domingo, 14 de agosto de 2022

¿Quo vadis, kirchnerismo? (editorial del 6/8/22 en No estoy solo)

 

Haber ungido a Alberto Fernández como el candidato a la presidencia derivó en ingentes cantidades de tinta destacando el sentido estratégico de la acción, el gesto de la renuncia personal de la propia CFK en pos de vencer al adversario, etc. Todo eso fue cierto tanto como que, al mismo tiempo, desde el plano simbólico suponía una suerte de resignación: asumir que con el kirchnerismo solo ya no alcanzaba. Sin embargo, si en 2019 con CFK no alcanzaba, el resultado de las elecciones en 2021 demostró que tampoco alcanzaba si a ella le sumábamos a Alberto y a Massa. Es que tras la euforia que suscitó el haber vencido a Macri para inaugurar la esperanza de una nueva etapa que retomara las virtudes de la década kirchnerista sin repetir los errores, llegó una administración que nunca pudo hacer pie. Herencia objetivamente determinante, más pandemia, más guerra en Ucrania, más falta de voluntad política, más internismo que paraliza la administración, es igual a mal gobierno. Incluso podría decirse que no solo no se retomaron los aspectos positivos de la gestión kirchnerista sino que se repitieron algunos viejos errores por vicios ideológicos y se sumaron otros inéditos. El combo es una crisis que no tiene muchos precedentes en la historia democrática contemporánea argentina y menos en un gobierno que se reivindica peronista; y el resultado ha sido el corrimiento del presidente del centro de la escena y de la toma de decisiones relevantes. En su lugar llega Massa, en tanto presunto superministro, con el apoyo tácito de CFK y del arco peronista no kirchnerista que llega en forma de gobernadores, etc. El giro ha sido tan radical que fue de 360 grados pues, de repente, Massa aparece con todo el apoyo para hacer algo bastante parecido a lo que sectores del gobierno no le dejaron hacer a Guzmán ni a Batakis. Encontramos allí una enorme paradoja pues corriendo por izquierda a Guzmán y a Batakis, horadando públicamente, especialmente al primero, el kirchnerismo logró esmerilar al presidente para que asuma el poder de hecho alguien con mucho más volumen político y capaz de ser el sepulturero definitivo del kircherismo.    

Antes de avanzar, quisiera aclarar algo: creo que buena parte del ajuste de Massa es necesario, como era necesario buena parte del ajuste que proponía Guzmán. Por poner solo un ejemplo, lo que sucede con los subsidios a la energía y al transporte es insostenible y recortar allí resulta imperioso. Que el gobierno lo haga mal, a destiempo, confusa y burocráticamente es otro asunto. Pero algo había que hacer. Ahora bien, y más allá de eso, cabe preguntar: ¿cuál ha sido el negocio del kirchnerismo? ¿Cargarse a Guzmán por presunto ajustador para darle el poder a Massa con Daniel Marx y Gabriel Rubinstein en el “gabinete económico”? No hay respuesta sensata a estos interrogantes. Si se cargó a Guzmán por razones personales sería vergonzoso porque en el medio está la vida de 47 millones de personas. Si se trata de un giro pragmático por el cual se criticó al presunto ajustador hasta que la realidad impuso que se debía ajustar a través de un superministro, estaríamos frente a, como mínimo, una falla en el cálculo y una enorme irresponsabilidad además de un error político profundo.     

En este sentido, bien cabe retomar una pregunta que nos hacíamos en este espacio algunas semanas atrás. Allí preguntábamos cuál era el sentido de la estrategia de horadación que llevaba adelante CFK y el kirchnerismo contra el presidente. Una vez más, no se trata de un reproche. De hecho, podemos compartir buena parte de las críticas. Pero, ¿cuál era el objetivo? ¿Que renunciara? ¿Que hiciera lo que el kirchnerismo quiere? ¿Que la llame por teléfono? ¿Que use la lapicera para hacer qué? Tampoco sé qué decir ante estos interrogantes pero estoy seguro que la respuesta no puede ser que el kirchnerismo hizo todo esto para darle la posibilidad a Massa de ser el candidato en 2023. Por lo tanto, o no había plan o el plan que había debe haber salido muy mal.

Algunos dirán que “un ajuste kirchnerista siempre será mejor que un ajuste macrista” pero es difícil ponerle épica a ello y salir a militarlo. Aun así, y sin ironía, muchas veces desde esta columna advertimos que los costos políticos que el progresismo se niega a asumir suelen dejar la puerta abierta a una derecha gozosa de asumirlos y multiplicarlos por razones ideológicas. Lo cierto es que no sería la única vez que el kirchnerismo puede hacer un giro pragmático, que no sería otra cosa que asumir comerse un sapo y contentarse con lo que parafraseando a Alberdi sería un tiempo de “lo posible” antes que de “lo verdadero”. La lista es interminable pero la inolvidable respuesta de Kirchner cuando explicó por qué eligió a Redrado en lugar de “el flaco Kunkel” al frente del BCRA podría ser el antecedente para justificar la aceptación de un equipo económico que incluye a personajes que han sido furiosamente críticos del kirchnerismo incluso, en algunos casos, de aquello que el kirchnerismo había hecho bien.

Pero pragmático o no, un gobierno cuyo socio mayoritario es el kirchnerismo acabará, o bien en una crisis total si Massa no endereza el barco, o bien salvado por un referente cuyas políticas se distancian del kirchnerismo tradicional, algo que se confirma con la buena reacción de “el mercado” tras la designación de Massa. Aun a riesgo de entorpecer la lectura, aclaremos que esto no significa que este tipo de políticas sean las inadecuadas para este momento del país. De hecho, los grandes lineamientos parecen bastante sensatos. El punto es que, como indicábamos, esos grandes lineamientos no fueron compartidos por el kirchnerismo cuando los impulsó Guzmán y fueron el foco de un desproporcionado ataque, especialmente, cuando a ese ataque no le sobrevenían alternativas razonables. Tómese como muestra la puesta en escena en torno al acuerdo con el FMI: desde el propio kirchnerismo se impulsó trabar el acuerdo para después de las elecciones ante la suposición de que el mismo supondría una derrota segura. El resultado fue que se perdió igual y que se cerró un acuerdo ocho meses después con un gobierno que había perdido fuerza y capacidad de negociación. Por si esto fuera poco, se rechaza su votación en el Congreso por mera especulación política y solo para poder decir en el futuro “nosotros no lo apoyamos”. Todo en el marco de una serie de declaraciones tan bienintencionadas como demagógicas que en ningún momento explicaron qué otra cosa se podía haber hecho. Y no se trata de seguir la lógica thatcheriana de “no hay alternativa”. Seguro que la había pero todavía resta que expliquen cuál era y cuáles eran las posibilidades de que llevarla adelante no condujera a chocar de frente contra la pared. El punto es que si en 2019 se sabía que con CFK sola no se ganaba la elección, el kirchnerismo parece haber arribado en 2022 a su segunda resignación: con CFK sola no se puede gobernar y menos se puede gobernar “kirchneristamente”.      

Para concluir, entonces, digamos que ya conocemos el plan de Massa. En lo económico, estabilizar la economía y acumular reservas gracias a sus conexiones internacionales y al ofrecimiento de incentivos a los sectores más refractarios al gobierno. Parece razonable. En lo político, ser el candidato en 2023, algo que logrará automáticamente si su gestión es mínimamente buena. Pero si hablamos de planes, lo que todavía es una incógnita, es saber cuál es el plan del kirchnerismo.  

 

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