En el año
2000, una revista llamada La Primera,
cuyo dueño era Daniel Hadad, publicaba en tapa una de las notas más vergonzosas
de la historia del periodismo argentino. Con el obelisco y una bandera
argentina de fondo, irrumpía en la imagen un individuo con fisonomía indígena,
el torso desnudo y un diente menos, para graficar un titular que rezaba “La
invasión silenciosa”. A su vez, en la bajada del título se podía leer: “Los
extranjeros ilegales ya son más de 2 millones. Les quitan el trabajo a los
argentinos. Usan hospitales y escuelas. No pagan impuestos. Algunos delinquen
para no ser deportados. Los políticos miran para otro lado”. La capacidad de
síntesis del título y la bajada eximen de cualquier comentario acerca del contenido
de la nota incluida en las primeras páginas de la publicación, pero han pasado
los años y son muchos los que todavía recuerdan esa tapa en tiempos donde
Daniel Hadad tenía en los medios una centralidad mayor que la que tiene hoy más
allá de la importante circulación que tiene su portal infobae.com. Con todo, el
mensaje de esa publicación finalmente no hacía más que representar cierto
ideario conservador y retrógrado que se encuentra arraigado en la Argentina y
en el mundo, y que aparece con más fuerza en tiempos de crisis económica,
ideario que no disminuirá por la sobreactuación indignada del progresismo
frente a personajes que son una caricatura de sí mismos como “la cheta de
nordelta”.
Lo cierto es
que bajo algún tipo de amenaza, lo más fácil es señalar al distinto y cada vez
que oímos este tipo de afirmaciones las calificamos de xenófobas porque
refieren a extranjeros y, en particular, a extranjeros de determinada
pertenencia étnica. Sin embargo, parece hora de ser un poco más sutiles y
encontrando una categoría adecuada podremos elucidar que lo que está operando
allí no es exactamente xenofobia entendida como odio, rechazo y aversión al
extranjero sino algo más específico. Quien notó esto y se encargo de difundir
una nueva categorización fue la filósofa española Adela Cortina. Con
perspectiva universalista y desde la particular mirada de una Europa en crisis
más cultural y moral que económica gracias al fenómeno de los refugiados,
Cortina parte del siguiente dato: 75.000.000 de turistas extranjeros visitaron
España en el año 2016. Se trata de un número récord celebrado por la sociedad
española porque el turismo supone ingreso de divisas, creación de empleo, etc.
Dicho esto, Cortina se pregunta por qué no hay frente a estos extranjeros
actitudes xenófobas. Y la respuesta es simple: porque, en general, se trata de
extranjeros con un buen pasar económico. Esto muestra que el rechazo, la
aversión y el odio, más que dirigirse al extranjero está dirigido al pobre. En
este sentido, la tapa de la revista de Hadad no eligió poner a un alemán con
rasgos arios o a algún caucásico empresario y/o microemprendedor. Decidió poner
a un descendiente de la zona de altiplano en una situación en la que denotaba
pobreza. Si el problema no es la extranjería sino la pobreza, el término
xenofobia debe reemplazarse por uno que específicamente represente estos casos,
los cuales, por cierto, son los más comunes, porque se desprecia más al
paraguayo, al peruano y al boliviano que al alemán porque en el caso de los
primeros se supone que son pobres.
Frente a esto, Cortina entiende
que el término adecuado es “aporofobia” porque “áporos” significa “pobre”. En el libro donde Cortina
desarrolla esta idea, llamado, justamente, Aporofobia,
el rechazo al pobre, la autora rebalsa de ingenuas, buenas y abstractas
intenciones llamando a solucionar el problema con más educación e instituciones
regidas por valores universales y comunicación democrática. Asimismo, en un
salto sorprendente y extemporáneo decide buscar en resultados de la neurociencia
una justificación para afirmar que nuestro cerebro es aporófobo, es decir, que
hay una tendencia natural de lo humano hacia la aporofobia. Por estas razones
es que lo más interesante del libro parece ser la novedad del concepto, (ya que
precisa un sentimiento que muchas veces se confundía con la xenofobia pero era
de otro carácter), y no la solución propuesta para la problemática ni mucho
menos su justificación. En este sentido, aun cuando buena parte del libro
quizás no valga demasiado la pena, si acordamos con Gilles Deleuze en que hacer
filosofía es crear conceptos, Adela Cortina puede darse por satisfecha no solo
por sus dotes creativas sino porque creando un concepto, permitiéndonos
nombrar, nos ayudó a asir ese aspecto de la realidad que a falta del término
correcto se nos escurría entre las manos.
Por último, un breve comentario
sobre el subtítulo o bajada del libro. Es que efectivamente al título Aporofobia, el rechazo al pobre, se le
agrega la frase “Un desafío para la democracia”. Es verdaderamente curioso,
pues en todo caso me imaginaba que la aporofobia era sobre todo un desafío para
el capitalismo antes que para la democracia, especialmente en el contexto en
que la profundización de esta nueva etapa del capitalismo puede definirse como
una verdadera fábrica de pobres. Así, en todo caso, antes que la aporofobia, lo
que es un verdadero desafío para la democracia, me parece a mí, al menos, es el
capitalismo.
Hola Dante , te agradezco la notable exposición , diferenciando los términos entre xenofobia y aporofobia .También me parece necesario la aclaración de que no es un desafío de la democracia sino del capitalismo ,dado que , el mismo razonamiento falaz se incurre con la pobreza o la indigencia cuando se informa de que son " deudas " de la democracia pero nunca en esos emisores está presente la palabra capitalismo.Para finalizar , la política es persuasión , supo decir un gran estratega político y tus artículos lo logran..hago mención porque en varios de tus libros problematizas ese concepto .Hasta aquí llegué.Un abrazo , Dante querido.
ResponderEliminarGracias Martín querido!! Como siempre, valoro mucho tu lectura. Abrazo!!
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