A días de una de las bofetadas más reproducida de todos los
tiempos, el episodio que tuvo como protagonista a Will Smith, Chris Rock y Jada
Pinckett, mujer del primero, amenaza con transformarse en uno de los más
sobreinterpretados del mundo contemporáneo. Acostumbrados a darle un marco
teórico a todo, incluso a aquello que muchas veces no lo necesita, la
multiplicidad de enfoques que tuvo la agresión no deja de sorprender.
Efectivamente, mientras los protagonistas se convertían en memes, gifs y stickers para dar
la vuelta al mundo, todos creemos tener algo para decir y alguna conclusión
moral para sacar como si la existencia de las redes sociales hubiera convertido
la libertad de expresión en una obligación de opinar. Lo cierto es que las
consecuencias ya se hacen sentir y mientras los proyectos de Will Smith se
cancelan y/o postergan, los comediantes, especialmente los “standuperos”, temen que la repudiable
actitud del protagonista de Hombres de negro se imite y comiencen a sucederse
agresiones de parte de cualquier integrante del público que se sienta ofendido
por un chiste.
Si bien no lo desarrollaremos aquí, la cuestión de los
límites del humor fue uno de los temas que estuvo en la agenda y allí la pregunta
sería: ¿puede tomarse como límite para hacer humor el hecho subjetivo de que
alguien se sienta ofendido? El humorista británico, Ricky Gervais, reconocido
por The Office o After Life, entre otras exitosas series, tiene una respuesta para
ello: “El hecho de que estés ofendido no significa que tengas razón”. Con todo,
parece razonable preguntarse por el hecho de si se puede considerar humor
burlarse de la enfermedad de otro. Si la respuesta fuera afirmativa, ¿deberíamos
extender ese límite a la lotería natural? Esto es, ¿debería dejar de hacerse
humor sobre características particulares de las personas como ser tener una
nariz grande, ser flacos, gordos, pelados, petisos, lungos, etc.? Dejemos
abierta la pregunta.
Otro aspecto que circuló mucho y que apenas vamos a mencionar
gira en torno a la necesidad de castigo, en este caso, de Will Smith. No solo
la Academia de Hollywood sino buena parte del mundo clamaba por un castigo
ejemplar, ese que siempre queremos que le den a los otros por sus errores. Allí
la pregunta sería: ¿el hecho de dar una bofetada es razón suficiente para
negarle a alguien un premio o quitarle el trabajo para siempre? Yendo incluso
más allá del bofetón: ¿La Academia de Hollywood otorga premios a los mejores
actores o a las mejores personas? ¿Desde cuándo hemos comenzado a aceptar que
quienes otorgan un premio sean también guardianes morales que juzguen lo que somos?
Pero en lo que me interesaría detenerme es en otro aspecto
que expresa un fenómeno que a veces suele pasarse por alto. Veámoslo así.
Tomemos el hecho “desnudo”. Este podría describirse de la siguiente manera: en
el marco de la entrega de premios más importante del mundo, la persona encargada
de la presentación se burla de la enfermedad con consecuencias estéticas que
padece la pareja de una de las personas que protagoniza la gala. Como
consecuencia de ello, la persona pareja de la persona aludida en el chiste, agrede
a través de una bofetada a la persona que presentaba el evento. La cantidad de
veces que aparece aquí la palabra “persona” es adrede porque en lo que quisiera
posarme es en el modo en que un hecho como éste acaba siendo evaluado por toda
una serie de aspectos que son ajenos al hecho en sí. Lo diré con algunos ejemplos:
¿qué hubiera pasado si Will Smith fuera blanco? ¿Habría sido interpretada la
agresión como un hecho racista? Puede que hasta tuviéramos movilizaciones y
revueltas en todo Estados Unidos a partir de ello. ¿Y qué si hubiera sido al
revés? Esto es, ¿qué hubiera sucedido si Chris Rock hubiera sido blanco?
Seguramente no se hubiera interpretado la agresión de Smith como una agresión
en términos de raza. Es más, probablemente se hubiera dicho que el chiste de
Chris Rock fue un chiste racista porque, más allá de burlarse de una
enfermedad, lo que estaba de fondo era la idea de que un blanco puede burlarse
de un/a negro/a. El hecho hubiera sido el mismo pero hubiera sido interpretado
de manera distinta por el color de piel de los intervinientes.
Pero sigamos con las preguntas: ¿Qué sucedería si independientemente
del color de los protagonistas, Will Smith fuera una mujer lesbiana que agrede
a la persona que realiza un chiste sobre su pareja mujer? ¿Se habría
interpretado el chiste de Rock como una afrenta lesbofóbica? Si en el caso
concreto operó una actitud que podría juzgarse “machista” de parte de Will
Smith, ¿podría decirse lo mismo si quienes intervienen son mujeres? ¿Y qué si
la mujer lesbiana hubiese sido Rock? El hecho a evaluar es el mismo: tres
personas, una hace una broma sobre una de ellas y la tercera en cuestión agrede
a la primera.
¿Y si Will Smith fuera una mujer heterosexual que le pega una
bofetada a un presentador varón que se burla de su marido? ¿Sería interpretado
el gesto como el resabio heteropatriarcal que permanecería en algunas mujeres? ¿Se
pondría en valor su empoderamiento? A la inversa la situación sería más
compleja aún porque si Chris Rock hubiese sido una mujer y Smith un hombre de
la etnia que fuese, el hecho podría encuadrarse dentro de la violencia de
género. Si estas variables complejizan enormemente el hecho imaginemos lo que
hubiera sucedido si quien recibiera la bofetada hubiera sido una persona
transexual.
Por último, en lo personal desconozco las religiones que
profesan los protagonistas en la vida real pero ¿podemos imaginar cómo podría
haber cambiado la interpretación de la bofetada si alguno de los intervinientes
fuera musulmán y/o católico practicante?
La posibilidad de combinar aspectos religiosos, raciales y/o
de sexo/género alrededor de una situación donde intervienen tres protagonistas
podría continuar hasta el infinito y hasta puede ser un interesante experimento
mental para tomar en cuenta los valores que hoy atraviesan las discusiones
públicas. Asimismo, no cabe duda que juzgar un hecho “desnudo” sin tomar en cuenta
el contexto y los protagonistas puede conllevar injusticias, pero el excesivo
celo en las características identitarias de los intervinientes tampoco parece
el mejor camino pues dejamos de evaluar la acción en sí para poner el énfasis
en alguna de las características de los que realizan esa acción. Dicho de otra
manera, si ha resultado sensata la crítica a los ideales iluministas y moderno-liberales
que consideraban que el problema de la desigualdad y el acceso a la justicia se
solucionarían siendo ciegos a las diferencias personales en materia de
religión, ideología, sexo/género, raza, etc., la situación actual donde
cualquier hecho pasa a ser analizado y justificado en términos de religión,
ideología, sexo/género o raza, está generando, al menos, una enorme cantidad de
preguntas que es necesario responder. Porque no tomar en cuenta el contexto o
las particularidades de los intervinientes en un hecho es un error pero no
puede ser que eso sea lo único que se tome en cuenta; debería poder
establecerse de manera mínimamente objetiva si una broma y una bofetada son o
no agresiones independientemente de las características personales y del
contexto. Por supuesto que deben existir márgenes y espacio para la
interpretación pero algún punto de acuerdo básico tiene que existir. En este
caso, no resulta correcto juzgar si una bofetada es o no una agresión en
función de que quien la realice sea musulmán, católico, mujer, varón, heterosexual,
homosexual, blanco, negro, trans o cisgénero. Definiciones objetivas aplicadas
a contextos particulares. Así debería más o menos funcionar. Si solo hay
definiciones objetivas, estaremos legislando para un mundo ideal; pero si sólo
hay contextos particulares viviremos en un infierno de casos concretos que
crearán nuevos focos de desigualdad que la modernidad y la ilustración ya
habían dado por superados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario