Ustedes eran muy
jóvenes pero hasta hace una semana atrás, Miguel Pichetto era el símbolo de la
política acomodaticia, el rosquero inmoral “Frank Underwood style”, el hombre
que defendió desde el Senado todas las propuestas del kirchnerismo, incluidas
la 125 y el memorándum con Irán. Peor aún, incluso ya distanciado de CFK,
Pichetto era, hasta hace una semana, el peronista cómplice de la corrupción que
había decidido trabar los pedidos de desafueros contra la expresidente y se
había opuesto a la ley de extinción de dominio que pretendía recuperar el
dinero de la presunta corrupción de la política. Y sin embargo, de repente,
Pichetto se transforma en un hombre de Estado, emblema de la gobernabilidad, la
figura que trae euforia a los mercados y previsibilidad al destino de los
argentinos; el estadista, la carnadura del momento bisagra de una Argentina que
ha decidido abandonar el populismo de los últimos 70 años para parir la
República. En el proceso de santificación más repentino de la historia, Miguel
dejó de ser peronista y se transformó en San Pichetto.
¿Cómo lo logró? Es que
entre la primera caracterización y la segunda ocurrió una sola cosa: Pichetto
aceptó el convite del presidente Macri y compartirá la fórmula con éste en las
próximas elecciones.
Con todo, más allá de
la ironía, no creo que el mejor camino sea entrar en la lógica de las
acusaciones de traición afirmando que Pichetto merecería compartir fórmula con
Mauro Zárate ni hacer demasiado énfasis en el cambio de opinión de los
involucrados porque al fin de cuentas eso valdría para casi todas las fuerzas
políticas cuya pretensión de construir mayorías muchas veces las obliga a ceder
posiciones y rencores personales. Claro que también juegan las ambiciones
personales pero al fin de cuentas, si tanto se pide unidad o amplitud, habrá
que aceptar que eso supone aliarse con quienes no piensan como uno y con
quienes han sido, en algunos casos, adversarios encarnizados. Dicho más fácil,
si vamos a repasar lo que Macri y Pichetto se decían entre sí hasta hace una
semana tendremos que aceptar lo que Alberto Fernández y Sergio Massa decían de
CFK, lo que ella decía de ellos, cómo Urtubey apoyaba a CFK hasta hace unos
años, la foto de Alternativa Federal de hace 15 días dinamitada, Lousteau en la
misma boleta que Rodríguez Larreta, etc… Por lo tanto, ingresar en esa lógica
solo supondría un aporte más a la antipolítica profesada por políticos y
periodistas cuyo tránsito personal ha sido tanto o más zigzagueante que el de
varios de los aquí mencionados.
Vayamos, entonces, al
análisis más duro. ¿Trae votos, Pichetto? No, o en todo caso, con seguridad,
trae un voto que es el de él. ¿Por qué lo suman a la fórmula entonces? Como una
señal al establishment, a los mercados, a los que buscan continuidad de
políticas independientemente del signo político y, eventualmente, a algunos
gobernadores. Si así fuese no parece algo para desdeñar pues de hecho, en esta
lista están los que ponen el dinero para la campaña. ¿Pero acaso funciona también
como una advertencia a CFK en el sentido de que cooptar a quien tendría “la
llave” de su desafuero habilitaría esa posibilidad en caso de un triunfo
oficialista? Resulta algo más remoto pero no habría que descartarlo. Con todo,
para quien sencillamente pensaba armar Alternativa Federal y competir por
renovar su banca en el Senado, pareció un premio demasiado grande otorgado por
un gobierno que solo premia a los propios.
Siguiendo con las
preguntas: ¿supone esto una apertura del gobierno hacia el peronismo? No. De
hecho Juntos por el cambio no es la nueva denominación del espacio oficialista
con un peronismo sino con un peronista. Juntos por el cambio es Cambiemos más
Pichetto y no Cambiemos más un (tipo de) peronismo. Esto no está ni bien ni
mal. Simplemente es. Lo que sí marca esta sorprendente designación es que
Cambiemos modificó su estrategia, y, desde mi punto de vista, de manera
enormemente riesgosa, pensó más en el 11 de diciembre que en la primera vuelta
electoral. ¿Acaso son tontos? No lo creo pero a simple vista lo que se podría
suponer es que si el gobierno hubiera querido dar ese mensaje de
“gobernabilidad” podría haberle brindado a Pichetto otro lugar, por ejemplo,
como ministro y haberle inventado un sello de goma para unirlo al espacio. Sin embargo
no lo hizo y entonces mi sospecha es que el gobierno intentó, de todas las
formas posible, tal como les adelanté aquí mismo la semana pasada, acabar con
Alternativa Federal, es decir, lograr que ese espacio no presente candidato
para garantizarse esos votos en primera vuelta. De hecho, el propio Urtubey
reconoció que fue el primer sondeado de ese espacio para ocupar la
vicepresidencia y que rechazó la invitación. ¿Quizás, entonces, el gobierno
pensó que yéndose Massa con los Fernández y siendo Pichetto cooptado por el
oficialismo, a Urtubey no le quedaría más que bajar su candidatura?
Probablemente y si lo pensó así lo pensó bien. Sin embargo, la estrategia no
funcionó y Urtubey pactó con Lavagna, -el que logra consenso solo consigo
mismo-, para crear un espacio que, como venimos diciendo desde aquí antes que
otros lo dijeran, le quita votos al oficialismo antes que a la oposición
mayoritaria. Si esta perspectiva es correcta, la decisión del gobierno no
cumplió con su objetivo primordial y fue improvisada y empujada por las
circunstancias ante el lento pero inexorable encuentro entre los espacios del
PJ, Unidad Ciudadana y el FR. Aun así, por supuesto, esto no quiere decir que
el gobierno tenga perdida la elección ni mucho menos aunque, si no pasara nada
conmocionante en el camino, es probable que el gobierno quede segundo en
primera vuelta y que ese número le preocupe. Es que por las mismas razones que
indicábamos recién, el oficialismo sabe que la gran mayoría de los votos de
Lavagna más algunos puntitos de candidatos sueltos por ahí van a engrosar la
cuenta de Cambiemos en segunda vuelta pero en la primera el asunto no resulta
tan simple. Si nos remontamos al antecedente de la primera vuelta del año 2015,
Macri obtuvo el 34% frente al 37% de Scioli y el 21% de Massa. Sería una
tontería suponer que los votos de Scioli y Massa hoy se suman, claro está, pero
no es descabellado afirmar que entre ambos podrían superar los 40% (sin llegar
a 45%) y que el desgaste del actual gobierno llevará a que su número gire
alrededor del 30%, suponiendo, además, que el espacio de Lavagna y Urtubey
captará a algunos votantes massistas anti K pero sobre todo a varios votantes
macristas desencantados. ¿Cuál será el porcentaje de esa tercera fórmula que
buscará resistir la polarización? Difícil saberlo porque las PASO pueden
acentuar dicha polarización actuando como una primera vuelta de hecho pero
mirando las encuestas, los comportamientos electorales de los últimos años y
usando algo de lógica, podía deducirse que ese número estará entre un 8% y un
15%.
Ante este escenario,
como curiosidad podría decirse que la polarización triunfó una vez más pero al
mismo tiempo ambos polos necesitaron ampliarse, abrirse, e incluso apostar a un
centro, al menos desde lo que representan simbólicamente determinadas figuras. Así,
podría hacerse también una lectura inversa para afirmar que la ancha avenida
del medio ha sido la que obligó a los polos a cooptarla porque sin ella ninguno
podría imponerse. Fueron los que representaban el “ni unos ni los otros” los
que terminaron ocupando lugares centrales. Siendo que sumaban poco no deja de
sorprender y, una vez más, no hago un juicio de valor sobre ello pero más que
nunca parece cumplirse esta idea de que un sistema electoral con balotaje
naturalmente obliga a los polos a acercarse al centro.
Pasada ya la fecha
límite para el establecimiento de las alianzas las cartas parecen echadas y la
estrategia del PJ y Unidad Ciudadana logrando una unidad tan amplia como para
incluir al FR, fue una jugada que el gobierno no esperó y de la cual no se pudo
recuperar. Más allá de la espuma de estos días, cuando ésta baje y el operativo
San Pichetto se desinfle, se podrá hacer una lectura algo más objetiva para
pensar que si hace dos meses alguien afirmaba que era posible que el
kirchnerismo, el PJ y el FR confluyeran en un frente, la mayoría hubiéramos
mirado al interlocutor con una mueca de escepticismo. Esto significa que la
oposición mayoritaria está casi en el máximo de sus posibilidades haciendo que
jueguen adentro todos los que podían hacerlo.
Sin embargo, de aquí al
22 vendrán los detalles para nada menores en el que los dos grandes espacios no
pueden equivocarse. Juntos por el cambio deberá satisfacer a sus socios y el
Frente Todos deberá tener la generosidad y la amplitud que Unidad Ciudadana no
tuvo en elecciones anteriores si es que pretende que los “heridos” que quedan
en la banquina no se sumen a la “aspiradora” que ofrecerá Pichetto y si se
asume con responsabilidad que la fiscalización será central en una elección que
se dirimirá por muy pocos votos. Si no fuera porque está en juego el destino de
44 millones de personas, la política argentina sería un espectáculo por el que
bien valdría pagar una entrada.
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