Se nos invita a hablar de Hugo
Moyano quien repentinamente volvió a ser negro, peronista, apretador, corrupto
y cómplice de barra bravas, características que había perdido cuando también
repentinamente se había hecho un férreo opositor al gobierno de CFK. También se
nos dice que la marcha convocada por Moyano es política y en eso nadie falta a la
verdad más allá de que cuando utilizan esa categoría nos quieren indicar que no
habría ninguna razón para que un gremio y sus trabajadores hagan una
movilización. Y esto último es objetivamente falso. Lo que no se nos dice es
que cuando Moyano no marchaba también estaba haciendo política como hacía
política en los 90 cuando protestaba contra el ajuste y como hacía política algunos
años atrás cuando marchaba contra el impuesto a las ganancias que hoy sigue más
vigente que nunca y por el cual ya no marcha porque lo hace por razones más
urgentes. Pero más allá de la enorme potencia del gremio Camioneros y las
tensiones al interior de una CGT cuya conducción no convence y está siempre al
filo de la ruptura, los puntos recién enumerados son elementos coyunturales
sobre los cuales podemos realizar análisis diarios o semanales pero que dejan
de soslayo la disputa conceptual de fondo.
Porque ideológicamente hablando el
gobierno no solo va en contra de los trabajadores de carne y hueso, sino que va
contra la noción misma de trabajador, lo cual, por cierto, transforma la
iniciativa en algo tan dramático como interesante. En este sentido, el gobierno
ganará o perderá una negociación paritaria, logrará o no avanzar con una
reforma laboral, pero, en última instancia, apunta a otra cosa. Es que acabar con la
noción de trabajador es más urgente incluso que la destrucción que se intenta
de los gremios cuando se caza selectivamente y se exhiben las obscenas fortunas
de algunos dirigentes. De hecho, haciendo algo de memoria, pienso que ni
siquiera es casual que la palabra “trabajador” apenas aparezca en el
vocabulario de los principales referentes de Cambiemos. Se habla de “los que
menos tienen” pero no suelen aparecer “los trabajadores”. Esto obedece no solo
a una jerga “no peronista” sino a al menos dos elementos. El más importante
trasciende largamente al gobierno de Macri y es un fenómeno mundial que lleva
décadas. Me refiero a la transformación del propio capitalismo y del mercado
laboral con los consecuentes cambios sociales que esto trae aparejado en
materia de identidades, vínculos, etc. Es que cambió el tipo de producción, es
menor la mano de obra que se requiere, crecieron los servicios y el tipo de
consumo también es distinto. Frente a ello, las condiciones laborales de todos
los trabajadores del mundo se vieron afectadas si bien en aquellos países como
Argentina, con una tradición fuerte de sindicatos y de una identidad vinculada
a ellos, la pérdida fue comparativamente menor. Se trata de países que son
vistos como “de alto costo laboral”, eufemismo por el cual debería entenderse
“países donde se explota menos a los laburantes o se los explota por un sueldo
más alto medido en dólares”.
El otro elemento sí atañe directamente
al gobierno de Cambiemos porque a ese espíritu de época o a este momento
particular del capitalismo, le agrega la decisión política de avanzar en una
transformación cultural que refiere a distintos aspectos pero que en el caso
del área específica a la que hacemos referencia, y como les decía alguna líneas
antes, busca eliminar la noción misma de trabajador.
Esto no tiene que ver con que la
gente no trabaje más sino con que la noción de trabajador supone, para el
gobierno, identidad, pertenencia, agremiación y derechos, factores de poder que
afectan el modelo de país impulsado desde el establishment. Frente a eso,
siguiendo el manual libertariano antiestatista, proponen contratos igualitarios
entre empleado y empleador, sin mediación alguna, como si tal contrato fuera
entre iguales, y proponen como figura alternativa la de “el emprendedor”. Y en
este punto me quiero detener porque mucho suele hablarse de este cambio pero
pocos comprenden que lo que se quiere resaltar con la noción de emprendedor es
menos su arrojo, esfuerzo y eventual capacidad de innovación que el hecho de
que todo eso se haga sin exigir agremiación ni derechos ni protección alguna
del Estado. La fantasía de una sociedad de propietarios devino ahora una utopía
de sociedad de monotributistas emprendedores que es una sociedad sin
trabajadores donde cada uno es el explotador de sí mismo y, en tanto tal, no se
asume como perteneciendo a ningún colectivo ni se pretende intervención alguna
del Estado porque no se lo cree necesario y porque incluso se cree que no sería
justo ni merecido. El emprendedor, entonces, ni siquiera es un trabajador low cost porque no se asume trabajador y
en tanto no se asume como tal tampoco asume para sí un derecho porque se ha
instalado que un derecho es una prerrogativa o una ventaja. De hecho, hasta se
golpea el pecho vanagloriándose de su supervivencia bajo la ley inclemente del
mercado, lo cual exhibe como un triunfo meritocrático. Es más, porque el
trabajador ya no se considera trabajador, no ve al que no tiene laburo como un
laburante desempleado. Lo ve como un vago que vive de los otros o del Estado,
lo que es lo mismo. Porque lo otro del emprendedor que se explota a sí mismo no
es un desocupado sino un fracasado en la carrera meritocrática y solo fracasa
aquel que no se ha esforzado lo suficiente.
Es que para el poscapitalismo,
desde hace tiempo, el trabajador ha muerto. Ahora solo resta convencer de ello
a los propios trabajadores.
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