Los grandes moralistas de la
política quedaron boquiabiertos pues mientras machacaban con que la política se
divide entre republicanos honestos y deshonestos kirchneristas, aparecieron los
“Panamá papers”, una filtración de documentos, aun mayor a la de Wikileaks, donde se pueden encontrar a
los titulares de empresas fantasma radicadas en Panamá desde 1977 hasta la
fecha. Políticos, empresarios, estrellas del deporte, etc., forman parte de
este enorme listado sospechado, como mínimo, de elusión de impuestos. En lo que
a Argentina respecta, políticamente hablando, el nombre más importante que allí
aparece es, ni más ni menos, que el del flamante presidente de la Nación,
Mauricio Macri.
Se trata de una situación profundamente
incómoda para el mandatario que, desafiante de los archivos y de la historia
personal, insólitamente buscó instalarse a partir de un discurso “honestista”.
Naturalmente, el núcleo duro del PRO salió a respaldar al presidente, incluso,
la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, que pertenece al partido
gobernante, fue puesta allí por un decreto dado que no cumplía con los
requisitos de formación y parece que se dedica a denunciar toda corrupción que
no sea la de su propio gobierno. En cambio, todo el arco opositor y hasta la
denuncista serial, Elisa Carrió, salió a pedir explicaciones. El hecho promete
un largo tiempo de escándalo que seguramente será opacado por alguna maniobra
distractiva del siempre solícito Juez Bonadío, probablemente, procesando a la
expresidenta por la descabellada causa de la venta de dólar futuro.
Pero lo cierto es que esté el
actual gobierno en el banquillo o esté el gobierno anterior, ya hay unos
vencedores: los defensores de la antipolítica, los que cada vez que proponemos
hablar de política responden con las categorías morales del bien/mal o las
jurídicas de inocente/delincuente. Ellos ya ganaron mientras buscan presentar
la larga década kirchnerista como un mal sueño, una breve y excepcional
interrupción en la administración de los verdaderos dueños del país. Y lo peor
es que tienen razón porque el kirchnerismo fue una “anomalía” tal como señala el
columnista de esta misma revista Ricardo Forster. En la actualidad, cualquier
otra cosa que no fuera kirchnerismo supone un regreso a la normalidad lo cual
no quiere decir ni que el kirchnerismo “bajó de Sierra Maestra” ni que estuvo
exento de vicios o errores. En otras palabras, desde el 2003 hasta el 2015 los
que siempre gobernaron este país desde las sombras ganaron mucha plata pero no
pudieron tomar las decisiones impunemente como acostumbraban hacerlo. Muchas
veces impusieron sus condiciones porque doblegaron al gobierno pero tuvieron
que disputar.
Macri es la normalidad, como
diría su vocero, el periodista independiente Luis Majul. Pero Massa también
hubiera sido la normalidad y el peronismo pasteurizado que está más preocupado
por la gobernabilidad del oficialismo que por su rol opositor también es la
normalidad. En este sentido, para el establishment de las corporaciones, ahora
da lo mismo cualquiera. Eso es finalmente la tan mentada alternancia: que pueda
gobernar cualquiera y de cualquier partido pues ninguno va a venir a alterar el
mapa del poder real. Y por eso el grupo Clarín se puede dar el lujo de volver a
contar historias de vida con gente que no tiene para comer, anunciar que todo
aumenta y que la pobreza subió. No lo hacen solo porque el periodismo que hizo
campaña por el fin del kircherismo y a favor de Macri deba reinventarse para
ocupar todos los espacios siendo, a la vez, oficialista y opositor, según se lo
necesite; lo hacen porque el oficialismo no es enemigo de las corporaciones y
la oposición que ellos anhelan, y ayudan a constituir, tampoco.
Al presidente no le soltarán la
mano tan rápidamente porque una caída estrepitosa o un aumento rápido de la
conflictividad social pondría en jaque una planificación geopolítica y una
estrategia regional que fue ideada con detalle bastante más allá de nuestras
fronteras. Pero hasta pueden permitirse atacar fuertemente al macrismo porque
lo que importa es vincular a toda la política con la corrupción, fracturar ese
lazo reconstituido de representación que había generado el kirchnerismo con
cierta base del electorado. Pues ustedes saben bien que cuando todos los
“políticos son lo mismo” quedan los periodistas como guardianes morales de la república.
Por otra parte la gente no vota
contra la corrupción. Podrá hacerlo una parte del electorado y
circunstancialmente ante situaciones flagrantes pero el mejor ejemplo es que
Macri fue elegido presidente estando procesado y María Eugenia Vidal fue
gobernadora cuando algunas semanas antes de la elección tuvo que hacer
renunciar a su primer candidato a diputado, Fernando Niembro, por un escándalo
de corrupción. Los políticos que hacen de fiscales de la república a duras
penas son votados para bancas de diputados y tienen pase libre en los gimnasios
de la indignación en los que se han transformado algunos set televisivos. Pero
no más que eso. No son votados porque el electorado, además de denuncia,
necesita gobernabilidad y políticas públicas. En otras palabras, la gente no es
zonza y se da cuenta que no va a tener más o menos laburo o un mejor pasar por
el hecho de que descubran los chanchullos del gobierno de turno y pide otra
cosa. No necesariamente pide discutir modelos de país. No. Creer eso sería un
enorme ejercicio de voluntarismo y quedaría falsado por las últimas elecciones
en las que buena parte del electorado creyó que el macrismo no vendría a
imponer un nuevo paradigma sino que solo vendría a “mejorar lo que está mal”.
Pero el ciudadano medio, evidentemente, entiende que los candidatos de la
denuncia fácil no sirven para gobernar aunque cumplen un importante rol
testimonial, central en las nuevas telenovelas, esto es, en las narrativas del
presunto periodismo de investigación que siempre pone a un periodista con cara
de intrépido, una camarita oculta y un presentador que cada semana está
revelando aquello que está a punto de sacudir al país y nunca lo sacude.
Ojalá el Poder Judicial avance en
la investigación sobre las empresas del presidente pero aun si se comprobaran
hechos ilícitos, ello no debiera obturar la discusión de fondo que no es la
discusión acerca de si es moral o legal tener una cuenta off shore. Dicho de otro modo, el modelo que aplica Macri se
aplicaría independientemente de la moralidad de su ejecutor aun cuando alguien
pudiera decir que la evasión fiscal es parte del modelo. Por ello, si alguien
le dice que el ajuste actual es por lo que se habría robado el anterior
gobierno o si un próximo gobierno justifica su plan a partir de lo que habría
robado Macri, le está mintiendo. Para saber por qué se aplican las políticas
que se aplican, los “Panamá papers” son un detalle. Lo que habría que revisar son
“otros papeles”. Aquellos conocidos como los “neoliberales papers”.
2 comentarios:
La verdad es que no se aún si sos ingenuo, o tu corrección política te impide analizar el problema de frente. No podes esperar que el poder judicial actúe ... el poder judicial es desde hace muuuuucho tiempo (tal vez desde siempre) un poder absolutamente elitista, corporativo y, mayoritariamente, corrupto. En las últimas épocas se ha mostrado abiertamente como lo que creen ser: portadores de licencias de corso. Como solía decir un amigo: no hay solución en el campo de los números reales. Si querés confiar en el P. judicial, hay que barajar y dar de nuevo.
Panamá Papers, no es una filtración "mayor" que Wikileaks, porque no generan lo que hizo Assange, que es poner TODO en una plataforma de búsqueda. Hasta que no lo hagan siguen siendo filtraciones dirigidas.
Publicar un comentario