Hay Cambiemos para rato. Esa
parece ser la primera proyección que se puede hacer tras los resultados de la
elección. Si bien el mundo, el país y la política son cambiantes no hay ni
siquiera cisnes negros que al día de hoy alcancen para frenar la ola amarilla
que goza de una luna de miel con la sociedad mayor a la del 2015. Porque el
macrismo ganó la elección pero sobre todo está ganando en la instalación de su
cosmovisión, aquello que suele denominarse, la “batalla cultural”. A su vez, los
procesos son así y los humores sociales también tal como confirmaría el hecho
de que, salvo el gobierno de De la Rúa en 2001, ningún oficialismo perdió su
primera elección de medio término desde que regresó la democracia a nuestro
país. Digamos entonces que el gobierno está en ese momento en que, como se dice
en la jerga, “no le entran las balas” ni siquiera tras el episodio Maldonado.
Las razones de este idilio suponen mérito propio y enormes vicios de una
oposición que se ha transformando en un archipiélago. De hecho, Cambiemos
triunfó en 13 de los 24 distritos, 5 de los cuales son los más numerosos; en
relación a las PASO derrotó al kirchnerismo y al socialismo en Santa Fe, a la
propia CFK en PBA, a Peppo en Chaco y a Urtubey en Salta. El dato de lo
ocurrido en esta última provincia es relevante por, al menos, dos motivos. En
primer lugar porque Cambiemos no solo venció a su principal oposición, CFK,
sino que arrasó a cualquier otro candidato del panperonismo que pudiera intentar,
ante una eventual derrota de la ex presidente, salir a disputar la articulación
del espacio opositor de cara al 2019. Porque no solo cayó Urtubey, sino que
Massa apenas pudo superar el 10% de los votos, Randazzo no pudo llegar al 6% y
Schiaretti fue derrotado ampliamente en Córdoba. Lo único que quedó en pie
fueron expresiones peronistas o ex aliadas al kirchnerismo con fundamentos
claramente locales como Formosa, San Luis (en una remontada digna de aquel
planeta imaginario denominado Xilium), Santiago del Estero o Misiones, sin
olvidar el caso de Tucumán, la provincia con más habitantes que pudo retener el
peronismo.
En segundo lugar, el dato de
Urtubey viene al caso para confirmar lo que había indicado en este mismo
espacio algunas semanas atrás y que había llamado el “fracaso de la política
mimética”, esto es, la derrota estrepitosa de aquellos candidatos o fuerzas que
jugaron a “parecerse a…” y hacer “oficialismo crítico” o “kirchnerismo
crítico”. En este sentido, en estas elecciones al menos, no hay espacio para
ser crítico, se es o no se es, y entre la copia y el original se vota al
original. Este escenario de polarización fue impulsado por las dos grandes
fuerzas en pugna por distintas razones. Por un lado, al oficialismo le
resultaba absolutamente funcional disputar con CFK. Lo dijimos aquí incluso
antes que la ex presidente decidiera ser candidata como también dijimos que no
creíamos conveniente que el kirchnerismo jugara ahora su gran carta porque hacia
ella apuntaría toda la artillería de concentración inédita del poder que posee
Cambiemos: establishment económico, político, judicial, mediático y las grandes
cajas del Estado: Nación, CABA, PBA y ANSES. Difícil disputar contra ello. ¿No?
Desde esa perspectiva, puede decirse que haber obtenido el 37% de los votos en
la Provincia, es decir, tener un candidato competitivo roza lo épico, más allá
de que si se compara con la estructura que el kirchnerismo parecía tener al 9
de diciembre de 2015, sabe a poco, especialmente porque no se puede soslayar
que, a nivel país, las expresiones kirchneristas puras fueron, casi en su
totalidad, marginales y rondaron el 10% de los votos como en Chaco o Córdoba.
Sin embargo, por otro lado, a
pesar del mal resultado, una lectura posible es que al kirchnerismo también le
resultaba funcional disputar con Cambiemos, no solo porque así lo pensó cuando
estaba en la administración y parecía imposible que la mitad más uno del país
pudiera votar a Macri, sino ahora porque fuera de la administración la
estrategia k no ha sido la de una construcción de mayorías sino la de retención
de una minoría intensa y aniquilación de cualquier referente o espacio que
osara disputar el rol de opositor. Haciendo una retrospectiva, incluso
podríamos pensar que la estrategia de retención de una minoría intensa estuvo
presente ya en 2015 cuando la decisión de poner a Aníbal Fernández en PBA al
tiempo que el apoyo a Scioli era tibio, permite visualizar que CFK quería,
ganando PBA, hacerse fuerte en el principal distrito de la Argentina y depositar
allí toda su estructura para, ante las eventuales tensiones que se auguraban
con el gobierno de Scioli, tener allí una plataforma que, junto al control de
las cámaras, pudiera condicionar al gobierno que, finalmente, no fue. Esta
interpretación parece más plausible que la de aquellos que, ante la
inexplicable cantidad de errores en las estrategias electorales, afirman que
“Cristina jugó a perder”. No jugó a perder. Jugó, como lo hizo en estas últimas
elecciones, a consolidar una fuerza propia cuya pureza será inversamente
proporcional a su capacidad de constituirse en mayoritaria. Y allí se encuentra
el principal dilema de la oposición hoy. Dejando de lado aquellos que cada vez
que hablan del kirchnerismo ingresan en un estado de emoción violenta: ¿alguien
en su sano juicio puede indicar que la experiencia kirchnerista y la figura de
CFK está acabada tras reunir 37% de los votos en PBA? No. Pero a su vez, se
impone la necesidad de abandonar el microclima, para notar que la foto de hoy
indica que la potencia y el sacrificio de CFK no alcanza para ganar una
elección nacional con balotaje como la que tendrá lugar en 2019. Con la foto de
hoy, insisto, en el mejor de los casos, CFK y el kirchnerismo podrían y
deberían apuntar a disputar la gobernación de PBA, la cual se gana sin balotaje
y obteniendo solo un voto más, para de ese modo obligar a Vidal, la gran
candidata de Cambiemos, a buscar una reelección en su distrito y a que un Macri
presuntamente algo más desgastado busque la reelección en Nación. Ese
escenario, claro está, necesitaría de alguna figura peronista que dispute con
Macri y pudiera ser acordada por los distintos referentes de la oposición pero
esa figura hoy no aparece, y no se vislumbra voluntad alguna ni del
kirchnerismo ni del resto de los accionistas minoritarios de la oposición como
para establecer esa mesa de diálogo. Más bien, en la disputa de intensidades,
es más probable que los sectores del peronismo moderado se acerquen más a
Cambiemos que al kirchnerismo.
Si bien es absolutamente
prematuro, con una oposición atomizada, un rebote económico y un tiempo de
gracia pos elecciones, el gobierno se encaminaría a un nuevo mandato incluso
cuando lo que se avecina son nuevos golpes al bolsillo y reformas estructurales
que condicionarán a las generaciones venideras. ¿Acaso el ajuste no generará
resistencias? Absolutamente y es real que el margen del gradualismo se va achicando
porque el plan de contener la pobreza con ayuda social al tiempo de impulsar
una enorme transferencia de ingresos hacia los sectores más aventajados a
través de la toma compulsiva de deuda tiene un límite. Con todo, es probable
que aquel límite sea imposible de sortear recién para el gobierno que asuma en
2019.
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