Nadie
está informado hoy. La agenda de la ubicua prensa oficialista, por acción u
omisión, lleva ya mucho tiempo construyendo un relato esquizofrénico para
audiencias tan obvias como denigradas. No importa la verdad; tampoco la
verosimilitud. Si bien ha habido hechos de corrupción en la administración
anterior y es probable que surjan otros, en general, los casos más resonantes
parecen formar parte de un mal guión de una mala y prejuiciosa serie de Netflix
con todos los lugares comunes de la espectacularidad afín al ciudadano medio
que quiere llegar a su casa y poder decir “ladrones” e “hijos de puta” a
alguien, aun cuando quizás él mismo sea un ladrón o un hijo de puta, o lo sería
si tuviera la oportunidad. Los que después del accidente de Once hablaron de
masacre y advirtieron que “la corrupción mata” no editorializan cuando dos
docentes mueren después de una explosión de gas. Parece que la corrupción mata
solo si es populista. Y quienes creen que los problemas del país se acabarían
si apareciese la plata que se robaron, no te dicen que los supuestos doscientos
millones de dólares que se habrían pagado de coimas durante los doce años de
kirchnerismo, equivalen a los dólares que vende en dos días el BCRA de la actual
gestión para evitar que el peso se siga devaluando.
Pero
además hay que decir que la prensa oficialista es fetichista: se excita con
cuadernos, bolsos y bóvedas… necesita lo concreto y necesita imágenes porque no
hay lugar para operaciones elaboradas con grados de abstracción. La bóveda no existe,
los bolsos no están y los cuadernos parece que se guardaron diez años y de
repente se prendieron fuego pero hay que mostrar cosas concretas y generar
mitos que se instalen en el inconsciente colectivo. Como que López tiraba
bolsos por arriba de la pared de un convento cuando eso nunca sucedió, tal como
aclara el propio Durán Barba en, quizás, el pasaje más interesante de su último
libro.
Asimismo,
aquellos que pueden milagrosamente sustraerse a la agenda impuesta, recalan en
esa minúscula porción de prensa opositora que ha sido condenada a los márgenes
del cable o la web tras el proceso de ajuste y disciplinamiento que lleva ya
algo más de treinta meses. Allí aparece información que al gobierno le incomoda
pero muy poca información que incomode a la oposición y el enfoque de las
noticias está orientado a otro relato que construye sus demonios y sus
hagiografías, a veces, claro, impulsado por los propios referentes de la
oposición y sus seguidores. Decimos que vamos en busca de la verdad pero solo
queremos orgasmos en nuestras cámaras de eco. Con todo, está claro que la
prensa hegemónica y los pequeñísimos espacios opositores no son equiparables y
que quien escribe aquí no pretende ubicarse en Corea del Centro o identificar extremos
que en tanto tales valdrían lo mismo para poder posicionarse en el siempre
equilibrado y razonable justo punto medio. Pero nos merecemos algo más que la
prensa que tenemos y nos merecemos algo más que lo que nos ofrece la prensa que
nos gusta leer y nos dice lo que queremos escuchar. Aunque pensándolo bien,
quizás nos merecemos la prensa que tenemos pero sería bueno para la democracia
y la opinión pública algo distinto.
Con
todo, tratemos de pensar lo que ocurrió en la Argentina de las últimas semanas.
Desde mi punto de vista, por un lado, el denominado “episodio de los cuadernos
(quemados)” inaugura el comienzo de una campaña electoral en la que, a
diferencia de lo que ocurriera en el inmediato post-octubre de 2017, CFK es
competitiva. Porque después de la derrota en las elecciones de medio término,
el sueño del regreso de CFK a la presidencia era altamente improbable pero hoy
ya no resulta descabellado. ¿Se hubiera dado este presunto escándalo de coimas
si CFK no volviera a asomar como posibilidad? Desconozco. Es historia
contrafáctica. Y por cierto: ¿si esto tuviera que ver con el escenario 2019,
entonces significa que no ha habido casos de corrupción? No necesariamente. Sin
embargo, digamos también que, en general, las causas en las que más énfasis se
ha hecho desde los medios dominantes vienen bastante flojas de papeles y suelen
apoyarse en personajes de recorridos bastante opacos.
En
este caso tenemos todo junto y en un mismo lugar a una ex esposa que todos han
reconocido como extorsionadora; un chofer ex militar retirado que escribe como
García Márquez su “Crónica de la corrupción anunciada” pero cuando se lo oye hablar
lo hace en una media lengua; un ex policía retirado devenido remisero que
habría entregado los cuadernos para evitar que volviera el populismo; la
intervención del fiscal Carlos Stornelli, quien supo integrar la Comisión de
Seguridad de Boca durante la administración Macri; el inefable juez Claudio Bonadío
y un periodista de La Nación, que daba charlas para el Think Tank de Cambiemos, afirmando en una entrevista que dudó tanto
de la investigación que no se animó a publicarla hasta tanto no actuara la
justicia. ¿Esto significa que todo lo indicado allí es falso? Una vez más
tenemos que decir: no necesariamente. Pero a juzgar por algunos personajes y
por la secuencia del guión, es natural que se pueda dudar tal como han expuesto
varios periodistas que están muy alejados del kirchnerismo y que pretenden
cierto grado de autonomía.
Por
otra parte, el segundo elemento que podría pensarse, surgiría a partir de la comparación
del caso de los cuadernos quemados con el de los aportantes truchos de
Cambiemos en la provincia de Buenos Aires. Más allá de la diferencia en el
tratamiento de ambos casos que hace la prensa hegemónica, es sintomático que
quienes intentan un nivel de análisis un poquitín por encima del “se robaron
todo”, entienden que el episodio “cuadernos quemados” estaría vinculado a un
presunto financiamiento de la política. Es decir, si fuera verdad que
empresarios pagaron coimas, ese dinero no habría ido al bolsillo personal de
algún dirigente político sino que habría sido utilizado para hacer política. En
este sentido, los cuadernos parecieran ser la respuesta al caso de los
aportantes truchos, en el que todo hace sospechar que, si se comprobara,
estaríamos frente al modo en que empresas a las que les interesa el país
(gobernado por Macri) blanquearon sus aportes a través del robo de identidades.
Los que denuncian la presunta Mafia de los K serían así, parafraseando a Jorge
Asís, una Mafia del Bien denunciando a una Mafia del Mal. Si esta
interpretación fuera correcta, el caso de los cuadernos quemados, no tendría
una vocación transparentista. Se trataría nada más y nada menos que de un
mensaje disciplinador dirigido a todo empresario que de aquí en más ose
colaborar con la campaña de la actual oposición. Y esa sería la explicación por
la cual, por primera vez, en una megacausa de presunta corrupción, aparecen
empresarios. Con todo, insisto, no se trata más que de una hipótesis
dependiente de que se confirmaran una gran cantidad de condicionales.
Pero
eso sí: de lo que no tengo duda, es de que, en el futuro, algún libro de
historia debería recordar que, en agosto de 2018, en Argentina, comenzó el año
2019.
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