A días de la
elección, el gobierno y el establishment económico dan por descontado el
triunfo en la provincia de Buenos Aires, distrito donde no se disputa un
senador sino el rumbo del país para la próxima década. Más allá de que ni la
encuesta más optimista le otorga un triunfo holgado, lo cierto es que una
victoria de Bullrich sobre CFK probablemente acabará con cualquier pretensión
de Unidad Ciudadana de erigirse como opción capaz de constituir mayoría, al
menos en lo inmediato, y, al mismo tiempo, le dará a Cambiemos una presunta
legitimidad para avanzar con las reformas estructurales que los sectores más
aventajados exigen y que acabarán condicionando a futuros gobiernos y a
generaciones de argentinos. Así, con la economía rebotando y un clima cultural
distinto, el gobierno parece estar en su mejor momento, no solo por las
fortalezas propias sino sobre todo porque el peronismo está entrampado en su
propia atomización. Es que los personalismos, las estrategias electorales y
comunicacionales insólitamente erradas se repiten y no hay nada que permita
pensar que los responsables de estos errores vayan a cambiar algo el día
posterior a la elección.
La situación
de Randazzo es una incógnita. Tras la jugada de CFK de presentarse sin el
partido, el ex ministro quedó desdibujado y trató de terciar en una interna
panperonista en la que no había lugar. En todo caso, sufrió un fenómeno que se
repitió contundentemente en estas elecciones, esto es, el fracaso de la
política mimética. Con esto me refiero a que entre el original y la copia el
electorado se queda con el original. Porque si te interesa la política
moralizada y denuncista te quedás con el original Carrió y no con su réplica
Stolbizer; y si sos kirchnerista o reivindicás mucho de lo hecho en la anterior
administración vas a elegir a CFK y no a su ministro, del mismo modo que si sos
un peronista o un antimacrista que no quiere a CFK, tu primera opción va a ser
Massa antes que Randazzo. Asimismo, Randazzo también fue castigado en las urnas
por otro fenómeno. Me refiero al rechazo a la idea de la política como
microemprendimiento. En otras palabras, la sensación es que Randazzo acabó
jugando en solitario, de la misma manera que, en la Ciudad de Buenos Aires,
juegan “solos” dos candidatos que brillan por su corrección política cool y polite: Martín Lousteau y Matías Tombolini. En el caso de estos
últimos, no solo se disputan el mismo electorado, sino que sus vaivenes
ideológicos (más marcados en el ex ministro de economía de CFK y Embajador en
EEUU de Cambiemos) y su compulsión a la cámara (más marcada en el candidato
massista) los convierte en fenómenos pasajeros e inestables.
Volviendo al
espacio panperonista, tampoco es fácil definir el futuro de Massa quien supo
gozar del apoyo del establishment tras su victoria en 2013 y desde allí no paró
de perder votos. Hoy lucha por contener la tropa propia y no caer a un dígito.
Adjudicar la caída a las dificultades de transitar la cada vez más angosta
avenida del medio es ser condescendiente con quien ha carecido de rumbo
ideológico y ha sido incapaz de constituir un armado con identidad y presencia
territorial. Aquí, una vez más, la política mimética ha sido castigada pues ese
votante antikirchnerista que Massa atrajo gracias a sus diatribas contra “el
pasado” hoy se siente más a gusto votando a Cambiemos.
En cuanto a
CFK, la estrategia de un estilo más pasteurizado que utilizara en las PASO no
funcionó para romper el cerco del núcleo duro de sus votantes, aquel que la llevó
a ganar la elección con un número inferior a las expectativas pero que nadie
puede despreciar. De cara a las elecciones de octubre, ese cerco se intentó
romper a través de entrevistas con llegada a públicos diversos y habrá que ver
los resultados del domingo para poder afirmar si la estrategia ha sido la
adecuada. Mi intuición es que esas apariciones no mueven el amperímetro pero
ayudan a debilitar esa figura de Belcebú encarnado que la corporación
periodística ha instalado de ella. Más allá de eso, el resultado de la elección
será clave para conocer el futuro de la fuerza que lidera. Perder por más de cinco
puntos sería impactante y si bien no hay ningún liderazgo dentro del peronismo
capaz de hacerle sombra, la obligaría a abrir el juego a la negociación si es
que no quiere reducir el kirchnerismo a una fuerza testimonial cuya
supervivencia esté afincada en la tercera sección electoral de la Provincia y
en un núcleo duro de militancia cibernética. Eso también supondría, claro está,
un gesto de los otros actores, los cuales tampoco son muy afectos a negociar
con ella y se encuentran agazapados para pasar facturas. Y no solo hablo de
gobernadores peronistas a los que el kirchnerismo más duro les ha presentado
listas opositoras en sus terruños sino incluso muchos intendentes de Buenos
Aires que se han sumado a Unidad Ciudadana por necesidad antes que por
convicción.
Asimismo una
derrota confirmaría algunos de los errores que en esta misma columna ya
habíamos advertido. El primero fue no haberse quedado con el PJ e incluir a
Randazzo en una interna para ganarle holgadamente y obligarlo a “jugar
adentro”. Y el segundo error, seguramente impulsado por el núcleo duro que la
rodea y que solo a través de ella se garantizaba un piso de votos que le
permitiera seguir ocupando espacios, fue exponer a la ex presidente como
candidata. Se dirá que no había otro capaz de pelear contra la potencia de
Cambiemos y es así pero esa verdad regresa como un boomerang porque desnuda a
un kirchnerismo que fue incapaz de generar referentes intermedios que pudieran
respaldar o reemplazar a su líder, error que se repite en un armado de listas
que, en la Provincia de Buenos Aires, se sirvió de candidatos renovados y
valiosos pero sin las espaldas suficientes como para cargar con el peso de una
sucesión. Nunca sabremos, porque es un contráfactico, qué hubiera sucedido si
CFK se mantenía al margen de esta elección y apoyaba a sus candidatos desde
afuera esperando que escampe frente a un Cambiemos que no podrá sostener durante
cuatro años el recurso de la “pesada herencia”, pero me atrevo a pensar que el
desenlace podría haber sido otro. Porque esta será, probablemente, la última
elección que Cambiemos la gane con antikirchnerismo. En las próximas, tendrá
que definirse por sí mismo y no por oposición a “lo otro”.
Para
finalizar, hoy en día, si se confirmara la derrota que auguran las encuestas y
ésta fuera significativa, el kirchnerismo recibiría un golpe del que será
difícil levantarse, sobre todo, porque si después del 2015 nos quedó la sensación
de que el kirchnerismo no había pensado un plan B y hasta había subestimado los
costos de la derrota, al menos tenía la última carta debajo de la manga.
Pasados dos años, jugada esa carta, una derrota puede parecerse demasiado al
peor escenario.
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