Aun a riesgo de una extrema generalización, podría decirse
que la actualidad nos está ofreciendo un cambio de paradigma en relación a la
información en tiempos de internet: ya no hay que develar una verdad que permanece
escondida porque ya no hay nada oculto y todo está a la vista y disponible para
el usuario. ¿Que todo sea mostrado hace más fácil la búsqueda? Al contrario. La
hace más difícil porque la tarea es reconocer qué de todo lo que está a la
vista es relevante. Casi como se lo plantea Borges en su cuento “La biblioteca
de Babel”, la posibilidad de una biblioteca que contenga todos los libros
existentes pero también los posibles, está lejos de ser la panacea del
investigador o del buen lector. Más bien lo que genera es la frustración ante
una totalidad inabarcable que hace que la tarea sea imposible. ¿Por dónde
empezar a buscar el libro o el dato que nos interesa en una biblioteca o en una
web que es infinita?
La respuesta podría ser el algoritmo que orienta nuestras
búsquedas y nuestros hallazgos en función de la información que nosotros mismos
le hemos brindado en anteriores búsquedas. Pero allí aparece el otro riesgo: la
burbuja. Efectivamente, creemos que navegamos libremente por la web pero
naturalmente caemos rápidamente en burbujas donde hay cámaras de eco, sesgos de
confirmación y donde nos hacemos dependientes de “la hinchada propia” que nos
premia con sus “like”. Así, de
repente, sin darnos cuenta, creemos que nuestra burbuja representa la realidad y,
paso seguido, cuando confrontamos con la misma, las sorpresas y las decepciones
suelen ser importantes. Si lo aquí indicado describe el día a día de los
usuarios comunes, debería decirse que no es muy diferente la situación de los
medios tradicionales o los periodistas consagrados. A propósito, este fenómeno
me recuerda un antecedente no del todo conocido que une a Argentina y a España.
Se trata del caso del fraile Francisco de Paula Castañeda,
nacido en 1776 en Buenos Aires, de madre porteña y padre andaluz, quien muy
jovencito ingresara a la orden de los franciscanos. Su formación eclesiástica
se realizó en la provincia de Córdoba (Argentina) pero algunos años después de
ser ordenado sacerdote es enviado a una Buenos Aires que en 1806 y 1807 resistiría
las invasiones inglesas. Castañeda celebraría la acción de defensa de los
locales y, tiempo después, tras la captura de Fernando VII, sería uno de los que va a apoyar la independencia
del que para aquel entonces era el Virreinato del Río de la Plata. En 1810 la
revolución se produce pero Castañeda encuentra razones para preocuparse por el
sendero que ésta transitaría. En particular, observa que la misma está tomando
un giro “anticlerical” impulsado por ideas liberales e iluministas y se decide
a actuar no solo desde el púlpito sino a través de la prensa, lo cual le valió
varias veces el destierro hasta su muerte en 1832.
Para muestra, Castañeda fustigó el proceso de laicización creando
nada menos que ocho periódicos tan solo entre 1820 y 1821. Si esto ya de por sí
parece desproporcionado, más sorprendente será saber que todos estos periódicos
tenían un solo redactor: él mismo. Efectivamente, a través del recurso de la
utilización de seudónimos, Castañeda utilizaba a la prensa como un órgano de
difusión de ideas y de ataque contra sus adversarios políticos. Pero si de
curiosidades se trata, agreguemos que para cuatro de estos periódicos utilizaba
seudónimos de mujer y, para los otros cuatro, seudónimos de varón, lo cual era
una verdadera novedad porque resultaba impensable para la época que se les
diera a las mujeres la posibilidad de estar al frente de una publicación. Incluso
podría decirse que Castañeda fue más allá y tanto lugar le dio a las mujeres
que creó un congreso imaginario exclusivamente femenino con sus respectivas
actas donde se incluían intervenciones e intercambios que eran tan interesantes
que podían dejar en un segundo plano el detalle de que pertenecían a un congreso
que nunca existió.
Pero había más: uno de los cuatro periódicos fundado por Castañeda
y dirigido por “mujeres”, recibía una enorme cantidad de carta de lectores. Se
trataba del periódico llamado Doña María
Retazos, donde “Doña María” representaba “la voz del pueblo”, algo que, a
priori, suponía un contacto directo y asiduo con los lectores. Por ello no
sorprendía que buena parte de sus páginas estuvieran ocupadas por opiniones y
puntos de vista de las “Doña María” de Buenos Aires. Sin embargo, lo que
tampoco sorprendió fue el descubrimiento de que era el propio Castañeda el que
escribía las cartas de lectores utilizando seudónimos.
Había mucho de sátira en las intervenciones periodísticas de
Castañeda, lo cual se vislumbraba en los títulos de las publicaciones y en los
seudónimos de los supuestos redactores y lectores. Por ejemplo, uno de los
periódicos se llamaba Desengañador
Gauchipolítico y allí alternaban redactoras que podían llamarse “Doña Viuda
de la Patria”, “Doña Aburrida de Ingratos” o “Doña a Veces me Falta la
Paciencia”.
Cuentan por allí que Castañeda creó un periódico para cada
enemigo y evidentemente ha tenido muchos porque publicó más de treinta a lo
largo de su vida, entre ellos, Vete
portugués que Aquí No es, Eu no me
Meto con Ninguem, Despertador
Teofilantrópico Misticopolítico y Nación
Argentina Decapitada por el Nuevo Catilina Juan Lavalle.
La fragmentación a la que nos enfrentamos y las burbujas
algorítimicas nos están llevando a un fenómeno que cada vez se parece más al de
Castañeda. Los medios tradicionales como máquinas de ataque contra adversarios
políticos, como lo han hecho siempre, por cierto, cada vez personalizan más sus
agresiones y son retroalimentados por trolls e idiotas útiles en las redes. Los
usuarios, presuntamente empoderados, hacen lo mismo utilizando sus perfiles,
escriben para sí y para su tribunita y algunos hasta tienen más éxito que los
grandes medios. Los seudónimos de Castañeda son reemplazados por los perfiles,
en muchos casos ficticios, de los usuarios y la música es tan embriagadora que
casi todos olvidan que son parte del mismo baile. La metáfora viene a cuento
porque, si de información hablamos, el problema de estos tiempos es el exceso
de ruido antes que la imposición del silencio. Una censura por intoxicación de
sobreinformación antes que por recortes de la misma, más allá de que los nuevos
comisariatos políticos de las buenas costumbres progresistas añoren erigirse en
los guardianes de la palabra aceptable.
Ha pasado el tiempo de las grandes revoluciones que
transformaron el mundo y eso resulta frustrante porque hace que nuestros objetivos
sean más modestos. Con todo, no menospreciaría el valor de intentar pinchar la
burbuja algorítimica en la que vivimos. Hay quienes dicen que puede que haya un
mundo más allá.
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