sábado, 11 de noviembre de 2017

El día que votaron a Macri y no a Mauricio (editorial del 5/11/17 en No estoy solo)

Con el triunfo claro en las últimas elecciones, ingresamos en la segunda etapa del gobierno de Cambiemos. No se trata de una distinción tajante entre una y otra pero el escenario es claramente distinto por varias razones.
En primer lugar, el equilibrio de poder es otro porque el 9 de diciembre de 2015, un día antes de asumir, Macri tenía enfrente una fuerza política que había obtenido el 49% de los votos sin haber  jugado su principal carta; no era ni siquiera la primera minoría en las cámaras; había triunfado en varios distritos gracias al alquiler del aparato del radicalismo y debía lidiar con lo que parecía un bloque cultural afianzado sobre la base de una memoria histórica que le pondría límites a sus aspiraciones. Ante este panorama, queda claro que el gradualismo no era una decisión sino la única opción y los sucesivos juegos de avances y retrocesos no fueron más que un modo de medir la fuerza y los límites de la acción. Sin embargo, casi dos años después, la principal carta de la oposición pierde en PBA haciendo pie apenas en la tercera sección; a pesar de no tener la mayoría en el Congreso, el peso relativo de Cambiemos ha aumentado; el gobierno triunfó en los principales distritos con candidatos y estructura propia y, sobre todo, fue enormemente eficaz en la batalla cultural para sepultar la reivindicación de la política gracias al denuncismo moralizante e indignado, y desplazar a “la patria es el otro” por el ideal meritocrático y emprendedurista que deposita en el individuo, y nunca en el sistema o el modelo, la responsabilidad por las condiciones de vida.     
En segundo lugar, cabe preguntarse: ¿cómo le fue tan bien si los brotes verdes son brotecitos, devaluaron un 80%, sacudieron los bolsillos con tarifazos y el poder adquisitivo promedio disminuyó? Muy simple: es falso que la gente vote siempre con el bolsillo y, en este caso, Cambiemos ha conseguido sostener el monopolio de la expectativa, esto es, a pesar de ser “presente” lograron seguir siendo identificados como “futuro”. Es curioso lo que pasa en el país porque la grieta ha sido planteada en categorías temporales, una lucha entre el pasado y el futuro. En esa disputa, el presente es solo una continuidad del pasado tal como lo expresa la noción de “pesada herencia”, que no es otra cosa que un pasado que se extiende hasta el presente. Gracias a esta instalación, el gobierno nunca es responsable de los males actuales y cuando debe actuar sobre ellos lo hace como quien es un simple mediador de una dinámica que lo trasciende, característica típica del tecnócrata que es solo un enviado del “Dios mercado” en la Tierra, un mero ejecutor de leyes rígidas y presuntamente universales. 
Con todo, en esta segunda etapa, algunas cosas irán paulatinamente cambiando. Por lo pronto, con un kirchnerismo hecho una sombra de lo que fue, el ardid de constituirse como lo otro del demonio perderá eficacia y esa es una de las grandes paradojas del triunfo pues si el triunfo fue tan grande y demoledor, entonces el monstruo que nos llevaría a Venezuela está liquidado. Y, si está liquidado, entonces Cambiemos deberá definirse por sí mismo y no como la oposición al “populismo K”. En este sentido, el gobierno tendrá menos excusas. Asimismo, si bien nada augura que sea en lo inmediato, sino, probablemente, en el próximo mandato, la irresponsable toma de deuda tendrá un límite y ese límite deviene en ajuste. En otras palabras, el gobierno ha logrado una ecuación muy inteligente: transferir siderales ingresos a los que más tienen sin quitarle demasiado a los que menos tienen. ¿Cómo lo hizo? Agrandó la torta tomando deuda y la transfirió a los sectores aventajados al tiempo que continuó con la política de ayuda social entre los de abajo para que no explote la calle. Un país más desigual con una mitad de la población que está peor pero que todavía está contenida. Ahí habrá tensión como la habrá hacia adentro del PRO en otro de los efectos paradójicos del triunfo. ¿Por qué? Porque, una vez más, sin la amenaza electoral del peronismo y con el camino allanado hacia el triunfo en 2019, serán las internas las que queden expuestas. Que Macri va por la reelección en Nación y María Eugenia Vidal intentará lo propio en PBA es un hecho que nadie al interior del PRO osará desafiar. En todo caso, la gran incógnita es Carrió y la Ciudad de Buenos Aires. ¿Seguirá encolumnada y sosegada la diputada para jugar el rol de fiscal moral del espacio sin mayores aspiraciones o intentará transformarse en la próxima Jefe de Gobierno de la Ciudad? Si decide ir por este último camino, se avecinan tempestades.
Por otra parte, la otra gran interna es más general e incluye dos bandos, el ala más política del gobierno y un ala salvaje que de “derecha moderna” tiene poco. En este último caso me refiero a aquellos sectores con representantes en el gobierno, en los medios y en determinados sectores del poder judicial que no dudarían en perseguir, estigmatizar y aniquilar, en un sentido no demasiado metafórico, a todo resto de oposición o a todo aquello que huela a kirchnerismo. De triunfar este último sector, se abre una caja de Pandora con resultado incierto. ¿Qué sucede si se encarcela a CFK o no se la deja asumir la banca? ¿Habrá reacción y una respuesta represiva en las calles? ¿Cuál sería el costo de tal represión? A juzgar por el caso Maldonado, en el que hay importantes sospechas de la intervención de Gendarmería y el encubrimiento por parte de sectores del Gobierno y medios de comunicación, el costo no ha sido alto, pero es imposible prever la reacción social.         
Asimismo, en esta segunda etapa de Cambiemos, es probable que paulatinamente el rol de algunos medios y determinados periodistas vaya virando. Así, con el periodismo pasará lo mismo que sucede en la política: acabado el periodismo militante, expulsado de la corporación a la que habían intentado dinamitar ingresado por la ventana, la corporación mediática generará, para albergarlo en su propio seno, un periodismo opositor que ya no será outsider como el periodismo militante. Así, no debería extrañar que las principales espadas mediáticas del oficialismo, de repente, empiecen a endurecer su discurso contra el gobierno. No será una traición. Será, simplemente, un clásico de la corporación periodística.        

Por último, no resulta menor aclarar que a diferencia de la elección de 2015, Cambiemos triunfó sin mentir y ganó a pesar de anunciar aumentos y ajustes. Fue la primera etapa la que podría definirse con el apotegma menemista de “si hubiera dicho lo que iba a hacer nadie me hubiera votado”. Pero en esta segunda etapa, la sociedad eligió sabiendo lo que elegía y ha decidido apoyar lo que Cambiemos es realmente independientemente de su obsesión por las formas, los focus group y sus consecuentes acciones on demand. Así, el 22 de octubre de 2017 fue la primera vez que la mayoría de la ciudadanía no decidió votarlo a Mauricio: decidió votarlo a Macri.    

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