La política argentina se ha transformado en una competencia
de goles en contra a partir de la cual cada uno de los espacios se refuerza
menos por méritos propios que por errores ajenos. Efectivamente, en las últimas horas apareció
una foto del presidente y su perro Dylan festejando con asesores, estilistas y
amigos de su pareja el cumpleaños de ésta en la Quinta de Olivos. La foto
habría sido tomada en tiempos donde las restricciones eran duras y donde muchos
las respetaban por razones prudenciales y otros por el temor al castigo que el
propio presidente se encargaba de recordar en buena parte de sus intervenciones
públicas. El distanciamiento social no corrió en Olivos y ahora todos los que
respetaron las restricciones y los que militaron casquivanamente en su contra,
salen con los tapones de punta. Y tienen razón en hacerlo más allá de que cada
uno conocerá su grado de hipocresía y estatura moral para criticar. Ginés debe
estar haciendo una mueca irónica y hasta es de esperar que reaparezca “El surfer”
que había sido “linchado” por cadena nacional para preguntar: “¿y ahora? ¿Quién
es el boludo?”
Pero más allá de las ironías del destino y de las razones por
las que se obedecieron las disposiciones, todos tenemos una anécdota de los
sacrificios realizados. Desde la más trivial de festejar cumpleaños por zoom
hasta la verdaderamente traumática de no poder asistir al entierro de un ser
querido. De aquí que la foto genere impotencia y un rechazo visceral.
El gobierno primero negó la reunión, luego habló de foto
trucada y finalmente, a través del jefe de gabinete, admitió que fue un error y
que no debería haber ocurrido, línea discursiva a la que se plegó horas más
tarde el propio presidente. Otras espadas mediáticas del oficialismo intentaron
defender lo indefendible o pusieron el eje en que existen cosas más graves, lo
cual es cierto: es mucho más grave que Macri se haya reunido con jueces que
luego fallaban en contra de la oposición o es más grave la pobreza, la
desigualdad, etc. Pero ese razonamiento es falaz ya que si bien es verdad que
todo esto es más grave, que haya habido una reunión social en Olivos está mal.
Punto. Por eso, hay momentos donde la mejor defensa es el silencio y/o plegarse
al reconocimiento de Cafiero, hacer control de daños y aceptar que vendrán días
difíciles porque, además, es de esperar que quien reveló la foto haya accedido
a más fotos que irán apareciendo con el tiempo para estirar lo más posible el
desgaste. No está ni bien ni mal. O sí pero es la especulación de la prensa y
la política con la indignación de la gente y pasa siempre. Una vez más, como
hecho en sí el festejo del cumpleaños no es más que una de las tantas
transgresiones que deben haber realizado millones de argentinos y no merece la
renuncia de ningún presidente, ni siquiera por haberlo ocultado. Sin embargo, había
razones para exigir al menos las disculpas públicas porque la noción de
ejemplaridad está asociada al buen gobierno y genera una obligatoriedad más
potente que la legal: la moral. Contrariamente a ello, lo que se observa es
impunidad y también una enorme irresponsabilidad ya que el presidente debe
cuidar su salud por él y por la función que cumple. A esto podemos sumarle la
torpeza de sacarse fotos sin conocer la máxima de estos tiempos: “si hay foto
se va a filtrar”. Nadie sabe cómo, ni cuándo ni a través de quién…pero se va a
filtrar. Entonces si vas a asumir el riesgo de un escándalo nacional por la
estupidez de festejar un cumpleaños, al menos que nadie se entere. ¿No? Pero
vivimos tiempos en que la discreción es un bien escaso.
Desde el punto de vista legal y político la oposición
avanzará con el pedido de juicio político que no prosperará porque para que se
efectivice necesita mayorías especiales en las cámaras que la oposición no
tiene. Sin embargo, será un caballito de batalla para mostrarse tan indignados
como activos y será también una devolución inmediata de gentilezas y una
demostración más de que la judicialización de la política siempre vuelve como
un búmeran. Con esto me refiero a que aquellos que impulsaron la destitución de
Fernando Iglesias y Waldo Wolff por twitts misóginos ahora tienen que dar la
cara y encontrar algún argumento para fundamentar que el juicio político no debiera
prosperar. Lo van a hacer porque lo tienen que hacer pero no lo van a poder
hacer con coherencia. Esto nos lleva a otra cuestión que es una cierta
sobreactuación de la indignación moral. La diferencia es fina y se confunde
todo el tiempo pero lo óptimo sería comportarse moralmente sin moralizar la
política porque allí corremos el eje y trasladamos el debate a un terreno cuasi
religioso de una disputa entre el bien y el mal. Podría decirse “A Carrió le
gusta esto” y, por eso mismo, si creemos que la política es otra cosa que
delirios mesiánicos y batallas épicas entre buenos y malos, es que el gobierno
debería correrse de ahí. La actual administración ya había sobreactuado al
momento de decir que era “El gobierno de la vida” frente a los que priorizan la
economía. Nadie le pedía tanto y en unos meses tuvo que abrir todo y establecer
por decreto el fin de la pandemia cuando hay más de 10000 casos por día y
apenas el 20% de la población con dos dosis. Más cercano en el tiempo, el no
correrse de la sobreactuación moral enfrentó al gobierno con una realidad que
en cuestión de días le hizo morder el polvo, pues ¿desde qué lugar se le puede
pedir la renuncia a Agustín Rossi sobreactuando razones éticas cuando se trató
de un castigo político? Esto es independiente de si Rossi tomó o no la decisión
correcta. Pero digamos la verdad: Rossi fue corrido de su cargo porque
contrarió la decisión del poder ejecutivo y en un sentido está bien que así
sea. Pero no nos digan que tuvo que renunciar por el requerimiento ético porque
ahora no sé qué van a decir ya que van a tener que hacer diez mil piruetas para
justificar, dentro de dos años, que el presidente y la mayoría de sus
funcionarios no deben renunciar a sus cargos cuando eventualmente quieran
presentarse a la reelección y a diferentes cargos electivos
respectivamente.
La cuestión de la ejemplaridad interpela a toda la sociedad
pero parece importante particularmente en ese sector que le preocupa tanto al
gobierno: los jóvenes. Se trata de aquellos que han crecido en un mundo líquido
y que ya son parte de una generación que nació en los 2000 y pico y que por
razones de edad no vivió con conciencia política la Argentina de los primeros
ocho años de kirchnerismo; una generación que, como dijimos aquí mismo, se
identifica más con el Joker que con el Eternauta, y para la que hay que hacer
un esfuerzo extra en mostrar que no todo es lo mismo porque, justamente,
vivieron tiempos donde todo parece lo mismo. En este sentido, cuando se disputa
contra un discurso de derecha radicalizada que te dice que los políticos son una
casta que vive de los impuestos que te sacan de tu trabajo, es un error pensar
que se puede vencer permitiendo una x
en el documento, cantando las canciones de L-Gante o prometiendo la
legalización del consumo de marihuana con fines recreativos. Claro que para
muchos jóvenes esas cosas son importantes pero parece menospreciar a una
generación entera pensar que las únicas razones por las que ellos votan están
vinculadas al reconocimiento de identidades minoritarias, la última canción de
trap o fumar porro por la calle sin que los joda la cana. Mejor si a todo eso
le sumamos educación digna en todos los niveles, salida laboral para ellos y
para sus viejos y un proyecto de país en el que se pueda asegurar que los hijos
de los jóvenes de hoy van a estar mejor que lo que se está ahora. Queda lindo
creer que los jóvenes son todos espíritus libres y artistas en potencia con el
pelo de colores. Pero son más que eso y con una x en el documento, cantando a L-gante y fumando un faso puede que
muchos de ellos vayan a votar al Bolsonaro que invente la Argentina, aquel que
les habla de los otros asuntos de los cuales también se ocupan los chicos. Es
que son simplemente jóvenes pero no son pelotudos.
Para finalizar, la especulación electoral es lo que importa
menos hoy. ¿Le hará perder algún voto al gobierno esta foto? No lo sé. Entiendo
que no aunque en algún votante pueda influir. ¿Es asimilable con alguna otra
situación en cuanto al impacto? Tampoco lo sé. Recuerdo el caso de los bolsos
de López que fue quizás la causa de corrupción que más golpeó al votante K por
la sencilla razón de que fue imposible de negar. Pero al día de hoy no se sabe qué
ocurrirá y si tuviera que arriesgar imagino que no marcará un punto de inflexión.
Sin embargo, será un error más en un gobierno que al no poder mostrar mucho
está haciendo hincapié en la campaña de vacunación y en la promesa de una
salida de la pandemia. Nada más. Eso es todo. Mientras el gobierno no genere
las condiciones para avanzar en políticas de transformación estructural estará
atravesado por la política chiquita que se juega en los twitts y en las fotos
de transgresiones que saben a impunidad y/o a estudiantina. Mientras eso sucede
podemos pedir dos cosas: que la dirigencia argentina sea menos mediocre y que,
por las dudas, el perro del presidente
no aprenda a hablar.
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