Pasados los cuarenta
días de confinamiento y ante un escenario, sanitariamente hablando, mucho más
benigno que el que se esperaba, el gobierno perdió el control de la agenda del
debate público. Tiene un amplio apoyo de los ciudadanos, incluso de muchos que
no lo votaron en la última elección, a partir de que hay cierto acuerdo en que
el confinamiento preventivo fue una política acertada; y tiene el apoyo de
todos los políticos con responsabilidades sobre el territorio, sean del color
que sea. Si estos últimos lo hacen por amor o lo hacen porque nadie quiere
pagar el costo político de un brote en su distrito no es relevante en este
caso. Pero lo cierto es que hoy el gobierno parece ir detrás de los hechos
tratando de explicar lo que se puede y lo que no se puede explicar.
¿Cuándo se rompió esa
suerte de tregua implícita que había impuesto la irrupción de la pandemia? El
día que Alberto Fernández mencionó a Rocca. Allí la agenda mediática viró
completamente hacia lo económico más allá de que uno sospeche que la intención
no era proteger a las pymes sino esmerilar a un gobierno que había osado pensar
un impuesto a las principales fortunas de este país, algunas de las cuales
reconocieron, a través del blanqueo, que habían evadido millones y millones de
dólares de impuestos. El mensaje para el gobierno, entonces, fue claro: mientras
lo que se redistribuya sea la pobreza, pidiéndole solidaridad a las clases
medias para con las clases bajas, las aguas estarán calmas. Pero si se va por
una redistribución real de la riqueza que afecte a los poderes concentrados,
allí enfrentará a un sector que no piensa ceder ni un paso.
Otro aspecto que vuelve
a quedar expuesto es que hay problemas de gestión. Claro que se cuenta con la
herencia de un Estado desmantelado y claro que la pandemia suma dificultades
imposibles de prever pero estamos presenciando una gestión a la que le costaba
arrancar incluso antes de la aparición del covid-19. El BCRA tiene problemas y
los bancos le han impuesto condiciones al gobierno además de trabarle los
préstamos a las empresas, otorgar una tasa bajísima por los plazos fijos y cobrar
tasas usurarias por las deudas con tarjetas de crédito; en la ANSES, Vanoli
tuvo que renunciar porque los errores acumulados fueron demasiados, y en el
Ministerio de Desarrollo hay un elefante loteado con patas de distinto color que
quieren ir a lugares diferentes.
Además la sensación es
que a Alberto no le gusta delegar y se ha cargado sobre los hombros también la
esfera comunicacional. Como estrategia es buena porque lo hace muy bien y
capitaliza apoyo pero no hay persona sobre la tierra que pueda soportar
semejante presión. Es una tontería pero una muestra de los errores a los que
esto puede llevar se dio en el mensaje grabado que extendía el confinamiento
hasta el 10 de mayo y donde no quedó claro si habría una salida recreativa de
una hora. Insisto: el mensaje estaba grabado y nadie de los que lo rodeaba lo
advirtió. Y sin embargo, ese error llevó a cortocircuitos con gobernadores,
intendentes y mucho mal humor entre ciudadanos que se habían ilusionado con esa
posibilidad. Que mucha gente entienda lo que quiera o que haya dificultades de
comprensión no es una justificación. Al contrario, si todos sabemos que mucha
gente no entiende los mensajes o entiende lo que quiere, lo que hay que hacer
es dar mensajes esquemáticos, repetitivos y claros. Alberto lo hace muy bien
pero no puede hacerlo siempre bien.
Para finalizar, la
controversia acerca de los presos merece varios comentarios aparte. Como alguna
vez dijimos aquí, la oposición al gobierno no será moderada. Por supuesto que
sería descalificar al sector no oficialista si lo redujéramos al pensamiento de
Felicitas Béccar Varela. Pero cuando uno presta atención a las afirmaciones de
los formadores de opinión, cabe advertir que lo que se está gestando es un
caldo de cultivo para la irrupción de un liderazgo capaz de asumir ideas
reaccionarias que parecían marginales. Dicho en otras palabras, estamos
discutiendo si deben venir médicos cubanos y lo estamos discutiendo porque son
cubanos; estamos discutiendo contra tipos que tienen un micrófono e instalan
que “vos estás preso por la cuarentena y los chorros están sueltos”; estamos
discutiendo contra uno de los diarios más importantes que al momento de dar una
descripción de María Fernanda Raverta, flamante titular de la Anses, la
presentan como camporista, hija de montonero y criada en una guardería de La
Habana, que “se quedó” con la ANSES. Por todo esto, lo que enfrentará al
gobierno no será una socialdemocracia blanca y progresista. No será un Felipe
González. Puede llegar a ser un Bolsonaro. Esto, por supuesto, no hace que el
gobierno sea inmaculado ni lo exime de culpas; menos aún lo aleja de sus propias
tensiones y sus propios prejuicios.
Porque, y vale la
aclaración, si bien es casi imposible estar informado en este país, al día que
escribo estas líneas, en la provincia de Buenos Aires fueron excarcelados menos
del 1% de los presos y la acordada del juez Violini indica que aquellos
reclusos que podrían gozar del beneficio de la prisión domiciliaria serán
aquellos que no hayan cometido delitos graves. Otros países, con gobiernos de
derecha o de izquierda, han enviado a prisión domiciliaria a un porcentaje más
alto de reclusos y sin embargo a pocos se les ocurre que detrás de esto hay un
plan gubernamental de favorecer a los presos. ¿Cuál sería el beneficio que
obtendría un gobierno por liberar a los delincuentes?
Además, la medida de
excarcelar y exigir prisiones domiciliarias no solo puede defenderse por
razones humanitarias sino también por razones pragmáticas y estrictamente
egoístas. Porque si el virus entra a cárceles hacinadas el contagio será masivo
y mientras 45 millones de personas estamos encerradas y la economía se viene a
pique, el colapso en el sistema de salud lo acabarían generando los presos.
¿Cómo te pondrías si no pueden atender a tu viejo porque el hospital público o Swiss
Medical, obligada ante el desmadre, tiene que ocupar sus camas de terapia
intensiva con asesinos, chorros y violadores?
Dicho esto, es verdad
que hay jueces que han mandado a sus casas a delincuentes que han cometido
delitos graves; es verdad que podemos preguntarnos por qué se otorga prisiones
domiciliarias cuando el Estado reconoce que ni siquiera cuenta con la
suficiente cantidad de tobilleras electrónicas; y es verdad que hay sectores
del gobierno que consideran que determinados delitos tienen que ver más con la
desigualdad social que con la responsabilidad individual.
Esto me da pie para
insistir en algo que escribí hace unos meses. La Argentina no se divide entre
garantistas y punitivistas sino que enfrenta punitivismos selectivos. La
derecha, que tiene poluciones nocturnas con el control que ofrece la
cuarentena, detesta los derechos humanos pero sale a esgrimir cínicamente
razones humanitarias para exigir que los genocidas puedan volver a sus hogares
como humildes e inocentes viejecillos; pero la progresía, que se reivindica
garantista, en realidad hace un punitivismo selectivo, tal como se vio en el
caso de los rugbiers donde, por tratarse de presuntos asesinos ricos, todos
festejaban que “los pibes chorros” de las cárceles los amenazaran con fajarlos
y violarlos; este punitivismo selectivo de la progresía solo acaba esgrimiendo
los derechos humanos de los sectores que cree representar; los derechos son
para “mis presos”; para “los tuyos” escarnio público, escrache y tortura eterna
en la “plaza pública” de Twitter. Los enemigos de esta progresía que encarna la
corrección moral parecen no pertenecer a “lo humano” y lo más peligroso es que
para ocupar ese lugar de las “no personas” ni siquiera hace falta una sentencia
judicial: alcanza con una denuncia en una red social vinculada a algún tema que
esté en la agenda de la progresía para que desaparezca la presunción de la
inocencia y que toda la biblioteca de los derechos humanos se vaya al carajo.
Naturalmente los
punitivismos selectivos no son equivalentes pero estas contradicciones hay que
advertirlas porque es por allí donde las ideologías de las derechas más
reaccionarias aprovechan para intentar igualarlo y relativizarlo todo.
El gobierno entendió
que el dilema entre la salud y la vida era falso. Lo habíamos dicho aquí. La
cuarentena solo se puede aguantar con guita en el bolsillo o con un plato de
comida en la mesa. De aquí que se esté destinando una cifra récord de recursos
para mantener la paz social. Mientras, del otro lado, como ocurrió siempre, ha
empezado esa lenta pero penetrante tarea de esmerilar la figura presidencial,
un desgaste que espera el momento en el que, como se dice en la jerga, empiecen
a “entrar las balas”. Esos sectores piensan en el mediano plazo porque habrá un
día después de la pandemia. Y para ese día el Gobierno debería estar preparado.
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