Incluso alejado de la estética y los modos del
emprendedorismo voluntarista del gobierno de Macri, la administración de
Alberto Fernández también repite una y otra vez que debemos avanzar hacia la
unidad de los argentinos. En realidad, no debe haber gobierno sobre la faz de
la tierra que al asumir indique que llega para dividir al país, pero en el caso
de la administración de Cambiemos, la promesa de unir a los argentinos ocultaba
que la única unidad que se perseguía era la que se lograría excluyendo a la
mitad de los argentinos, sea por transformarlos en pobres, sea por ser
peronistas. Lograron lo primero pero no pudieron con lo segundo a pesar de que
plantearon la discusión política en términos morales y utilizaron todas las
herramientas, las legales y las ilegales, para estigmatizar y disciplinar a los
referentes de aquel espacio. Se buscaba una unidad por exclusión.
Para no caer en la misma lógica moralista que divide entre buenos
y malos, debemos evitar afirmar que la nueva administración está compuesta por
seres maravillosamente virtuosos y magnánimos. Sin embargo, hay una pretensión
de acabar con la lógica de transferencia de recursos de los sectores medios y
bajos a los altos, y, en decisiones políticas tales como la intervención de la
AFI o la licuación del poder de la casta de Comodoro PY, hay un intento de institucionalización que
injustamente no suele reconocérsele al peronismo.
El tono, los modos y el accionar de Alberto Fernández muestran,
hasta ahora, un gobierno mucho más moderado que los de Néstor Kirchner y CFK.
Por supuesto que hay sectores con los que se disputa pero, en principio, el de
Alberto pareciera ser un gobierno que busca evitar la confrontación. El “Es con todos” supone así una unidad por
inclusión y por tal no me refiero, claro está, a hablar con la “e”, sino a
incluir a quienes han sido castigados particularmente con el último modelo, y a
intentar dialogar con aquellos sectores con los que existe una disputa política
e ideológica abierta.
Hablo de “pretensiones” e “intentos” porque en estos tres
meses de gobierno no ha habido grandes transformaciones, si bien es cierto que
con semejante herencia los márgenes se achican. En este sentido, hacer una épica
de un aumento de 200 pesos a los jubilados que cobran la mínima es una afrenta
a los votantes kirchneristas orgullosos de haberse sentido partícipes de
batallas de enorme peso material y simbólico. Pero, sobre todo, es una afrenta
a la inteligencia. Por ello, mejor sería hacer hincapié en advertir el estado
calamitoso de las cuentas que ha legado el macrismo antes que presentar un
mínimo gesto redistributivo, que también supone un ahorro fiscal, como una
gesta revolucionaria digna de los barbudos que bajaban de Sierra Maestra.
Pero la gran duda tiene que ver con la efectividad. En otras
palabras: ¿a los fines de un país más justo conviene la confrontación o la
moderación dialoguista? Sin dudas, así planteado, se trata de un falso dilema
porque seguramente habrá momentos en los que habrá que confrontar y momentos en
los que habrá que dialogar según una enorme lista de variables a tomar en
cuenta. Entonces la pregunta sería: ¿en estos momentos, y en el actual
equilibrio de fuerzas, la estrategia del diálogo es la más efectiva?
La respuesta merece un análisis caso por caso y para ello
podemos tomar cuatro ejes con los que de alguna manera el kirchnerismo tuvo
conflictos.
En lo que refiere al eje “Poder judicial”, el gobierno va por
dos frentes: uno es el de las jubilaciones “de privilegio”. Más allá de que del
otro lado son expertos en tergiversarlo todo, es difícil que se pierda una
disputa simbólica cuando se instala que lo que hay enfrente son privilegios. Y
es que de hecho los hay.
El otro frente es el de la reforma judicial que mencionamos
antes. Aquí la cuestión será más difícil si bien puede ser que tanto en este
punto como en el de las jubilaciones acabe todo trabado por estrategias
judiciales para embarrar la cancha. Si este fuera el caso, el gobierno perdería
plata pero habrá ganado una batalla simbólica contra un sector, el de la
justicia, que tiene una pésima imagen en la sociedad.
El segundo eje es el de los medios. Allí, la discusión sobre
“ley de medios” y temas derivados, tan cara a los gobiernos kirchneristas, ha
desaparecido completamente de la agenda del gobierno. No se avizora por ahora
ninguna intención de confrontar con los medios tradicionales ni de salir a
discutir la estructura de concentración. En este sentido, de lo único que se ha
hablado es de distribuir la pauta oficial con fines educativos y no
“politizados”. Expuesto así, es evidente que la batalla cultural no la ganó el
kirchnerismo. Máxime cuando en cuestión de días asistimos a la noticia de que
la justicia sanciona a Martín Sabatella por haber intentado aplicar la ley de
medios y cuando el editorialista Carlos Pagni nos dice en la cara que los
jueces salieron a meter presos a los kirchneristas porque fueron apretados por
el diario La Nación. Por cierto,
Pagni es un periodista inteligente, sutil y con espaldas. Hacerlo retroceder en
chancletas los días posteriores de su declaración, a pedido de sus empleadores,
en el diario y en el canal de La Nación, en el grupo Clarín, etc. debe haber
resultado humillante. Evidentemente, antes que disciplinar e infundir temor a
los jueces, los grandes medios disciplinan e infunden temor a los
periodistas.
El tercer eje es el de las patronales del campo. El gobierno,
una vez más, eligió el diálogo y apenas decidió elevar de 30 a 33% las
retenciones a la soja pero, a cambio, bajó las retenciones de otras
producciones y a través de una segmentación razonable, devolverá lo recaudado a
los pequeños y medianos productores a modo de incentivo. Eso sí: la respuesta
de la mesa de enlace no fue segmentada pues grandes, medianos y pequeños
llamaron a un lockout de 96 horas. La historia se repite primero como tragedia,
luego como farsa.
Donde no pareció haber diálogo es en relación al cuarto eje,
que es el de la Iglesia y cuyo tema de disputa es, naturalmente, el aborto. Tanto
Néstor Kirchner como CFK siempre se opusieron y evitaron cualquier avance del
tema en el Congreso si bien la expresidente en los últimos años modificó su
posición. Alberto, que abrevó, como él mismo lo reconoce, en tradiciones más
liberales, ha decidido avanzar con el proyecto haciendo que por primera vez se
trate en el recinto un proyecto de legalización enviado por un gobierno. Más
allá de que se augura un resultado voto a voto en el Senado y que el gobierno
nacional tiene las herramientas como para sumar voluntades veleidosas, habrá
una enorme fractura social ya que el tema del aborto divide transversalmente a
los argentinos. El final es abierto pero sea cual fuere el resultado habrá una
conmoción social importante y mucha gente enojada, con menos visibilidad si
triunfa el proyecto, y con más visibilidad si se vuelve a imponer el “No”. Si
triunfa el “Sí” el gobierno lo capitalizará pero no resulta tan obvio que eso
redunde en más votos para el año 2021.
Salvo este último caso donde la confrontación es difícil de
disimular y no parece haber negociación posible, sobre los primeros tres ejes se
buscó el diálogo pero los resultados no vienen siendo los esperados. Es que más
allá de lo que resulte de la reforma judicial, incluso si el proyecto contra
las jubilaciones de privilegio fuera aprobado y entrara en vigencia, los jueces
no dejarán de ser privilegiados porque la pérdida económica no sería de gran
relevancia si lo comparamos con sus sueldos y con sus jubilaciones.
En lo que respecto al eje “medios”, la estrategia de evitar
la confrontación no ha redundado en el fin de la guerra. En todo caso, la
guerra continúa pero con soldados de un solo lado bombardeando y bombardeando.
Así, si sumamos los errores comunicacionales propios con la mala fe del
adversario entenderemos por qué, a tres meses de asumir, el desgaste ha sido
grande. ¿Se imaginan ustedes lo que será en un año?
Y en cuanto al eje “patronales del campo”, las cartas están
sobre la mesa. Si el gobierno es peronista, aun cuando el dólar esté 10, 30, 45
u 85 las patronales del campo dirán que “el campo no da más”. Eso demuestra que
detrás de los números lo que hay es un enfrentamiento ideológico. De ahí no se
sigue que el gobierno deba negarse a negociar pero resulta evidente que hay allí
otras cosas en juego.
Dicho esto, y para concluir, debemos volver a aquella
pregunta inicial acerca de la conveniencia o no de la confrontación, máxime en
un escenario donde la actual parálisis del gobierno podría continuar en caso de
que la renegociación de la deuda se extendiera más de lo previsto.
Porque, por un lado, la moderación es lo que llevó al Frente
de Todos a ganar. Esa moderación la encarnó Alberto Fernández quien fue capaz
de acercar los votos que CFK no hubiera obtenido. Pero, por otro lado, la
moderación llevada adelante en estos tres meses no ha tenido buenos resultados:
el avance moderado contra los privilegios de la justicia y contra las ganancias
exorbitantes de los grandes productores de soja recibió una respuesta contundente
y sobreactuada que busca poner un límite y es una advertencia a futuro; y la
actitud no confrontativa con los medios tradicionales, lejos estuvo de
sosegarlos. A esto podemos sumarle el modo en que los formadores de precios,
especialmente en alimentos, constituyen su realidad paralela generando una
inflación que duplica al promedio mientras el gobierno les pide buena voluntad.
Y una situación que suele pasarse por alto pero que pocos se atreven a revelar.
Es que esta moderación está generando mucha incomodidad en sectores que forman
parte del gobierno o que lo han apoyado pero le exigen mucho más y que
advierten que si el peronismo elige la lucha por el reconocimiento de las
identidades antes que la lucha por la redistribución de la riqueza acabará
diluido en una socialdemocracia que perderá apoyo entre los propios y que será
igualmente atacado por los extraños.
Para finalizar, digamos que en el gobierno apuestan a que una
vez resuelto el problema de la deuda se acabe con este paréntesis en el que parece
estar la actual administración y veamos por fin las medidas que marcarán la
identidad del Frente de Todos.
La decisión de cuándo dialogar o cuándo confrontar y con
quién, es enteramente del presidente, para bien o para mal. Lo que sí podemos
decir hasta ahora es que, si lo que se quiere es hacer un país más justo, la
moderación que sirvió para ganar la elección no estaría siendo efectiva al
momento de enfrentar los principales obstáculos que tiene la Argentina.
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