Uno de los aspectos más perversos en los que se presenta la denominada “grieta” es la manera en que explota extorsivamente el costado culposo del votante. El macrismo le advertía a sus votantes que en caso de no votar la reelección de Mauricio, serían los responsables del regreso de Cristina. No era solo instalar el temor. Era también instalar la culpa y quitarse responsabilidad. No se gobernó mal sino que fue CFK la Cruella de Vil que es mala cuando gobierna y es mala cuando es opositora porque siempre es mala y solo quiere hacerle daño a la gente buena. El “Ah, pero Macri” tuvo y sigue teniendo un antecedente claro en el “Ah, pero CFK” de un lustro atrás. Pero algo parecido sucede con el actual oficialismo tanto en el espacio del oficialismo oficialista de Alberto como en el espacio del oficialismo opositor de CFK. La culpa siempre es del otro, y va desde Macri hasta el señor malo que aumenta los precios porque es malo y quiere que haya mucha inflación. Mientras tanto discuten los que dicen que la inflación es solo un fenómeno monetario (sin explicar por qué entonces algunos rubros aumentan más que otros), con aquellos que creen que el problema de la Argentina es el capitalismo y que los empresarios sean usureros. Estos últimos no pueden responder por qué en otros países del mundo igualmente capitalistas, con sectores igualmente concentrados en pocas manos y empresarios a priori tan usureros como los de acá, la inflación no llega nunca a dos dígitos.
Y todo se da en el marco de una inflación que se espiraliza y
un gobierno que siempre corre de atrás, que carece de volumen político y que,
más allá de lo ideológico, es enormemente ineficiente en materia de gestión. En
ese escenario, el oficialismo oficialista y el oficialismo opositor comparten,
tal como les indicaba anteriormente, la misma lógica extorsiva que aplicaba el
macrismo con sus votantes: “Si no nos votás en 2023 vuelve el neoliberalismo”.
El mensaje, insisto, está dirigido a los propios, a aquellos que al menos
alguna vez votaron al espacio del FDT y a todo aquel militante o comprometido
que rápidamente asume el rol de estratega de campaña y catador del buenvotar
para advertir que “le estás haciendo el juego a la derecha”, como si el ciudadano
común tuviera la misma responsabilidad que la clase dirigente. Lo cierto es que
son los malos gobiernos los que le hacen el juego al adversario: el mal
gobierno de Macri posibilitó el regreso de CFK en la tibia piel de cordero de
Alberto y el mal gobierno de éste posibilita que se mantengan con expectativas
no solo los presuntamente moderados de JxC sino también los presuntos halcones
y hasta los exabruptos de las posiciones radicales (tanto por derecha como por
izquierda).
Entonces no son las críticas de los propios las que horadan.
Es el hecho de que se haya quebrado el contrato electoral con el votante; que
todo esté peor pero sin que se note demasiado; que el único plan de gobierno sea
que el Frente no se rompa.
A propósito de la grieta, otro aspecto perverso de su
utilización es el de atribuirle poderes mágicos, casi como un demiurgo maligno
a partir del cual se explican todos los padecimientos de la Argentina. En esto
coincide la oposición pero también buena parte del oficialismo oficialista de Alberto:
“el problema es que los argentinos no estamos unidos”. Nadie duda de que sería
mejor encontrar acuerdos básicos apoyados por la mayoría de la clase política y
la ciudadanía pero a lo largo de la historia no hay evidencia clara de la
existencia de una relación de causalidad entre “unidad” y “bienestar”. De
hecho, como hemos dicho aquí alguna vez, si el sector mayoritario de votantes
del FDT está molesto con el gobierno, no es por la grieta sino por la ausencia
de ella; esto es, por el hecho de que el actual gobierno no haya transformado sustantiva
ni estructuralmente la herencia recibida. Entonces sin duda que hubo una
incentivación a la grieta por parte de referentes y militantes durante el
kirchnerismo. Pero se equivocan quienes entienden que el apoyo mayoritario
tenía que ver con ello. Lo que generaba acompañamiento era el hecho de percibir
a un gobierno como distinto a los anteriores. No se valoraba la fractura social
sino que lo que se valoraba era que había un gobierno distinto que representaba
a un sector que quería un gobierno que se diferenciara de los anteriores. Y hoy
el gobierno no es muy distinto a lo que había o lo es en un sentido cosmético.
De hecho, los intentos de medidas redistributivas son interpretadas, desde su
propia denominación, como algo “excepcional”, algo “fuera del sistema”. Hay IFE
porque hay una excepcional pandemia o porque hay una excepcional guerra y/o una
excepcional inflación; si los muy muy ricos deben pagar algo más no se trata de
un impuesto sino de un excepcional “aporte a la renta extraordinaria” y si
vamos a pedir que los que se enriquecieron con las circunstancias actuales
hagan otro aporte, éste será también excepcional y estará conectado a una
“ganancia inesperada”. Todos los otros impuestos, en muchos casos distorsivos,
que paga la clase media y la baja, se sostienen. No son excepcionales. La única
idea es devolver con bonos excepcionales los impuestos no excepcionales para
que los gerenciadores tampoco excepcionales de una pobreza no excepcional
eviten que abajo explote, tal como ocurriera con el gobierno anterior. Si los intentos
de redistribuir no son estructurales y llegan en forma de bonos
circunstanciales, es natural que muchos vean en este gobierno las mismas
miserias que en el anterior y que por ello haya buena pesca en el río del “que
se vayan todos”, aquel que no existía cuando había grieta pero que vuelve a
reaparecer cuando la sensación es que todos son lo mismo y que las disputas, a
veces personales, a veces políticas, tienen como común denominador el hecho de
jugar un partido que la sociedad mira desde afuera. Un buen ejemplo es el del
Consejo de la Magistratura. Alguien podrá decir que éste es relevante porque
allí se designan los jueces que, eventualmente, lucharán contra la corrupción
y/o le pueden poner límites a las transformaciones políticas que pretenden
llevar adelante gobiernos populares pero desde la acusación de golpe
institucional pasando por la estrategia en el Senado para ganar un lugar y la
judicialización que proponen los opositores, lo único que se ve es una disputa
que nada tiene que ver con el día a día del ciudadano común. Achacarle a éste
no ver la magnitud de lo que se juega en el Consejo merecería como respuesta
espetarle a la clase política no estar viendo la magnitud de lo que sucede
cuando vamos al supermercado.
Esta disociación entre los intereses de la clase política y
los del ciudadano común está arrastrando incluso a los sectores más politizados
identificados con el kirchnerismo duro. En este sentido, la exasperante quietud
del oficialismo oficialista está quitándole apoyo al oficialismo opositor, lo
cual pareciera suponer que una parte del electorado entiende, con buen tino,
que oficialista u opositor ambos espacios dentro del gobierno son oficialistas.
En las incesantes intervenciones que se interrogan acerca de
cómo evitar que vuelva la derecha, existen análisis sesudos y preocupaciones
sensatas. Sin embargo, no abundan quienes pongan el acento en que una buena
manera de sostenerse en el poder es gobernar mejor que tu adversario y/o al
menos satisfacer las exigencias de esa mayoría que te votó. Todo puede pasar
pero si el oficialismo pierde las elecciones en 2023 no será por las críticas
de los propios sino por no haber podido cumplir con alguna de estas dos alternativas.
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