Dado que resulta difícil imaginar un cambio demasiado
importante en el comportamiento electoral, hay tres escenarios posibles para
las elecciones del 14 de noviembre: la oposición estira algo más la ventaja, el
gobierno se acerca tras lograr que muchos de los que no votaron en Provincia de
Buenos Aires lo hagan, o el resultado se repite. La pregunta que surge de aquí es
si alguno de estos escenarios alterará las decisiones que vaya a tomar el
gobierno. La respuesta es, como ustedes se pueden imaginar, “no sé”.
El manual diría “a grandes derrotas, grandes cambios”. En
este punto tenemos el antecedente inmediato de las PASO: fue una gran derrota
para el gobierno a tal punto que hasta pareció tambalear la estabilidad de la
coalición. Sin embargo, ¿se pegó el golpe de timón? Se mejoró el Gabinete y
tanto a nivel nacional como a nivel Provincia de Buenos Aires se le dio a
gobernadores y a intendentes, respectivamente, mayor protagonismo como
estrategia para traer votos. Pero decir que esto ha sido un giro radical es una
tontería si bien, para ser justos, es imposible pedirle a un gobierno que en
menos de dos meses se transforme, de manera creíble, en lo que la mayoría de
sus votantes le piden. Lo cierto es que el diagnóstico de que faltó dinero no
tuvo como correlato políticas novedosas en ese sentido: Feletti parece estar
bastante solo en una disputa que, todos sabemos, es necesaria pero es un parche
ante la estampida de precios; se había anunciado un bono para jubilados que
nunca llegó y se dejó entrever la llegada de un nuevo IFE que tampoco se
materializó. La falta de picardía en ese sentido es total: se hace un anuncio
claramente electoralista, se genera expectativa en un sector de la población
que necesita el dinero y se paga el precio de ser acusado de populista y
demagogo. Sin embargo, luego el anuncio no avanza y entonces seguís quedando
como un populista, se te agrega el adjetivo de “incapaz” o “mentiroso” y
defraudás a quien había depositado esperanza. Frente a eso no hay campaña zonza
del “Sí” que pueda ayudar, menos si en esa campaña del “sí” lo único que
ofrecés específicamente es “Ley de humedales” y alguien que diga “Sí, re” para
ver si con el “re” se le quita a Milei y a su veleidoso castatómetro algún voto
joven.
Por otra parte, no hace falta ningún manual para afirmar con
cierto grado de certeza que un gobierno al que le ha costado cambiar y al que
le ha costado tener el termómetro de la calle, difícilmente decida transitar
otros caminos si su performance mejora ostensiblemente. Y no hablo de ganar la
elección. Con emparejar la Provincia de Buenos Aires y no perder el quórum
propio en el Senado, el gobierno tomaría la elección como un triunfo de cara a
la opinión pública, lo cual no estaría mal. El problema es que se lo crea y
haga el mismo diagnóstico puertas hacia adentro. ¿Cuál sería la explicación que
ofrecería el oficialismo? Se adjudicaría la derrota de las PASO al mal clima de
la pandemia y se afirmaría que ya se empiezan a ver los brotes verdes de la
Argentina prometida. Humildemente, me permito dudar de ese escenario electoral.
Especialmente porque no ha habido ninguna mejora económica relevante en ningún
aspecto entre las PASO y esta elección. Lo que sí puede ocurrir es que el
factor “terror” que supone el regreso del macrismo haga que muchos de los que
ni siquiera se tomaron el trabajo de ir a votar, vuelvan a apoyar al FDT aun tapándose
la nariz. Si eso sucede, sumado a que intendentes y gobernadores prometen hacer
el trabajo sucio de ir casa por casa a acercar votantes, hay allí una buena
cantidad de votos para sumar. Por qué no lo han hecho antes es un misterio (o
no tanto). Pero como indicábamos algunas líneas atrás, ya que vas a pagar el
precio de que te digan “demagogo y populista” sin serlo, puede que alguien en
el gobierno entienda que es momento de serlo y poner a disposición del votante desencantado
todos los medios disponibles para que vote.
Por último, está la posibilidad de un escenario electoral
similar al de las PASO. Ante esta situación es probable que el gobierno realice
los mismos movimientos que supondría una derrota más holgada aunque, claro, en
este caso se tomaría un poquito más de tiempo.
Trazado el panorama, y si dejamos a un lado la posibilidad de
una mejora en la performance que pudiera quitar incentivos al gobierno para un
cambio importante, el escenario de derrota más holgada o derrota similar a las
PASO demandaría cambios. En todo caso lo que variaría sería la velocidad en la
que debería realizarlos. Dicho esto la pregunta sería para dónde irán esos
cambios. Y allí también la respuesta es “no sé” pero lo más importante es que
no queda claro que sea el gobierno el que lo sepa. Y aquí me quiero detener
porque quizás la decisión sobre qué camino tomar esté menos dada por Alberto
que por CFK, en el sentido de que cuesta imaginar al kirchnerismo acompañando
acríticamente a un gobierno de Alberto que en su falta de rumbo transite
erráticamente hasta el 2023. Como alguna vez indicamos en este espacio, dudo
que sea CFK, por su perfil institucionalista, la que decida quebrar la
coalición (más bien son algunos antikirchneristas que ocupan el gobierno los
que sueñan con esa hipótesis sin comprender que eso supondría un gobierno
incapaz de sostenerse). Pero al mismo tiempo me pregunto qué estrategia puede
llevar adelante CFK si Alberto sigue dilapidando el caudal de apoyo popular que
supo construir el espacio kirchnerista durante doce años. Especialmente porque,
y esto cabe aclararlo, CFK tiene una enorme responsabilidad por la decisión de
poner allí a Alberto y por ser nada menos que la vicepresidenta de un gobierno
que se parece bastante poco al que ella lideró. En este sentido, traigo a
colación la película de Christopher Nolan: Batman,
El caballero de la noche. Específicamente en la escena final, en la que
Batman pasa de héroe a perseguido, se da un diálogo entre James Gordon, el
agente del Departamento de Gotham City interpretado por Gary Oldman, y el niño
al que se le dice que Batman es el héroe que nos merecemos pero no el que
necesitamos ahora. De aquí que acaben persiguiéndolo. Ese intercambio tiene una
fuerte lección política que puede servir para comprender los dilemas de la
Argentina actual. Porque la Argentina, o al menos los votantes del
kirchnerismo, creían en 2019 que Cristina era la presidenta que se merecían pero
no la que se necesitaba para ganar la elección. El punto es que tras una
derrota que hizo que el caudal de voto se redujera al núcleo duro k e incluso un
poco menos también, sectores del kirchnerismo comienzan a preguntarse si
Alberto sigue siendo el presidente que se necesita. Esa pregunta ya de por sí es
dramática e inaugura una discusión. Pero hay algo que es peor: hay quienes
dicen, no sabemos si con ironía, que, finalmente, puede que Alberto sea el
presidente que nos merecemos.
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