martes, 6 de febrero de 2018

¿La muerte del trabajador? (Editorial del 4/2/18 en No estoy solo)

Se nos invita a hablar de Hugo Moyano quien repentinamente volvió a ser negro, peronista, apretador, corrupto y cómplice de barra bravas, características que había perdido cuando también repentinamente se había hecho un férreo opositor al gobierno de CFK. También se nos dice que la marcha convocada por Moyano es política y en eso nadie falta a la verdad más allá de que cuando utilizan esa categoría nos quieren indicar que no habría ninguna razón para que un gremio y sus trabajadores hagan una movilización. Y esto último es objetivamente falso. Lo que no se nos dice es que cuando Moyano no marchaba también estaba haciendo política como hacía política en los 90 cuando protestaba contra el ajuste y como hacía política algunos años atrás cuando marchaba contra el impuesto a las ganancias que hoy sigue más vigente que nunca y por el cual ya no marcha porque lo hace por razones más urgentes. Pero más allá de la enorme potencia del gremio Camioneros y las tensiones al interior de una CGT cuya conducción no convence y está siempre al filo de la ruptura, los puntos recién enumerados son elementos coyunturales sobre los cuales podemos realizar análisis diarios o semanales pero que dejan de soslayo la disputa conceptual de fondo. 
Porque ideológicamente hablando el gobierno no solo va en contra de los trabajadores de carne y hueso, sino que va contra la noción misma de trabajador, lo cual, por cierto, transforma la iniciativa en algo tan dramático como interesante. En este sentido, el gobierno ganará o perderá una negociación paritaria, logrará o no avanzar con una reforma laboral, pero, en última instancia,  apunta a otra cosa. Es que acabar con la noción de trabajador es más urgente incluso que la destrucción que se intenta de los gremios cuando se caza selectivamente y se exhiben las obscenas fortunas de algunos dirigentes. De hecho, haciendo algo de memoria, pienso que ni siquiera es casual que la palabra “trabajador” apenas aparezca en el vocabulario de los principales referentes de Cambiemos. Se habla de “los que menos tienen” pero no suelen aparecer “los trabajadores”. Esto obedece no solo a una jerga “no peronista” sino a al menos dos elementos. El más importante trasciende largamente al gobierno de Macri y es un fenómeno mundial que lleva décadas. Me refiero a la transformación del propio capitalismo y del mercado laboral con los consecuentes cambios sociales que esto trae aparejado en materia de identidades, vínculos, etc. Es que cambió el tipo de producción, es menor la mano de obra que se requiere, crecieron los servicios y el tipo de consumo también es distinto. Frente a ello, las condiciones laborales de todos los trabajadores del mundo se vieron afectadas si bien en aquellos países como Argentina, con una tradición fuerte de sindicatos y de una identidad vinculada a ellos, la pérdida fue comparativamente menor. Se trata de países que son vistos como “de alto costo laboral”, eufemismo por el cual debería entenderse “países donde se explota menos a los laburantes o se los explota por un sueldo más alto medido en dólares”.
El otro elemento sí atañe directamente al gobierno de Cambiemos porque a ese espíritu de época o a este momento particular del capitalismo, le agrega la decisión política de avanzar en una transformación cultural que refiere a distintos aspectos pero que en el caso del área específica a la que hacemos referencia, y como les decía alguna líneas antes, busca eliminar la noción misma de trabajador.    
Esto no tiene que ver con que la gente no trabaje más sino con que la noción de trabajador supone, para el gobierno, identidad, pertenencia, agremiación y derechos, factores de poder que afectan el modelo de país impulsado desde el establishment. Frente a eso, siguiendo el manual libertariano antiestatista, proponen contratos igualitarios entre empleado y empleador, sin mediación alguna, como si tal contrato fuera entre iguales, y proponen como figura alternativa la de “el emprendedor”. Y en este punto me quiero detener porque mucho suele hablarse de este cambio pero pocos comprenden que lo que se quiere resaltar con la noción de emprendedor es menos su arrojo, esfuerzo y eventual capacidad de innovación que el hecho de que todo eso se haga sin exigir agremiación ni derechos ni protección alguna del Estado. La fantasía de una sociedad de propietarios devino ahora una utopía de sociedad de monotributistas emprendedores que es una sociedad sin trabajadores donde cada uno es el explotador de sí mismo y, en tanto tal, no se asume como perteneciendo a ningún colectivo ni se pretende intervención alguna del Estado porque no se lo cree necesario y porque incluso se cree que no sería justo ni merecido. El emprendedor, entonces, ni siquiera es un trabajador low cost porque no se asume trabajador y en tanto no se asume como tal tampoco asume para sí un derecho porque se ha instalado que un derecho es una prerrogativa o una ventaja. De hecho, hasta se golpea el pecho vanagloriándose de su supervivencia bajo la ley inclemente del mercado, lo cual exhibe como un triunfo meritocrático. Es más, porque el trabajador ya no se considera trabajador, no ve al que no tiene laburo como un laburante desempleado. Lo ve como un vago que vive de los otros o del Estado, lo que es lo mismo. Porque lo otro del emprendedor que se explota a sí mismo no es un desocupado sino un fracasado en la carrera meritocrática y solo fracasa aquel que no se ha esforzado lo suficiente.

Es que para el poscapitalismo, desde hace tiempo, el trabajador ha muerto. Ahora solo resta convencer de ello a los propios trabajadores.        

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