El programa
comandado por Jorge Lanata que se emite los domingos por la noche en Canal 13
se ha transformado, en cada una de sus emisiones, en eje central de las más
variadas discusiones de la agenda mediático-política. Sin embargo, tales
controversias obedecen más al estilo de espectacularización de la noticia que a
los debates o a la existencia de datos duros que el ex Director de Crítica había prometido. En este
sentido, cuesta decir que la pantalla del principal canal del Grupo Clarín haya
decidido volver a dar espacio a un programa político; menos aún a un programa
de periodismo de investigación. Más bien, estoy tentado a decir que se trata de
un programa muy dinámico con sketches y performances en exteriores que, al
estilo del primer CQC en el que brillaba la astucia de Andy Kusnetzoff, busca
incomodar a los funcionarios de turno. Podría decirse, entonces, que “Periodismo
para todos” no hizo más que profundizar aún más el estilo de programa que
Lanata venía desarrollando, esto es, emisiones donde el protagonista es él y
nunca la noticia, ni el entrevistado. Incluso podría decirse que en cada
programa este énfasis en su propia figura se hace más patente: ya no alcanza
con el monólogo rodeado de una claque al estilo stand up comedy ni la entrevista intimista del final que parece
parte de otro programa. Ahora los informes en la calle, sea arriba de un
helicóptero, intentando entrar a un hotel, o entrevistando gente de un barrio
pobre de Angola, necesitan de su figura. Detrás de esta lógica todos se
benefician, es decir, salen ganando tanto el ego de Lanata como los intereses
del Grupo Clarín que logra imponer una agenda para toda la semana de la mano de
un periodista que extemporáneamente repite su mantra de antipolítica 25 años
después como si nada (ni los dirigentes políticos ni la sociedad) hubiese
cambiado.
La figura de
Lanata fue cuidadosamente elegida y lo rescata de sus vergonzosas últimas
actuaciones fundiendo un diario o siendo un columnista de política del sensacionalista
y extinto diario Libre. La razón es
clara: los periodistas del establishment fueron derrotados en la batalla
cultural y no tienen la legitimidad para señalar con el dedo acusador al
gobierno como lo hacían en otras épocas, pues con los discursos de la ética
profesional, la independencia y la neutralidad del periodista ya no alcanza. Hacía
falta, entonces, una figura pretendidamente corrosiva, que haga de un
individualista nihilismo zonzo una bandera a puro martillazo y golpe de efecto.
Y la respuesta ha sido sorprendente: como pocas veces se ha visto, todos los
periodistas del establishment cerraron filas detrás del mascarón de proa del buque
Lanata y asistieron a su programa bajo el lema de “queremos preguntar”. Encolumnarse
allí es inteligente pues dado que el descrédito del periodismo está en su punto
más alto, lo que queda ya no es reivindicar la figura del periodista como
portavoz de la sociedad civil sino desprestigiar a la clase política.
Por supuesto
que si hacemos hincapié en la figura de Lanata hay que apuntar, además, el
sorprendente viraje que realizó en apenas 2 o 3 años respecto de su posición
frente al grupo Clarín pero eso no me resulta tan importante pues donde sí mantiene
una constante es en su mirada acerca de la política y esto es lo que aparece,
como toda una manifestación del inconsciente, en el nombre de la canción de
apertura del programa. Se trata de la canción de Lily Allen, “Fuck you” la cual
originalmente estaría dedicada a George W. Bush. Quiero quedarme en esa
expresión reconocida por todos y que exime de traducción porque el “fuck you”
supone la cancelación de cualquier conversación, es el momento límite y
establece un punto de no regreso en el que sólo resta el silencio o la réplica,
probablemente, violenta. El “fuck you” no argumenta, ni explica, ni da lugar al
intercambio. Menos que menos permite la posibilidad de oír razones y
eventualmente ser persuadido. Es la manifestación del que insulta o del que
simplemente no le importa el asunto.
Y esto resulta
muy interesante porque si nos remontamos a los orígenes de la civilización
occidental, en particular a la cuna de la política y la democracia que es la
Atenas del siglo V AC, observamos que allí, justamente, no había “fuck you”
sino la incesante búsqueda del diálogo, en síntesis, de la política, sea que se
la entienda como un saber, sea que se la entienda como una inclinación natural
de todo ciudadano a participar de los asuntos de la polis utilizando técnicas
para persuadir a un auditorio. De hecho, el estudioso Jean Pierre Vernant, en
su célebre Los orígenes del pensamiento
griego, afirma que el rasgo distintivo de la polis ateniense, (y,
justamente, aquello que la diferenciaba de otras ciudades-Estado), era el lugar
que tenía la palabra, una palabra que ya no era aquella considerada verdadera
por salir de la boca del sabio. Todo lo contrario, era la palabra entendida
como el instrumento de disputa capaz de interpelar y de justificar una acción. En
este sentido, la cancelación del diálogo era justamente el fin de la vida
política y la democracia, esto es, aquel sistema en el que cada uno de los
ciudadanos tenía isonomía (igualdad
ante la ley) e isegoría (igualdad en
el uso de la palabra en el marco de la Asamblea).
Dicho esto, yo
cambiaría la elevación del dedo mayor por la del dedo índice y, en todo caso,
trataría de explicarles a los ciudadanos por qué considero que debemos
orientarlo hacia el horizonte de una sociedad más igualitaria y más participativa.