Hace unos
meses el actual gobierno lanzó un slogan de gestión que reza “Haciendo lo que
hay que hacer”. Se trata de una idea que utiliza hasta el día de hoy tal como
se pudo observar últimamente cuando fue eje de una campaña de obra pública
gubernamental que se difundió a través de redes sociales. No parece fruto de
una gran inventiva y probablemente no pase a la posteridad como una genialidad
pero quien lo ha diseñado ha logrado sintetizar allí toda la concepción política
y económica del actual gobierno. Recuerdo que, en este sentido, apenas asumido
Macri, escribí un breve artículo, llamado “Los ejecutores”, que luego incluí en
mi último libro, El gobierno de los
cínicos. Allí ya advertía que el nuevo gobierno poseía todos los lugares
comunes de la retórica neoliberal. Con los meses esto se fue confirmando y ya
no resulta extraño escuchar el principio número uno de esa retórica, esto es, la
afirmación presuntamente resignada que indica que “no queda otra opción”.
Efectivamente, quien decide llevar adelante un ajuste y reconoce que todo
ajuste conlleva costos para la mayoría, lo justifica afirmando que las
circunstancias lo han dejado sin salida. Así, el “Haciendo lo que hay que
hacer” puede interpretarse en ese sentido y se apoya en esa disputa
fantasmática que el actual gobierno entabla con el populismo que “no haría lo
que hay que hacer” porque lo que corresponde y lo que es bueno para la sociedad
fue postergado en pos del placer momentáneo de las mayorías.
Entonces hacen
lo que tienen que hacer los que son capaces de ver y hacer el bien, y quienes
actúan por deber. En esto también ha sido muy evidente la utilización del
término “sinceramiento” que no fue otra cosa que darle una carga moral a lo que
no era otra cosa que una transferencia de recursos de un sector a otro.
Pero, claro, la
cuestión es más compleja cuando se avanza algo más porque aparecen otros
factores que plantean un escenario bastante curioso. Me refiero a que detrás
del marketing de la ejecución y la eficiencia técnica, cuando los
experimentados en los asuntos privados asumen el rol de funcionarios públicos y
comienzan a tener que regirse por el principio del deber antes que por el
principio hedonista del placer individual, no desean hacerse cargo de las
consecuencias de lo que aparentemente “hay que hacer”. Así, actuando como
típicos técnicos acuden a los manuales del siglo XIX y nos cuentan que la
economía se rige por leyes rígidas y amorales como las de la física y a las que
no tiene sentido oponer resistencia si es que queremos que todo siga el cauce
natural de las cosas. Entonces, el técnico neoliberal no es estrictamente
responsable en el sentido de que es su voluntad la que determina la acción sino
que es un médium entre la ley y los hechos, esto es, simplemente, alguien que
“hace lo que tiene que hacer”. Ni siquiera es una “obediencia debida” porque es
la fuerza natural de las cosas la que compele a actuar de ese modo y, si es una
fuerza natural, ni siquiera tiene sentido hablar de “obediencia”. ¿Pero acaso
no hay proyectos alternativos que planteen otro tipo de acciones? Sí, pero, en
todo caso, si hubo proyectos alternativos que pensaron la sociedad y la
economía de otra manera fue solo porque durante un lapso de tiempo se pudo
engañar a la naturaleza o someterla pero no es posible hacer eso
indefinidamente tal como reconoce otro principio clásico de la retórica
neoliberal: el “fin de fiesta”. Una vez más, en nombre de la austeridad y el
esfuerzo, los gobiernos neoliberales suelen decir, apenas llegan a la
administración, que hubo una fiesta, y que, en tanto tal, es excepcional y antinatural.
Por lo tanto, las cosas deben volver a su sitio. Usted consumió de más pero
todo ha sido un mal sueño por el que debe pagar.
Para concluir,
al decir “Haciendo lo que hay que hacer”, esto es, exponiendo que no hay
alternativa ni plan b, lo que se busca es soslayar que la decisión de una
administración en un sentido u otro es siempre una decisión política que elige
beneficiar a unos en lugar de otros y que siempre hay posibilidad de hacer las
cosas de otro modo. Sin embargo, asumir eso supone hacerse responsable de la
decisión y de sus consecuencias pero, sobre todo, implica reconocer que la economía
no tiene leyes irresistibles como las de la física, y que el neoliberalismo no
es el único modelo racional y explicativo.
(Por cierto,
cada vez que pienso en esta retórica neoliberal plagada de prejuicios
decimonónicos, moralizaciones y deseosa de conseguir exenciones por su
accionar, me viene a la mente una frase de Borges que es un poquito más densa
que el “Haciendo lo que hay que hacer” y afirma: “El ejecutor de una empresa
atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea
irrevocable como el pasado”).
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