jueves, 4 de noviembre de 2021

Pinchar la burbuja (publicado el 28/10/21 en www.disidentia.com)

 

Aun a riesgo de una extrema generalización, podría decirse que la actualidad nos está ofreciendo un cambio de paradigma en relación a la información en tiempos de internet: ya no hay que develar una verdad que permanece escondida porque ya no hay nada oculto y todo está a la vista y disponible para el usuario. ¿Que todo sea mostrado hace más fácil la búsqueda? Al contrario. La hace más difícil porque la tarea es reconocer qué de todo lo que está a la vista es relevante. Casi como se lo plantea Borges en su cuento “La biblioteca de Babel”, la posibilidad de una biblioteca que contenga todos los libros existentes pero también los posibles, está lejos de ser la panacea del investigador o del buen lector. Más bien lo que genera es la frustración ante una totalidad inabarcable que hace que la tarea sea imposible. ¿Por dónde empezar a buscar el libro o el dato que nos interesa en una biblioteca o en una web que es infinita?

La respuesta podría ser el algoritmo que orienta nuestras búsquedas y nuestros hallazgos en función de la información que nosotros mismos le hemos brindado en anteriores búsquedas. Pero allí aparece el otro riesgo: la burbuja. Efectivamente, creemos que navegamos libremente por la web pero naturalmente caemos rápidamente en burbujas donde hay cámaras de eco, sesgos de confirmación y donde nos hacemos dependientes de “la hinchada propia” que nos premia con sus “like”. Así, de repente, sin darnos cuenta, creemos que nuestra burbuja representa la realidad y, paso seguido, cuando confrontamos con la misma, las sorpresas y las decepciones suelen ser importantes. Si lo aquí indicado describe el día a día de los usuarios comunes, debería decirse que no es muy diferente la situación de los medios tradicionales o los periodistas consagrados. A propósito, este fenómeno me recuerda un antecedente no del todo conocido que une a Argentina y a España.

Se trata del caso del fraile Francisco de Paula Castañeda, nacido en 1776 en Buenos Aires, de madre porteña y padre andaluz, quien muy jovencito ingresara a la orden de los franciscanos. Su formación eclesiástica se realizó en la provincia de Córdoba (Argentina) pero algunos años después de ser ordenado sacerdote es enviado a una Buenos Aires que en 1806 y 1807 resistiría las invasiones inglesas. Castañeda celebraría la acción de defensa de los locales y, tiempo después, tras la captura de Fernando VII, sería  uno de los que va a apoyar la independencia del que para aquel entonces era el Virreinato del Río de la Plata. En 1810 la revolución se produce pero Castañeda encuentra razones para preocuparse por el sendero que ésta transitaría. En particular, observa que la misma está tomando un giro “anticlerical” impulsado por ideas liberales e iluministas y se decide a actuar no solo desde el púlpito sino a través de la prensa, lo cual le valió varias veces el destierro hasta su muerte en 1832.

Para muestra, Castañeda fustigó el proceso de laicización creando nada menos que ocho periódicos tan solo entre 1820 y 1821. Si esto ya de por sí parece desproporcionado, más sorprendente será saber que todos estos periódicos tenían un solo redactor: él mismo. Efectivamente, a través del recurso de la utilización de seudónimos, Castañeda utilizaba a la prensa como un órgano de difusión de ideas y de ataque contra sus adversarios políticos. Pero si de curiosidades se trata, agreguemos que para cuatro de estos periódicos utilizaba seudónimos de mujer y, para los otros cuatro, seudónimos de varón, lo cual era una verdadera novedad porque resultaba impensable para la época que se les diera a las mujeres la posibilidad de estar al frente de una publicación. Incluso podría decirse que Castañeda fue más allá y tanto lugar le dio a las mujeres que creó un congreso imaginario exclusivamente femenino con sus respectivas actas donde se incluían intervenciones e intercambios que eran tan interesantes que podían dejar en un segundo plano el detalle de que pertenecían a un congreso que nunca existió.

Pero había más: uno de los cuatro periódicos fundado por Castañeda y dirigido por “mujeres”, recibía una enorme cantidad de carta de lectores. Se trataba del periódico llamado Doña María Retazos, donde “Doña María” representaba “la voz del pueblo”, algo que, a priori, suponía un contacto directo y asiduo con los lectores. Por ello no sorprendía que buena parte de sus páginas estuvieran ocupadas por opiniones y puntos de vista de las “Doña María” de Buenos Aires. Sin embargo, lo que tampoco sorprendió fue el descubrimiento de que era el propio Castañeda el que escribía las cartas de lectores utilizando seudónimos.

Había mucho de sátira en las intervenciones periodísticas de Castañeda, lo cual se vislumbraba en los títulos de las publicaciones y en los seudónimos de los supuestos redactores y lectores. Por ejemplo, uno de los periódicos se llamaba Desengañador Gauchipolítico y allí alternaban redactoras que podían llamarse “Doña Viuda de la Patria”, “Doña Aburrida de Ingratos” o “Doña a Veces me Falta la Paciencia”. 

Cuentan por allí que Castañeda creó un periódico para cada enemigo y evidentemente ha tenido muchos porque publicó más de treinta a lo largo de su vida, entre ellos, Vete portugués que Aquí No es, Eu no me Meto con Ninguem, Despertador Teofilantrópico Misticopolítico y Nación Argentina Decapitada por el Nuevo Catilina Juan Lavalle.

La fragmentación a la que nos enfrentamos y las burbujas algorítimicas nos están llevando a un fenómeno que cada vez se parece más al de Castañeda. Los medios tradicionales como máquinas de ataque contra adversarios políticos, como lo han hecho siempre, por cierto, cada vez personalizan más sus agresiones y son retroalimentados por trolls e idiotas útiles en las redes. Los usuarios, presuntamente empoderados, hacen lo mismo utilizando sus perfiles, escriben para sí y para su tribunita y algunos hasta tienen más éxito que los grandes medios. Los seudónimos de Castañeda son reemplazados por los perfiles, en muchos casos ficticios, de los usuarios y la música es tan embriagadora que casi todos olvidan que son parte del mismo baile. La metáfora viene a cuento porque, si de información hablamos, el problema de estos tiempos es el exceso de ruido antes que la imposición del silencio. Una censura por intoxicación de sobreinformación antes que por recortes de la misma, más allá de que los nuevos comisariatos políticos de las buenas costumbres progresistas añoren erigirse en los guardianes de la palabra aceptable.

Ha pasado el tiempo de las grandes revoluciones que transformaron el mundo y eso resulta frustrante porque hace que nuestros objetivos sean más modestos. Con todo, no menospreciaría el valor de intentar pinchar la burbuja algorítimica en la que vivimos. Hay quienes dicen que puede que haya un mundo más allá.  

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