sábado, 20 de agosto de 2022

Un peronismo para el ajuste argentino (editorial del 20/8/22 en no estoy solo)

 

El apoyo del establishment a la gestión de Massa tiene diversas interpretaciones pero una de ellas es que el poder económico del país entiende que, en la Argentina, el único espacio con la espalda política suficiente para ajustar es el peronismo. Es más, incluso muchos antiperonistas dicen que, al fin de cuentas, es el peronismo el único espacio capaz de gobernar en un país que lo que necesita es, sobre todo, autoridad, ejercicio del poder. Y eso es algo que el peronismo, desde sus orígenes, lo entendió perfectamente. El razonamiento entonces podría encadenarse para afirmar que dado que el peronismo es el único capaz de gobernar, es también el único capaz de poder tolerar los costos políticos de un ajuste. Naturalmente, la oposición sale al cruce de esta lógica afirmando que se trata de un mito. De hecho, recuerden que el gobierno de Macri exhibe como mérito ser el único gobierno no peronista de la última etapa democrática que cumplió su mandato. “¿Vieron que podemos ajustar y terminar el mandato sin ser peronistas?”, podría ser una de las lecturas posibles de ese posicionamiento.

Quien sigue esta columna con continuidad sabe que intento evitar caer en dos facilismos: tanto el que afirma que un “ajuste” tradicional es la única alternativa como el que indica que cualquier ajuste es de derecha. A veces hay que ajustar y asumir los costos políticos de ello. Dicho esto, hay muchas formas de hacerlo y de distribuir las cargas de tales ajustes. Entiendo que de eso es de lo que se va a hablar en los próximos meses y, por qué no, en los próximos años. 

Massa tiene, entonces, el compromiso de liderar un proceso de ajuste que sea apoyado por el peronismo para lograr el sueño húmedo de un “gran acuerdo del 70% de la Argentina”, el mismo por el que viene pregonando Rodríguez Larreta. ¿Significa que Massa y Larreta son lo mismo? No. ¿Significa que son muy distintos? Tampoco. Naturalmente ese 30% supernumerario es ese espectro que se siente más o menos representado por CFK. Y la posibilidad está a mano porque CFK parece ensimismada en su situación judicial y cuesta imaginarla en la pelea presidencial en 2023. De hecho pareciera que es la oposición y el odio atávico de sectores antiperonistas y antikirchneristas el que, aun contra sus conveniencias políticas, decide avanzar con la fantasía de verla tras las rejas. Y con esto me refiero a que de la misma manera que la persecución macrista sobre CFK, y todo lo que oliera a kirchnerismo, finalmente logró mantenerla con vida (políticamente hablando) al punto que alcanzó para que gane una elección en 2019 que parecía perdida, la obsesión con que machacan sobre su figura es la que la vuelve a subir a un ring del cual ella ya se quería bajar después de 2015. Me atrevo a decir que de no mediar nada extraño, el futuro más o menos inmediato del kirchnerismo es con CFK liderando pero a un costado o desde algún lugar institucional pero testimonial, mientras el grueso del kirchnerismo desembarca en la provincia de Buenos Aires en un eventual segundo mandato de Kicillof al tiempo que ubica una figura propio secundando a Massa para fidelizar al votante de paladar negro que le va a costar votar al tigrense. Al día de hoy, al menos, no parece haber mucho espacio para otra alternativa aunque, por supuesto, puede fallar y las circunstancias cambiar. Lo que sí podemos decir es que en lo ideológico el kirchnerismo seguramente seguirá navegando sin demasiado rumbo entre una izquierda socialdemócrata con la agenda liberal e identitaria de los demócratas estadounidenses mezclada con la tradición, la liturgia y los mitos peronistas que incluyen, por supuesto, al propio liderazgo de CFK. Todo eso hecho un mejunje que vaya saber cómo se articulará cuando CFK no esté o cuando decida dar un paso al costado. De hecho no parece casual que más allá de la preocupación personal por las causas judiciales, tanto ella como el kirchnerismo parezcan más preocupados por cómo interpretará la historia la larga década kirchnerista. Si siempre se dijo que el kirchnerismo se había quedado en los 70, habría que decir que el problema es que se ha quedado en los primeros tres lustros del siglo en un país que cambió drásticamente desde el 2015 a la fecha. Es injusto pero hoy todo parece viejo y no se puede pedir acompañamiento por lo que diste hace 10 años, máxime cuando hoy sos gobierno. Insisto. Puede ser injusto pero es así.  

Quedará para otro momento seguir intentando comprender por qué, a su vez, el kirchnerismo boicoteó el ajuste de Guzmán para acabar apoyando el ajuste más profundo de Massa. Tiempo atrás nos preguntábamos cuál había sido el sentido de ese trabajo de horadación y concluíamos que o bien el plan había fallado o bien no había plan. Transcurridas las semanas, la balanza parece inclinarse por esta última opción, lo cual es verdaderamente dramático.   

Y permítaseme una última jugada temeraria: cualquier cosa puede pasar en la oposición. Macri podría ganar una interna incluso contra Rodríguez Larreta pero hoy, quien tiene más posibilidades de alcanzar ese “70%” que exige el establishment es el actual jefe de gobierno de la ciudad. Como alguna vez dijimos en este espacio, en unos meses todo puede cambiar pero la sensación es que el movimiento pendular de la Argentina ya tocó los extremos y va en un lento proceso hacia la estabilización en el centro, un poquitín para la izquierda y otro poco, no tan poquitín, a la derecha. Así, si la tercera etapa del kircherismo fue la versión descafeinada de Alberto pensada para captar a quien no quisiera darse cuenta que votaba a CFK, puede que una lógica similar haga que muchos prefieran votar a Rodríguez Larreta para poder seguir creyendo que no votan a Macri.

Volviendo a la cuestión inicial, el massismo, que se ha hecho cargo del gobierno, tiene ahora la tarea de hacer un ajuste sin que se note. Como decíamos semanas atrás, Massa vio su oportunidad y la aprovechó sin nada para perder. Es el tercer arquero que llevan al mundial para cumplir con los números de la lista y de repente se da cuenta que tiene que atajar en la final. Si pierde será parte de un naufragio, a esta altura, esperable. Pero quizás ataja los 5 penales y se transforma en el líder y candidato.

Este ajustar sin que se note tendrá la tarea de hallar algo de peronista en tipos como Daniel Marx o Gabriel Rubinstein, o hacer menos rudimentarios los eufemismos. Es que una Malena Galmarini informando que pagar más por los servicios es solo una redistribución de subsidios, haría que alguien pueda inferir que pagar más por la comida es solo una redistribución de la riqueza hacia una mayor concentración de la misma. No sería más que un juego de palabras hecho con algo de malicia si no se advirtiera que eso está originado por la insaciabilidad de un mercado concentrado pero también por la pasividad e ineficacia de un gobierno que no controla ni soluciona los problemas de la macroeconomía para que esa especulación tenga límites, tal como sucede en otros países.

Entre un gobierno encargado de hacer un ajuste que no se note y unos adversarios políticos que van a contribuir a la ficción diciendo que el gobierno no ajusta y que el verdadero ajuste lo van a hacer ellos, tendremos tiempo para entretenernos mientras hacemos cuentas y asistimos a la paradoja de una inflación que se proyecta al  90% con un boom de consumo, o una desocupación muy baja con casi la mitad de los trabajadores pobres. 

Massa no es Menem pero la figura del riojano se erige como el faro para cierto establishment que recuerda con nostalgia aquellos años 90 en los que el desastre macroeconómico dejado por Alfonsín derivó en un proceso de achicamiento del Estado con apoyo popular como nunca se vio en la Argentina. La profundidad de las medidas está siempre asociada a la profundidad de las crisis que las originan y si bien nunca se sabe dónde está el fondo podemos acordar que la situación actual es dramática. Massa toma una papa caliente y, a su vez, una exigencia baja porque se hace cargo de una gestión mala. Sin embargo, aun estabilizando el país cuesta imaginar que lo que venga vaya a ser mejor. Resta esperar para saber si los malos tiempos por los que atravesará este y el próximo gobierno se transitarán con apoyo popular. Qué sucederá no lo sé. Pero sí sé que el rol del peronismo será clave.  

 

   

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