Con el triunfo claro en las
últimas elecciones, ingresamos en la segunda etapa del gobierno de Cambiemos.
No se trata de una distinción tajante entre una y otra pero el escenario es
claramente distinto por varias razones.
En primer lugar, el equilibrio de
poder es otro porque el 9 de diciembre de 2015, un día antes de asumir, Macri
tenía enfrente una fuerza política que había obtenido el 49% de los votos sin
haber jugado su principal carta; no era
ni siquiera la primera minoría en las cámaras; había triunfado en varios
distritos gracias al alquiler del aparato del radicalismo y debía lidiar con lo
que parecía un bloque cultural afianzado sobre la base de una memoria histórica
que le pondría límites a sus aspiraciones. Ante este panorama, queda claro que
el gradualismo no era una decisión sino la única opción y los sucesivos juegos
de avances y retrocesos no fueron más que un modo de medir la fuerza y los
límites de la acción. Sin embargo, casi dos años después, la principal carta de
la oposición pierde en PBA haciendo pie apenas en la tercera sección; a pesar
de no tener la mayoría en el Congreso, el peso relativo de Cambiemos ha
aumentado; el gobierno triunfó en los principales distritos con candidatos y
estructura propia y, sobre todo, fue enormemente eficaz en la batalla cultural
para sepultar la reivindicación de la política gracias al denuncismo
moralizante e indignado, y desplazar a “la patria es el otro” por el ideal
meritocrático y emprendedurista que deposita en el individuo, y nunca en el
sistema o el modelo, la responsabilidad por las condiciones de vida.
En segundo lugar, cabe
preguntarse: ¿cómo le fue tan bien si los brotes verdes son brotecitos,
devaluaron un 80%, sacudieron los bolsillos con tarifazos y el poder
adquisitivo promedio disminuyó? Muy simple: es falso que la gente vote siempre
con el bolsillo y, en este caso, Cambiemos ha conseguido sostener el monopolio
de la expectativa, esto es, a pesar de ser “presente” lograron seguir siendo
identificados como “futuro”. Es curioso lo que pasa en el país porque la grieta
ha sido planteada en categorías temporales, una lucha entre el pasado y el
futuro. En esa disputa, el presente es solo una continuidad del pasado tal como
lo expresa la noción de “pesada herencia”, que no es otra cosa que un pasado
que se extiende hasta el presente. Gracias a esta instalación, el gobierno
nunca es responsable de los males actuales y cuando debe actuar sobre ellos lo
hace como quien es un simple mediador de una dinámica que lo trasciende,
característica típica del tecnócrata que es solo un enviado del “Dios mercado”
en la Tierra, un mero ejecutor de leyes rígidas y presuntamente
universales.
Con todo, en esta segunda etapa,
algunas cosas irán paulatinamente cambiando. Por lo pronto, con un kirchnerismo
hecho una sombra de lo que fue, el ardid de constituirse como lo otro del
demonio perderá eficacia y esa es una de las grandes paradojas del triunfo pues
si el triunfo fue tan grande y demoledor, entonces el monstruo que nos llevaría
a Venezuela está liquidado. Y, si está liquidado, entonces Cambiemos deberá
definirse por sí mismo y no como la oposición al “populismo K”. En este
sentido, el gobierno tendrá menos excusas. Asimismo, si bien nada augura que
sea en lo inmediato, sino, probablemente, en el próximo mandato, la
irresponsable toma de deuda tendrá un límite y ese límite deviene en ajuste. En
otras palabras, el gobierno ha logrado una ecuación muy inteligente: transferir
siderales ingresos a los que más tienen sin quitarle demasiado a los que menos
tienen. ¿Cómo lo hizo? Agrandó la torta tomando deuda y la transfirió a los
sectores aventajados al tiempo que continuó con la política de ayuda social entre
los de abajo para que no explote la calle. Un país más desigual con una mitad
de la población que está peor pero que todavía está contenida. Ahí habrá
tensión como la habrá hacia adentro del PRO en otro de los efectos paradójicos
del triunfo. ¿Por qué? Porque, una vez más, sin la amenaza electoral del
peronismo y con el camino allanado hacia el triunfo en 2019, serán las internas
las que queden expuestas. Que Macri va por la reelección en Nación y María
Eugenia Vidal intentará lo propio en PBA es un hecho que nadie al interior del
PRO osará desafiar. En todo caso, la gran incógnita es Carrió y la Ciudad de
Buenos Aires. ¿Seguirá encolumnada y sosegada la diputada para jugar el rol de
fiscal moral del espacio sin mayores aspiraciones o intentará transformarse en
la próxima Jefe de Gobierno de la Ciudad? Si decide ir por este último camino,
se avecinan tempestades.
Por otra parte, la otra gran
interna es más general e incluye dos bandos, el ala más política del gobierno y
un ala salvaje que de “derecha moderna” tiene poco. En este último caso me
refiero a aquellos sectores con representantes en el gobierno, en los medios y
en determinados sectores del poder judicial que no dudarían en perseguir,
estigmatizar y aniquilar, en un sentido no demasiado metafórico, a todo resto
de oposición o a todo aquello que huela a kirchnerismo. De triunfar este último
sector, se abre una caja de Pandora con resultado incierto. ¿Qué sucede si se
encarcela a CFK o no se la deja asumir la banca? ¿Habrá reacción y una
respuesta represiva en las calles? ¿Cuál sería el costo de tal represión? A
juzgar por el caso Maldonado, en el que hay importantes sospechas de la
intervención de Gendarmería y el encubrimiento por parte de sectores del
Gobierno y medios de comunicación, el costo no ha sido alto, pero es imposible
prever la reacción social.
Asimismo, en esta segunda etapa
de Cambiemos, es probable que paulatinamente el rol de algunos medios y
determinados periodistas vaya virando. Así, con el periodismo pasará lo mismo
que sucede en la política: acabado el periodismo militante, expulsado de la
corporación a la que habían intentado dinamitar ingresado por la ventana, la
corporación mediática generará, para albergarlo en su propio seno, un
periodismo opositor que ya no será outsider
como el periodismo militante. Así, no debería extrañar que las principales
espadas mediáticas del oficialismo, de repente, empiecen a endurecer su
discurso contra el gobierno. No será una traición. Será, simplemente, un
clásico de la corporación periodística.
Por último, no resulta menor
aclarar que a diferencia de la elección de 2015, Cambiemos triunfó sin mentir y
ganó a pesar de anunciar aumentos y ajustes. Fue la primera etapa la que podría
definirse con el apotegma menemista de “si hubiera dicho lo que iba a hacer
nadie me hubiera votado”. Pero en esta segunda etapa, la sociedad eligió
sabiendo lo que elegía y ha decidido apoyar lo que Cambiemos es realmente
independientemente de su obsesión por las formas, los focus group y sus consecuentes acciones on demand. Así, el 22 de octubre de 2017 fue la primera vez que la
mayoría de la ciudadanía no decidió votarlo a Mauricio: decidió votarlo a Macri.
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