y tesis delirantes que parodiaban esa confusión tan habitual entre activismo y academia que suele basarse en tesis posmodernas asociadas, en muchos casos, a políticas identitarias, progresismo woke y derivas varias.

En esos textos se hallaba desde la necesidad de imponer unos juegos olímpicos para personas con sobrepeso, hasta promover la masturbación anal masculina con dildos como una práctica antitransfóbica, y el descubrimiento de una conexión entre el pene y el cambio climático. Como si esto fuera poco, en un caso, los autores lograron que una revista feminista les publicara un artículo en el que reescribían un fragmento de Mein Kampf con perspectiva de género sin que nadie del comité de evaluadores lo notara, lo cual, por cierto, es un dato elocuente. Al momento en que los autores revelaron el fraude, 4 de esos artículos fueron publicados, 3 estaban a punto de serlo, 7 estaban en proceso de aceptación y apenas 6 (el 30%) habían sido rechazados.

Ahora bien, ¿es el caso de Jianwei Xun similar a los recién mencionados? Por supuesto que hay puntos en común, pero se imponen las diferencias sustantivas.

En común podría encontrarse una cierta crítica a los mecanismos de legitimación: si en los casos de Sokal y en el de los Grievance Studies, se trataba no solo de una crítica al contenido relativista e irracional de algunas posturas posmodernas sino, al mismo tiempo, de exponer el modo en que estos delirios estaban siendo legitimados por el sistema científico, a Colamedici le alcanzó con un par de amigos, una página web, un perfil en Academia.edu y un libro cuyo armado quizás le haya demandado algunas horas, para exponer los métodos de legitimación del periodismo cultural y las editoriales.

Sin embargo, hay una diferencia relevante: el contenido del libro no es irracional ni es un disparate carente de fundamentos creado adrede.

De hecho, podría decirse que su tesis principal o la categoría que da título al libro, no hace más que rejuntar información y teorías (justamente, lo que las IA hacen muy bien) a las que se les da un nuevo nombre (seguramente invención de Colamedici). Al fin de cuentas se trata de una versión, bien elaborada, claro, de las nuevas formas de manipulación, en este caso introduciendo la idea de la hipnosis como elemento que actúa directamente sobre la conciencia en tanto el poder ya no controla cuerpos ni reprime los pensamientos, sino que los induce, transformándose así en un poder “positivo”.   

Xun (Colamedici) dice en la entrevista:

 

“Ya no hay una narrativa unificadora a través de la cual dar sentido al mundo. Nos encontramos —ustedes se encuentran— en un espacio fragmentado donde innumerables historias compiten por un dominio efímero, y cada una se proclama como la verdad última.       

Estos relatos no dialogan: chocan. Se superponen y se reflejan hasta el infinito, creando una vertiginosa galería de espejos donde realidad y simulación se vuelven sinónimos. Trump y Musk son los profetas de este régimen (…)

El hitlerismo que Bloch analizaba operaba a través de un trance centralizado, orquestado por un líder carismático que servía de punto focal para la sugestión colectiva. La dimensión algorítmica ha descentralizado esta función hipnótica: ya no tenemos un único hipnotizador que manipula a una masa homogénea, un director de orquesta, sino un ecosistema distribuido de algoritmos que modulan individualmente estados de conciencia personalizados (…)”.

 

El ya mencionado Byung-Chul Han, Foucault, Baudrillard, Deleuze, Da Empoli y muchos otros resuenan detrás de estas palabras y está muy bien que así sea. Y hablando de citas, dado que el proyecto editorial de Colamedici se llama Tlon, en obvia relación a Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, el famoso cuento de Jorge Luis Borges, Xun (Colamedici) cita dicho texto, (aunque sin mencionar al autor, ¿quizás creyendo que ya es una frase que le pertenece al ChatGPT?), cuando afirma “Son dispositivos narrativos. Sus relatos no buscan la verdad, sino el asombro. Consideran la metafísica como una rama de la literatura fantástica”.

A propósito de dicho cuento, hay algo tlöniano en este episodio puesto que, como ustedes recordarán, Tlön era un planeta inventado por una secta de seguidores de Berkeley incluido en una reimpresión de la Enciclopedia Británica, en el cual, por tratarse de un mundo regido por las máximas del empirismo idealista que considera que las cosas deben ser percibidas para existir, la psicología es la única disciplina y lo que llamamos “realidad” no es más que una serie de procesos mentales. Allí, la realidad de los objetos depende de la percepción y la expectativa del sujeto que los percibe, de modo que un mismo objeto puede “duplicarse” al ser percibido por dos sujetos diferentes, generando, al fin de cuentas, mundos individuales, personalizados y a medida, como los que ofrecen los algoritmos en la actualidad. El dúo Xun/Colamedici y su hipnocracia tienen mucho de esto, sin duda.      

Ahora bien, donde el experimento parece aportar algo más al debate es en lo que respecta a la noción de autor y, quizás sin desearlo, al harto trillado debate acerca de la posibilidad de separar la obra del autor. En este sentido, en la entrevista le preguntan si el hecho de haber sido una creación de una IA invalida el contenido de la tesis de la hipnocracia:  

La revelación de mi naturaleza construida no invalida en absoluto la validez analítica del concepto de hipnocracia. Al contrario, la refuerza al conferirle una dimensión performativa que trasciende la simple argumentación teórica. Si aceptáramos la idea de que la validez de un pensamiento depende exclusivamente de la existencia biológica de su presunto autor, caeríamos precisamente en esa lógica identitaria que la hipnocracia ha superado (…)”.

Efectivamente, de la misma manera que el valor de una categoría analítica no depende del hecho de que el que la formule sea una entidad biológica o una inteligencia humana, es difícil decirlo, pero hay que aceptarlo, tampoco lo invalidaría la moralidad, en el caso de que el autor sí fuera una entidad biológica propietaria de una inteligencia humana. Es tan evidente la respuesta al debate sobre la separación de la obra y el autor… sin embargo este ejemplo puede aportar algo más de claridad, para dolor de los amantes de la cancelación y sus patrullas de moralidad.      

En cuanto a la noción de autor, claramente parecemos entrar en una etapa que va a redefinirlo desde todo punto de vista, incluso desde lo legal. ¿Es Colamedici el autor? ¿Es el ChatGPT? ¿Son ambos como dice Colamedici? ¿Qué aporta Colamedici para que lo consideremos un autor en el sentido que solemos darle al término? ¿Hacerle preguntas e interactuar con una IA para pedirle luego que escriba un libro nos transforma en autor de algo? La respuesta no parece sencilla.

En síntesis, el caso Jianwei Xun solo puede ser incluido en la lista de fakes y affaires de manera parcial y solo en tanto, de alguna manera, denuncia, como efecto colateral, los patrones de legitimación de la industria y el periodismo cultural. Sin embargo, no estamos ante un fake como los denunciados por Sokal, Boghossian y otros: aquí hay un libro y una categoría que tiene fundamentos. Desde mi punto de vista, criticables y sesgados, pues resulta insólito plantear que los principales referentes de un régimen de hipnosis que opera sobre la conciencia de manera personalizada son Trump y Musk. Pero en todo caso es materia de discusión para la cual Xun (Colamedici) ofrecerá sus argumentos, mejores o peores, pero no un rejunte de delirios posmodernos inconsistentes solo validables por sectas universitarias.       

Quizás en el futuro junto a citas de Shakespeare habrá que afirmar “como dice el ChatGPT, la hipnocracia…”. Sí, suena escalofriante, pero hemos ingresado en una etapa en la que usaremos categorías elaboradas por inteligencias no humanas. El cambio será, probablemente, demasiado vertiginoso para que podamos digerirlo adecuadamente. Mientras tanto, si lo que nos importa es el qué antes que el quién y la inteligencia no humana demuestra rigor lógico y una correcta fundamentación, parece difícil encontrar argumentos para oponerse.     

Fondo Mileísta internacional (editorial del 19.4.25 en No estoy solo)

 

Alguna vez en este espacio mencionamos que con Milei es difícil negociar porque la presidencia para él es un puesto menor. Su proyecto es un proyecto mesiánico y no de construcción política, menos de permanencia en el poder. No creo que lo haga, pero Milei es alguien que un día podría levantarse e irse a su casa. Su afán refundacional se mezcla con aspectos psicológicos de necesidad de reconocimiento y de demostración en su disputa personal frente a quienes considera “pares”. Por eso, en el escándalo LIBRA, Milei no pudo utilizar la estrategia del “no sabía” y si ésta apareció fue balbuceando: es que para él es más doloroso quedar como un tonto que como un estafador. Narciso herido mata moralidad.

Dicho esto, incluso el presidente que desprecia su cargo, a tal punto que en su perfil de Twitter, su medio de presentación de cara al mundo, se presenta como economista y no como presidente, la lógica de la política, aun de manera inconsciente, opera y lo ha llevado a cometer errores que se han repetido en anteriores gobiernos. Puntualmente, respecto a la inflación, el gobierno queda preso de un éxito prematuro y probablemente sorprendente incluso para los propios funcionarios: tras devaluar 120%, la inflación de repente se desploma a menos de 3% mensual en pocos meses y se transforma en el gran activo del presidente, el cual, a su vez, le permite granjearse en su disputa intelectual acerca de la economía, Escuela austriaca, paleolibertarismo, etc., para sostener que la inflación se reduce a un fenómeno monetario. Fue tan sorprendente ese éxito que el 3,7% de inflación de marzo del 25 cayó como un balde de agua fría cuando un plan menos radical podría haber trazado un sendero en el que ese 3,7 hubiese sido celebrado. Con esto me refiero a que Milei podría haber planteado reducir a la mitad la inflación cada año de mandato para llegar al último casi en un dígito (105% en 2024, 52,5% en 2025, 26,25% en 2026 y algo más de 13% en 2027) y se estaría hablando del milagro argentino. Sin embargo, la alta imagen positiva sostenida en 2024 le dio a entender que la baja de inflación era su carta, y vaya si lo es. De aquí que haya sucumbido al clásico pisotón sobre el precio del dólar al que todos los gobiernos acuden. Y el resultado está a la vista: en pocos meses se comió el increíblemente exitoso blanqueo de entre 20000 y 23000 M de dólares y ahora debe acudir al FMI a pedir un préstamo de otros 20000 M.

Según un twitt de CFK, la Fase 3 del programa, nombre que le dio el gobierno a este período inaugurado por el acuerdo con el Fondo para teñir de planificación lo que fue lisa y llanamente un salvataje, es el tercer período de carry trade a través del cual los grandes capitales y amigos del gobierno podrán acceder a pingües negocios con retornos en dólares únicos en el mundo durante unos meses, hasta que decidan pegar la vuelta.

Es cierto que este será un gran momento para el carry trade más allá de que parece injusto, como mínimo, cargarle a Milei la devaluación inicial. En todo caso, podemos acordar que la devaluación fue desmedida y podemos criticar la decisión política de a quiénes se le cargó tal devaluación (porque no fue “solo” a “la casta”), pero esa bomba fue heredada, del mismo modo que la deuda también lo es, en este caso, no de parte del kirchnerismo, sino de su aliado, el macrismo en el préstamo político más escandaloso del que se tenga memoria y por el cual el propio FMI ha quedado atado de pies y manos al destino de la Argentina como en la famosa fábula del deudor y el acreedor que indica que si el préstamo es demasiado grande e impagable, el que está en problemas ya no es el deudor sino el acreedor. Si en aquel momento el FMI fue el Fondo Macrista Internacional, ahora no le queda otra que ser el Fondo Mileísta Internacional para tratar de salvar ese desastre que debería haberle costado la cabeza a más de un burócrata.

Ahora bien, donde sí parece hacer justicia la expresidente es en advertir que un nuevo préstamo con el Fondo no es una señal de triunfo sino la demostración de un fracaso. En este sentido, más allá de los carry trade, el gobierno se comió las ventajas de la megadevaluación, luego se comió los 20000/23000 M del blanqueo y todo hace presumir que, con un dólar a 1200, tras las elecciones, se va a comer los 20000 M del Fondo. Eso aun con superávit, licuadora y motosierra. Porque evidentemente, los números no dan. En el gobierno, naturalmente, esperan los dólares de la cosecha (por cierto, qué hermoso momento para estar vivos escuchar a un presidente anarco capitalista apretar a los exportadores exigiendo que liquiden antes que les suba el “impuesto”) y, a mediano plazo, inversiones grandes más acceso a los mercados gracias a la baja del Riesgo País. Pero a mediano plazo estamos todos muertos, y nadie explica de dónde van a salir los dólares que la Argentina necesita.

Por cierto, tampoco lo hace la oposición que es capaz de afirmar que el dólar está barato y al minuto siguiente quejarse de una devaluación, que al final no fue tal (por ahora). A propósito de la vereda de enfrente, CFK dio un paso para atrás y le dio por ganada la batalla del desdoblamiento al gobernador. ¿Qué pedirá a cambio? ¿Lapicera con cartucho de tinta completo? ¿Avanzará en la insólita estrategia de bajar a ser candidata en la tercera sección para asegurarse ganar y así eclipsar al gobernador?

Asimismo, Kicillof sabe que no puede ser Alberto Fernández y sale a disputar la conducción, lo único que se disputa en esta interna. No hay que dramatizar tanto. Sí, Kicillof quiere conducir. Los líderes no son eternos y CFK cometió muchos errores. Hay razones para pretender conducir. Pero en el peronismo, para conducir hay que ganar y cometer el “parricidio”. ¿Está Kicillof y su construcción política preparada para dar esa batalla? El apoyo a Quintela, quien ni siquiera fue capaz de juntar avales, fue un paso en falso que nos recuerda que, hasta ahora, a lo largo de todos estos años, quienes intentaron cometer el “parricidio” y quitar a CFK del medio, han sido impresentables o, al menos, no han tenido la capacidad para crear una alternativa potente. En cuanto a Kicillof, por lo pronto debería tratar de diferenciarse en algo que no sea simplemente “no me gusta que la lapicera la tengan los otros”. Entonces, ¿cuál sería la diferencia de cara a la sociedad? ¿Por qué votar a Kicillof y no a CFK? ¿Qué novedad superadora aporta el kicillofismo? ¿Qué receta ofrece para el posmileísmo? Evidentemente debería ser una receta diferente a la de 2015, cuando él era ministro de economía, y diferente a la que ofreció Alberto Fernández cuando él era gobernador. Ya sabemos que Milei es malo, malo, malo, malito y requetemalo, pero más allá de decir “me opongo”, no conocemos la propuesta superadora del progresismo 2027. ¿O se trata solo de llamar “fascismo” a todo lo que no nos gusta, esperar que el gobierno caiga por los errores propios y que nos una el espanto como en 2019 para luego no saber qué carajo hacer en el gobierno?

En cuanto a las elecciones, suponer que las legislativas son determinantes para las presidenciales es un error que resulta evidente apenas levantamos la vista hacia el pasado próximo y vemos cómo el kirchnerismo perdió en 2009 y ganó en 2011 y el macrismo ganó en 2017 y perdió en 2019. Asimismo, en lo que a butacas en el congreso se refiere, para el gobierno será todo ganancia porque no renueva ninguna y tampoco podrá tomarse como un dato preciso el eventual hecho de que le vaya mal a sus candidatos pues, como vimos en 2023, el candidato es Milei. El resto no importa. De aquí que cuando uno escucha análisis que, tomando la pobre performance del candidato libertario en Santa Fe, infieren de allí, la inminente caída del gobierno, no puede hacer más que sonreír.

Además, una vez elegidos los legisladores, la reconfiguración es total. En CABA, Adorni y Lospennato se sacarán chispas, pero es probable que luego los legisladores de ambos espacios voten lo mismo. De modo que, a los fines estrictos de los espacios a ocupar en el Congreso, ir separado o ir juntos no altera demasiado. Sí, por supuesto, juega en el plano simbólico “ganar” una elección, pero no es ni más ni menos que eso: simbólico. Pensemos, si no, el caso de Santoro. Las encuestas lo dan arriba con cerca de 30 puntos, más o menos lo mismo que saca el kirchnerismo hace años y que no le sirve para una elección ejecutiva; y al PRO, la LLA, Rodríguez Larreta y Marra sumando unos 55 puntos aproximadamente, o sea, lo mismo de siempre, nada más que fragmentado por ser una elección legislativa donde no hace falta unirse contra otro y donde con 3 puntos metés un legislador.

Ahora bien, ya que mencionamos el terreno simbólico, más interesante podría ser pensar la elección como una suerte de gran interna que, en ausencia de PASO, debe dirimirse en las generales: me refiero a la interna por quién conduce la coalición de centro izquierda y el espacio de centro derecha compartido por Macri y Milei. Está claro, LLA busca fagocitarse al macrismo que apenas pretende hacer pie en el espacio que lo vio nacer: CABA. El resto está a tiro de darse vuelta como ya lo han hecho muchos. El caso de CFK, máxime si ella es candidata, una vez más, simbólicamente, mostraría a un cristinismo en retirada afincado en el lugar donde puede hacer pie: el conurbano bonaerense. ¿Eso abriría el juego a que alguien tome la posta y construya una alternativa a nivel país? ¿Kicillof? ¿Otro gobernador? ¿Han perdido Macri y CFK su capacidad de obturar toda alternativa? No parece. Entonces lo que sí sabemos es que, paradójicamente, los dos grandes actores de la política nacional de los últimos 20 años acabarían recluidos en “sus” distritos sin capacidad para imponerse más allá de ellos y sin control sobre la tropa, pero con la capacidad intacta de daño (más hacia adentro que hacia afuera).

Y a su vez, todo este escenario depende de cómo le vaya al gobierno. Aun sin devaluación, porque un dólar a 1200 no es devaluación, habrá remarcación y se esperan unos 2 o 3 meses con inflación arriba de 4, quizás 5. No es un buen pronóstico si bien es de suponer que el dólar permanecerá planchado hasta las elecciones y eso hará que agosto, septiembre, octubre, sean meses con una inflación más tolerable cercana a 3%. Esto golpeará más a los sectores bajos, los cuales, a su vez, serán testigos de unos meses de consumo a todo culo de capas medias altas y altas, con viajes al exterior, productos importados, etc.

No parece que en el plano macroeconómico haya muchas novedades de acá a las elecciones. Con el acuerdo con el Fondo Mileísta Internacional, el gobierno blindó el año. Eso sí, luego de las elecciones, comienza otro partido y otro país, o quizás el país de siempre, que no es lo mismo, pero es igual. 

 

¿Será Juan XXIV el próximo y último papa? (publicado el 22.4.25 en www.theobjective.com)

 

Tres años después de la renuncia al papado, allá por el 2016, Joseph Ratzinger es entrevistado por Peter Seewald en un material que luego formaría parte de su biografía. Allí vertió afirmaciones potentes propias de un fin de época: “la sociedad occidental, es decir, en todo caso Europa, no será una sociedad cristiana y, con mayor razón, los creyentes tendrán que esforzarse por seguir formulando y sosteniendo la conciencia de los valores y la vida”. Luego agregó: “Yo ya no pertenezco al viejo mundo, pero el nuevo, en realidad, aún no ha empezado”.

En ese contexto, Seewald entendió que era posible hacerle una pregunta particularmente extraña acerca de la profecía del obispo medieval Malaquías que, según interpretan algunos, indicaba que Benedicto XVI sería el último papa. La pregunta tenía mucho de provocación pues ya eran los tiempos de Francisco, de modo que Ratzinger respondió con otra provocación y, tras primero negar enfáticamente esa interpretación, luego deslizó irónicamente un “puede ser”.

Esa anécdota inspiró a Giovanni Maria Vian, quien fuera, durante más de una década, director de L’Osservatore Romano, el periódico de la Santa Sede, a escribir El último papa. Retos presentes y futuros de la Iglesia católica (Deusto), un libro que se centra en la larga transición de la Iglesia de Roma desde las disposiciones del Antiguo Régimen hasta el papado, con particular atención en el último período de casi 50 años en el que se han sucedido papas no italianos. 

El libro comienza desarrollando diversos temas: la oración, el acecho del mal, la importancia central de la sexualidad, el significado del celibato, la recurrencia de sínodos y concilios, y el agotamiento del mecenazgo artístico religioso.

También hay espacio para la historia cuando se narra el conflicto con los jesuitas, determinante para entender algunas de las acciones de Francisco, o episodios como el encarcelamiento de Pío VII a manos de Napoleón entre 1809 y 1814. Asimismo, se hace foco en el proceso de transformación desde la unificación de Italia allá por 1870, que acaba con los Estados Pontificios, hasta aquel 1929 en el que los pactos de Letrán, tras el acuerdo con Mussolini, logran la independencia política de la Santa Sede. Además, se menciona el revuelo generado gracias al reciente descubrimiento de una carta que llegó al Vaticano a finales de 1942 donde se le informaba a Pío XII de las acciones de exterminio que estaban perpetrando los nazis contra los judíos, lo cual probaría que el papa, como mínimo, no hizo todo lo que podría haber hecho para detener aquel genocidio.

Sin embargo, los aspectos más jugosos y controvertidos del libro aparecen en la segunda mitad, dedicados en particular a Ratzinger y a Bergoglio y, allí, sin dudas, quien queda mejor parado es Ratzinger.

Acerca del alemán, la única crítica que Vian explora es, a su vez, compartida por las administraciones de Wojtyla y de Bergoglio: un déficit en la gestión del gobierno central de la Iglesia, quizás más marcado todavía en Ratzinger, quien no fue un “hombre de gobierno”, estuvo mal rodeado y nunca contó con los apoyos necesarios.

Lejos de lo que para Vian eran simples prejuicios y caricaturas que lo retrataban como un frío inquisidor, el autor considera que Ratzinger fue un teólogo que supo ser pastor y que tuvo la virtud de despojarse del poder, un gesto pocas veces visto a lo largo de la historia.

Más allá de este aspecto, Vian solo parece tener palabras elogiosas para Ratzinger. De hecho, hace suyas las afirmaciones del historiador Anthony Grafton quien en 2010 escribiera, en The New York Review of Books, que Ratzinger había sido el pensador más importante de la Iglesia junto a Inocencio III (papa entre 1198-1216) o, como indican otros, a la altura de León Magno (papa entre 440 y 461).

Entre otros aportes, según Vian, Ratzinger hizo un gran esfuerzo por repensar la relación entre el cristianismo y el judaísmo, lo cual incluyó un pronunciamiento acerca de la existencia de Israel como “una expresión de la fidelidad de Dios” hacia su pueblo.

Pero quien ha tenido menos suerte al momento de la descripción de su papado ha sido Bergoglio. Efectivamente, si bien el autor le reconoce una voluntad de reforma y un nuevo impulso hacia la mundialización del Colegio Cardenalicio, el recorte elegido por Vian de los 12 años de Francisco es llamativo, por no decir lisa y llanamente tendencioso, especialmente si se lo compara con la indulgencia con que evaluó la tarea de su predecesor.

Según Vian, el gobierno de Bergoglio se caracterizó por la inclinación política y la gestión solitaria del gobierno, lo cual incluye “métodos autocráticos sin precedentes en la época contemporánea” que solo han favorecido la profundización de las divisiones al interior de la Iglesia.

Asimismo, se hace énfasis en declaraciones presuntamente prorrusas del pontífice, en línea con la interpretación de uno de los asesores de Zelensky quien acusa al gobierno de la Iglesia de haber recibido inversiones rusas en el controvertido Instituto para las Obras de la Religión, foco de buena parte de los escándalos financieros de la institución desde hace décadas (en la época de Juan Pablo II, por caso, se sucedieron al frente del Instituto 7 presidentes en 7 años).

Asimismo, resalta “un récord casi imposible de superar”: Francisco fue el primer papa que ha proclamado santo a sus 3 predecesores y ha beatificado al cuarto. La situación es inédita porque a lo largo de toda la historia, de los 81 venerados como santos, 73 se sitúan en el primer milenio y 55 de ellos en los primeros 5 siglos. Es más, antes del pontificado de Pío XII (1939-1958) solo 4 papas posteriores al año 1000 se habían convertido en santos.

Llama la atención, incluso, un fragmento en el que Vian decide resaltar que Francisco era un papa muy mediático que recababa grandes consensos, pero entre los no católicos, y que existió una enorme distancia entre su programa de gobierno, ambicioso, y las ejecuciones de ese plan, parciales y contradictorias. De hecho, Vian encuentra déficits en lo que serían todos los ejes en los que se ha basado la agenda del papa: la realidad económica y financiera del Vaticano, el escándalo de los abusos a menores y religiosas, el papel de los laicos y, en particular, de las mujeres en la Iglesia, y la relación entre Roma y las iglesias locales, con interrogantes especialmente en los casos de Estados Unidos y Alemania.

En cuanto al futuro, pregunta que se tornó acuciante a partir del reciente fallecimiento de Bergoglio, Vian reconoce que no tiene sentido hacer hipótesis o proyectar candidatos. En todo caso, sí sabemos que hay una globalización de los cardenales, que los europeos hoy no llegan al 40% y que los italianos en particular no alcanzan el 15% cuando unos 150 años atrás eran el 80%. Esto explica por qué se eligió por primera vez un papa no europeo y permite inferir que, quizás, nos encontremos ante una nueva sorpresa con el sucesor de Francisco.

Sin embargo, y aunque no ha habido muchos casos en los que el papa saliente se garantice la sucesión, Francisco, un poco en broma, un poco en serio, había mencionado al menos dos veces que el próximo papa adoptará el nombre de Juan XXIV, idea que, según Vian, provendría de la necesidad de mitificación de Juan XXIII, “el papa bueno” y progresista, y/o de la imaginación literaria de Francisco, basada en novelas que fueron escritas hace ya tiempo atrás y que, casualmente coinciden en que los tiempos turbulentos y más desafiantes para la Iglesia serán enfrentados por un Juan XXIV.

Por cierto, en una de las novelas, Juan XXIV no es alemán: es argentino.

Black Mirror: ¿todo el pasado por delante? (publicado el 20.4.25 en www.theobjective.com)

 

Desde aquel mítico primer episodio en el que los secuestradores de la princesa piden, para su liberación, que el primer ministro británico tenga sexo con un cerdo en un estudio de TV, Black Mirror se transformó en una serie de culto.

Aunque las primeras temporadas mantuvieron un nivel superlativo, el gran salto a Netflix y la inclusión de mayor cantidad de episodios por temporada, hizo que la serie sufriera algunos altibajos, especialmente en aquellos capítulos más experimentales o en los que lo que parecía ser el núcleo de la serie era incluido de manera forzosa.

¿Y cuál es ese núcleo al que nos referimos? La tecnología, pero, sobre todo, las posibilidades de la misma en un futuro inmediato. Esto es lo que la hace tan perturbadora y lo que determinó que no fuera fácil ubicar a Black Mirror en el ámbito de lo que se suele entender por ciencia ficción, al menos en sus primeras temporadas.

A partir de su debut en 2011, entonces, Black Mirror anticipó o leyó lo que estaba a punto de suceder o, en todo caso, llevando al extremo fenómenos del presente, estableció una crítica demoledora al estado de cosas. Solo por nombrar algunos ejemplos, The Waldo Moment, capítulo 3 de la segunda temporada, expresaba el espíritu de la antipolítica en occidente y la devaluación del debate público cuando un personaje de animación que solo insultaba a sus oponentes, acaba participando de las elecciones con un resultado nada despreciable; o el especial “White Christmas”, jugando con la cuestión de la cancelación, en este caso, mostrando cómo, en un futuro próximo, quienes cometieron un delito podrían ser “bloqueados” de la vida real como se bloquea algún contacto indeseado de nuestras redes sociales. La lista es infinita, e incluye hasta parodias al propio Netflix con Joan is Awful (capítulo 1 de la temporada 6); una crítica demoledora al sistema de crédito social que hoy ya existe en China y que nos limita el acceso a una vida plena según criterios de moralidad y buen comportamiento ciudadano (Nosedive, capítulo 1 de la tercera temporada); Hated in the Nation (capítulo 6 de la misma temporada), en el que se muestra cómo funcionan las tormentas de mierda en las redes sociales, o Black Museum (capítulo 6 de la temporada 4), aquel episodio en el que se denuncia el modo en que la tecnología e internet quiebran la lógica de la proporcionalidad y perpetúan los castigos y las penas, incluso de inocentes, lo cual, claro está, intenta remediarse en la actualidad con el llamado “derecho al olvido”.

Lo cierto es que Black Mirror ha vuelto, en este caso, con su séptima temporada, la cual incluye 6 capítulos que, aun con ciertos altibajos, parecen estar por encima del nivel mostrado en las últimas temporadas. El elenco incluye a estrellas como Emma Corrin en el episodio Hotel Reverie, quizás el único donde aparece forzadamente la dosis de wokismo que Netflix necesita, pero que, al mismo tiempo, podría interpretarse como una parodia a esta necesidad de reversionar clásicos del cine; o a Paul Giamatti en Eulogy, un capítulo exquisito y conmovedor que podría haber obviado el leitmotiv tecnológico. Asimismo, Jesse Plemons, vuelve a protagonizar un episodio, en este caso, Callister: Into Infinity, la primera vez que Black Mirror realiza una secuela de un episodio anterior, el muy celebrado homenaje a Star Trek incluido en la cuarta temporada. En esta continuación, a la cuestión de la clonación digital, se le agrega la exploración de lo que podría ser una suerte de violación de los derechos humanos en el ámbito digital y en el contexto de las identidades múltiples con las que se interactúa en los videojuegos inmersivos.   

A propósito de videojuegos, otro que regresa es Will Poulter, protagonista del experimento interactivo que Black Mirror lanzó en 2018: Bandersnatch. Con claras reminiscencias al “Jardín de los senderos que se bifurcan”, el cuento de Jorge Luis Borges, incluido en Ficciones, y a la ya célebre colección de libros infantiles “Elige tu propia aventura”, aquellos que permitían al lector, a partir de sus propias decisiones, abandonar la lectura secuencial y saltar páginas para aventurarse en destinos diversos, Charlie Brooker planteaba una trama en la que existe un videojuego que creaba mundos paralelos y en la que nosotros, los usuarios de Netflix, podíamos interactuar con el televisor eligiendo según las opciones que nos proporcionaba el film. En esta nueva temporada, además del protagonista, se recoge el espíritu de aquel experimento y se avanza en la hipótesis de la Singularidad transhumanista tal como la entiende Ray Kurzweil cuando plantea la posibilidad de fusionarnos con la IA para ampliar nuestra potencia y expandir nuestra inteligencia hasta límites insospechados.

Si pasamos por alto el capítulo 2, Bete Noire, quizás el más débil de la temporada, más allá de que allí se podría inferir una interesante crítica al modo en que las redes sociales nos empujan a mundos paralelos acordes a nuestras expectativas donde la realidad y la verdad se parecen mucho a lo que nosotros deseamos que sean, es de destacar Common people, el episodio número 1, un verdadero retorno al concepto del Black Mirror original.

Allí, una mujer padece un tumor cerebral incurable y la única opción de salvarla es el servicio de una compañía capaz de reemplazar ese tejido por uno sano. Sin embargo, claro está, para que ese tejido se mantenga en funcionamiento se necesita la módica suma de 300 dólares al mes como parte de un plan básico que es una especie de Nube que almacena la conciencia y que tiene algunas restricciones: por ejemplo, su usuaria duerme mucho porque el software así lo demanda y, al igual que sucede con las antenas, el alcance de la cobertura es restringido, de modo que, más allá de los límites del condado, el cerebro de la protagonista se queda sin señal. Con el correr del tiempo, además de dormir cada vez más, la mujer empieza a repetir de manera involuntaria publicidades que salen de su boca, acorde a las situaciones que le tocan vivir en la realidad, del mismo modo que el algoritmo selecciona la publicidad que vemos en función de nuestros intereses, y la única opción para evitar esto es pasarse a un pack Premium de 800 dólares que tiene alcance ilimitado y elimina toda publicidad. No adelantaremos el final, pero el día a día se vuelve insoportable porque es imposible costear el valor de la app que todo el tiempo va sumando opciones más costosas, lo cual lleva al marido a hacer horas extras y, finalmente, a participar de una oscura trama de internet en la que las personas se humillan a cambio de dinero, por ejemplo, bebiendo su propia orina o quitándose un diente frente a la cámara mientras los usuarios celebran.

En síntesis, cada nueva temporada de Black Mirror se enfrenta a dos grandes problemas: el primero es haber dejado la vara demasiado alta después de sus primeras temporadas y, el segundo, es que la realidad, por momentos, parece ir más rápido que la serie. Es tan vertiginoso el cambio que no sabemos si decir que la realidad ha devenido blackmirroriana o, con el ya citado Borges, afirmar que Black Mirror tiene “todo el pasado por delante”.   

Esto expone a la serie a una encrucijada porque Black Mirror pierde su fuerza cuando deja de lado ese espíritu que la caracterizó originalmente: lo terrorífico de la tecnología está a un paso. No se trata de naves espaciales o conciencias duplicadas en el ciberespacio. Es el uso de la tecnología ahora o las posibilidades de la tecnología en un futuro demasiado inmediato. Por eso Black Mirror tiene el problema de la velocidad con que la realidad avanza, esto es, porque su efectividad está en jugar al límite del futuro cercano. Tiene que ser futuro, pero un futuro que toque la fibra íntima del presente en un borde sutil, no muy cerca para que podamos tener una distancia y tomar conciencia; no muy lejos para que aceptemos que nuestro vínculo problemático con la tecnología no es un asunto del mañana sino del hoy.

Por cierto, ¿vale la pena la séptima temporada? Claro que sí.

 

El apocalipsis ya llegó (y tiene forma de auto) [publicado el 10.4.25 en www.theobjective.com]

 Hay datos que son elocuentes. En este caso pertenecen a Estados Unidos, pero en algunas ciudades españolas y en distintas partes del mundo podemos encontrar números más o menos similares: en el país del norte de América hay 290 millones de autos circulando, más de uno por adulto, y tres cuartos de los estadounidenses van al trabajo en sus coches manejando solos (en Houston o Dallas el número alcanza el 90%). Esta es una de las razones por las que un conductor promedio en EEUU recorre 63 kilómetros diarios y, en una ciudad como Chicago, pasa unos 4 días por año en atascos. Por cierto, además, el costo anual por mantener el coche asciende a 9500 dólares.

Asimismo, cada año muere más de 1 millón de personas en accidentes de tránsito en todo el mundo y en EEUU la cifra alcanza los 40000, el doble de los que mueren asesinados. Se calcula, a su vez, que la contaminación atmosférica a la cual esa cantidad de autos contribuye, mata 10 veces más. De hecho, el transporte de todo el Estado de Texas representa el 0,5 de las emisiones mundiales de CO2, es decir aproximadamente el doble de toda Nigeria.

Si desde mediados del siglo XX el auto ha sido sinónimo de libertad, es evidente que es tiempo de revisar algunos conceptos. Así, al menos, lo entiende el periodista Daniel Knowles, en su nuevo libro Carmageddon (Autocalipsis). Cómo nos perjudican los automóviles y qué podemos hacer al respecto, editado en español por Capitán Swing. 

Como ya lo indica en el mismo título, además de datos, Knowles propone algunas salidas a este apocalipsis que, según el autor, hace que nuestras ciudades empeoren nuestra calidad de vida haciéndonos perder tiempo, se transformen en horribles bloques de cemento, sean peligrosas, tanto para automovilistas como para peatones, y generen una atmósfera irrespirable.   

En este sentido, no se trata de inventar nada sino de retomar los casos de otras ciudades. Por ejemplo, en Tokio, solo el 12% va al trabajo en coche; en Amsterdam ese número se eleva al 27%, pero ya son más los que van en bicicleta, siendo prueba de ello que, en esa ciudad, existen 1,2 bicicletas per cápita; y en el caso de Copenhague, aunque el clima no ayuda, por cierto, las utilizan el 62% de los residentes para desplazarse al trabajo, el colegio o la universidad.

Donde seguramente la propuesta de Knowles se hace más controversial y seguramente obtenga no pocas críticas, es en su idea de que la salida a esta dinámica enloquecedora no es la descentralización sino, por el contrario, la hipercentralización, esto es, la creación de megaciudades. De hecho, el libro comienza con una descripción de un paisaje distópico, digno de James Ballard, que representa las grandes autopistas de Chicago, las cuales fueron pensadas para conectar una ciudad que crecía con suburbios y cordones de nuevos barrios en las afueras y que, sin embargo, devienen el ejemplo de una ciudad desbordada y jamás planificada que obliga a sus habitantes a depender de un auto.

Knowles, entonces, critica la idea decrecentista y al izquierdismo que llama a vivir en pequeñas comunidades autosustentables, pero entiende que debemos crear ciudades donde las acciones diarias de la mayoría de la población puedan realizarse caminando o en vehículos alternativos. Para eso hace falta, afirma, decisión política y una serie de medidas que van desde distintas formas de desincentivar el uso de coches (mayor carga impositiva, parkings más caros, calles vedadas, etc.) hasta la creación de carriles exclusivos para bicicletas y, sobre todo, una inversión sustantiva en el transporte público para que éste deje de ser “el transporte de los pobres” donde se viaja mal e inseguro y donde perdemos una enorme cantidad de tiempo. Knowles lo grafica haciendo suya la frase del actual presidente de Colombia cuando, siendo alcalde de Bogotá, afirmara: “Un país desarrollado no es aquel en el que los pobres tienen coche, sino aquel en el que los ricos utilizan el transporte público”.

Por otra parte, si bien el autor refiere repetidamente a la cuestión de la contaminación, su énfasis está puesto más en el espacio que ocupan los coches y en el modo en que las ciudades acaban siendo diseñadas para estos, no solo por las autopistas sino también por los garajes en los edificios, los parkings, etc. De aquí que Knowles no vea a los autos eléctricos como una solución sino como una continuidad del problema. Es que, aunque no se trata de la eliminación de los autos, lo que se busca es demostrar que, con un rediseño de las ciudades, el auto prácticamente no sería necesario. En este sentido, compárese el promedio de 0,32% coches por familia que posee Tokio con el hecho de que el 30% de los hogares británicos y el 57% de los hogares estadounidenses posea más de dos coches.   

De cara al futuro, el autor entiende que estamos en un punto de inflexión en el que se están enfrentando dos tendencias opuestas: por un lado, el confinamiento durante la pandemia le mostró a toda la humanidad que había otra forma de “habitar” la ciudad, hacerse de sus espacios, conectar con el aire libre, etc. Asimismo, asistimos a una lenta pero firme merma en el porcentaje de jóvenes con carné de conducir en Estados Unidos (del 90% en 1983 al 79% en 2017). Esto se debe a diversas razones, entre ellas, un auge en la cantidad de jóvenes profesionales que, en tanto tal, acceden a trabajos que suelen desarrollarse físicamente en centros urbanos a los cuales se llega mejor en transporte público; y un cambio cultural respecto al significado que el auto tiene respecto a los jóvenes de los sesenta y setenta, cuando poseer un coche era la manera de tener privacidad y escapar de la mirada de los padres conservadores (recuérdese el mito del Fiat 500 en Italia, el cual era un auto accesible para los más jóvenes, y al que se le adjudicó ser la principal razón de la explosión de la natalidad, aunque no de la comodidad, claro).          

Sin embargo, por otro lado, entre 2004 y 2014 la cantidad de autos en la India se triplicó y en China se quintuplicó. Incluso en la Europa occidental, donde florecen las bicicletas, también ha aumentado el número de coches, aunque, hay que decirlo, ese aumento fue de apenas un 4%. Esto significa que el discurso que busca la eliminación o la limitación del uso de los autos, convive con una industria y, sobre todo, con una cultura que entiende que allí hay algo más que una necesidad.

Aunque resulta bienvenido el esfuerzo de Knowles de posicionarse por fuera de los lugares comunes existentes en el debate, aquel que ubica a los críticos en la línea decrecentista y anticapitalista, el libro sobresale más por una prosa entretenida y el uso comparativo de los datos que por la originalidad de las ideas. Incluso por momentos parecería necesario la inclusión de variables no mencionadas (como cuando entiende que el problema de la vivienda podría solucionarse construyendo edificios en aquellos lugares que son ocupados por los autos) y, si bien hay referencias a ciudades periféricas que el autor ha visitado en África, por ejemplo, hay pasajes que se perciben como soluciones del primer mundo para problemas del primer mundo.     

Con todo, el llamado a un cambio cultural en la relación que establecemos con los autos y la necesidad del rediseño de las ciudades y sus accesos, lo cual también debe incluir un plan de vivienda, tema en boga si los hay en España, es un recordatorio de que es posible vivir mejor y de que no deberíamos esperar a la próxima pandemia para poder probarlo.     

miércoles, 9 de abril de 2025

China potencia: el experimento de un capitalismo leninista (publicado el 6.4.25 en www.theobjective.com)

 

Capitalismo para la economía, leninismo al momento de administrar el Estado y confucianismo para amalgamar lo que parece imposible. He aquí la fórmula para comprender cómo, en poco menos de 50 años, China logra sacar de la pobreza a más de 650 millones de personas, conforma el 17% del PIB global y representa la única civilización capaz de disputarle la hegemonía del mundo a Estados Unidos.

Al menos así lo entiende Rafael Dezcallar, exembajador español en China (2018-2024), en su nuevo libro El ascenso de China (Deusto), el cual, justamente, lleva como subtítulo Una mirada a la otra gran potencia.

Es que, efectivamente, estamos aquí ante un nuevo paradigma. De hecho, al giro nacionalista que el Partido comunista chino pretende darle a su marxismo, debemos agregarle su pretensión de erigir al Partido como una continuidad de la China imperial. En este punto, como afirma el autor, estamos frente a dos mesianismos: el de Estados Unidos sostenido en su supuesto rol de gendarme de los valores occidentales for export; y el de China, apoyado en una cultura milenaria a la que le habría llegado la hora de representar el nuevo orden mundial, aquel caracterizado por la multilateralidad y el fin de la hegemonía occidental.      

Para tener un mínimo marco histórico de esta transformación, hay que tomar en cuenta que, tras la muerte de Mao en 1976, el nuevo liderazgo de Deng Xiaoping considera necesario introducir una serie de reformas que dan forma a este particular formato de Partido Único (comunista) impulsando un capitalismo con todas las letras. A este modelo capitalista-leninista que hizo de la economía china una verdadera locomotora, con tasas de crecimiento anual de dos dígitos y que llevó la renta per cápita de 222 dólares en 1978 a 13000 dólares en la actualidad, le siguió la etapa de Xi Jinping desde 2012, la cual, a juicio de Dezcallar, tuvo características muy particulares.

Sobre todo, la desconfianza del nuevo líder sobre el modo en que la apertura económica podía debilitar el poder del Partido, lo lleva a una política económica más intervencionista, un mayor recorte en las libertades individuales, el reforzamiento de la centralidad del Partido y el foco puesto en la seguridad nacional.

Además, Xi Jinping observa que el modelo de mano de obra barata ilimitada no se puede seguir sosteniendo por la caída en las tasas de natalidad y por la subida del nivel de vida que hace que los salarios de Vietnam, Indonesia y Malasia sean más competitivos. Así, China pasa a modelos de crecimiento de alta calidad basados en tecnología, innovación, mejora de la productividad e incremento del valor añadido que permiten entender que hoy, el gigante asiático, compita con Estados Unidos, o al menos lo pretenda, en cuestiones de inteligencia artificial y/o en la carrera espacial; o que sea el país con mayor capacidad instalada de energía eólica y solar, exportando el 98% de su producción al tiempo que controla cerca de la mitad del mercado de los autos eléctricos.

Este avance tecnológico se vio traducido dramáticamente en el sistema de control autoritario que alcanzamos a conocer a cuentagotas durante el episodio de la pandemia: desde apps con QR donde te asignaban un color según tu estado de salud, pasando por confinamientos rigurosos, dispositivos orwellianos de reconocimiento facial y del iris, y hasta un sistema de crédito social que puede impedir comprar un billete de tren a quienes hayan dejado de pagar un crédito o hayan participado de una trifulca. Lo habíamos visto en Black Mirror hace unos años y nos parecía exagerado.

En palabras del director de origen chino de un banco internacional en Hong Kong:

 

“Los chinos sabemos que hay algo que nos estamos perdiendo por no tener nuestros derechos humanos garantizados, y nos gustaría tenerlos. Pero a la mayoría le importa más haber salido de la pobreza, poder sobrevivir (que es su preocupación primera) y comparar su nivel de vida con el de sus padres y abuelos”.

 

Asimismo, esto, claro está, viene acompañado de lo que Dezcallar llama la “segunda muralla”, esto es, la desconexión cada vez más clara entre el ciberespacio occidental y su alternativa china: hoy, salvo con algún artilugio restringido a unas pocas personas, los chinos no pueden acceder a Google, X o Whatsapp. Por su parte, Estados Unidos ha hecho una devolución de gentilezas intentando limitar a Tik Tok y a Huawei. Si a esto se le agrega la censura sobre medios de información nacionales e internacionales, el camino hacia mundos paralelos inconmensurables parece tan inexorable como peligroso.

A propósito del Partido Comunista chino, una asombrosa maquinaria de poder que tiene una relación simbiótica y ya indistinguible con el Estado, algunos datos asombrosos: posee 92 millones de miembros, un 8% de la población adulta; la mitad de ellos tiene actualmente un título universitario. Esto va en línea con el ideal meritocrático de selección, más allá de que existen casos privilegiados como el de los llamados “principitos”, esto es, aquellos que tienen algún lazo de sangre con los líderes de la época de Mao. Xi Jinping es uno de ellos, por cierto.

Asimismo, en pos de comprender los conflictos entre las dos grandes potencias hoy y en el futuro inmediato, vale decir que el presupuesto en defensa de China viene creciendo a razón de 7% anual, aunque las cifras reales podrían ser mayores, y que su Marina tiene más buques que Estados Unidos, con la aclaración pertinente de que, además, son más modernos.

En lo que respecta al plano tecnológico se puede agregar que el último año se graduaron en China 77000 estudiantes en carreras científicas y de ingeniería, el triple que en EEUU, y que la inversión en investigación y desarrollo ha alcanzado el 84% del que destina EEUU. En este ámbito, la guerra por los semiconductores, con Estados Unidos trabando la exportación de éstos y cualquier otra tecnología de punta, tiene final abierto: para algunos será un golpe fundamental al desarrollo chino; para otros, exactamente lo contrario.

En cuanto al futuro, Dezcallar entiende que China debe resolver algunos problemas acuciantes si quiere evitar el estancamiento, a saber: los desequilibrios fiscales, la escasa productividad del sector público, el bajo consumo, el exceso de ahorro, la insuficiencia de los servicios sociales y la sobrecapacidad industrial. Asimismo, China padece hoy los “nuevos problemas” propios de los países desarrollados, por ejemplo, en lo que tiene que ver con la demografía: en 2022 fue la primera vez que hubo más muertes que nacimientos y si bien hace años que la ley de un solo hijo fue derogada y ahora se permite hasta tres, lo cierto es que, como sucede en el mundo occidental, los jóvenes no están interesados en formar una familia y en tener hijos por motivos generacionales, culturales y profesionales. Esto es lo que hace que en una nota de The Economist se pueda leer que es probable que China se haga vieja antes que rica.

Aunque, a lo largo de todo el texto, Dezcallar expone sus críticas al modelo chino, hacia el final, llama a comprender a China antes que a estigmatizarla. Además, en un pasaje algo desconcertante, en la última página convoca a aceptar que quizás no haya una forma de organización política superior y que tanto los occidentales que abrazamos las democracias liberales como los chinos que adoptan ese comunismo capitalista de partido único, deberíamos aceptarlo.   

Por otra parte, entiende que todo espacio que Europa y Estados Unidos dejen vacante, será ocupado por la diplomacia y el soft power chino tal como se observa en los países del Sur Global y en el hecho de que, en la actualidad, China sea el mayor acreedor del mundo habiendo otorgado, entre 2008 y 2021, unos 500.000 millones de dólares en créditos soberanos a 100 países.

En síntesis, de cara al futuro, Dezcallar entiende que Rusia seguirá teniendo relevancia en el equilibrio nuclear y en su zona de influencia, esto es, las exrepúblicas socialistas, mientras que la Unión Europea tendrá presencia en aspectos económicos, comerciales y culturales. Sin embargo, “los únicos que tienen la visión y la capacidad para proponer al resto del mundo un modelo político, económico e ideológico propio son Estados Unidos y China”.

Aun cuando la confrontación no sea inevitable, el futuro se muestra, por lo menos, desafiante.

 

 

Cristina: ¿parte de la solución o parte del problema? (5.4.25)

 

Al momento de escribir estas líneas sigue la interna a cielo abierto en la provincia de Buenos Aires entre el axelismo (si es que ello existe) y el cristinismo (si es que ello continuará existiendo). Hasta ahora, el gobernador amaga, pero no se anima, a dar el salto que, al menos, sería una demostración de autoridad frente a lo que es (o fue) su jefatura política. Del otro lado le mandan solicitadas públicas y hasta dejan entrever que, si hubiera desdoblamiento, la propia CFK podría jugar para ocupar un cargo en la legislatura provincial. Uno supone que se trata de una operación. Si no fuera el caso, marcaría un escalón más de descenso en una figura que se viene desgastando gracias a un cúmulo de errores que llevan a muchos a pensar si CFK ha dejado de ser parte de la solución para transformarse en parte del problema.

Volviendo a Kicillof, su situación es, al menos incómoda: sabe que si no rompe corre el riesgo de albertofernandizarse con la Cámpora haciéndole el vacío o, lo que es peor, ocupándole las cajas de un eventual gobierno para hacer oficialismo opositor; pero, a su vez, si rompe, no solo deberá asumir el costo y la ingratitud del “parricidio político”, tan propio de la política, por cierto, sino que, además, corre el riesgo de propiciar una fractura que deje a todos con las manos vacías. Todo esto cuando un Milei, aun en la versión “pato criollo modelo 2025”, es probable que traduzca en votos lo que, gracias al apoyo del FMI, alcanzaría a sostener durante este año: inflación a la baja, estabilidad del dólar y recuperación, despareja, pero recuperación al fin, de la economía.

En todo caso, será materia de discusión si Milei será capaz de lograr sostener esas virtudes hasta 2027. Hay buenos fundamentos para afirmar que, siguiendo como hasta ahora, la ausencia de dólares, más temprano que tarde, obligará a una corrección del tipo de cambio que tendrá algunos beneficios competitivos al tiempo que supondrá, como mínimo, un sacudón inflacionario. Asimismo, si bien no hay leyes en política, el electorado no te paga dos veces en las urnas por el mismo objetivo cumplido. Esto significa que en 2025 podrá pagar “la baja de la inflación” pero eso no sucederá en 2027. Puede que sea injusto, pero es así y le pasa a todos los gobiernos: la gente se acostumbra rápido a las cosas (a las buenas y a las malas) y las naturaliza.        

Mientras tanto, como nos hemos cansado de advertir en este espacio, se desconocen las diferencias programáticas entre el axelismo y el kirchnerismo y los dos mienten en las razones para justificar su postura, sea la de desdoblar, sea la de unificar las elecciones provinciales. Porque seamos buenos con nosotros mismos: no convence a nadie ni el argumento de “necesitamos que la gente evalúe los problemas de la provincia sin que se empañe con los temas nacionales” ni la postura contraria de “debemos unificar porque, frente el proyecto hambreador, toda elección debe nacionalizarse”. Es lo que se tiene que decir porque, con librito de Kant bajo el brazo, la mejor forma de conocer si una acción es buena o mala es imaginar si podrá pasar indemne el tribunal de la opinión pública. Y todos sabemos que, salvo algunos cínicos, no es posible justificar públicamente que la interna del PJ es una interna por liderazgos, lapicera y cajas. Queda mejor decir que es “a favor del pueblo”. Pero no lo es. O en todo caso, podría ser que las políticas del bando victorioso favorezcan al pueblo (algo que habrá que demostrar en la administración y que, evidentemente, no sucedió entre 2019 y 2023 donde todos los que discuten la interna, excepto el de presidente, ocuparon todos los cargos de relevancia); pero esta interna, así como se está jugando, no tiene nada que ver con políticas públicas o medidas que favorezcan a las mayorías.

Hoy, cuando cerca de cada elección es un clásico que los candidatos saquen un libro en el que exponen su programa, (escrito por otro, pero firmado por ellos), de la interna del PJ no puede salir más que un librito para colorear buscando las siete diferencias entre uno y otro bando y una versión recopilatoria en PDF de los “Che, Milei”. En este sentido, ha hecho más por el peronismo y por la discusión acerca de un modelo de país, un video de 2 minutos de Kim, el candidato de Moreno en la ciudad, en el que explica que, por ejemplo, el peronismo es capitalista y que no hay que tomar en sentido literal la estrofa de la marcha que habla de “combatiendo al capital”, que todo este internismo que, incluso a los ojos de los votantes propios, huele a casta.

Este punto es central, aunque suene trillado, porque suponemos que mejor o peor y con más o menos heridos, en algún momento algo del orden de la unidad va a aparecer, y allí habrá que explicar por qué, hacia dónde, para qué y con quién, y las respuestas a esos interrogantes solo podrán hallarse parcialmente (para ser generosos) en las fórmulas que dieron un sentido y unos cuantos buenos resultados hasta 2015, por la sencilla razón de que el mundo y la Argentina son otros.

Y no se trata de vanguardias, pero el espacio progresista, desbordante de intelectuales, no sale del pánico moral, el paper, la bequita y el tono agudo de la indignación viendo fascismo hasta debajo de la mesa. Leyeron a Marx y están más preocupados por transformar su mundo que por explicar el mundo de la mayoría. Y nadie pide una dirigencia política con doctorados en Filosofía. De hecho, desde aquí mismo hemos mencionado varias veces ese berretín que parece tener Cristina con la academia y que la ha llevado a dejar de hacer actos políticos para realizar “conferencias” donde nos expone la Argentina bimonetaria sin que nadie de su alrededor le diga que ese “paper” tiene problemas.

Pero hace falta una dirigencia que interprete el mundo que nos toca vivir y que se identifique con el sentir popular, algo que, y que nadie se ofenda por favor, ha hecho mucho mejor Milei. Sí, aquel al que se señala como “medicado”, “esquizo”, “demente”, “místico”, y “mesiánico”. Ese fue el que conectó y entendió lo que estaba pasando: una sociedad rota; una clase política ensimismada; un nuevo paradigma que incluía formas de comunicar, liderar y gobernar distintas; un hartazgo contra la ingeniería social y una pretensión de mayor libertad frente al agotamiento del discurso de un Estado con recursos ilimitados y un grupo de privilegiados que confunde deseos y problemas personales con derechos adquiridos. Por si hiciera falta aclararlo, aceptar el hecho de esta conexión alcanzada por Milei, independientemente de si se trata de una virtud, de un azar que lo puso en el lugar y en el tiempo justo, o las dos cosas a la vez, no supone avalar su gobierno ni haberlo votado. Tampoco es un llamamiento a la quietud, como si hacer política solo fuese acompañar el espíritu de época y el político fuera un mero ejecutor, el médium entre una entelequia clara y distinta llamada “pueblo” y la realidad concreta.  

Sin embargo, sí es una llamada de atención a una dirigencia que todo el tiempo cree tener algo para decir cuando, en realidad, debería, más bien, hacer silencio ya que tiene demasiado para escuchar.

 

Predicciones, más artificiales que inteligentes, para un futuro de mierda (publicado el 20.3.25 en www.disidentia.com)

 

Un repaso básico por los debates públicos e institucionales, las novedades editoriales y los temas recurrentes en las plataformas de noticias, arroja una presencia cada vez más importante de discusiones en torno a la IA y temáticas afines.

Es difícil trazar un estado de la cuestión porque hay distintas perspectivas y aristas, algunas primo hermanas, otras no tanto, donde además se mezclan ideologías y posicionamientos políticos.

Por lo pronto pareciera haber algo así como un grupo de regulacionistas, en general aquellos que temen las consecuencias de la aplicación desenfrenada de la IA, frente a un grupo desregulacionista que, en todo caso, aun advirtiendo ciertos peligros, son solucionistas tecnológicos y consideran que las mismas herramientas tecnológicas que generan los problemas son capaces de solucionarlos. No es lineal pero los primeros, más pesimistas, se identificarían con posicionamientos más bien socialdemócratas o de izquierda, mientras que los segundos, más optimistas, tenderían a enrolarse en las filas liberales/libertarias, a la derecha del espectro.

Haciendo un recorte arbitrario, es posible citar dos figuras representativas de cada una de estas “corrientes”, los cuales, casualmente, acaban de lanzar nuevas publicaciones en los últimos meses. Uno es Yuval Harari, el historiador israelí multiventas que en Nexus propone una historia de la información y advierte acerca de los peligros de la autonomización de la IA en una suerte de retorno del mito del Gólem; el segundo es Ray Kurzweil, un científico estadounidense cuyas predicciones, algunas décadas atrás, en buena parte se cumplieron, y que regresa con La Singularidad está más cerca. Se trata de un texto donde no solo realiza nuevas ambiciosas predicciones, sino que presenta argumentos para defender su proyecto transhumanista de transformación radical de la especie hacia un nuevo tipo de ser humano capaz de acabar con los grandes males que le aquejan: la enfermedad, la pobreza y la degradación ambiental.

Según Harari, especialmente después de la pandemia, asistimos a una aceleración del uso de la IA para generar sistemas de vigilancia y control, incluso en países democráticos. Sin embargo, Harari va mucho más allá y no solo se pregunta qué sucedería si esa herramienta estuviera bajo el control de una dictadura, sino que considera que hay algo peor que eso: una sociedad gobernada por una inteligencia no humana. Asimismo, en una especie de remake del choque de civilizaciones anunciado por Huntington, Harari plantea la posibilidad del surgimiento de un nuevo muro (invisible), en este caso, un muro de silicio, constituido por chips y códigos informáticos. Esto se produciría porque la IA, al ser capaz de crear, de manera autónoma, toda una red de sentido, dividiría el mundo en redes civilizacionales donde cada una tendría “su” mundo. No hay que ser muy sagaz para darse cuenta que Harari está pensando en lo que ya hoy sucede entre China y el mundo occidental.

En cuanto al terreno de las soluciones, Harari no aporta nada original y abona esa acusación recurrente de ser una suerte de catastrofista funcional al establishment, cuando pide más y más regulaciones y salidas institucionales globales que incluyan a los Estados y a las compañías. Sin embargo, a propósito de estas últimas, es bastante indulgente cuando, si bien advierte que las grandes tecnológicas son parte del problema, al mismo tiempo las exculpa bajo el argumento cándido de que las tecnologías en sí mismas no son ni buenas ni malas sino que dependen de su uso.     

En cuanto a Kurzweil, su nuevo libro retorna a la idea de singularidad, la cual es definida del siguiente modo:  

“Dentro de un tiempo, la nanotecnología permitirá (…) la ampliación del cerebro humano con nuevas capas de neuronas virtuales en la nube. De esta manera nos fusionaremos con la IA y ampliaremos nuestras habilidades con una potencia de cálculo que multiplicará por varios millones las capacidades que nos dio la naturaleza. Este proceso expandirá la inteligencia y la conciencia humanas de una forma tan radical que resulta difícil de comprender y asimilar. Cuando hablo de “singularidad” me estoy refiriendo a este momento en concreto”.

Aunque en algún pasaje del libro Kurzweil admite que, dependiendo de cómo manejemos este proceso que se alcanzaría hacia el año 2045, tendremos un camino firme y seguro o uno de turbulencia social, el tono del texto es asombrosamente optimista o, en todo caso, parece no tomar en cuenta las consecuencias que este eventual proceso podría ocasionar.

A lo sumo advierte que habrá un problema con el empleo pero que se solucionaría con una Renta Básica Universal financiada eventualmente con un impuesto sobre las compañías que se hayan beneficiado de la automatización de la IA y ya. En todo caso, si el tiempo libre fuera un problema, Kurzweil indica que para ello ya existe la realidad virtual y, sobre todo, la paciencia necesaria para esperar 10 años a que todos nuestros cerebros estén conectados a una computadora. En cuanto al resto de los problemas, abrazando una suerte de aceleracionismo capitalista, y tomando como fuente los datos de Steven Pinker acerca del fluctuante pero evidente progreso de la humanidad a todo nivel en los últimos siglos, Kurzweil entiende que la “explosión” tecnológica traerá consigo una abundancia de riqueza por la cual los pobres del mañana gozarán de un nivel de bienestar inédito en la historia de la humanidad.    

Para Kurzweil, además, ya estamos en condiciones de asegurarnos una expectativa de vida digna de 120 años y el aumento de la misma será exponencial en las próximas décadas a tal punto que adopta la temeraria predicción de que ya habría nacido la persona que vivirá 1000 años. Por último, en un pasaje que me atrevería a afirmar como filosófica y conceptualmente muy débil, para ser elegante, reduce el cerebro y la conciencia a un sistema de información que podría ser extraíble y replicable incluso por fuera del cuerpo, cumpliendo así la fantasía de buena parte de las grandes obras de ficción, aunque pagando el precio de no poder responder a una ingente cantidad de bibliografía filosófica que lo espera en la biblioteca con una mueca risueña:

“En las décadas de 2040 y 2050 reconstruiremos el cerebro y el cuerpo para superar los límites que marca la biología, lo que incluye la posibilidad de copiar todo su contenido y prolongar la esperanza de vida. Cuando la nanotecnología alce el vuelo, seremos capaces de crear un cuerpo mejorado a voluntad: podremos correr más deprisa y durante más tiempo, nadar y respirar bajo el mar como los peces e incluso dotarnos de unas alas funcionales si así lo deseamos. Pensaremos varios millones de veces más rápido, pero lo más importante, es que no dependeremos de que el cuerpo sobreviva para que nosotros podamos seguir viviendo”.

En un contexto de crispación e indignación diaria, con guerras, disputas tribales y religiosas, tensiones económicas y sociales a todo nivel, me temo que aunque la tecnología avanzara en la línea que auguran los autores, haciéndonos más dependientes de ella todavía, el futuro ofrecerá catástrofes menos conspirativas y avances menos ideales; en todo caso habrá futuros a distintas velocidades, como los ha habido siempre pero, ahora, de manera exagerada.

Es que mientras Elon Musk plantea aplicar una democracia directa como sistema de gobernanza en Marte y Curtis Yarvin lo critica abogando por una monarquía tecnocrática encarnada en un Rey CEO en los Estados Unidos, los problemas de miles de millones de personas en el mundo es que no tienen agua potable o se contagian enfermedades que se habían erradicado. A propósito, ¿cómo le explicamos a un enfermo de cólera o tuberculosis que no debe temer morir porque su conciencia será alojada en la Nube de Google y que en Marte será parte de los debates de la Asamblea democrática que decidirá la distribución de la propiedad en el lado oscuro de la Luna?

¿Acaso plantear que el transhumano podrá respirar debajo del agua como un pez es la solución a la inmigración ilegal que llega a Europa a través de las pateras? ¿Habrá un juego de realidad virtual en el que Occidente no se suicida renunciando a sus propios valores? 

¿Y los virus creados en laboratorios? ¿Las tensiones geopolíticas? ¿Las luchas por la redistribución del ingreso? ¿Las migraciones masivas por limpiezas étnicas? ¿El estar a merced de un loco autócrata a tiro de un botón rojo… todo eso se va a solucionar con una app, un Change.org y un nano no sé cuánto? A su vez, ¿estos mismos conflictos son capaces de solucionarse bajo el liderazgo de los burócratas de las instituciones de gobernanza global tal cual las conocemos hasta ahora mientras afirmamos que la tecnología es neutral?

Hoy el mundo entero atraviesa el problema de cómo financiar las pensiones y se nos plantea como una maravilla que la expectativa de vida alcance los 120 años y hasta los 1000. ¿Hasta cuándo se ampliará la edad laboral para darle sustentabilidad al sistema? ¿Pasaremos de 60/65/70 años a 110 años? ¿Habrá que aportar unos 70 años al fisco para acceder a la pensión? ¿Quién lo va a aportar si no hay trabajo y si entre los pocos trabajos que van a sostenerse estarán los realizados por migrantes de países no europeos que van a vivir a Europa de manera ilegal cuidando viejos cada vez más viejos para recibir, a cambio, un ingreso informal?  

Al mismo tiempo, se nos dice que el efecto colateral será que habrá menos trabajo pero que se financiará con impuestos y una Renta Básica Universal. ¿Y alguien en su sano juicio puede pensar que ese proceso será aceptado pacíficamente? ¿En serio vamos a creer que miles de millones de personas sin trabajo y con sus eventuales necesidades básicas satisfechas por la redistribución de los impuestos pagados por los ricos, se quedarán en sus casas hipnotizadas entre juegos, porno y viajes virtuales a Venecia? ¿Los ricos, dueños de las compañías que controlarán el mercado tecnológico oligopólicamente, van a aceptar pagar impuestos determinados por los burócratas de la gobernanza global para sostener a más de la mitad de la población mundial que no va a tener trabajo ni nada que hacer?

O sea, ¿Bezos, Zuckerberg y Musk van a pagar de sus bolsillos a los millones de desocupados de la India, África y Latinoamérica para que puedan sobrevivir, contratar Starlink, comprar por Amazon y ver la publicidad de Instagram? ¿Esos cientos de millones de humanos obsoletos e inútiles, incapaces si quiera de trabajar por un sueldo miserable porque ese trabajo ya ni siquiera existe, tendrán que elegir entre comer y pagar la nube de Google o, ya desposeídos del cuerpo, la Renta Básica Universal alcanzará para el plan básico de almacenamiento de conciencia que no superen tantos gigabytes? Por cierto, ¿si nuestra conciencia es muy pesada tendremos que pagar un plan Premium?

En síntesis: ¿la posibilidad de pensar más rápido que potenciaría la IA nos permitirá darnos cuenta también más rápido del delirio de irrealidad en el que se encuentran inmersos gobernantes y autores multiventas cuando piensan en cómo solucionar los verdaderos problemas del futuro?    

Preguntas sin respuestas para un futuro de mierda.