viernes, 20 de febrero de 2015

Sin palabras (publicado el 19/2/15 en Veintitrés)

En los tiempos en los que dicen que la globalización comunicacional ha construido un ágora virtual de igualdad en la que cualquiera puede hablar y opinar y, por tanto, todo parece ser materia digna de ser hablada y opinada, la ruptura, el quiebre profundo, la famosa grieta, es la de la palabra. No es casual pues seguramente el tiempo recordará la presidencia de Cristina Kirchner como aquella en la que se decidió encarar la disputa por la palabra con el actor emblemático y representativo de las corporaciones económicas: el grupo Clarín. De aquí que sea hasta natural que en 2015 la disputa pueda disfrazarse y hasta alternativamente dé lugar a actores corporativos nuevos, pero, en el fondo, sigue siendo la misma porque la palabra es la condición de posibilidad de la política.
Cuando se decidió avanzar con la Ley de Medios, aun hoy trabada por artilugios y complicidades entre empresarios y sectores de la justicia, se dejó en claro que la posesión de una desproporcionada cantidad de licencias tenía consecuencias evidentes para la libertad de expresión. Pero desde aquel momento, el debate fue adoptando todo tipo de aristas hasta  transformar el mapa político y cultural de la Argentina. Tomando como eje, entonces, el tema de la palabra, preguntemos ¿qué tienen en común los cacerolazos con la marcha de silencio del 18F? Tal interrogación nos muestra que lo que tienen en común no es solamente que son manifestaciones opositoras sino que, por sobre todas las cosas, son formas de renunciar a la palabra. Una lo hace a través de un repetido sonido estridente y otra a través de la ausencia de sonido. Ambas manifestaciones han decidido no hablar, es decir, hacer una manifestación (que siempre es política) renunciando a lo propio de la política. Hay, así, una ocupación del espacio público, del ámbito de lo común, en nombre del rechazo de aquello que nos permite tejer ese entramado común. No será, por cierto, ni la primera ni la última paradoja de una sociedad como la nuestra.
Pero quiero volver a ese quiebre que se da en 2008, ese quiebre que generó una intensidad única capaz de poner de manifiesto la siempre existente división de la sociedad argentina. Ese “clímax” de lo político dejó en evidencia que Laclau y Gramsci podían servir para entender algunas de las cosas que estaban pasando y que el adversario político comprendía y actuaba con eficacia sin quizás haber leído ni entendido a Laclau ni a Gramsci. Y allí conocimos la cara más obscena del poder, que es la del poder acorralado. Se trata del momento en que, de tan expuesto, el poder está vulnerable pero, a su vez, juega sus armas más letales actuando en el nivel macro pero también azuzando las violencias en el nivel micro, aquel que se presenta en cada interacción pequeña de nuestra cotidianeidades. El formato “golpe” dejó lugar al formato “desestabilización” y la batalla cultural se trasladó al fango en el que las elecciones pretenden ser el paso tan necesario como intrascendente para determinar los dueños de un poder que es meramente formal, y cualquier institución no “política” (la prensa, la economía y la “justicia”) se transformará en la encargada de legitimar gobiernos independientemente de una voluntad popular que es vista simplemente como “electorado”.     
Ese electorado, para ser funcional a su condición de invitado esporádico de la puesta en escena de la selección de autoridades que no deciden ni gobiernan, es un electorado constituido de manera tal que su función es no hablar ni realizar la otra cara de la misma moneda del hablar, esto es, el escuchar. Se trata de un electorado degradado (como lector de diario), que cuando la fiscal dice que hasta ahora no habría pruebas de la existencia de una tercera persona en la escena de la muerte de Nisman, se convence de lo contrario cuando lee una nota de tapa de Clarín que se pregunta si no es posible, entonces, que hubiera una “segunda persona” (SIC). (Ver “Caso Nisman: un informe forense descartaría que haya sido un suicidio”, Clarín, 16/2/15).
Usted se ríe, pero puede que otros hayan salido corriendo a reclamarle al seguro de su auto que no solo le cubra contra “terceros” sino también contra “segundas”. Estamos, entonces, frente al mismo electorado degradado (tan degradado como lector de diario), que no se dio cuenta que aquel mensaje de Twitter de la presidenta que se preguntaba si los chinos habían venido por el “aloz y el petlóleo”, era una ironía no dirigida a los chinos sino a aquellos que consideran que toda movilización pro gobierno la realiza gente venal, sin escrúpulos y tan barata como para ser comprada por un choripán y una coca.
Se trata de un elector/lector al que quieren confinar al estadio evolutivo del operatorio concreto, esto es, un elector/lector que no pueda salirse del aquí y del ahora, que crea que todo discurso se opone al hacer y que sea incapaz de abstracciones, de pensar, de utilizar metáforas y de hacer lecturas entrelíneas. ¿Con esto estoy diciendo que todo aquel que se oponga a este gobierno sufre de tal degradación? No, y quien haga esa lectura supurante de literalidad y vacía de matices no hará más que ubicarse inmediatamente en aquel grupo que no nuclea a todo aquel que se opone al gobierno pero es generoso en la recepción de nuevos adherentes, la mayoría, con importante espacio en medios de comunicación.
Se trata del mismo sector que ingresa en el terreno de la irritabilidad histérica y casquivana cuando de vez en cuando hay un mensaje por cadena nacional. Pues no quiere escuchar ni siquiera las razones del gobierno al que se opone. Entonces lo resuelve todo diciendo que palabra del gobierno es igual a relato y que, por lo tanto, no vale la pena escucharla pues es literatura y “nosotros queremos las cosas reales”.
Es el elector/lector que necesita que le aclaren si el que habla es K pues no sea cosa que, en una distracción, un kirchnerista lo convenza hasta poseerlo diabólicamente. Es el mismo que en una red social interpela a quien piensa distinto a él y ante alguna respuesta acaba inmediatamente en una referencia a Hitler o al fascismo cumpliendo con esa ley de Godwin que indica que en la medida en que una discusión se estira crece exponencialmente la posibilidad de una referencia al Führer que, esto lo agrego yo, lleva inmediatamente a un final de la conversación.  ¿Esto quiere decir que todo aquel que vota al oficialismo es un ser reflexivo, dispuesto al diálogo y a poner la otra mejilla siempre? No, pero lo aclaro pues ante semejante degradación de los electores/lectores, todo hay que aclararlo.  
El plan es, entonces, generar un 70% de electores que griten y no escuchen, blindar ese porcentaje para garantizarse que el oficialismo, con el candidato que sea, quede imposibilitado de arrebatarle la elección. Cualquiera de ese 70% que ose tratar de dar razones, hacer una lectura compleja, incluir un matiz, será atacado hasta el aturdimiento tanto como aquel otro 30% que parece mantenerse fiel al oficialismo.
Alcanzado este clima, lo único que queda es la unidad de la oposición, esto es, cómo encontrar cargos para que todos los opositores queden satisfechos. La parte ideológica está resuelta. No hay diferencias en ese sentido. Quién va a gobernar también es algo ya resuelto. Incluso el enemigo está clarísimo y es el kirchnerismo. Lo que resta, entonces, es la disputa por los egos y los lugares para todas las primeras líneas y las segundas y terceras que acompañaron. Ese es el lugar que se le tiene asignado a una dirigencia política opositora que ha renunciado a la política y luego se pregunta por qué tiene una profunda incapacidad para movilizar al punto de tener que decir que va a marchar pero sin bandería política. Es decir, tiene que renunciar a lo que es para poder sumarse a una marcha que supuestamente representa un clamor popular. Paradojas y otras tantas contradicciones que, como no podía ser de otro modo, nos dejan sin palabras.      


         

3 comentarios:

Fernando dijo...

Espectacular análisis Dante!!!! Gracias!!!

Unknown dijo...

buenisimo, muy claro, una ezquisofrenia compleja padece nuestra sociedad.

Anónimo dijo...

Tan "políticamente incorrecto" como claro. Mucha gente renuncia a la palabra porque primero le fue expropiado (o se dejó expropiar )el pensamiento. Como se puede actuar sin pensar, es posible actuar sin hablar. Muy bueno el análisis. Saludos Luis Diego